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sábado, 8 de noviembre de 2014

Capítulo 19



Los Jardines de Bardolín


El Nacimiento de Venus
Tercera Parte










Capítulo 19





Susana Cautiño, era para él de una belleza simple. Una flor común. No era su belleza lo que había ganado su interés desde un principio. Incluso antes de conocerla en persona y de haberla visto jamás, había decidido poner su atención sobre la respetable señorita. Sostenía en su mano un pequeño estuche recubierto de terciopelo rojo carmesí el que contenía un valioso objeto; un detalle que había comprado, en realidad, para otra muchacha hace casi un año atrás. Una parte de él se alegró de no haberlo entregado a aquella distante mujer, pues ahora tenía un excelente detalle para darle a Susana y halagarla para ganar aun más su simpatía. La muchacha de rizos castaños y grandes ojos azules, no dejaba de gastar palabras, de hacer alarde de su superioridad sobre otras damas, que antes él hubiese conocido. Y en verdad que lo lograba, una dama en todo sentido, aristocrática, como él. Pensó que sonarían en mejor grado para sus hijos los apellidos Villafranca Cautiño, que Villafranca Castelán. Pero no se engañaba, para él seguía siendo desmedidamente hermosa en presencia la muchacha de cabello de fuego... Luisa Adelaida... Jamás había tenido compañera más hermosa y pensaba que jamás la volvería a tener. Sin embargo eso no importaba, Adelaida no era una dama a su altura, y Susana sí. Se forzó a verla bella, se forzó a encontrar en el rostro de la elocuente señorita que tenía enfrente un poco de encanto. Si no se lo encontraba se lo inventaría para sí mismo. Por lo demás estaba satisfecho. Susana no andaba hablando o haciéndose preguntas estúpidas sobre lo que podían estar diciendo los pájaros en sus trinos y era obvio que no se quedaría muda detrás de él en las reuniones sociales, como lo solía hacer Adelaida pareciendo más una sombra que su futura esposa. ¿Qué le vi yo a Adelaida? se preguntaba en secreto mientras escuchaba al casi indetenible monólogo de la señorita Cautiño.

- ... por eso es un encanto para mí esa travesía. ¿Has ido alguna vez? Deberías. Mi familia y yo siempre vamos para estas épocas, podría invitarte si te place - Susana entornó sus ojos celestes haciendo uno de los pocos silencios que hacía al hablar. 

- Me encantaría - Joshep se emocionó ante repentina invitación. Eso era una buena señal. Aprovechando la amplía sonrisa de Susana, abrió el pequeño estuche y miró dentro su contenido -. Señorita Cautiño...

- Por favor ¿cuántas veces te voy a pedir que me llames Susana y punto? - le interrumpió la muchacha con los ojos curiosos sobre el estuche que sostenía él.

- Susana... Quería... Tengo un presente para ti, como agradecimiento de haber aceptado tan amablemente varias de mis invitaciones y en especial, esta de venir a mi casa y honrar mi hogar con tu belleza y tu inteligencia - sacó lentamente la joya que pendía de una cadena de oro. Era un rubí. Nunca estuvieron tan azules las pupilas de Susana Cautiño como en ese momento, y no era porque jamás hubiese visto rubíes, zafiros o esmeraldas, sino que era primera vez que un caballero le regalaba uno a ella. Eso lo hacía diferente de cualquier otro. La inocencia está por todas partes. 

La dama se dio la vuelta para que Joshep abrochara la cadena a su cuello, lo que hizo con gallardía. La joven por primera vez en mucho rato estaba en silencio, aunque igual sus ojos parecían de no dejar de decir cosas. Joshep miró la pequeña piedra roja, como una gota de sangre, en contraste sobre la piel blanquísima de Susana. No pudo evitar recordar que había elegido un rubí porque haría juego con la pelirroja melena de Adelaida. Ese dije lo había comprado para ella, se lo daría aquella noche después que la pecosa le demostrara a todos que sí era una dama... pero eso no sucedió así. Se volvió a amargar por dentro y juró que ese pequeño rubí estaba dignamente colocado sobre el pecho de la señorita Cautiño, cómo no lo estaría sobre el de Adelaida.

- Oh... Por detrás en la chapa de oro tiene tallada una "A" - dijo curiosa la muchacha de ojos de cielo sosteniendo sobre la palma de su frágil mano la ruborizada joya. Joshep salió de sus cavilaciones dando un mínimo respingo. Cierto, lo había olvidado, esa "A" la había mandado a poner él ahí -. ¿Será una "A" de "Amor"? - preguntó Susana con suspicacia. Joshep solo la miró a los ojos y sonrió un poco distante en sus recuerdos. 

No, no era una "A" de "Amor". 

- ¿Te gusta? - él le ofreció el brazo para que ella lo tomara y así seguir caminando por el jardín.  

- ¡Me encanta! - dijo Susana cubriendo el dije con sus finos dedos a la par que lo miraba a los ojos, con los suyos llenos de emoción. 

- Me contenta que te haya gustado. 

- ¡Ah es que los Villafranca no dejan de hacer muestra de sus buenos gustos y de sus grandes detalles! - le respondió la muchacha mientras caminaban por el amplio jardín, mirando todo a su alrededor, mientras traspasaban una pequeña verja llena de enredaderas llenas de sumisas flores. Joshep sonrió halagado. Ella siguió hablando: 

- Por ejemplo, mira estos jardines, llenos de rosales fantásticos y de césped tan verde y tan bien cuidado. Tienen un paraíso particular - en ese momento pasaron cerca del chalet y su caminería de piedras. Susana lo miró unos segundos en silencio, eso lo incomodó un poco.

- Bueno ya conoces esta parte del jardín déjame llevarte del lado de las fuentes para que las veas, en ellos hay peces dorados que te encantarán de seguro - Joshep trató de alegarla del lugar, pero la muchacha de ojos azules no era tan dócil como lo era Adelaida, era más independiente, más decidida. Un poco fuera de su control. Se dio cuenta de eso, a Adelaida la podía llevar más a su antojo. 

- ¿Fue ahí verdad? - Susana se clavó de pie sobre la caminería sin dejar de mirar hacia dentro del chalet como si pudiera ver una proyección sobre el lugar -. ¿El chalet donde la que era tu prometida se te insinuó? Dicen que se emborrachó tanto ese día que te trajo aquí para insinuarse y que tú, como todo un caballero la rechazaste. La despreciaste. No se podía esperar menos de un caballero como tú. 

Joshep no respondió nada. No habían pasado de esa manera las cosas, pero tampoco las desmintió. Era lo que todos creían que había pasado. Por eso a Adelaida la llamaban "La muchacha del Chalet" para murmurar de ella, para descalificarla. Le cambió la expresión, no pudo evitar que el ceño se le hundiera entre las cejas, tanto que cuando Susana volteó a mirarlo se preocupó un poco.

- ¡Oh disculpa! Yo hablo demasiado. Deben ser recuerdos muy duros para ti. Yo recuerdo como andabas con ella por todas partes. La querías mucho. Pero ¿Sabes? Me alegro de que te hayas librado de esa muchachita. No era una mujer digna de un Villafranca Andueza - Esas últimas palabras lo llenaron otra vez de justificaciones. Era cierto, pensó, Adelaida no estaba a su altura. Se escudó en ese comentario y volvió ofrecer el brazo a la muchacha.

- Lo sé - dijo al fin Joshep -. Pero lo importante que hoy tengo mejor compañía. Estoy honrado con tu visita.

- La honrada soy yo por la invitación y por las atenciones - dijo ella tomando por fin el brazo y dejando que el joven la guiara de nuevo -. En la vida uno se lleva muchos desengaños con las personas Joshep, se nos acercan muchas personas por interés. Sobre todo a personas como a ti y como a mi. Personas de nuestro estatus. Disculpa que te haya hecho recordar esos momentos, pero gracias a Dios que no te casaste con la ligera que era esa muchacha. Seguramente fingió ser otra persona por interés. O intentó lo que nunca podía lograr ser para estar junto a nada más y nada menos que el heredero de los Villafranca.  Pero como digo yo "La mentira siempre reclama su propia verdad".

- Siempre tan inteligente - intentó halagarla y buscar la manera de alejarla de aquellos temas, pero era una Cautiño. 

- ¿Cómo era que se llamaba? ¿Alida? - ella movida por un extraño instinto puso su mano sobre el rubí que pendía sobre su pecho.

- Luisa, su nombre es Luisa - Joshep respondió con prontitud al notar el gesto de Susana. ¿Cómo no se había recordado de la bendita "A" tallada al dorso de la placa de oro que sostenía al rubí? 

- ¿Luisa? - la dama de ojos celestes hizo un gesto de confusión -. Estaba casi segura que era algo así como Alida. 

- Luisa... su nombre es Luisa... - Joshep un poco molesto por el tema le mostró con algo de desagrado que ya no quería seguir hablando de ese pasado en particular -. Susana, no me tomes a mal, pero me gustaría que dejemos de hablar de ella. No es grato para mi. Estoy disfrutando de tu compañía y no quiero que nada lo perturbe. 

- ¡Jmm! No me tomes a mal tú, pero creo Joshep, que la sigues queriendo - le soltó sin más la señorita Cautiño. Él no pudo evitar darse cuenta como el andar de ella que iba acompasado con el suyo cambió, la sintió rígida. Le abrumó la idea de que Susana se comenzara a molestar con él. A desconfiar de él. En definitiva, Susana Cautiño era una mujer que pisaba adelante, que no se le quedaría rezagada; que si se descuidaba, el rezagado sería él .

- No, no Susana - se detuvo y la sostuvo de las dos manos. Ella lo miraba silenciosa, inamovible. Se dio cuenta que prefería escucharla hablar sin freno, que tenerla de frente en silencio con esa actitud cortante como un sable; no sabía que podía estar pasando por esa cabeza de donde brotaban tantas palabras juntas -. Si ella fuera importante para mi jamás te hubiera invitado con tanta insistencia a que conocieras mi casa y a mis padres.

- Ese es un comentario muy comprometedor - respondió ella sin aun pestañear.

- Lo sé - Joshep le sonrió. Ella cedió ante esa sonrisa y luego de un par de segundos terminó correspondiéndola con la suya.

- Señor Villafranca ¿Se está declarando? - le espetó ella dominante, pero coqueta. 

- ¿Mis acciones no hablan por sí solas?

- Las acciones de un hombre no siempre dicen lo que su corazón siente. Aunque al final, son sus acciones las que nos dicen lo que su corazón NO siente. 

- Entonces Señorita Cautiño, esté muy atenta de mis acciones de ahora en adelante - le dijo con una sonrisa sugerente.

- Dicen que "acciones son amores", pero sin amor no hay verdaderas acciones. 

- Pero ¿acaso el amor no se construye? 

- Buena jugada, caballero. Pero esa construcción tiene que darse por un acuerdo - Susana no se lo ponía fácil.

- Entonces, ¿quiere decir, señorita, que el amor se construye entre dos? Mis acciones están a la orden. ¿Qué responderá la señorita Cautiño?

- Qué me llames Susana - le dijo llena de picardía, mientras caminaba dejándolo atrás. ¿Qué significaba eso? Las mujeres y sus recovecos, pensó. Siempre jugando a las adivinanzas.



Por unos de los grandes portales lleno de vitrales de la magnífica casa de los Villafranca apareció el padre de Joshep. Caminaba distraído leyendo una carta, muy atento a cada línea. En la misma mano sostenía otro sobre sellado. Se encontró de frente con Susana y se detuvo sorprendido y la miró con extrañeza. No sabía que tenían visita en casa.

- Buenas tardes señorita - le dijo con cortesía dejando oír su voz ronca y potente. 


- Buenas tardes Sr. Villafranca - contestó igualmente cortés la jovencita extendiéndole la mano, la que él tomó con delicadeza. 

- Papá conoce a Susana Cautiño - se acercó Joshep apresurándose a presentarla. 

- ¡La hija de los Cautiño! - dijo mostrando algo de asombro - Bienvenida. 

- Muchas gracias, en verdad he sido muy bien recibida - dijo ella mirando con el rabillo del ojo a Joshep, sonreída. Los ojos del Sr. Villafranca con prontitud se posaron sobre el dije que lucía sobre la blanquísima piel de la muchacha y por dentro no dejó de sentir descontento. Él sabía para quien había sido comprada desde un principio aquella joya, fue con su dinero, como siempre, que Joshep la adquirió. Por mucho que dijeron sobre Adelaida todas aquellas cosas, por mucho que escuchó una y otra vez la versión de su propio hijo, le costaba creer lo que se decía de la "come cerezas", una de las formas en que la llamaba con cariño. Niña tan encantadora, tan pura... no, no era posible. Le costaba aceptarlo. 

- Bonito rubí - le comentó a la joven la que se infló halagada, luego miró a su hijo antes que la chica pudiera decir nada y le extendió el sobre sellado con cierta aspereza -. Toma. León te ha escrito. 

- Gracias papá - el muchacho tomó el sobre sabiendo bien que su padre estaría molesto por algo. Pero no atinaba a saber que era. Vio como su progenitor le hizo una amable reverencia con la cabeza a Susana y se dio la vuelta yéndose, con ese andar meditativo que le conocía muy bien. Pero al final se encogió de hombros y se dispuso a abrir la carta.

- ¿Me disculpas un segundo? Esto es muy importante - dijo a la señorita dando unos pasos lejos de ella. 

- Claro Joshep. Te espero aquí - le respondió Susana mientras volvía a detallar el rubí con esa "A de amor" tallada en su dorso. 

Joshep desnudó la pálida hoja y leyó rápidamente cada párrafo. En términos generales León Bardolín le decía que ya faltaría algo de diez semanas para que las tierras que les pertenecían, las que llamaban Los Jardines de Bardolín, estarían de vueltas bajo el control de la familia, en especial el de él. Podrían hacer grandes negocios ahí y así Joshep conseguir su propio respeto. Ser un Villafranca importante, el más importante de todos. Pero en su lectura a saltos, entreleyó una frase... "... la sangre de cabaretera está aquí". Sus ojos como saetas regresaron sobre esa línea. "Tu ex, la sangre de cabaretera está aquí. ¿pequeño es el mundo no? La volverás a tener de frente y volverás a ponerla en el lugar que se merece. A ella y a su vieja tía abuela Raquel Lamuza". El corazón le ardió. Adelaida estaba en aquel lugar en donde tenía que ir en beneficio de sus propias ambiciones. ¿A que se refería de poner de nuevo a Adelaida en su lugar? De Raquel Lamuza había escuchado cosas, someros detalles que le había dado alguna vez el Sr. León y su hijo Óscar,  y uno de sus más grandes amigos. Uno de sus testigos aquella noche, al que detuvo del brazo. Tal sería la cara que habría puesto que Susana se le acercó preocupada.

- Joshep, te has puesto pálido. ¿Te han llegado malas noticias? - se acercó a él tocando su mejilla con sus delgados y femeninos dedos. 

- Sí... ¡No!... realmente no es algo tan urgente, solo que no me lo esperaba - dijo mientras enterraba dentro del sobre aquella carta. Fingió una sonrisa y se llevó consigo a la joven preocupada, a conocer el resto del jardín intentando distraerla... y distraerse él. 

  

 Lejos de ahí, en Bardolín, Adelaida y Raquel estaban en el huerto. Una al lado de la otra. La pecosa aprendía como sacar unas zanahorias de la tierra, tenía los ojos atentos y curiosos a todo lo que hacía su tía abuela. Ella lo había intentado antes y había dejado media zanahoria dentro bajo suelo por lo que la dama de damas le explicaba con cariño como se debía hacer.

- Piensa que una zanahoria es como una experiencia de tu vida, la que quieres sacar de raíz -. dijo Raquel. A Adelaida se le ocurrió una experiencia en particular -. Si tiras muy duro de ella, solo sacarás una parte y quedará el resto pudriéndose dentro. Por eso es mejor ser paciente. Retirar poco a poco la tierra del rededor, sobre todo cuando ha crecido mucho hacia dentro. Entonces cuando hayas desnudado lo suficiente sus raíces, saldrá sin mucho esfuerzo y podrás hacerte con ella una ensalada. Sacarle total provecho. 

- Tía ¿pero eso no significaría que me quedará un hueco en el alma? - le preguntó sonreída con cariño.

- Oh, claro que no. Míralo de esta manera. Cuando sacas tierra de los lados, estás sencillamente cambiando. Estás soltando lo que tienes aferrado dentro de ti. Cuando ese espacio quede vacío podrás llenarlo de otras plantas. Tal vez un árbol de cerezas - le guiñó un ojo - Y siempre volverás a usar la misma tierra, tu alma como dirías tú. 

- Hay una zanahoria muy grande que quiero sacar y en su lugar sembrar un millón de cerezos - respondió la preciosa pelirroja, con sonrisa taciturna.

- Lo harás amor. Ya lo estás haciendo. Poco a poco, cuando llegue el momento de jalar de ese recuerdo y sacarlo de raíz, lo sabrás - sonrieron juntas. 

- Tía, ¿quién la enseñó a ser tan sabía? - dijo Adelaida mientras comenzaba a retirar con calma la tierra que rodeaba a una robusta planta de zanahoria. 

- La vida hija, quién sino. Gente hermosa que se puso en mi camino. Cómo Guillermo, como Gerónimo, cómo Jazmín, como tú. 

- Ay tía, como yo. Lo único que le he dado yo son dolores de cabeza. 

- Esa es la vida hija. Y tú no me has dado dolores de cabeza. Tú no conociste a la dama Raquel Lamuza de antaño. Tú eres un angelito comparada con lo fiera que era yo. Indoblegable, inamovible, inmisericorde. 

- Lo dice para hacerme sentir bien. 

- Amor no me gané el título de la Señora de Bardolín vendiendo pompones.

- ¿Usted es la Señora de Bardolín? 

- Quién sino más que Raquel Lamuza de Bardolín.

- Oh... - Adelaida se quedó impresionada. El Sr. Gerónimo nunca quiso decir "Raquel la musa de Bardolín" las veces que se lo escuchó decir. ¡Estaba llamando a su tía abuela por su nombre de casada completo! Siempre había creído que el tío Guillermo había llegado a consolarla de la partida del que creía que era su legítimo esposo, aquel que se fue y nunca volvió. ¡Pero eran la misma persona! Guillermo Bardolín. Con razón en el pueblo la creían dueña y señora de todo el lugar. Ella era una Bardolín, por lo menos políticamente hablando. Terminó sonriéndose -. Tía, yo creí que cuando el Sr. Gerónimo la llamaba así, le estaba diciendo que usted era como una musa para Bardolín. "La musa de Bardolín"

- A Gerónimo le encantan los juegos de palabras. Él lo dice más en el sentido que lo has entendido siempre tú, en vez de querer llamarme por mi nombre completo.

- Yo creí que su esposo era otra persona de la que no quería hablar. Y que el tío Guillermo había llegado a curarla de su soledad. 

- ¿Y por qué le llamas tío Guillermo? - le preguntó risueña la dama de damas. 

- Porque la quería a usted, y por eso lo quiero a él. Porque sé que él fue muy bueno con usted. No sé por qué he tenido esa idea tan arraigada de que él había llegado a consolarla de un mal amor.

- Mi niña, porque eso es lo que deseas para ti - le respondió Raquel mirándola con mucho cariño. Adelaida la miró con sus ojos amplios como puertas abiertas hacia su alma -. Sí, Luisa Adelaida. Esa es la verdad. Deseas tanto que alguien llegue a hacerte sentir digna de amor, que quieres creer que eso puede pasar. Pero mi muñeca llena de pecas, ya eres digna. Nadie tiene que venir a decirte si lo eres o no. Él que venga tendrá que estar a tu altura. 

- No diga eso tía. Eso de estar a mi altura, es muy feo. Joshep dijo que yo no estaba a su altura. 

- Y es cierto lo que dijo. Ninguna persona que no te ame de verdad jamás puede estar a tu altura. Tú no estabas a su altura, estabas demasiado alto para él.

- Ni tan alto tía. Por el contrario me porté con bajeza. 

- Te portaste mal contigo misma. No te amabas, no te sentías digna de él y su apellido, y fuiste capaz de pasar por encima de tu propia integridad para que él te hiciera digna. Lo que no sabía que ya lo eras, y no digna de él. Digna del más honesto grande y puro amor. Digna como lo eres ahora en este preciso momento. Por eso tú seguirás tu camino, encontrarás tu rumbo, serás más hermosa que antes, más sabia, más amante. 

- Ay tía, usted me trata tan bonito, que a veces casi le creo lo que me dice. 

- Bueno, te pediré que no me creas. Quiero que lo compruebes por ti misma. 

- ¿Y cómo haré para comprobarlo?

- Se quien eres Adelaida - Raquel la miró dejando por un segundo la atención sobre el huerto -. Se tu misma. Disfruta de quién eres. Ama quién eres. Recuerda que una dama está hecha de lo que está hecho su corazón. Déjalo que se exprese, déjalo que te guíe tu alma. Muéstrale al mundo la verdadera Adelaida, no la de modismos y normas, sino la que es libre como el vendaval, la que es auténtica como una flor silvestre, la que enloquece por unas cerezas. Se quien eres, mi niña y  todo comenzará a cambiar. 

La pecosa le sonrió silenciosa. Quería creerle de verdad a su tía abuela. Todo aquello sonaba tan bonito, tan verdadero. Ser quién soy, pensó. Recordó su frase predilecta, y le pareció vacía. "Soy quien soy". Era mentira, nunca había logrado ser quien realmente era. Ahora si quería serlo, ahora cuando esa frase ya no le parecía útil, era cuando en verdad quería poder vivir auténticamente el "soy quien soy". Pero primero tenía que descubrir quien era ella, mirarse con ojos distintos, mirarse con amor, sin tanta rudeza, sin tantos juicios. La dama de damas le devolvió la sonrisa y regresó a su afán sobre aquel generoso pequeño arbusto de  zanahorias que tenía enfrente. Adelaida hizo lo mismo. Miró la pequeña melena verde de la pequeña planta y recordó las palabras de su tía abuela. Cómo una experiencia que he de sacar de raíz, pensó. Y miró al rededor de la planta y miró la tierra oscura que la rodeaba. Esta es mi alma, se dijo. Tú eres Joshep, miró la apenas asomada zanahoria al ras del suelo. No quedará un hoyo en mi alma, solo dejaré de aferrar lo que no quiero llevar más por dentro. Para soltarte debo aflojarme yo, dejar de estar tensa a tu alrededor, dejar de sostenerte con tanta fuerza. Debo escarbar en torno de ti Joshep, dejar desnudas tus raíces antes de sacarte por completo de mi ser. Seré paciente y haré contigo una ensalada. Sacaré algo bueno de todo esto. 

De pronto, sin el más mínimo esfuerzo, jaló del tallo sacando no una sino tres zanahorias que crecían juntas. El rostro se le iluminó, las había sacado sin romperlas y poniéndose de pie, dando pequeños saltos festejó como una niña. Raquel la miró llena de alegría. Estaba contenta porque su sobrina había logrado el pequeño triunfo de comenzar a sacar zanahorias sin romperlas. 

En cambio Adelaida festejaba que había comenzado a sacar a Joshep de su ser, sin romperse ella, y sin lastimar a su corazón.

Pronto sembraría cerezos en su alma.








    








martes, 28 de octubre de 2014

Capítulo 18

Un grupo concurrido de bardolideños se reunieron en la redoma de la fuente, para luego partir todos juntos hasta casa de Doña Raquel. La Luna llena se alzaba en el cielo iluminando la noche, haciéndole el trabajo fácil a las farolas de las veredas. Todos conversaban sobre la repentina llegada de una gran parte de la familia Bardolín al pueblo. Sabían de las constantes amenazas de León Bardolín y de las recurrentes visitas de su pariente, el señor Mateo, los que eran muy conocidos por los más adultos del lugar. Los más ancianos y allegados de Raquel, sabían que era vital que apareciera el documento que al ser firmado por la mano apropiada, los salvaría a todos de quedarse sin hogar. Sin embargo, por más que lo buscaron por años junto a la dama de damas, nunca apareció. La mayoría pensó que los Bardolín olvidarían ese documento y que los dejarían en paz, concentrados en sus otras grandes propiedades. Pero lo que no sabían era que dicha familia pasaba por una fuerte crisis financiera por los malos usos de las riquezas dejadas por Gran Papá. La propiedad más valiosa de la que podían disponer eran Los Jardines de Bardolín en el supuesto que en verdad hubiese petróleo dentro de sus extensiones lo que era un misterio.

- ¿Qué crees que vaya a pasar? Mi abuelo le dijo a mi mamá que era muy posible que nos tuviéramos que ir del pueblo - preguntó Toñoño a Santiago que venían caminando entre el grupo de personas.

- No sé. Nosotros no tenemos donde ir. Mi papá dice que de aquí no se va - le respondió sin levantar la mirada de las piedras de la vereda.

- Pero... ¿Sí vienen a sacarnos que vamos a hacer? - el muchacho perecía ponerse muy preocupado.

- No sé Toñoño. Mi papá dice que hay un documento, que al parecer está escondido en casa de Doña Raquel o en algún lugar del pueblo que puede servirnos para evitar que nos saquen que aquí, pero hay que encontrarlo primero.

- ¿Un documento escondido? ¿Y quién lo escondió?

- Creo que un mismo Bardolín.

- ¿Pero en casa de Doña Raquel?

- O en algún lugar del pueblo.

- Jmmm... - bufó el muchacho confundido - ¿y por qué lo escondió?

- No lo sé Toñoño.

- ¡Pero hay que encontrarlo! - el joven de mejillas coloradas se detuvo sosteniéndolo de un brazo -. ¿Le preguntamos a Doña Raquel donde podemos buscar? ¡Tenemos que hacer algo!

- Lo han buscado por todas partes, dice mi papá, por años y nadie dio con él.

- Buscamos de nuevo - Toñoño parecía de verdad preocupado y dispuesto a mirar bajo cada piedra de Bardolín. Santiago lo observó en silencio. Su amigo tenía razón, algo había que hacer. Le asintió apoyando la idea de su amigo.

- ¿Cuando lleguemos donde Doña Raquel hablamos con ella aparte?

- Sí - asintió Toñoño más tranquilo sonriéndole. Después de retomar su camino para alcanzar al grupo de vecinos que los habían dejado rezagados, luego de unos minutos en silencio, el joven que le había parecido un cerdito a la pecosa, le dio con el codo al joven fantasma:

- ¿Viste temprano a la sobrina de Doña Raquel? - abrió los ojos a lo grande - ¡Es muy bonita!

Santiago se encendió en unos celos poco típicos de él, pero intentó lucir indiferente.

- Jmmm - apenas asintió.

- ¡Es una muñeca! ¿Verdad? - Toñoño se veía muy entusiasmado al hablar de Adelaida.

- No deparé en ella - refunfuñó Santiago.

- ¿Cómo que...? Tú... ¿No la viste? - su amigo pareció sorprendido -. Se habrá metido en alguna habitación, mientras yo estuve ahí nunca se quitó de la ventana.

- Yo fui a trabajar Toñoño - respondió seco a la pequeña provocación del joven chancho.

- ¿Pero en serio no la viste? ¿No es de tu tipo? Para mi es perfecta. Solo basta mirarla unos segundos para ver lo linda que es.

El joven de rostro noble estuvo de acuerdo en silencio. Solo verla unos segundos... y todo cambió. Todo.

- Bueno, cuando lleguemos de seguro la volveré a ver - continuó Toñoño con sus ilusiones.

- Es una dama de la ciudad, soñador - le observó Santiago.

- Sí, pero también tiene un corazón.

- Tú te enamoras de cualquier cosa que tenga un corazón. Así sea un ganso del estanque.

- ¡Ey!... ¿Qué te pasa? Y la señorita Adelaida no es un ganso. Es una dama muy bonita y refinada.

- Te quedas corto.

- ¿Cómo que me quedo corto? ¡Ja! Es que yo sabía que sí la habías mirado. ¿Corto eh? ¿Cómo la describirías tú? ¡A ver poeta! - Toñoño lo retó arisco.

Santiago le dio con el codo suavemente a su amigo para que lo dejara en paz, pero Toñoño insistió:

- A ver. ¿Cómo la ves tú?

- Déjame en paz.

- Vamos, ¿no que soy un corto?

El joven de las herramientas se detuvo un momento mirando en silencio al joven chancho. La verdad sí quería hablar de Adelaida, era de lo único que quería hablar, para él era como tenerla cerca aunque de forma etérica. Para él nombrarla era como sostenerla de la mano de nuevo, era como protegerla, como acunarla, como si pudiera hacerla aparecer frente a sí. Poniendo su mano sobre el hombro de su amigo se sinceró con él:

- ¿Alguna vez has imaginado como debe ser un ángel y al mirarlo de cerca descubrir que es más hermoso fuera de toda imaginación? ¿Alguna vez has podido sostener la poesía misma en tus manos, aunque sea solo un minuto? ¿Alguna vez has mirado en el borde de unos hermosos ojos, para descubrir que te has caído dentro de ellos sin remedio? ¡Bonitas y refinadas son palabras para sus botas trenzadas! ¡Ella es una canción! ¡Un poema andante! ¡Su cabello Dios lo hizo de fuego y dejó estrellas por todo su rostro! ¡La palabra "bonita" no la describe a ella, pero ella describe todo lo hermoso que alguna vez he podido ver en toda mi vida! ¡Y todo lo refinado ante su presencia luce opaco, mustio, porque no hay nada tan impecable, tan reluciente como Adelaida! ¿Sabes lo que se siente tocar la suave piel de su mano, mientras te toca la suave mirada de sus ojos?

- Eh... ¿to... tomaste su mano? - tartamudeó Toñoño lleno de sorpresa y recelo.

- Nunca había tomado una joya en mi vida hasta ese momento - Santiago le sonrió al joven de mejillas coloradas, el que se había quedado mudo. Pensaba que en verdad se había quedado corto después de escuchar a su amigo. De por sí, decir que se había quedado corto, era quedarse corto dos veces.

- Menos mal que no deparaste en ella. ¿Te imaginas Santiago si hubieras deparado en ella? - los dos sonrieron con gracia. Sin embargo Santiago seguía melancólico.

- Ella es de otro mundo, amigo mio - el muchacho de las herramientas inició de nuevo su andar y Toñoño le hizo la par.

- En eso tienes razón - el joven chancho miró las piedras de la vereda bajo la sombra de los que iban delante de ellos. Pero luego miró de nuevo a Santiago -. Pero nunca se sabe. Vamos a buscar un documento que nadie a encontrado y debemos tener fe de encontrarlo. ¿Me entiendes?

- Creo que no.

-  Buscar es la única forma de hallar... Que no se pierde nada con intentar... Bueno, aunque intentar no es garantía de encontrar.

- Galleta me dijo unas palabras temprano - Santiago pareció consolarse un poco al recordarlo -. Me contó que Adelaida le dijo que cuando se quiere algo con demasiadas fuerzas, todo es posible.

- Aparte de ser una canción que camina, tener candela en el pelo y la cara estrellada, también es inteligente.

- Cállate tonto - Santiago le dio de nuevo con el codo amistosamente a Toñoño sin poder evitar reírse de lo tosco de su compañero de tertulias. Los dos se rieron.

- El poeta eres tú - se defendió el joven chancho.

- Sí el ver a Adelaida no te hace un poeta, es que o no tienes remedio, o no has visto lo realmente hermosa que ella es - el joven fantasma intentó fastidiar al joven chancho.

- ¡Ja! Ya te enterarás de los versos que escribiré después que la vea esta noche. Estoy loco de volverla a ver.

Volverla a ver, pensó Santiago. No, él no se acercaría a casa de Doña Raquel, se quedaría afuera, distante. De todos modos Adelaida no querría verlo a él... pero... ¡para qué engañarse! ¡Se moría de ganas de verla de nuevo! Sin embargo se sentía mal todavía por el percance de la tarde. Ella era la que no querría ni escucharlo. Se volvió a machacar a sí mismo el hecho de haberle cerrado la puerta a la bella pelirroja cuando ella se acercaba a él. Nunca imaginó que la ofendería tanto. La verdad nunca pensó que la ofendería en lo más mínimo. Sintió vergüenza de sí mismo.

Siguieron caminando en silencio hasta que vieron que todos se detenían en frente de la entrada del jardín de la dama de damas. Santiago no quiso acercarse y se quedó recostado del muro del jardín de una casa, diagonal a la de Doña Raquel; ya tendría tiempo de hablar con ella sobre el documento, si era que realmente existía. Su amigo, por su parte, se incorporó con el resto para escuchar lo que habría que decirse sobre la situación que preocupaba a todos los lugareños, y para cumplir su anhelo de mirar de nuevo a la bonita muchacha de cabellos de fuego.

Raquel retiraba su plato de la mesa justo al terminar su cena, cuando escuchó la campanilla del jardín sonar. Había sentido como había un grupo de personas fuera, en la vereda, pero pensó que pasarían de largo yendo a donde fuera que se dirigieran. Sin embargo el destino de todas esas personas era su propia casa. Adelaida aun no terminaba la fruta que estaba comiendo y lamentó que alguien llegara a interrumpir el momento que estaba pasando con su tía abuela. Habían estado hablando de todo un poco, lo que la ayudaba a estar lejos de esos pensamientos y emociones que la tenían tan desorientada. Miró hacía la puerta y pudo ver unos rostros totalmente nuevos para ella, que la miraban con gran curiosidad desde el otro lado de la verja.

- Tía, hay varias personas allá afuera - le dijo a Raquel mientras le pasaba por un lado en dirección a la puerta.

- Vamos a ver que sucede - dijo para sí misma la anciana. Apenas asomó el rostro por la entrada, todos los presentes se acercaron aun más hacía su jardín. Parecía que la mitad del pueblo estuviese frente a ella. La llenó de tranquilidad ver a Gerónimo tratando de sortear un camino entre la muchedumbre para acercarse hasta su casa. Caminó en dirección hacia la entrada del jardín, atenta a su viejo amigo.

- Buenas noches Doña Raquel - la saludaron varias personas.

- Buenas noches - respondió el saludo la dama de damas a los presentes.

- Buenas noches Raquel - se le acercó Eugenio, el carpintero -. Disculpa que hemos venido a molestarte esta noche; pero ha crecido por todo el pueblo una gran preocupación.

- Me imagino a que viene tal preocupación. Seguramente ya muchos han visto a un Bardolín paseándose por el lugar - le respondió ella sin parecer ni sorprendida ni preocupada. En el fondo sabía que el tiempo se acababa, pero para muchos no era una novedad que Mateo estuviese dando vueltas por las veredas del pueblo. Parecía más preocupada por ver que llegara hasta su lado Gerónimo que lo que le contaba Eugenio.

- Ese no es el verdadero problema que nos preocupa Raquel - el carpintero inclinó la cabeza buscando atrapar la mirada de ella, de ganar su atención, pero no lo logró. La anciana estaba casi ajena a él. Después de un par de segundos de silencio el hombre, lleno de amabilidad, logró imprimir en su voz una clara sensación de urgencia en lo que a continuación le dijo:

- La familia Bardolín parece que está alojada completa en la Masión de la entrada del arco -  la dama de damas fue sacudida por aquello. ¿La familia estaba completa en el pueblo? Todos aquellos que por años la habían odiado estaban de nuevo cerca. Venían como buitres a esperar que se cumpliera el plazo para lanzarse sobre los restos de Los Jardines de Bardolín, que sin sus gentes amables solo era un gran y triste cadáver.

- ¿Estás seguro de eso?

- Los hemos visto merodear por los alrededores de la Mansión. Hombres y mujeres - afirmó Eugenio. El hombre estrujo nervioso entre sus robustas manos su pequeño gorro -. Los que estamos aquí sabemos de sobremanera que la presencia de un Bardolín en el pueblo siempre ha traído inconvenientes, siempre con sus amenazas de que nos sacarán de aquí, que Los Jardines de Bardolín no nos pertenecen...

- Y el temor que todos tienen es que ahora si hayan llegado a cumplir las amenazas - inquirió Raquel. El carpintero asintió en silencio. Mientras todos a su alrededor opinaban, unos con otros sobre lo que tanto temor les generaba.

- ¿Qué vamos a hacer? - dijo una señora notoriamente angustiada, la que propagó su nerviosismo a los demás.

- ¿Vamos a perderlo todo? - preguntó otro desde atrás.

- Pero... ¿es que nos pueden sacar de nuestras casas? - se escuchó otra voz llena de rebeldía. Raquel comenzó a notar que comenzaba a subir la tensión rápidamente. Gerónimo llegó por fin hasta la entrada del jardín, y ella sin más lo dejó pasar. No lo pudo recibir como hubiera deseado porque no dejaban de preguntarle cosas, todos casi al mismo tiempo.

- ¡De mi casa me sacan muerto! - gritó un joven lleno de soberbia.

- ¡A mi también! -  Raquel respondió en voz alta tratando de llamar la atención de todos. Al apenas escuchar su potente voz, todos prestaron atención a lo que ella les iba a decir.

- A mi no me sacan de esta casa sin antes luchar. Toda mi vida son ustedes y Los Jardines de Bardolín - continuó diciéndoles.

- Pero Doña Raquel ¿cómo van a sacarla a usted de aquí? ¿Acaso no es más la dueña de estas tierras? - preguntó uno de los hombres más jóvenes entre los presentes.

- No soy dueña de Bardolín - pareció un poco desesperanzada de que siguieran insistiendo que ella tuviera alguna potestad sobre la posesión de todo el pueblo -. ¿Tengo que contar de nuevo la historia de por qué solo tengo el derecho de poseer estas tierras por determinado tiempo y no que soy la ama y señora de todas sus extensiones?

- Todo está redactado en un testamento - intervino Gerónimo, tratando de mediar por su amiga -. En la actualidad no pueden hacerles nada. Raquel tiene derecho ha decidir que sucede y que no dentro de este agraciado pueblo, pero el plazo de tiempo que le cede ese derecho se está terminando. Por eso la familia Bardolín está aquí. Sin embargo, algunos de ustedes ya saben que existe un documento...

- ¡Que nunca ha aparecido! - le interrumpió un anciano frente a él. Todos comenzaron a murmurar y hacerse preguntas.

- Ciertamente es así. Pero Raquel y yo hemos decidido comenzar de nuevo su búsqueda...

- ¿Y si no aparece? - cuestionó incrédula una mujer anciana.

- ¿Por qué no se redacta otro y listo? - preguntó una muchacha.

- No es tan fácil cómo eso - respondió Raquel.

- No es tan fácil; en el testamento que permite que estén aquí, también pone como condición que el documento que puede permitir que permanezcan aquí para siempre, sea el que vamos a encontrar pronto - Gerónimo intentó proyectar su positivismo a lo demás. La dama de damas se lo agradeció en silencio desde su alma.

- ¡Y si no aparece! - volvió a machacar la anciana de momentos antes -. Se ha buscado por años, tantos que lo dejamos de buscar Raquel; tantos años que hasta pensamos que la familia Bardolín se había olvidado de nosotros excepto por un par de ellos que siempre venían a amenazarnos. Y ni siquiera los dueños directos, sino los hijos de estos. ¡Nadie va a salir a buscar de nuevo un documento que buscamos por cada rincón de tu casa hasta el mismísimo agotamiento!

- ¡Yo sí! ¡Yo vuelvo a buscar! - alzó su mano apremiante el preocupado Toñoño. La dama de damas lo miró con aprecio -. ¡Santiago y yo vamos a buscarlo de nuevo, todo el tiempo que sea necesario!

- ¡Y yo también Doña Raquel! - Fabián alzó la mano desde un poco más atrás.

- Sí los muchachos tienen ese brío y esa fe ¡Yo también! - se sumó el gran Gaspar.

Los ancianos entre sí movían las cabezas desaprobando aquello. Una perdida de tiempo, decían. Todos los sitios donde se pudo haber buscado, ya se habían revisado. Incluso en cada libro de Doña Raquel, entre página y página, de cada uno de ellos.

- Lo único que faltó fue echar tu casa abajo para buscar debajo de ella - otro anciano se dirigió a Raquel con desesperanza.

- Puede que nunca haya estado en mi casa... sino en otro lugar del pueblo - todos se miraron las caras al escuchar estas palabras de la dama de damas.

- ¿Es decir que hay que buscar en cada casa? - preguntó uno de sus vecinos cercanos.

- No precisamente - la tía abuela de la pecosa miró a su amigo buscando amparo en él. En el fondo ella tampoco tenía muchas esperanza de que encontraran dicho documento, después de tantos intentos fallidos.

- Tengo amplias razones para pensar que el documento no está en casa de nuestra querida Raquel - dijo Gerónimo tratando de ganar la atención hacia él.

- Mientras que no diga que piensa que está en la Masión Bardolín - dijo Eugenio con una apenada sonrisa.

- No, mi estimado. Hay una gran posibilidad de que esté en los Jardines. Cerca de los cerezos.

Aquello inició de nuevo un gran mar de rumores entre unos y otros. ¿En que parte de los Jardines podría estar? ¿Y si estaba en un pozo? Pensar en la posibilidad de que estuviera en ese lugar no los llenaba de esperanzas, por lo menos no a los más ancianos y adultos. Para los jóvenes todo era cuestión de ir a buscarlo, de buscar en cada mínimo espacio de los Jardines y los cerezos hasta dar con el escurridizo documento.

- ¿Pero de donde saca eso? -espetó otro anciano incrédulo.

- Tengo evidencias de que puede que sea así - no se atrevió a decir que todo aquello era una suposición basada en un acertijo -. Evidencias de la mano de la misma persona que lo escondió.

-  ¿Y si no está ahí? - la anciana recelosa de minutos atrás habló una vez más.

- Y si no está ahí ¿Qué va a hacer usted? - se volvió a engrandecer Raquel, se alargó hacía arriba, se endureció como una lanza una vez más. Toda la energía de su coraje vibró en su voz haciéndole recordar a todos quién era ella -. Dígame, ¿qué hará? Yo por mi parte no dejaré que me saquen de mi casa, de mi vida, así de simple. Y así como hasta el último momento me aferraré al sitio que pertenezco, así buscaré la solución a esto hasta el último momento para que usted no pierda su casa, mientras se lamenta de lo que pueda suceder. ¿Y si no está ahí? ¿Pero que pasaría si resulta que sí está y no lo buscamos? Él que crea que ya todo está perdido puede irse del pueblo ahora mismo. ¿Por qué siguen aquí?

- No tenemos donde ir - le respondió una de sus vecinas cercanas.

- Entonces no tienen opción, si quieren que esto termine en paz. ¡Todos tienen que buscar, o apoyar en su defecto a todos los que lo estén buscando! ¿Quedarse asustados llorando es una opción? ¡No!

Mientras tanto Adelaida escuchaba de pie cerca de la puerta. No se había atrevido a salir ni a asomarse. Sentía que solo estorbaría a su tía abuela, pues era tan poco lo que ella sabía de lo que realmente pasaba en torno a ese documento, al pueblo entero y a la familia Bardolín. En el fondo deseó con todas sus fuerzas poder ayudar a su tía abuela de alguna manera. Pensó que de haber tenido el poder de resolver lo que amenazaba a Los Jardines de Bardolín, lugar que ella comenzaba amar, no lo hubiera dudado un solo segundo para solventarlo de inmediato. Recostada donde estaba miró hacia dentro de la casa. Miró la sala de estar, el jardín central un poco más allá, todavía un poco más lejos la amada mesa redonda de su tía abuela. Miró hacia las puertas de las habitaciones principales, la de Raquel y la que estaba ocupando ella. Pensó en el huerto, en los cerezos de su tía, en sus rosales. Pensó en la biblioteca en la que aun no había entrado que estaban al final del patio trasero. Cada rincón de esa casa se le había metido en su corazón y no podía imaginar que llegaría el día que no podría estar más en ella. Que le fuera prohibido caminar de nuevo por sus pasillos. Se llevó una mano al pecho conmovida. Se apartó de la pared y camino hasta el umbral de la puerta quedando a la vista de todos.

Prácticamente la totalidad de los presentes se quedaron mudos ante la aparición de la hermosa pecosa ante ellos. Parecía una diosa de algún bosque con aquel tocado de flores rosa, con ese porte frágil, con esa belleza casi etérica como la de los ángeles. Los más ancianos creyeron estar viendo un fantasma, que casi exclamaron de asombro; la pelirroja jovencita que salió de pronto de la casa de Raquel se parecía demasiado a Jazmín, por un segundo pensaron en una aparición del más allá. La pecosa se intimidó un poco al sentir que todos los presentes la miraban curiosos o asombrados y buscó con premura la mirada de su tía abuela, que se había volteado a mirarla al notar el mutismo repentino de sus vecinos.

- Ven Adelaida - la dama de damas le extendió la mano.

La muchacha hermosa caminó hasta ella saludando con una luminosa sonrisa a Gerónimo que le tomó de la mano con su gran caballerosidad de siempre. Se paró al lado de Raquel y se abrazó a su cintura para darle el apoyo de su cercanía.

- Les presento a mi sobrina Luisa Adelaida - la dama de damas la presentó con orgullo. La pecosa inclinó la cabeza saludando a todos. Cada uno le respondía según podía, saludándola también. Sin embargo en ella, sin poder evitarlo, se despertó el deseo de encontrar entre aquellos la mirada amable de Santiago, y buscó, y miró en cada rostro, entre cada uno de ellos, pero no lo encontró.

Los ancianos la miraban casi con la boca abierta, admirados al tenerla cerca.

- ¿Es la hija de Betania? - le pregunto una anciana a Raquel.

- Sí. Adelaida a venido a pasarse unos días con nosotros.

- ¡Dios mio! - exclamó uno de los ancianos que había hablado antes - Pero esta niña se parece tanto a...

El hombre se detuvo y miró a la dama de damas no queriendo lastimarle con sus palabras, al querer evocar un recuerdo tan doloroso para los fundadores de Los Jardines de Bardolín y en especial para ella.

- Así es Tomás, se parece mucho a mi Jazmín - dijo con mucha paz la tía abuela Raquel, luego mirando al rostro de su sobrina dijo:

- Pero así como mi Jazmín era única, mi Adelaida también.

- Tía - le murmuró la pecosa - yo también la ayudaré a buscar.

- Hija, no tienes que preocuparte por estas cosas - le respondió Raquel con ternura.

- Tía, usted no está sola. Me tiene a mi - estas palabras de Adelaida, casi hicieron que de los ojos agradecidos de la dama de damas se le escaparan unas lágrimas. La anciana le sonrió y le besó en la frente.

Toñoño le hacía señas a Santiago como un desesperado tratando de llamar su atención; le hacía muecas señalando hacia casa de Doña Raquel, pero este estaba distraído sabía Dios en que pensamientos. Sin embargo unas muchachas que estaban cerca de él, trataban de ponerse de punta en pie para intentar ver a la "bonita y refinada" sobrina de la dama de damas. Se hacían preguntas unas a las otras.

- ¿Quién es esa muchacha? - preguntó la que estaba empinada mirando por encima de las cabezas de todos los que estaban en medio.

- Desde aquí se ve muy bonita. ¿Quién será? - dijo otra.

- Es la sobrina de Doña Raquel - respondió una tercera. Santiago al escucharla casi dio un brinco. Adelaida había salido. También intentó ponerse punta en pie, pero no lograba verla, el corazón se le puso inquieto y se llenó de unas ganas demasiado grandes de poder mirarla. Buscaba un lugar, donde desde la distancia pudiera apreciar a la pecosa, pero la gente se movía y la veía en celajes demasiado fugaces. Galleta cerca de ahí, que se encontraba acompañando al gran Gaspar observó en silencio al ansioso Santiago, desde donde ella estaba podía ver claramente a Adelaida, quiso llamarlo pero vio como el muchacho movido por todos sus impulsos internos, se subió en el bajo muro de una de los jardines de las casa cercanas y quedó por encima de todos. Lili miró hacia a su amiga, la que al sentir que alguien la miraba por encima de los demás volteó instintivamente encontrándose con el atónito joven fantasma. La muchacha de grandes ojos marrones, fue una testigo silenciosa del encuentro distante de Adelaida y Santiago.

- Dios mio... - musitó el joven fantasma al ver a la hermosa Adelaida con aquellas flores en el cabello, parecía que ella tuviese luz propia, como si todo lo que estuviese cerca de ella se impregnara de su luz. Ni parpadeaba, estaba alelado, flotando en un silencio extraño, como si el mundo fuese una mentira y la pecosa fuese todo lo existente. Ella lo miró a los ojos, su corazón también estaba inquieto, trataba de leer en la mirada de él si había rastros de rencor por lo de temprano en la tarde, pero otra vez... esa mirada... una vez más su corazón se llenó de aquello, una vez más se movió por dentro, una vez más se sintió envuelta. Pero los dos evitaron saludarse, porque ella pensaba que él estaría molesto por lo del jugo y porque él pensaba que ella estaría molesta por lo de la puerta. Raquel comenzó a caminar hacia dentro de su casa llevándose a Adelaida suavemente sostenida del brazo, apartó los ojos por un momento de Santiago, mientras caminaba hacia el umbral de la entrada de la casa.  Él en ningún momento apartó sus ojos de ella, se la aprendía de memoria, la pintaba en el lienzo de su alma. Pero justo antes de que Adelaida cruzara el último velo de la puerta, en el último segundo volteó a mirarlo, una vez más, y al ver que aun Santiago la miraba con aquellos ojos tan amables, tan amantes, le sonrió tímida, insegura de que él le fuese a responder. Sin embargo Santiago no respondió a su sonrisa, estaba aun sumergido en el trance de su alma. Coronada con cayenas, pensaba, es una reina coronada con cayenas. La pecosa cruzó por completo hacia dentro de la casa quedando fuera de la vista el uno del otro; se entristeció porque el muchacho de rostro noble no correspondió a su sonrisa. Se confundió más. Estaba contenta de haberlo visto por un momento, pero también estaba triste porque sentía que él estaba molesto con ella, aunque sus ojos le dijeran todas las cosas contrarias a la tristeza, aunque sus ojos le decían esas cosas que nunca habían sido pronunciadas para ella.

Todos los presentes ya habían iniciado su partida. No había más solución que colaborar en la búsqueda del documento, incluso hasta para el que la idea ya estaba más que gastada. Se fueron alejando poco a poco conversando unos con otros. Toñoño alcanzó a Santiago y no dejaba de comentarle lo cerca que había visto a Adelaida; que le hizo mil señas para que él se acercara también pero que no lo vio. Sin embargo el joven de las herramientas caminó en silencio, mientras la miraba frente de sí como si la pecosa hubiera quedado grabada en sus pupilas, como se queda el sol en la mirada cuando se le mira directamente. Se alejaron yéndose cada uno a su casa, dejando a Los Jardines de Bardolín en silencio, bajo la custodia de la reluciente luna.





Las avecillas cantaron sus himnos al día naciente. El astro rey, volvía a llenar el mundo con la riqueza de sus brazos de oro, iluminándolo todo. El suave vendaval mañanero meció las cortinas de Adelaida, lo que la luz aprovechó para besar su hermoso rostro lleno de pecas, en cada intento. La hermosa dama, abrió lentamente los ojos, se sentía un poco taciturna. Se sentó en la cama y miró hacia el postigo aun llena de ensoñación, pero un rojo carmesí destelló con la luz del sol en su ventana entra las cortinas que en suave vaivén, de un segundo a otro, dejaban que pudiera ver la vida allá afuera. Se espabiló, se puso de pie y caminó dejando rezagadas a sus pantuflas apartando las cortinas con cuidado. Y ahí estaba.

Una rosa roja como la sangre, una flor de terciopelo atada a uno de los barrotes de la reja. La sostenía una pequeña cinta blanca, era una rosa sin espinas, una flor amable. Atada a su vez, a una de sus fuertes hojas había una pequeña nota, enrollada como un pequeño pergamino. Antes de tomarla miró hacia la vereda, miró en todas las direcciones que pudo y no había más que aves y mariposas en lo suyo de todas las mañanas. El corazón se le llenó de curiosidad tanto como de emoción, la liberó de la cinta blanca y se la acercó al rostro para oler su perfume. ¿De quién sería? ¿Sería de Santiago? No, no podía ser de él. Santiago parecía no querer acercarse más a ella. Se sentó en el borde de la cama y con delicadeza desprendió la pequeña nota y la desplegó con suavidad. Cuatro humildes versos llenaban todo el diminuto pergamino, cuatro versos que sonaron en su corazón llenándolo de misterios y poema:




"Cuidaría el paso de tus botas trenzadas
y con una cinta blanca ataría para ti la luna llena.
Y besaría tus ojos, y soñaría en tus pecas

Serías mi reina coronada con cayenas"






Lee Aquí el capítulo 19            

   








martes, 7 de octubre de 2014

Capítulo 17

Estaba lejana. Su alma se había ido distante, a esos días en que los brazos de Joshep la rodeaban, donde ella se sentía protegida... donde se creía amada. Escuchaba en su memoria su voz, recordaba su mirada. Su corazón seguía en silencio, aunque todas esas imágenes que iban y venían en sus pensamientos le daban la certeza que aun lo amaba. Sin embargo, muy en el fondo, sentía un espacio vacío, un lugar en ella que quedó desolado, donde en un rincón ocultaba aquello que se negaba a reconocer. Prefería mirar hacia la superficie, mirar sus propios errores y culparse una y otra vez por haber perdido ese amor en el que se había construido todo un futuro junto al hijo de los Villafranca. No podía ser posible que ella estuviera viviendo cegada por su propia ilusión, todo ese amor fue real... tenía que ser real... pero... su corazón no decía nada, como si no quisiese opinar al respecto. ¿Dónde se fue ese vibrar vigoroso con solo recordarlo? ¿Dónde se fueron esos latidos potentes que agitaban su pecho con solo verlo venir, incluso en un pensamiento? Pero su alma giró llena de preguntas que no podían ponerse en palabras... su corazón un par de horas antes había latido vigoroso, pero no era eso lo que confundía a Adelaida. Su pecho muchas veces ya había retumbado de esa forma, incluso más fuerte todavía. No era la fortaleza con la que latió su corazón lo que la hizo moverse, fue con lo que se llenó lo que la hizo ser otra. ¿Qué fue lo que sentí? se preguntaba con apremiante deseo de encontrar la respuesta. Se le hacía tan imposible descifrar aquella sensación que le inundó el cuerpo, esa necesidad de decir lo que no tenía idea de decir, esa necesidad de ser recibida, más que de simplemente estar. Con Joshep le bastaba estar cerca de él, pero no le sucedió igual ante el muchacho de las herramientas. Quería ser recibida de nuevo por esa mirada que parecía protegerla mejor que mil brazos. Esos ojos que parecían calcarla, leerla, aprenderla. Esos ojos que la miraban de verdad, que la hacían sentir tan consciente de ella misma. Era cierto que necesitó acercarse a Santiago, que sintió que solo su presencia consolaría su espiral de emociones internas, pero se mentía, ella quería girar en ese carrusel de sentimientos sin consolaciones; no era simplemente estar, no era simplemente acercarse. Era... no sabía como explicarlo... era cómo llegar de una vez para siempre. No, las palabras no servían para nada, no podía poner en palabras todo lo que sentía por dentro. Se recostó sobre la mesa sobre sus brazos cruzados y cerró los ojos. Y ahí estaba el muchacho fantasma mirándola desde adentro de ella.

- Santiago - murmuró. Probando el artilugio de nombrarlo... y le gustó... le gustó llamarlo. 

- Joshep - murmuró. No le gustó como se sintió. No sabía por qué se hundía en una melancolía que la rodeaba como un malvado espíritu. Si creía que lo amaba tanto ¿por qué su alma se sentía rota en su recuerdo y al pensar en Santiago se sentía de una sola pieza, entera de nuevo, sin grietas?

- Me estoy volviendo loca - se le humedecieron los ojos y entre sus párpados cerrados se deslizó una fugitiva lágrima. Una pequeña gota cristalina que rodó por su mejilla sobre sus pecas, acariciando su rostro cómo si quisiera reanimarla. Suspiró profundamente, pero Santiago no se iba de su mente. Eso la alegró, eso evitó que la lágrima le doliera. Por el contrario la llenó de aquello, de lo que no sabía cómo describírselo ni a ella misma. Se incorporó en la silla mirando hacia el jardín central, mirando las floridas cayenas que se mecían suavemente como intentándola seducir y sin saber por qué, tal vez por el torbellino de emociones que llevaba por dentro, aflojó las cintas de sus botas y se desnudó los pies. Los apoyó suavemente sobre el frío suelo y se puso de pie, su corazón latió intensamente. Quiero ser feliz, lo pensó con sencillez, sin imágenes mentales en concreto. Habló su alma. Dio unos pasos inseguros hasta el borde del jardín y miró el césped, luego alzó la mirada hacia las cayenas, lo que sin saber por qué era su repentino destino. Pisó la fresca hierba, le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, pero disfrutó la sensación en la planta de su pie. Dio dos pasos dentro del jardín, cerró los ojos y se quedó inmóvil. Una voz interna muy arraigada en ella comenzó a gritarle lo que una dama no debía hacer y titubeó internamente. Estuvo a punto de regresar corriendo, evitando cometer el mismo error que cometió con Joshep, pero esta vez con ella misma. Una dama debe... una dama debe... pero antes de que aquella voz la venciera, recordó a Jazmín...

- Una dama debe ser feliz - dijo. Pero al contrario de sus palabras comenzó a llorar en silencio. No se sentía feliz, no sabía que era la felicidad. Lo dijo como un descubrimiento lejano a ella. Deseó poder danzar como Jazmín sobre aquel pequeño jardín, caminar hasta las cayenas, tomar las más grandes y colocarlas en su cabello. Verse tan hermosa como lo hacía tía Raquel cuando se peinaba usándolas cómo una corona. Caminó movida sin saber por qué sentimientos y quedó al alcance de las grandes flores rosadas de pistilos oscuros, coronados con pequeños broches dorados. Tomó una cayena con sus suaves manos, la que pareció soltarse con gusto entre sus delicados dedos. No sabía que hacer con ella y su abundante melena pelirroja, no tenía idea cómo sostenerla en un peinado en su cabellera y terminó colocándosela sobre la oreja derecha. Secó las lágrimas de sus ojos, pero estos se volvían a humedecer.

Y de pronto algo se rompió dentro de ella, algo que no necesitaba más. Pareció salir de una ensoñación para descubrirse a sí misma descalza sobre el jardín sintiéndose inocente, deseosa de felicidad, sintiéndose ligera cómo hace mucho no se sentía, como sí hubiera perdido una pesada carga interna. Aun no se sentía feliz, pero algo había cambiado dentro de ella. Estaba con los pies desnudos sobre el césped sintiendo que una parte de ella era libre. No pudo ser de mayor dimensión la gran sorpresa que se llevó Raquel al venir de la parte trasera de la casa hacia la habitación de Adelaida en su búsqueda, para encontrársela en su jardín. En medio, con los pies sobre la hierba, con una gran cayena en el rojizo pelo. Se quedó petrificada de la impresión. Casi que la llama Jazmín al verla, fue como una aparición ante sus ojos. No le salía palabra alguna, era una de las imágenes más hermosas que le daba la vida, que le regalaba Dios. Adelaida tan parecida a su Jazmín, le parecía que tenía a las dos en una sola en ese momento. La pecosa la miró a los ojos y buscó mil respuestas en la mirada conmovida de su tía abuela, buscó mil respuestas, o aunque fuese una sola de todas las que se desataron dentro de su alma, y sintiéndose chiquita, cómo una niña le extendió los brazos, cómo lo hizo con Joshep, una suplica de amparo, pues era demasiado nuevo todo lo que sentía su alma en ese momento. La dama de damas caminó hacía ella con amplios pasos y la abrazó con fuerza, y sintió el corazón de Adelaida cómo un pequeño tamborcito en su pecho sonando desesperado. Sabía que de alguna forma que jamás podría explicar, su sobrina, por sí sola había logrado librarse de un gran yugo. Un gran paso hacia la sanación de su corazón roto. Adelaida no había dejado caer una coraza antigua, la había destruido definitivamente. Pero solo era un paso más en el doloroso camino, pero necesario para que Adelaida dejara salir la verdadera luz que brillaba dentro de ella, atrapada como un sol dentro de una bóveda. En el interior de la pecosa las emociones no terminaban de quedarse quietas y no dejaban de venir a su mente Joshep y Santiago, uno detrás del otro. Del primero recordaba sus duras palabras cuando él le juzgó diciéndole que no era una dama. Pero al ver a Santiago en su mente, deseaba con todo su corazón ser una dama, una de verdad, esa la que pudiera caminar descalza el mundo entero sin que eso manchara en lo más mínimo su dignidad. Una dama que pudiese enfrentar sus errores con virtud y no una que aparentando virtudes ocultase sus errores, incluso a sí misma.

- Tía - Adelaida alzó sus ojos hacia los de Raquel - ¿Yo soy una dama?

- En cada una de las letras de tu nombre, mi amor - la dama de damas le sonrió con ternura -. ¿Te digo el secreto de una verdadera dama? Una dama de verdad, antes de cualquier cosa es mujer. Y una mujer es de lo que está hecho su corazón. No importa que tan buenos modales tengas si tu corazón está vacío. No importa que tan buena seas filosofando en las reuniones de sociedad, si tu corazón no es sabio. No importa que tan bella puedas lucir por fuera, si tu corazón no tiene belleza por dentro. No importa que tan recatada seas, que tan correcta seas, que tan puritana seas, si tu corazón no ama. Y tú tienes un corazón lleno, tú tienes un corazón sabio, tú tienes un corazón lleno de belleza, tú tienes un corazón que ama. Y todas esas son cualidades de una buena mujer, y una buena mujer es el cimiento de una buena dama. Todo lo demás son apariencias, máscaras, disfraces, temores. Por eso, hija mía, eres toda una dama, porque ante eso, en tu corazón, ya eres toda una buena y gran mujer.

- Mi corazón está loco tía - Adelaida sonrió llorosa todavía.

- Eso es bueno. Sólo un corazón loco puede entender al amor - ambas sonrieron.

- Pero primero tendría que entender la locura que hay en mi pecho hoy para poder entender al amor - dijo la pecosa un poco más tranquila. 

- O quizá lo que debes entender que esa locura que sientes en tu pecho es amor.

Adelaida miró a los ojos de Raquel cómo si en ellos pudiera traducir esas palabras, pero no pudo. ¿Esta locura es amor? ¡Qué confuso! pensó. Ella se aseguraba que amaba a Joshep todavía, pero no era él quién le hacía girar por dentro lo inefable. Él era cómo un silencio dentro de ella, cómo un hueco que ella llamaba "amor". Pero Santiago, apenas lo acababa de conocer horas antes y era cómo si él la conociera mejor que nadie, cómo sí pudiera mirarla por dentro y sostener su mano cómo sólo ella lo necesitaría siempre. Su cabeza decía Joshep, pero su corazón decía Santiago. La eterna lucha de la razón y la emoción. Amaba a Joshep, era lo lógico, era su prometido, quién en verdad la conocía hace un par de años atrás. A quién ella le falló y le decepcionó, aunque comenzaba a pensar más en ello de otra manera. En cambio Santiago... aquello era irracional, un extraño, que apenas tenía horas conociendo su rostro, el que le cerró la puerta en la cara y al que ella le vació un vaso de jugo encima... El que le tomó el alma suavemente junto a su mano lastimada... Esa era toda la historia de los dos. ¿Por qué Santiago está en mi corazón y Joshep en mis pensamientos? ¿Amor? No, esto no es amor. Es una simple locura, se dijo en el secreto de su alma.

- No tía. Yo no he sentido esto antes. Y usted sabe que yo aun amo a Joshep. Lo que le quiero decir es que ¿por qué no he sentido esto antes? Amor ya he sentido y no se siente así - esto último lo dijo sin estar muy convencida de sus palabras.

- ¿Por qué no has sentido eso antes? - Raquel le volvió a sonreír -. Es una buena pregunta. Otra pregunta es por qué lo estás sintiendo hoy.

Adelaida se ruborizó. Era verdad. Toda esa locura se movía en torno de Santiago, toda esa algarabía interna llegó con él, en el más suave silencio. Y nada se podía explicar sobre eso, sucedía sin su permiso o... ¿si lo permitía? Disfrutó desde el primer momento de la presencia del muchacho de rostro noble, de la entonación de su voz, de cómo la sostuvo, de cómo la miró. Nunca batalló contra nada de eso. Lo recibió como un presente, y algo dentro de ella lo agradecía. Pero... ¡Qué era! ¡Todo eso que sentía que era! ¿Esta locura interna es amor? pensó. No era posible. Era otra cosa, pero amor no. Su amor estaba en Joshep, lo demás debía ser tan simple cómo se sentía. Una confusión en su alma lastimada. Una simple locura. Quiso quedarse con esa idea, no quiso buscarle más explicaciones, ya se le pasaría todo aquello y sorteando la pregunta de su tía abuela giró el hilo de la conversación en otra dirección:

- Tía... ¿yo podría pedirle un favor? - se volvió a ruborizar -. Es una tontería... pero... ¿me podría hacer el peinado que usted siempre se hace con cayenas?

- ¡Oh claro Luisa Adelaida! - la tía Raquel pareció iluminarse con aquello. Sin mucho pensarlo se acercó a las cayenas y se hizo con seis flores las que puso en manos de la pecosa -. No te muevas de aquí.

La dama de damas tomó una silla la que acercó hasta el centro del jardín y la dejó detrás de su sobrina. La invitó a sentarse y la muchacha sin más, se sentó. Lo primero que hizo fue sacar con cuidado la cayena que llevaba Adelaida sobre la oreja y se la puso en las manos junto a las otras flores. Sostuvo el abundante cabello de la pecosa, como si fuera un tesoro. Fuego, hilos de fuego parecían al darles la luz del Sol que ya iba camino a la noche a descansar de su jornada. Deslizó sus dedos entre ellos cómo lo hacía con el cabello de Jazmín. Sus ojos se humedecieron pero no de tristeza, su alma sentía gratitud. ¡Gracias Dios, por este momento! musitó en sus pensamientos.

- Tía ¿por qué usted le decía a mi mamá que una dama no deja mechones sueltos en su peinado, que una mujer de mechones sueltos es una mujer de ideas sueltas? - preguntó la pecosa mirando las flores que descasaban sobre sus piernas y manos.

- Yo nunca le dije eso. Lo que siempre le dije es que cuando se peinara, para las ocasiones especiales no dejara mechones sueltos, no se le fuesen a caer algunas ideas. Claro hija, todo esto se lo dije como una simple broma. ¿Tu mamá te dijo que una dama no puede llevar mechones sueltos porque sino entonces era una mujer de ideas sueltas? - Raquel meneó la cabeza lado a lado desaprobando aquello.

- Sí.

- Todo tiene su momento Adelaida. Hay momentos de ser impecable, hay momentos de simplemente ser tú misma. Y lo más importante es aprender ser simplemente tú, viéndote siempre impecable. El secreto ya lo sabes. Si tu corazón es impecable, tú lo serás sin tener que preocuparte por ello.

Y así poco a poco fue recogiendo la melena rojiza de Adelaida, acomodándola y sosteniéndola con pequeños ganchos que tomaba de su propio peinado, dejando al descubierto el hermoso cuello de la joven silenciosa. Luego bordeó todo el peinado con las siete cayenas. Dio unos pasos dando la vuelta a la silla y la miró. ¡Tanta belleza junta!

- ¡Qué hermosa eres hija! - la voz de Raquel sonó llena de admiración. Adelaida sonrió dulcemente y un poco indecisa se puso de pie y caminó descalza hasta su habitación a mirarse en el espejo de la peinadora. Se sentó en el taburete y se miró. Se gustó ella misma como nunca, se sintió tan liviana por dentro, sus cabellos tenía encendidos mechones sueltos que caían algunos sobre su rostro, haciéndola ver tan coqueta. Y su corona de cayenas. ¡Amó su corona de cayenas!

- Siempre me he preocupado tanto de cómo me tenía que ver tía. De cómo me veían los demás. De cómo me vería Joshep - volvió a sonar pensativa -. Tan preocupada de lucir perfecta. De que lo de afuera no permitiera ver lo que no me gusta de mi. Siempre uso vestidos de brazos cubiertos evitando mostrar mis pecas que tanto me acomplejan.

- ¿Tus pecas? No sabes lo hermosas que te lucen. Son parte de ti Adelaida. Te hacen única.

- Me hacen sentir diferente, distinta. No me gustan. Y a muchos no le gustan. A Joshep no...

- Joshep es un tarado. Un enamorado de las apariencias, que no tiene la capacidad de mirar más allá.

- Tía... él me quería de verdad... mas yo le fallé - dijo la pecosa sintiendo que algo dentro de ella volvía a ponerla pesarosa.

- Mi niña, pronto llegará el momento en que tengas que hacerle frente a la verdad - Adelaida se volteó hacia su tía.

- ¿A que se refiere tía? La verdad es que yo me porté indecentemente, usted lo sabe.

- Lo que sé es por qué te comportaste así. Y también sé por qué él se comportó como lo hizo contigo.

- Era lo obvio.

- Sí hija, era lo obvio porque no te amaba - dijo al fin Raquel sintiendo soberbia por dentro hacia aquel Villafranca Andueza, de corazón tan vacío.

- Tía, sí me amaba - el corazón de Adelaida se movió doloroso.

- Luisa Adelaida, sé que es muy difícil reconocerlo, sé que evitas mirar de frente esa verdad. Pero Joshep no te amaba.

- No tía, se equivoca - las lágrimas volvieron a nublar la vista de la pecosa -, Joshep me amaba, siempre me lo decía.

- ¿Y si te amaba tanto por qué no pudo sentir tu amor aquella noche, en aquel jardín? ¿Por qué si te amaba, no atesoró lo que le estabas dando? - dentro de su coraje, Raquel intentó sonar lo más maternal posible.

- Yo... tía... ¿lo que le estaba dando? - no sabía que responder -. Yo lo que le dí fue decepciones.

- No Adelaida. Le diste a una dama, le diste lo que había en tu corazón, le diste a una buena mujer.

- No soy esas cosas tía - comenzó a sentirse peor la muchacha de cabellos de fuego.

- Es más fácil culparte a ti misma que reconocer lo más doloroso. ¡El nunca te amó!

- Sí me amó - sus lágrimas comenzaron a correr por su rostro presurosas, lanzándose al vacío.

- Preciosa, respóndeme una pregunta ¿Por qué hiciste lo que hiciste aquella vez?

- ¡Porque lo amaba tía! ¡Porque lo amo con toda mi vida!

- ¿Y lo que hizo él por qué lo hizo?

- Por... él quería demostrar... él... tía el me amaba...

- ¿Tú le hubieras hecho lo mismo?

- No es igual tía, lo sabe.

- Me refiero ¿Lo hubieras puesto a prueba?

- No tía, claro que no. Confiaba en él plenamente, con todo mi amor.

- Ahí tienes la respuesta que no aceptas ver hija mía.

- Tía... ¿nunca me amó? - tembló toda. Se estremeció entera -. ¡Tía sí, sí me amaba!

Raquel se sentó en la cama cerca de ella y tomando sus manos le dijo con todo el dolor de su alma:

- No Luisa Adelaida. Porque él si te puso a prueba. No confiaba en ti. Eso no es amor.

- Tía... - cada vez era mayor el triste caudal que brotaba de los ojos de la pecosa.

- Tú eres inocente de todo lo que pasó esa noche. Tú diste lo mejor de ti. ¿Cómo un hombre amante desprecia eso? ¿Cómo puede despreciar a una dama tan hermosa como tú? ¿Cómo puede un hombre enamorado usar a su enamorada para demostrar que es digna de él? ¿Acaso el amor con solo estar presente, por sí mismo no está diciendo que somos dignos, ya nos hace dignos? ¿Cómo pudo él despreciarte, luego y no antes de quitarte lo que te quitó? ¿Por qué si te amaba te dejó atrás, sola, adolorida, triste, abandonada en la noche, echándote de su casa? ¿Dónde ves el amor en todo eso? ¿Así quieres ser amada cada vez que cometas un error? ¿Y cómo amar puede ser un error? Un error es no agradecerlo. Y no se puede agradecer un amor que no quieres de verdad. Tú lo amabas, esa es la verdad. Él no te amaba, y esa también es la verdad. Con todo mi corazón sé que por amarlo, por darle tantos espacios de tu tiempo, de darle tantas de tus ilusiones, deseas en todo tu corazón que nada de eso haya sido en vano. Para tanto amor que le dabas, tu deseo era que él te amara igual. Lo doloroso es descubrir lo contrario y reconocerlo. Reconocer que nunca te amó. Tal vez te quiso, pero el amor tiene otra medida.

- Tía me siento hueca por dentro - las manos le temblaban -. Al final no estaba equivocada aquella vez que me dijo que yo era como una muñeca vacía.

- Hija, por favor. Ya te pedí que olvidaras esas palabras. No les des más importancia. Tú no estás hueca por dentro - le  cubrió una mejilla con su anciana mano amorosa -. Tú estás llena de luz, tú llegaste a este pueblo a llenarlo de luz. Esta casa es otra desde que llegaste. Galleta es otra desde que llegaste, la que no niega decir que tú eres su hermana. La vereda principal está más transitada que nunca, por muchos ilusionados que pasan solo por ver si tienen la suerte de verte unos segundos. Los que conocieron a Jazmín al verte se admiran, hasta el recuerdo que tienen de ella lo vivificas con tu presencia. Tienes un corazón bondadoso, que sólo está asustado. ¿Cómo conocerte de verdad y no amarte hija mía? Incluso a Santiago le has venido a mover la vida.

Los oscuros ojos de Adelaida se abrieron amplios mirando, leyendo en el fondo de las pupilas de su tía abuela. ¿Se habría dado cuenta de algo? ¿La tía Raquel habría notado que ella estaba revuelta por dentro debido a la mirada tan... ¡imposible de definir! de Santiago? No podía ser. Ella no había pronunciado palabra al respecto y ¿en qué podía ella haber afectado la vida de Santiago?

- ¿Santiago? ¿En qué tía? - preguntó con su corazón volviendo a latir extraño, sin darse cuenta de primeras que el dolor parecía irse como una hoja en el viento.

- Habrá estado toda la tarde pensando en ti.

- Claro tía, le lancé un jugo en toda la cara. Debe estarme odiando - no supo por qué ese pensamiento la puso algo temerosa -. Tía... yo no soy tan buena cómo usted cree. Cuando llegué aquí escribí una carta a mi mamá diciendo cosas muy feas de usted...

- ¿Cosas cómo que estoy demente? - Raquel le interrumpió sonreída. Adelaida asintió avergonzada bajando la mirada -. No te culpo hija que pensaras así. Cuando llegaste estabas atrapada dentro de ti misma. Era difícil llegar a esta tan hermosa Adelaida con la que hablo ahora cada día.

- Pero tía, también lastimé a Lili. Le arrebaté el sombrero de la cabeza y le grité. Y a Santiago... ¡Dios mio que vergüenza tengo! Y hasta al Señor Gerónimo, lo dejé con la palabra en la boca, ni lo miré.

- Luisa Adelaida, por favor, ya tú te disculpaste con él. No mires solo lo malo, estás acostumbrada a ser muy dura contigo misma. Yo sé que Galleta mete las manos en el fuego por ti. Yo meto las manos en el fuego por ti. De seguro Margot y Gaspar, de seguro Fabían. Ya Santiago lo hará también - la miró con cariño y le sonrió. La pecosa se le pusieron las orejas tan rojas y el rostro tan arrebolado que quedaba, sin saberlo, en evidencia ante su tía abuela, la que pensó que el muchacho de las herramientas de alguna forma había alcanzado un sitio en el alma de su sobrina que no había sido tocado antes. ¿Sería que se habían encontrado un deseoso de amar y una deseosa de amor? Sí Adelaida todavía para épocas de cerezas se encontraba en Bardolín, lo sabría. El tiempo diría. Raquel solo le pedía a Dios que la historia de Mateo y Betania no se repitiera.  

- Tía usted es tan buena conmigo.

- Eres luz en mi casa Adelaida. Yo estoy feliz de haberte conocido. Yo estoy feliz de tenerte aquí conmigo.

La joven la miró con gratitud por aquellas palabras. Ella sentía lo mismo. La llenaba de alegría estar cerca de la dama de damas. Que ni reinas ni otras damas. Que ni mil talentos y ni mil talantes. Un ángel, que a la vez era su tía abuela.

- Hoy me veo cómo usted. Descalza por el jardín con mis flores en el cabello - le dijo como un cumplido, cariñosamente.

- Oh. Tú te ves mil veces más hermosa.

Adelaida volvió a girarse hacia el espejo y volvió a mirarse. Se enjugó bien los ojos y se sonrió a sí misma. En verdad amaba cómo se veía, amaba cómo se sentía respecto a ella misma. Soy una dama, pensó para sí misma con la más suave sencillez de su alma. Y esa tan pequeña afirmación, aunque ella no lo sabía era un gran muro que acababa de derribar y con él la culpa. Una dama es de lo que está hecho su corazón, se recordó.



Y su corazón era rebosante amor, aunque ella aún no lo sabía.


                                                                                                                  Lee Aquí el Capítulo 18








sábado, 13 de septiembre de 2014

Capítulo 16

Un vendaval taciturno recorrió Bardolín cómo lo hacía casi todas las tardes de Marzo, llevándose consigo el secreto de mil pasos que habían quedado entre las piedras de las amables veredas de aquel lugar. Los colibrís iban de flor en flor buscando el dulce licor de las flores y los azulejos entre las trinitarias cantaban himnos con sus gargantas de flautín. Y él, intentaba no creer en el amor; no esta vez, pensaba, no esta vez. Sin embargo, sin poder evitarlo sus ojos lo traicionaban y miraban hacia la distancia, hacia dentro de aquella casa, para buscar a su propio corazón que se le había ido del pecho cómo un azulejo más a revolotear alrededor de Adelaida. 

- Hermosa - murmuró, regresando sus ojos a la cerradura. Se habló a sí mismo indefenso, aunque en el siguiente segundo, se daba un escarmiento -. ¡Iluso Santiago, eres un iluso! ¡No anides esperanzas inútiles en tu corazón! ¡No la mires!

Pero el muchacho volvía mirar a aquella dama de cabellos hermosos, aquella frágil dama que parecía una flor con pétalos de fuego enmarcando su rostro. Sentada en el silencio de la lejanía, mirando su mano herida, cómo si de un pequeño libro de poemas se tratara. 

- Pero es que es tan preciosa - parecía insistir su otro yo, cómo si lo quisiera convencer. Su alma lo traicionaba también haciéndole revivir el suave contacto de la mano de la pecosa con la suya, ese encuentro silencioso que duró tan poco, quedándose para siempre en él. Adelaida levantó la mirada y antes que aquellos ojos volvieran hacer del joven un trozo de arcilla, apartó su mirada hacia la caja de herramientas buscando nada, fingiendo. Revolvió las herramientas y sin más, volvió a "concentrarse" en el sistema mecánico que limpiaba, sin tomar nada de su caja de madera. Suspiró, se sintió dividido en dos, una parte de él quería mirar a su musa hasta el vicio; la otra, quería endurecerse y pretender que aquella muchacha tan irresistiblemente bella para sus ojos, no pasaba de ser más que cualquier otra, que para él mirarla era cómo mirar una flor silvestre y así poder seguir su camino sin mayores cavilaciones. Flores silvestres hay en todas las esquinas de Bardolín, no digamos en los mismos Jardines, pensó. Mas, el no podía engañarse aunque pusiera afán en ello, bien sabía que no había una sola flor como Adelaida en Bardolín, ni nunca había visto otra ni similar, ni tan bella, ni tan cerca.  

- ¡Santiago! - escuchó que Doña Raquel lo llamaba. Miró nuevamente hacia adentro y pudo ver a la dama de damas con un vaso de jugo en las manos -. ¿Te apetece? 

Él asintió inocentemente, incorporándose, esperando como de costumbre que la doña se acercara a traerle algún pequeño refrigerio. Pero por el contrario miró cómo Raquel se volteó hacia Adelaida para pedirle a su sobrina que fuese ella la que le trajera el vaso. Volvió a suspirar resignado. 

Raquel acercó el vaso a las manos de Adelaida y la muchacha primero miró el vaso haciéndose la poco entendida y luego miró a su tía abuela a los ojos.

- Hazme el favor, hija, de llevarle esto a Santiago -. La joven pecosa se le aceleró de nuevo el corazón sin poder evitarlo, se movió nerviosa en la silla y metió el entrecejo pensando en una escapatoria. 

- Tía tengo la mano herida -. dijo mostrando su dedo vendado. 

- Luisa Adelaida por favor - Raquel le reprochó - ¿buscamos una silla de ruedas? 

La muchacha se le quedó viendo fijamente unos segundos a su inamovible tía que esperaba por ella. Vencida, puso los ojos en blanco y los cerró, luego extendió la mano para que Raquel le diera el vaso. Sin decir palabra se puso de pie, como si unos hilos invisibles la movían  en contra de sus deseos, cómo si fuera una marioneta hermosa que no le quedaba otra libertad que ir en la dirección que la mandaban. No apartaba la mirada del jugo que danzaba en cada uno de sus gráciles pasos. La verdad era que no estaba concentrada en el vaivén de la bebida dentro de aquel cristal, toda su atención estaba puesta en su campo de visión en dirección al joven de ojos nobles. Sentía sus pasos torpes, se sentía como un pato caminando y no sabía porque de pronto le importaba tanto el cómo se vería andando, si ella sabía muy bien pisar como una dama, con una delicadeza y feminidad que ni cien rosales completos podían competir con lo hermosa de su presencia al andar. 

Santiago, por su parte, apretó el último tornillo en su lugar dejando caer el destornillador dentro de su caja de herramientas. Se escurrió el sudor de la frente y jugó unos segundos con la manilla de la cerradura comprobando que había quedado como nueva. Alzó la mirada al escuchar los tacones de la pecosa acercarse a él y al verla quiso aparentar indiferencia, fingió no verla. Y cerró la puerta. Adelaida se detuvo en seco, atónita, sin creerse que Santiago le había cerrado la puerta en la cara, no creía que él no se hubiese percatado que ella se acercaba. No era forma de tratar a una dama. Raquel desde lejos meneó la cabeza, pensando que el muchacho ya no tenía remedio alguno. La pecosa se giró hacia su tía abuela y la miró con el rostro tenso con el jugo en una mano. Santiago abrió de nuevo la puerta encontrándola de espaldas hacia él. Pero siguió fingiendo que revisaba el correcto funcionamiento de la cerradura, moviendo la manilla y mirándola con detenimiento. Sentía cómo un calor le corría el cuerpo, al ver que Adelaida se mantenía de espaldas, pero no podía demostrar que se daba cuenta de aquello, debía seguir aparentando que estaba en su inspección final ajeno a la muchacha. La pecosa furiosa volvió a girarse sin mucho entusiasmo hacia Santiago ¿Cómo se atreve? Era lo único que le pasaba por la mente. ¿Cómo se atreve, a mi, a Luisa Adelaida Castelán Buendia, cerrarme la puerta en la cara? Sin embargo, Santiago volvió a cerrar la puerta, pero esta vez Adelaida dio los dos pasos que le faltaban para quedar justo en el arco que dibujaba la puerta al abrir y se quedó inmóvil, en silente espera. Del lado de afuera, el muchacho comenzó a sentir remordimiento por comportarse de forma tan inmadura con la hermosa pelirroja. Pensó que Adelaida habría entendido bien el mensaje que quiso enviarle con su actitud desentendida, que no se preocupara por él, que era un hombre indiferente a los encantos de ella, que no se tendría que preocupar de ese pueblerino y que podía contar con él cómo un simple amigo más. Se dispuso abrir la puerta y fingir que se había dado cuenta por fin que ella estaba cerca para traerle el jugo, le hablaría sobre lo bien que había quedado la cerradura, tomaría el jugo como un caballero, le daría las gracias y en la menor oportunidad saldría de casa de Doña Raquel cómo un petardo en dirección a su propia casa, ha enfrentarse con sus verdaderas emociones. Sonrió antes de abrir la puerta y empujó decido de ella hasta quedar de frente ante la mirada de puñal de Adelaida, que sin el más mínimo atisbo de vergüenza, cómo si hubiera sido activada por un dispositivo conectado a ella desde la misma puerta al abrirse, le lanzó todo el contenido del vaso sin desperdicio de una sola gota en el centro de la cara. Con su característica delicadeza, se acercó a la puerta y la cerró de nuevo, dejando del lado de afuera a un empapado Santiago tratando de entender que era lo que le había acabado de suceder. Se giró en silencio y caminando sin ninguna prisa, cómo si hubiera encontrado paz en su alma, se fue hacia su habitación y cerró suavemente la puerta detrás de ella.   

Raquel no podía detener las carcajadas que la invadieron. Esa niña tiene sangre Lamuza en las venas, pensaba, solo a Santiago, solo a él se le ocurre cerrarle en la cara una puerta a Adelaida. Se puso de pie rumbo hacia la entrada, y pensó que gracias a su sobrina y sus constantes ocurrencias, había vuelto a reírse de la vida cómo hace tanto tiempo no lo hacía. Agarró una pequeña toalla para auxiliar al pobre muchacho, para que se secara el rostro. Al abrir la puerta, Santiago dio literalmente un brinco como si hubiera esperado que Adelaida viniera ahora con agua caliente, pero al ver a Doña Raquel, se le quedó viendo con los ojos tan redondos cómo dos grandes platos soperos. Los ojos los tenía rojos y le ardían, el jugo le había entrado harto entre los párpados, al estrellarse en el centro de su cara todo el contenido del vaso que traía la pecosa. Seguía preguntándose que era lo que había sucedido, que le había hecho él a Adelaida para que le arrojara la naranjada encima.

- Toma - Raquel le extendió la toalla -. Sólo a ti se te ocurre cerrarle a Adelaida una puerta en la cara. ¡Y dos veces!

- Pero... pero... yo no le cerré la puerta a ella... - el muchacho goteaba por todas partes.

- Hijo, sí la viste venir ¿de donde sacas tú cerrar la puerta? Más si te trae algo.

- Yo no la vi venir - mintió, mientras se estrujaba los ojos con la toalla.

- ¡Sí me vio venir! - se escuchó la voz molesta de Adelaida desde la ventana. Cuando Santiago volteó hacia ella, la pecosa cerró la cortina de un tirón bufando como un toro.

- Santiago, tan caballeroso que te comportaste con ella allá adentro y de pronto... es que cuando vi que cerraste la puerta y mi sobrina se detuvo, supe que ibas a tener problemas - le dijo Raquel cariñosamente.

- ¿Por qué está tan molesta? - Santiago miraba hacia la cortina cerrada sintiéndose mal. Tampoco su idea era que Adelaida pensara mal de él -. ¿No entiendo porque tenía que lanzarme el jugo encima?

- No sé. Las mujeres a veces actuamos así. Quizá cuando esperamos demasiado de algo.

- ¿Esperar demasiado de algo? - el joven se frotó con fuerza la camisa con la pequeña toalla, sin dejar de mirar de vez en cuando hacia la ventana - Me hace sentir mal Doña Raquel. ¿Me quiere decir que ella esperó demasiado de mi?

- Tal vez - la dama de damas lo miró con cierta sanción en la mirada -. Quizá esperaba seguir encontrando en ti al caballero que sostuvo su mano allá adentro.

Santiago se roburizó. Doña Raquel parecía no perder detalle de nada, sin embargo se le hacía difícil creer que Adelaida esperara de él una verdadera atención, que la hermosa muchacha de delicada piel, suave como una seda, pintada con hermosas pecas por todo el rostro, incluso sobre esa frágil mano la cual sostuvo con tanta diligencia, esperara de él, un pueblerino, la disposición y atención que ella podría esperar de un joven más respetable, de un verdadero caballero de la ciudad. Volvió a pensar que sería mejor así, que ella estaba demasiado lejos de su alcance, que ni en sueños era posible que ella pudiese acercarse a su vida. Se encerró en sus pensamientos, cómo era típico de él y comenzó a recoger sus herramientas que habían rodado por el jardín al tropezar con los pies su caja de madera al recibir el impacto del jugo en el rostro. Raquel sintió pena por él, por ese joven que no sabía como enfrentarse al mundo como otros, al que parecía que no le salían bien las cosas con las personas, refugiándose más y más en sus herramientas y en su silencio. Incluso no pudo dejar de pensar como era Adelaida cuando llegó, una fierecilla difícil de llevar y que sin duda, mucho de esa Adelaida aún seguía ahí, dentro de su sobrina, a la defensiva. Su intuición le decía que Adelaida y Santiago podían llegar a ser grandes amigos, pero tal vez primero tuviesen que aprender a comprenderse el uno al otro. Fabián era muy distinto a su hermano en ese sentido, era una persona con un don para socializar con cualquiera, incluso hasta por diplomacia era capaz de sonreír. Santiago no. Santiago era demasiado honesto con sus emociones y su mayor problema era no saber expresarlas, actuaba en consecuencia esperando que el mundo lo comprendiera, para solo quedar menos incomprendido y más solitario aun.

- No te sientas mal - la anciana lo miró con cariño -. A Adelaida ya se le pasará. Te pido disculpas en su nombre, ella tampoco a tenido días fáciles. Tal vez solo está predispuesta un poco. No es tu culpa.

Adelaida se sentaba en la cama luchando por no sentir remordimiento por lo que acababa de hacer, y al minuto siguiente caminaba hasta la ventana y por el filo de las cortinas se asomaba y lo miraba. El corazón le latía con fuerza con solo verlo, pero volvía a murmurar molesta y se volvía a lanzar sentada contra la cama a repetirse lo bestia que era Santiago. Lo poco delicado que era. ¿Delicado? La pobre terminaba quedando invadida de nuevo por aquella sensación de seguridad tan grande que le hizo sentir Santiago cuando le sostuvo la mano y le curaba la herida.

- Ideas mías - se intentó convencer que se lo había creído ella misma, que el muchacho nunca la sostuvo con verdadera bondad, que solo habían sido impresiones suyas. Se puso de pie de nuevo y se asomó para mirarlo una vez más, sin saber que era lo que intentaba buscar con tanta insistencia en él, en ese rostro amable, en esa mirada suave y noble que la ponía tan nerviosa e indefensa. Y por más que lo evitó, no pudo dejar de sentir pena por Santiago, al verlo con aquella expresión tan triste recogiendo sus herramientas y guardándolas en el más absoluto silencio. El corazón le latió distinto, sintió enormes ganas de salir a disculparse, pero su orgullo le hacía frente al mismo tiempo.

- ¡Me cerró la puerta en la cara! - se recordaba, pero su corazón seguía hostigándola. De nuevo se sentó en la cama, pero ya no sé dejó caer, se sentó con suavidad mirando hacia su puerta, cómo si su alma y su cuerpo quisieran salir de la habitación, cómo si lo único que le pudiera dar consuelo a todas esas emociones que la estaban comenzando a invadir, era estar solo al lado de Santiago, con solo acercarse. Cuando se dio cuenta estaba de pie detrás de la puerta sostenida de la manilla. El corazón se le agitó aun más, intentaba empujar la manilla hacia abajo pero los nervios no la dejaban.

- ¿Por qué? - apoyó su frente en la puerta, tratando de buscar en su alma la razón que la jalaba hacia Santiago y que al mismo tiempo la jalaba en sentido contrario. Trajo la imagen de Joshep a su memoria y lo miró, a su amado Joshep y las emociones que vinieron con ello la paralizaron. Se sintió triste, opaca, culpable, indigna. Soltó la puerta y dio dos pasos hacia atrás. Se sintió mal, sintió que no merecía estar sintiendo esas emociones tan fuertes por Santiago cuando ella le había fallado a Joshep de la manera que lo había hecho. Pero su corazón se sacudió inquieto, porque sin poder evitarlo volvía a ella la manera en que el muchacho de las herramientas la sostuvo unos minutos de la mano pero cómo si la sostuviera directamente del alma. Joshep nunca la hizo sentir así. Nunca. Y por más que pusiera a batallar en su mente el gran recuerdo que tenía de Joshep contra Santiago, esa sensación la terminaba dominando. Nunca me sostuvo así, meditaba, Joshep jamás tomó mi mano de esa manera. Y sintió en su cuerpo entero un estremecimiento, unas ganas extrañas de llorar la llenaron toda, era como una ansiedad que palpitaba en ella como una nueva llama y abrió la puerta...

Caminó con prisa hacia el jardín, sus tacones sonaron llenando la casa completamente, sus pasos eran largos, apurados, ansiosos. Algo la llevaba de la mano, un ángel invisible la guiaba, su corazón tenía una algarabía dentro de ella, parecía que tenía un terremoto en el pecho. Cruzó hacia el jardín llena de emociones y se detuvo en seco... Santiago se había ido...

- Hija - su tía abuela la llamó con cariño sentada desde su sillón vinotinto desde la sala. Adelaida dio un salto al escucharla, pero no se volteó, se quedó recostada a un lado del marco de la puerta, evitando que sus lágrimas se le salieran. Ahora sí se sentía totalmente confundida y perdida. Raquel se acercó hasta su lado y notó que su sobrina tenía los ojos llorosos y su corazón tan lleno de sabiduría le aclaró en un segundo todo lo que le pasaba a la pecosa. La envolvió con un brazo y la hizo que la mirara. La muchacha al encontrarse con los comprensivos y amorosos ojos de su tía abuela no pudo más con tantas emociones y se le metió en el pecho y se soltó a llorar como una chiquilla.

- Cómo que ha llegado aparatosamente - musitó Raquel. La muchacha pecosa no le entendió, solo siguió sollozando sobre su pecho. Pero su tía abuela se refería al amor, que no decidió llegar cómo una suave brisa, sino cómo un derrumbe, o cómo una puerta cerrada en la cara o cómo un jugo lanzado en el rostro. Pero estaba segura que había decido llegar. Así era el amor en Bardolín. Caprichoso... pero amor al fin.



Santiago cruzó la última vereda rumbo a su casa, pero prefirió cruzar hacia los Jardines a buscar su lugar favorito, donde se refugiaba del mundo. Caminó hasta su árbol preferido y se recostó en él sentado bajo el cobijo de su sombra. Vio como se acercaba Galleta que venía de los pozos y traía con ella alguna de sus banderillas de madera de advertencia. La joven de ojos marrones lo miró y contentándose se encaminó hacia él. Santiago no se alegró tanto de verla, quería estar a solas un rato con sus pensamientos y emociones, pero Galleta siempre era una buena compañía. Él la quería mucho, como la hermanita que no tenía.

- Hola Santi - le saludó ella con cariño.

- Hola Galleta - le saludó sin mirarla. Mas la muchacha se quedó de pie observándolo un par de segundos.

- ¿Te pasó algo? - la joven de cabellos como cortinas buscó sentarse al lado de su amigo.

- Nada importante.

- Estás mojado... hueles a naranja - Galleta se sonrió.

- Larga historia.

- Estás raro hoy, Santi.

- No me hagas caso - la miró y le sonrió a duras penas.

- Vamos, puedes contar conmigo. Tú sabes que es así. Si necesitas hablar yo te escucho cómo siempre.

- No es nada importante... - Santiago se quedó en silencio un par de segundos, pero la verdad que tenía muchas ganas de poder expresar lo que sentía.

- Bueno, sí no quieres hablar te lo respeto - dijo ella.

- Galleta... - habló de pronto y se quedó en silencio como si no iba luego a decir nada, pero prosiguió: ¿Crees en el amor?

- ¿Estás enamorado de nuevo? - la muchacha lo miró con sus ojos marrones abiertos a lo grande.

- ¿Por qué lo dices así como si yo viviera enamorándome de todo el mundo? - se movió incomodo.

- ¿Pero sí estás enamorado? Es que tú mismo me dijiste que no te volverías a enamorar jamás en la vida, después de lo de Lucia.

- ¿Es que tengo que estar enamorado para hablar sobre el amor?

- Tu sí - Galleta se sonrió.

- ¿Por qué lo dices?

- Porque tú no hablas de esas cosas.

- Jmmm - Santiago bufó.

- ¿Puedo saber quién es?

- No estoy enamorado Galleta.

- ¡Vamos Santi!

- Contigo no se puede hablar - Santiago trató de sortear la pregunta.

- Te conozco.

- ¿Por qué no solo respondes mi pregunta? ¿Por qué me respondes con otras preguntas?

- Porque yo sé que quieres hablarme de esa persona, que no me quieres decir quién es.

- ¿Y si te digo que es solo un amor imposible?

- Para ti y para mi, todos los amores son imposibles Santi - Galleta le habló con un dejo de tristeza.

- Para ti no creo.

- Claro que sí. Yo también tengo un amor imposible - la muchacha abrió amplio los ojos cómo si eso le diera más veracidad a sus palabras.

- Tu amor no es imposible - Santiago le aseguró.

- ¿Qué sabes tú de mi amor imposible? - Galleta cruzó los brazos molesta.

- Por favor Lilibeth, yo sé que te gusta Fabián - la muchacha se puso colorada, tanto como una cereza.

- No me llames por mi nombre que no me gusta - Galleta trató de desviar la conversación.

- Y no es tan imposible como crees.

- No me vuelvas a llamar Lilibeth - murmuró la muchacha aun intentando escaparse de aquel tema sobre Fabián, aunque le daba curiosidad entender por qué Santiago le decía eso.

- El mio sí que es imposible, el más imposible de todos.

- Pero entonces sí estás enamorado - Galleta se recostó en el árbol, al lado de él. Santiago guardó silencio unos segundos pensando.

- Creo que mejor lo dejamos así, Galleta. Hablemos de otra cosa.

- Sí lo estás. Está bien... - la joven se ruborizó, inclinó la cabeza y sus cabellos cubrieron su rostro como siempre - te lo confieso, me gusta tu hermano... lo amo... Por eso puedo notar que estás enamorado. ¿Quieres saber si creo en el amor? Sí. Una personas como yo... sí, yo quiero creer en el amor. Que Dios no se olvidó de mí, que también puedo ser abrazada y querida, comprendida y valorada. Quiero creer en ese tipo de amor que no tiene imposibles, que sea poderoso, que nada lo venza. Que antes las dificultades siempre consiga una manera de transformarse, cómo mis mariposas. Un amor que crezca siempre. Que siempre pueda convertirse en algo mejor.

- "Un amor que no tiene imposibles" - musitó Santiago.

- ¿Quién es? - ella le preguntó con cariño. Santiago suspiró y se puso de pie.

- Una locura Galleta. A mi que se me ocurren tonterías. Pero no es importante, de todas formas no tiene caso ni mencionarlo - caminó y dio unos pasos lejos de la blanca muchacha y se concentró en mirar el atardecer, cómo el Sol iba perdiendo altura acercándose al ocaso, y cómo los aromas de los Jardines llegaban a él como una terapia produciéndole alivio a su alma. Galleta no quiso molestarlo más y se distrajo mirando algunos tallados en madera que había hecho Santiago y que estaban tirados cerca de la base del árbol. Había un oso, una serpiente, una especie de búho y le llamó la atención uno que estaba a medio trabajar y tenía un perfil de una mujer, era un perfil hermosamente tallado, y le parecía conocido. No estaba segura, pero le recordaba a alguien, ella no se sentía muy lista para eso de encontrar parecidos, pero le pareció una pieza hermosa y que cuando Santiago la terminara sería una obra de arte. Entonces la giró y la observó por la parte trasera.

- ¡Oh! - Galleta exclamó en baja voz, la boca se le quedó abierta. Miró a su amigo con ternura, lo miró mientras estaba absorto con el paisaje del atardecer. ¡Con razón sentía que su amor era tan imposible! Volvió a colocar con cuidado el perfil de la dama de madera de donde lo había tomado y se puso de pie, se paró al lado de Santiago y lo miró un segundo, luego recostó su cabeza como siempre sobre el hombro de su amigo mirando juntos el ocaso.

- ¿Sabes Santi? Una vez Adelaida me dijo que cuando se quiere algo con demasiadas fuerzas en la vida, todo es posible - Santiago se ruborizó. No sabía porque de pronto Galleta le nombraba nada más y nada menos que a Adelaida, pero sus palabras llenaron su corazón. Él le sonrió en silencio temiendo que no descubrieran sus emociones.

- Quizá solo necesites quererla con más fuerzas - le dijo Galleta alejándose tomando rumbo a su casa. Él la miró mientras se alejaba en silencio.

Luego, al quedar solo en los Jardines, lloró.

- ¿Por qué tuve que cerrar la puerta?

Se acercó a su caja de herramientas, recogió a sus animales de madera que había dejado tirados cuando Toñoño lo pasó buscando temprano y recogió también el perfil que estaba tallando, le encantaba como le estaba quedando. Lo miró por la parte de atrás y leyó el nombre que había tallado:

- Adelaida.

Volvió a mirar el perfil de la pequeña dama de madera, la acarició con un dedo, la guardó en su caja de herramientas y se alejó de los Jardines con el corazón lleno de preguntas y con unas ganas locas de querer con mucha fuerza, hasta el nivel que los imposibles pudiesen hacerse posibles.



                                                                                                 

                                                                                                                       Lee el capítulo 17