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lunes, 26 de mayo de 2014

Capítulo 5

Ebook primera parte Aquí

Galleta era dulce. Y también era una persona. Para ser más precisos era una jovencita de 20 años de ojos grandes y marrones, de piel blanca como la leche y su cabello era negro, muy liso, perfectamente cortado a la altura de su quijada. Era tímida como las flores silvestres que crecen escondidas entre los lirios, y sus mejillas eran rosadas como las pumarrosas cuando aun tienen  más de flor que de fruta. Como todos en Bardolín caminaba hasta la casa del cartero. Salía de su casa, la última en la redoma de la fuente y sin prisa iba mirando cuanto animalito revoloteara entre los jardines o las hierbas plebeyas que se alzaban entre las piedras de la vereda principal. Parecía caminar dentro de una canción, una que ella sola parecía poder escuchar. A veces tarareaba frases melódicas con su voz de arpa, y al siguiente momento sus ojos marrones se detenían sobre una rama de algún arbusto para hablar con los pequeños vecinos de Bardolín, con los que parecía tener muy buena confianza. Siempre llevaba cruzado al pecho un pequeño bolso que descansaba sobre su cadera, se lo había tejido su abuela antes de irse al cielo de las costureras. Dentro, llevaba consigo todo el tiempo una libreta de hojas blancas y unos cuantos lápices de colores. Realmente eran pocas las hojas blancas que quedaban en aquel cuadernillo lleno de trazos coloridos, de anotaciones, de observaciones, de secretos descubiertos por los grandes ojos curiosos y tímidos de Galleta. Ese día, sobre su pecho llevaba abrazada una pequeña caja de madera, como si de un cofre de tesoros se tratara, pero no era un cofre, parecía más una especie de libro rígido, o un estuche como esos, de tizas pasteles como los que guardaba celosamente bajo su cama. Era un día especial, los días que caminaba con su caja misteriosa abrazada al pecho eran días distintos a cualquier otro, eran días donde Galleta parecía más dulce, menos tímida, feliz.

La tía Raquel le había pedido un favor a Adelaida, que entregara al cartero  una misiva que había escrito respondiendo a una de las cartas que había recibido un par de días atrás de las manos de Fabián. Era una carta con "carácter de urgencia" había dicho la tía abuela. En el fondo, Adelaida se sentía un poco nerviosa de ver de nuevo al joven con sonrisa de relámpago, aunque se había prometido cerrar su corazón con llave y luego lanzarla al fondo de un abismo. Se vistió con su vestido azul marino de cintas blancas, se recogió laboriosamente el cabello en trenzas que sostuvo con pequeñas horquillas las que escondió debajo de su sombrero blanco. Llevaba sus botas trenzadas de tacones marfil las cuales la hacían ver más alta y sobre el hombro apoyaba su sombrilla abierta evitando que el viento de la tarde le robara el sombrero como un villano invisible. Se repetía una y otra vez las indicaciones para llegar donde el cartero. Ve por la vereda principal, se decía.  Pasa la redoma de la fuente, se recordaba. Cuenta dos veredas más, contaba con sus dedos indice y medio. Cruzas a la izquierda y en esa vereda al final, pasando la entrada de Los Jardines, esta Fabián. Se sonrojaba con solo nombrarlo en sus pensamientos.

Ya había dejado atrás la redoma con su fuente murmuradora, y comenzó a cruzar en la segunda vereda hacia la izquierda cuando de improvisto tropezó con una muchacha que dio un par de traspiés y se enderezó nerviosa, como si tuviera un resorte en la espalda.

- ¡Lo siento! ¡lo siento!- dijo en voz baja, aquella joven de ojos marrones que estaban muy abiertos mostrando unas largas pestañas oscuras.

- Oh discúlpame a  mi -dijo Adelaida acercándose a ella- no vi que estabas inclinada aquí en la esquina. ¿Estás bien? ¿te lastimé?

- No pasó nada. No importa. Yo estaba atravesada - dijo la muchacha  que se abrazaba fuertemente a una pequeña y rectangular caja de madera.

- Tienes razón, no pasó nada - Adelaida le sonrió y le dijo de forma maternal- Pero no debes olvidar que las esquinas no son lugares seguros para una dama.

La muchacha pareció más tranquila y sonrió suavemente. Comenzaron a caminar juntas.

- ¿Cómo te llamas? Yo soy Adelaida. Soy la sobrina de la Sra. Raquel.

- Yo soy Lili - se presentó la jovencita escondiendo su rostro detrás de sus lacios cabellos - Sí, ya sé que eres la sobrina de Doña Raquel.

- ¿Lo sabes? - le preguntó muy intrigada.

- Fabián  me habló de ti. De la señorita muy bonita y refinada que era sobrina de Doña Raquel que la había venido a visitar.

Adelaida sintió como se le sonrojaban de nuevo las orejas. Fabián había dicho que ella era "bonita y refinada".

- También eres muy bonita y refinada - quiso tener un cumplido con su nueva conocida.

- No, yo no - la muchacha de ojos tiernos y grandes sonrió apartando su rostro como si lo escondiera- Tú si eres una dama respetable.

- Gracias. Que amable - Adelaida le sonrió con sincera gratitud - tú también tienes todo para ser una dama respetable.

- No sé - Lili abrazó con fuerza su caja de madera e inclinó la cabeza, su rostro se llenó de ensoñación imaginando poder tener el porte y la seguridad de Adelaida... o de Doña Raquel.

- ¿Eres amiga de Fabián por lo que veo?

- Fabián es amigo de todos...- Lili sonrió con ternura - por eso todos somos amigos de Fabián.

- Muy popular Fabián... Su novia debe estar muy orgullosa- Adelaida hizo un gesto indiferente mientras hablaba.

La joven de ojos tímidos guardó silencio y miró el perfil de Adelaida. Le pareció tan hermosa, con su sombrero blanco, su vestido azul marino, la piel impecable. Y aunque le parecían un poco raras sus pecas, le encantaba ese color tan diferente de su cabello que nadie en Bardolín tenía. Sin duda, la sobrina de Doña Raquel era muy linda y sofisticada.

- Fabián no tiene novia - dijo con voz de murmullo la pensativa Lili.

- Oh, ya aparecerá alguien que cautive su corazón - dijo la muchacha del sombrero blanco, como si todo aquello no tuviese importancia para ella.

- ¿Vas donde Fabían? - Lili la miró a los ojos.

- Voy donde el cartero... - Adelaida trató de evadir la pregunta y la mirada de cachorro de Lili- si está Fabián le entrego la carta que envía tia Raquel, si está el señor Antonio, aprovecho la oportunidad para conocerlo y le entrego la carta.

- Entiendo - respondió Lili mirando de nuevo las siluetas que dibujaban las piedras de la vereda.

- ¿Y tú vas donde Fabián? - le devolvió la pregunta en venganza. Sin embargo, Lili con una amable voz le respondió:

- Sí, voy donde Fabián - volvió a inclinar su cabeza para que su cabello lacio como cortinas cubriera el rubor de sus mejillas.

Adelaida observó con recatada curiosidad la caja de madera que abrazaba con tanta protección la tímida Lili. Va igual que yo de recado, las dos vamos a ver a Fabián a entregarle cada una algo que enviar, pensó.

- Veo que también vas a enviar correspondencia - le observó Adelaida.

Lili sonrió negando con la cabeza. Cuando parecía que por fin aquella muchacha de ojos café había acumulado el valor para comenzar a hablar con entusiasmo, ante de que su boca abierta pudiera salir palabra, aparecieron por una entrada a la vereda, por el lado izquierdo tres niños con caras de pilluelos.

- Ahí viene la rara - dijo uno a otro, mientras el tercero se tapaba el sol del rostro para poder ver hacia Lili y Adelaida.

- ¿Y quién es la otra?

- Creo que es familia de la Sra. Raquel. Se lo dijo mi vecina a mi mamá -hablaban entre sí.

Adelaida se percató que Lili se había puesto seria y parecía haber levantado un muro invisible a su alrededor. No era difícil darse cuenta que esos niños tenían la costumbre de molestar a la tímida de ojos grandes y curiosos. Cuando estaban cerca de ellas con sus ojos brillosos como los de los ratones puestos en Lili, comenzaron todos a hacer ruidos parecidos a los de las ranas:

- ¡Croac! ¡Croac! ¡Croac! ¡Rara! ¡Croac! ¡Croac! ¡Rara! - decían todos a destiempo.

- ¿A quién le dicen rara? - Adelaida no pudo contenerse. A una dama siempre se le debe respeto y los niños deben aprender a ser educados de pequeños para que sean caballeros de grandes, recordó para sí - ¡Ustedes tienen que aprender a ser caballerosos con las mujeres! ¡Lili es una dama que merece respeto!

Los niños se acercaron unos a otros con ojos asombrados mirando la cara de Adelaida.

- ¿Le estás viendo la cara? -dijo uno sin hacerle el más mínimo caso a las palabras de la enojada joven.

- La tiene llena de cosas -dijo uno arrugando la nariz.

- Su cara parece un majarete lleno de canela molida- dijo el tercero sin poder contener  la risa.

- ¡Qué! - Adelaida caminó hacia ellos hirviendo - ¿Cómo te atreves pequeño cuervo?

- ¡Majarete! ¡Majarete! ¡Majarete!- Comenzaron a repetir una y otra vez los pequeños diablillos huyendo de la cercanía de Adelaida, buscando alejarse y seguir su camino - ¡Galleta con Majarete! ¡Galleta con Majarete!

- ¡Cuervos! Cuervos no ¡Chimpancés! ¡Eso es lo que son! ¡Son unos chimpancés con ropa! - Adelaida estaba muy molesta - ¡Dejaremos que pase el circo y se los lleve!

- ¡Majareeeete! - se escuchó a lo lejos. Luego llegó el silencio. Exactamente no del todo. Adelaida seguía hablando sola, despotricando palabras.

- ¡Cómo se les ocurre llamar a una dama como yo majerete! Esos insectos. Eso es lo que son, ¡orugas de polilla! Una dama no puede estar al nivel de orugas de polilla como esas. ¡Insectos vulgares! ¡Yo soy una dama respetable! ¡Respetable! ¡Y una dama que es respetable no pierde su tiempo con insectos! ¡Cuervos! - como era de esperarse, Adelaida no gritó, una dama nunca lo hace. Sin embargo, su voz era dura y potente, como si los genes de tia Raquel se estuviesen despertando en ella. Se dio cuenta que debía calmarse un poco cuando escuchó sus tacones marfil martillar el pobre trayecto de la inocente vereda. Se detuvo y se dio cuenta que Lili no estaba a su lado. Miró hacia atrás y encontró a la chica de ojos marrones, pensativa con la mirada ida, como si mirara una imagen lejana sobre las piedras del camino.

- ¿Cómo se atreven esos...? grrrr. Pobre Lili - Regresó a buscarla.

- Yo... tengo que irme - le dijo la muchacha tímida apenas llegó cerca a ella. Se dio la vuelta y comenzó a caminar.

- ¡Lili!- Adelaida sintió pena por ella, le pareció un alma tan frágil- ¡Lili! ¿te sientes bien?

La joven de cabello lacio como cortinas, le mostró un gesto que parecía una sonrisa, pero parecía más una tristeza... y apuró el paso. Cruzó la esquina y la dejó sola.

- Lili - sintió tanta pena por la pobre muchacha. Cuantas veces la habrían atormentado esos niños, hijos de satán, a tan frágil dama, pensó. Miró el sobre en sus manos y retomó su camino hasta el cartero. Cuando pasó por la entrada en el lugar donde habían aparecido los tres pequeños, se detuvo a mirar el camino que se extendía empinándose un poco sin poder saber que había más allá. Observó que había un marco de una puerta de hierro, que se veía bastante antiguo en toda la entrada, y en letras cursivas que  habían sido forjadas a cincel y fuego pudo leer lo siguiente: Jardines de Bardolín. ¿Jardines de Bardolín? Siempre había creído que el nombre se refería a los bonitos jardines de las casitas impecables de aquel lugar. No le pasó ni remotamente lejos la idea de conocer los jardines, al ver que el camino era un paso que se abría entre pequeños pastos y arbustos. Esas aventuras no eran para ella.

Se encogió de hombros, caminó hasta el final de la vereda y cuando bajo la mirada hacia la casa que se encontraba al final de unos amplios escalones, se encontró frente de la puerta principal, a Fabián... parecía que la esperaba.

- Hola - le saludó con una inevitable amplia sonrisa - ¿Cómo estas Fabián?

- Bien gracias y ¿cómo te encuentras tú? -preguntó él.

- Yo muy bien - Otra vez se le subió el calor a las orejas, esa era su alarma interna. Contrólate Adelaida, una dama es recatada y controla sus gestos, se regañó mentalmente - Oh... he traído una carta de mi tía abuela. Me ha dicho que te dijera que va en carácter de urgencia.

-  Está  bien. Dile a la Sra. Raquel que sin falta mañana su carta ya estará en el tren camino a su destino- Fabián le respondió presto, pero parecía un poco distraído. Miraba hacia arriba, hacía el final de la vereda donde comenzaba los peldaños, como si esperara a alguien.

- Muchas gracias. Así se lo haré saber - Adelaida sonrió agradecida, sin embargo no pudo evitar notar la oculta inquietud del joven de sonrisa blanca como un rayo- Fabián, te veo algo... preocupado. Disculpa la imprudencia.

- No, no te disculpes - Fabián se apresuró a responderle con amabilidad- No estoy preocupado. Lo que estoy es extrañado.

- ¿Extrañado? - preguntó la joven del sobrero blanco mientras cerraba su sombrilla. El sol ya comenzaba a ceder su reino a la noche.

- Es que... Galleta no ha llegado - Fabián regresó su mirada hacia la vereda.

- Oh... ¿tienes una mascota? - preguntó Adelaida levantando una ceja.

- ¿Mascota? No, no. Galleta es una amiga - el joven sonrió comprendiendo la confusión de la muchacha pecosa.

- Oh... una... amiga... ¿Galleta? ¿Pero no es un nombre raro para una persona?

- Realmente se llama Lilibeth, pero todos le decimos Galleta porque esa fue la primera palabra que dijo cuando era una bebé. En su casa por cariño le dicen Galleta y nosotros en Bardolín también.

- ¡Lili! ¿Te refieres a Lili? - Adelaida comprendió porque los pequeños demonios aquellos le habían dicho "galleta con majarete"

- ¿Ya la conociste? Ella siempre se presenta como Lili. No le gusta su nombre. Prefiere que le digan Galleta -dijo Fabián.

- Venía conmigo, pero unos niños salieron del camino selvático aquel que da hacia los jardines y le comenzaron a croar y a decirle rara - sobre el tema referente a lo de "majarete" se lo reservó. A Fabián no le interesan ese tipo de chismes, se aseguró ella misma.

- Juan, Jorge y Eliezer- Fabián frunció el ceño- nunca la dejan en paz. Un día los atraparé y los enseñaré a ser respetuosos.

- Creo que le afectó mucho porque se quedó de pie, sin decir palabra, luego me dijo que tenía que regresar y se dio la vuelta y se fue.

- Pero es extraño... ella ignora a los muchachos todo el tiempo. Nunca deja de venir los días que dice que va a traer su colección - caminó y se sentó en los escalones cercanos - Si no estuviera tan ocupado la fuese a buscar, solo puedo llevarla cuando va de regreso a su casa. Es tan inocente.

- Si, lo es. Parece una muchacha muy frágil - respondió Adelaida con honestidad.

- Santiago y yo siempre estamos cuidando de ella lo que más podemos.

- ¿Santiago? - preguntó la joven ajustándose suavemente el sombrero, tirando de él ligeramente por el ala.

- Mi hermano menor - señaló con el indice hacia la casa, como si Adelaida pudiera ver a través de las paredes.

- Tienes un hermano. No sabía.

- Es un poco parecido a Galleta en como se comporta. Pero es el mejor amigo que tengo.

- Yo soy hija única - dijo con algo de nostalgia. ¿Cómo sería tener una hermana? - entonces ¿Lili te venía a mostrar una colección?

- Sí. Siempre que agrega una especie nueva, viene a mostrármela - Fabián junto sus manos como si fueran un libro y las miró mientras hablaba.

- ¿Y que colecciona? - preguntó ella.

- Mariposas - respondió él con una admirada sonrisa.

- ¿Insectos? - dijo Adelaida sintiendo un mal escalofrío por dentro. Pero no era  asco por la colección de Lili, sino asco por sus propias palabras.

- Bueno... insectos... se podría decir, pero solo mariposas, de todos los colores y tama... - Fabián se interrumpió al ver la cara de Adelaida.

Ella en su mente no podía borrar el rostro inocente de Lili. Su sonrisa suave, pura y honesta. ¡Mariposas! ¡Que mal  se sentía! ¡Yo y mi boca imprudente! Se puso pálida. Se sintió mal. Porque Adelaida podía ser inmadura, vanidosa, soberbia, pero tenía un alma luminosa. Raquel no estaba equivocada.

- ¿Dónde vive Lili? - Sostuvo la falda de su vestido preparándose para comenzar a subir los escalones y marcharse.

- En la redoma de la fuente - le respondió Fabíán extrañado del cambio de actitud tan raro de la muchacha pecosa - la última casa al fondo, al entrar en el callejón. No te puedes perder. Si quieres te acompaño.

. ¡No!... no. Muchas gracias Fabián, yo sé como llegar. Gracias. Chao, nos vemos. Que estés bien, saludos a tu familia - no había terminado de despedirse cuando ya subía los escalones con prisa ante la mirada confundida del hijo mayor del cartero.

Adelaida caminaba con prisa. Mientras más pronto llegara, menos dolor para Lili. Se sentía tan tonta, se sentía que no era una buena persona. ¿Cómo no medir sus palabras y dejar siempre de estar presumiendo que una dama aquello y que una dama lo otro? No se perdonaba herir a una muchacha inocente. ¿Acaso a costa de su inocencia, en el pasado cercano, no le habían roto su corazón?

 - "Una dama que es respetable no pierde su tiempo con insectos" - repitió con dolor sus palabras- No me refería a ti Lili... mis palabras no iban en ese sentido... ¡Oh Dios!... Lili... me refería a mi... soy yo la que necesita de apariencias para ser respetada... Lili...


No podía borrar de su mente la imagen de Galleta, abrazada feliz a su colección de mariposas.



                                                                                                              Lee Aquí el Capítulo 6





sábado, 24 de mayo de 2014

Capítulo 4


Espero que estés bien, que todos estén muy bien por casa. Saludos de mi parte y muchos besos.

Mi primer día en casa de tía Raquel ha estado lleno de sorpresas. Su casa es muy bonita, acogedora, amplia. En cambio la tía abuela, creo que la edad la está afectando. De momentos parece toda una dama, pero la mayoría del tiempo parece que estuviera demente. Dice que somos muñecas mamá. Y camina descalza por la casa, incluso en el jardín. Tiene una muñeca con la que habla, la he visto sin que ella lo sepa y le habla a la muñeca. A veces me da miedo. Hay momentos, cuando se molesta, pareciera convertirse en otra persona, su cara cambia, su cuerpo se endereza tanto que se ve mucho más alta de lo que ya es. Su cara parece un bloque de hielo. En esos momentos es cuando más se comporta como una dama. Es impresionante mamá. De verdad que cuando se comporta como una dama, ni reinas ni otras damas. Que imponente. Me provoca ser como ella en esos momentos, pero no dura mucho. Apenas vuelve la sonrisa a su rostro, se comporta como una niña desaliñada con vejez prematura. Te soy honesta mamá, esta es la segunda carta que te escribo, pero la primera la he roto. Quería pedirte que vinieras por mi y me sacaras de este pueblo y me llevaras a casa lejos de la tía abuela, pero estuve pensando que puedo aprender de ella, solo lo importante, esas actitudes tan señoriales que tiene. Antes de que se termine de volver loca totalmente.

Aún no conozco a nadie en este lugar aparte de la tía y de su muñeca. Hoy viene el cartero a traerle correspondencia y aprovecharé de darle esta carta al señor para que te la haga llegar. No tienen buzón de correo ¿te lo puedes imaginar? Hay que caminar hasta la casa del cartero para enviar cartas, por suerte viene hoy donde tía Raquel. Espero que no carezcan de otras cosas más importantes aparte del buzón. Este lugar está tan lejos de todo.

No sé que pensarías de la tía Raquel si la vieras ahora mamá. Tantas cosas maravillosas que siempre me has contado de ella. Se recoge el cabello pero sin peinárselo, no dudarías en decir que tiene ideas sueltas, porque las tiene mamá, y sí que las tiene. No le importa descalzarse ¡y camina por el jardín central de la casa con los pies desnudos! La cena, anoche se la comió con las manos. Aunque parecía Cleopatra. Su porte, su talante como dices. Pero una dama es una dama, y lo correcto es que usara los cubiertos como debe ser. Quiero aprender de ella  su estilo, pero sin dejar de ser la dama que me has enseñado ser mamá. Me quedaré un tiempo junto a la tía Raquel, pero a la primera exagerada demencia que haga te pediré que me vengas a buscar.

¿Sabes mamá? No creo que pueda confiarle a la tía abuela lo de mi corazón roto, sobre mi desamor. Es posible que no me tome en serio. ¿Que puede saber de desamores una anciana loca solitaria que cree que somos muñecas? Ojalá conozca pronto a alguien respetable en este pueblo o una buena amiga, para poder conversar  y tener como matar el tiempo mientras no me aporte nada la tía abuela. Te quería contar, que descubrí que me encantan las cayenas, las rojas y las rosadas. Son muy hermosas, si las inviertes parecen vestidos de princesas, vestidos de gala. Descubrí también, que ya no odio tanto a mis pecas. Hay otras cosas que he aprendido a odiar más.

Te extraño mamá, espero verte pronto.

                                                                                               Te ama tu hija Adelaida"



Dobló la hoja. La guardó en su sobre y salió de la habitación. Un sol dorado entraba desde la puerta principal pintando con sus colores tostados, todo lo que estuviese a su paso. Un sol amable como todos los soles del amanecer. Incluso a Adelaida le pareció un sol nuevo, como una luz distinta a la que nunca había visto.

- Buenos días muñeca - escuchó desde lejos la voz cariñosa de Raquel. ¡Muñeca, muñeca! ¿será que nunca me tratará como a una persona adulta? Pensó.

- Buenos días - contestó rosando apenas con la mirada el rostro de su tía.

- Veo que tienes impaciencia por enviar tu carta - Raquel señaló el sobre que tenía la muchacha entre sus blancas y suaves manos.

- Es una carta importante.

- No lo dudo. Una dama siempre escribe cartas solo cuando son importantes. Una dama no es superflua.

Adelaida volteó a mirarla. No sabía si la tía loca se estaba burlando de ella, o le estaba enseñando algo que una dama debía siempre saber.  Betania nunca le había hablado sobre aquello. Creía que una dama podía escribir siempre que quisiera.

- Siempre he escrito cuando quiero y a veces no son cosas importantes. ¿Una dama no puede escribir por placer, por juego, siempre que sus palabras sean ecuánimes y poéticas? - reflexionó Adelaida.

- Oh... bueno... me pasa algo parecido con las zapatillas. Pero para evitarnos esos malos pensamientos, nos hemos convertido en...

- Tía disculpe - le interrumpió antes de que aquella anciana alcanzara a decir algo sobre ser muñecas - Tengo mucha hambre, ¿que hay para desayunar?

Tía Raquel se dejó interrumpir. Un verso puede quedar inconcluso si todos los presentes saben como termina el poema. Así que caminó hasta la mesa y le mostró un plato cubierto con un pequeño mantel de cuadros verdes.

- Aquí está tu desayuno. Pan tostado con un poco de jalea y un buen vaso de jugo de frutas frescas.

Adelaida solo vio un plato sobre la mesa. Una dama cuando es anfitriona nunca deja solo a sus invitados en la mesa, observó molesta en sus pensamientos. En realidad lo que le molestaba era no poder ver a la tía abuela comer con su refinado estilo, para poder aprender de ella.

- ¿Y usted no va a desayunar, tía?

- Ya desayuné, mientras dormías como un oso - la muchacha se estremeció de pie donde estaba. ¡Cómo un oso! ¡Yo una dama comparada con un oso! pensaba mientras sentía el peso de su entrecejo comenzar caer sobre su nariz - Y como sé que no te agrada que una dama coma con las manos su plato de frutas, he comido aparte con mis ecuánimes y poéticos dedos, mi placenteras frutas lo que fue un juego para mi paladar.

Adelaida miró a tía Raquel como si esta era una peca gigante, como algo que se le debía odiar no más con recordarla. ¡Ojalá en verdad la tía abuela fuese una muñeca! Una muñeca no habla. Una muñeca se le sienta en un lugar y ahí se queda. Una muñeca jamás dirá cosas imprudentes. Una muñeca se le calzan sus zapatillas y no se las quita. Una muñeca siempre está arreglada, con su peinado en orden. Una muñeca nunca se desarregla ella misma. Una muñeca es toda una dama. Adelaida se heló desde los pies hasta la cabeza. ¿que tipo de pensamiento era ese? "Una muñeca es toda una dama".  Parecían palabras de la tía abuela y no de ella. Aunque, en el fondo, no podía negar que tenían sentido. Si se tratara a las muñecas como una metáfora, tendría mucho sentido. Una dama y una muñeca tendrían muchas cosas en común. Su mirada había pasado de la soberbia a la confusión. Miraba a la tía Raquel como si fuera un acertijo. ¿Estaba su tía loca? ¿O era ella misma que no había entendido aun nada de lo que había querido decirle aquella mujer, que tenía el don de transformarse de cenicienta a reina sin usar diademas ni zapatillas de cristal; de estar a la cabecera de una mesa redonda, de lucir magistral haciendo de sus dedos cubiertos más hermosos que la platería de la abuela?

- No te quedes ahí parada. Ven, come tu desayuno. El señor Antonio no tardará en llegar y podrás darle tu carta. Ven, ten buen apetito - le habló con cariño.

- Gracias - la muchacha se sentó a la mesa casi como hipnotizada por sus reflexiones. Y comenzó a comer su desayuno mirando con el rabillo del ojo a Raquel. De pronto sonó una campanilla desde el jardín.

- Ah... ya llegó - Raquel se mostró alegre. Caminó hasta la entrada de la casa y se detuvo bajo su marco- Miren quien tenemos aquí, el simpático Fabián.

- Buenos días señora Raquel.

Adelaida giró su rostro hacia la puerta. Aquella había sido una voz vivaz, juvenil y amable.

- Pasa, pasa, Fabián, estás en tu casa - Raquel invitaba a entrar a aquel joven hasta la sala de estar.

- Con su permiso - dijo el muchacho de ojos risueños y sonrisa blanca como un relámpago.

Fabián era el hijo del cartero.  Un muchacho cortés, atractivo, lleno de picardía. Como todo buen cartero era responsable y le gustaba ser puntual. Miró a Adelaida con curiosidad, aquella chica que lo veía con ojos de pajarito. Con un vaso de jugo apunto de entrar por uno de sus oídos.

- Buenos días señorita, que tenga buen provecho - se dirigió Fabián a Adelaida.

- ¡Hip! - un repentino hipo respondió por ella, mientras hacía una leve reverencia agradeciendo y sintiéndose tan tonta - ¡hip!

Apresuró unos sorbos de su vaso de jugo he intentó parecer muy estilizada. Bajo control. Sintió como sus orejas se encendían. Con hipo y con las orejas rojas, ahora falta que las pecas me comiencen a brillar, se dijo molesta en sus pensamientos.

- Oh muchacha, te ha dado hipo - Raquel se acercó a Adelaida para ayudarla. El rostro de la tía era un poema, se divertía con todo aquello. Su sobrina era tan inocente, una fierecilla inofensiva. Una niña, sintiéndose una dama, queriendo ser mujer. Fabián sonreía amablemente.

- Fabián te presento a mi sobrina Adelaida - luego dirigiéndose a  su sobrina - Él es hijo del cartero. Fabián también es cartero realmente. Quiere seguir con el legado de su papá. Es un buen hijo. Todo un caballero.

- Mucho gusto señorita Adelaida - dijo tras su blanca sonrisa a la muchacha de ojos de pajarito.

- ¡Hip! Disculpa... También para mi es un gusto.

- A que sí - le murmuró cerca del oído la tía Raquel. El hipo de Adelaida empeoró.

- Señora, aquí tiene su correspondencia - Fabián sacó de su morral un pequeño grupo de cartas atadas con un cordón y las extendió hacía  Raquel.

- Gracias Fabián, por favor ponlas sobre esa mesita de ahí - le pidió mientras ayudaba a Adelaida a tomarse un vaso de agua sosteniéndole las fosas nasales con el índice y el pulgar. Cuando la joven terminó de beber el agua, se sintió mejor y libre de aquel molesto hipo, que solo sabe Dios de donde apareció.

- ¿Va enviar alguna carta esta vez? -preguntó Fabián.

- Yo no. Pero Adelaida sí.

- Oh por favor. Si eres tan amable - Adelaida tomó la carta de la mesa de la cocina y se la entregó en las manos a Fabián mostrando una hermosa sonrisa. Raquel la vio admirada. Primera vez desde que había llegado que la veía sonreír. Amó la sonrisa de Adelaida desde el primer momento. Dentro de todas aquellas asperezas y pragmatismos había un alma luminosa escondida.

- Fabián... ¿Sabes? tal vez sea buena idea poner un buzón de correo aquí en la vereda - Raquel miró con picardía a su sobrina - En la ciudad  de Adelaida usan buzones de correo.

- ¿Le parece señora Raquel?

- ¿Qué piensas tu Adelaida? - le preguntó Raquel, a la silenciosa muchacha.

- Bueno... mi ciudad es grande... aquí es pequeño... quizá no sea necesario un buzón de correo...

El apuesto Fabián sonrió con sus dientes de centella y mirando a los ojos de Adelaida le dijo:

- Tienes razón. Mi casa está muy cerca. En Bardolín todas las casas están cerca de todas las demás. Cuando quieras enviar una carta, caminas hasta mi casa y preguntas por mi y yo te atiendo con gusto.

- Gracias - la joven pareció aniñarse. Sus mejillas estaban rosadas como el suave arrebol que deja el sol en las nubes en la primavera. Su sonrisa de nuevo llenó el lugar. Su rostro se inclinó suavemente como una flor de girasol.

- Entonces nada de buzones cuando tenemos a tan galante cartero - dijo Raquel sentándose en un sillón robusto de color vinotinto. Adelaida la vio sentada y se preguntó como lo hacía. ¿Cómo hace la tía Raquel de un momento a otro parecer una reina en un trono, cuando solo es una anciana descalza sentada en un sillón? Sin embargo Raquel se preguntaba como hacía Adelaida para ocultar una sonrisa tan bella como esa. Ojalá hubiera tenido una sonrisa como esa en su juventud, pensó en secreto, nunca se hubiera tenido que esforzar tanto en ser una dama. Un alma luminosa siempre lo resuelve todo, siempre. Ella lo sabía.

-  Ya me tengo que ir señora Raquel - Fabíán se acomodó el morral y se dispuso a seguir con su labor.

- Muchas gracias Fabíán. Saludos a tus padres y a tu hermanito.

- Gracias a usted - miró con gallardía a Adelaida e inclinándose un poco se despidió de ella - Ha sido un placer conocerte Adelaida.

- Igualmente - Adelaida le devolvió el gesto.

El joven cartero se fue dejándolas de nuevo solas. Adelaida  de pie donde había quedado correspondió a la analítica y profunda mirada de su tía Raquel, con una mirada curiosa pero serena. La miró en aquel sillón, sentada como una matriarca, bajo aquel sol dorado, que convertía en oro todo lo que tocaba incluyendo el cabello suelto de la tía abuela. Aquel haz de luz hacía ver a tía Raquel mucho más joven. Que hermosa tuvo que haber sido la tía Raquel en su juventud, pensó Adelaida.

- ¿Que es eso que tienes en tu rostro? - de pronto le preguntó la anciana con voz simpática a la joven.

- ¿Mmm? -  Adelaida creyó no entender la pregunta.

- Esa sonrisa. ¿Cómo haces para ocultar algo tan bello?

- No estoy sonreída - la expresión risueña de Adelaida se fue lentamente de su rostro.

- ¡Oh... vamos Adelaida! - le reprochó cariñosamente.

- No estoy sonreída - caminó de nuevo hacia la mesa del desayuno.

- Mírame un segundo - Raquel se lo pidió con amabilidad. Ella la miró.

Raquel se inclinó un poco hacia adelante y le preguntó como si fuera un secreto entre ellas:

- ¿Que te pareció Fabían?

Sintió que los músculos de su cara la iban a traicionar, que iban a delatarla con una sonrisa. Una dama debe saber dominar sus gestos, se regaño a sí misma. y dejó inmóviles las expresiones en su rostro. Pero Adelaida no sabía algo, que las verdaderas sonrisas se dan con la mirada. Y sus ojos sonreían en ese momento.

- Un joven amable. Respetuoso. Decente - De sonrisa de relámpago, de ojos dulces como una fruta, de voz amigable como la de un ave mañanera, pensaba a la vez.

- Atractivo, guapo... - agregó la tía abuela.

- Tía. Por favor - Adelaida apuró la rebanada de pan que le quedaba.  

La tía Raquel se puso de pie y caminó hasta la entrada de su habitación. Se detuvo en la puerta y con ojos graciosos le dijo a su bella sobrina:

- Te lo dije - y entró a su habitación.

- ¿Qué cosa? - se apresuró Adelaida a preguntarle.

- Que ya querrías llevar las cartas tú - Respondíó Raquel desde sus aposentos.

Estando sola se permitió sonreír. Fabián no estaba mal. Podrían ser amigos. Conocerse mejor. Sin embargo podría comenzar a soñar de nuevo. A tener ilusión. A ir demasiado lejos. A quedar de nuevo desamparada. Con el pecho abierto. Con el alma rasgada. Su sonrisa se apagó como la llama de una vela que muere. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su corazón seguía roto, como una máquina descompuesta. Se dio cuenta que la muñeca de la tía Raquel estaba sentada en medio de la mesa, y sus ojos lustrosos perecían mirarla indiferentes a su tristeza.

- Qué suerte la tuya. No tienes corazón - le habló a aquella niña de tela y porcelana que era parte de la casa. Y por primera vez, por un breve momento tuvo un extraño deseo...

Ser realmente una muñeca.  


                                                                                                         Lee Aquí el Capítulo 5
                                                                                 





Capítulo 3

Ebook primera parte Aquí      

Adelaida escribió una carta. Con trazo fuerte y decidido, en contraste al suave perfume que envolvía la hoja de papel que soportó tantos reproches. Era una carta dirigida a su madre. Era un ruego y un reclamo. Quería volver a casa esa misma semana y alejarse de la tía Raquel tanto como se lo permitiera la superficie del planeta. La dobló en tres partes, con perfectos pliegues, muy rectos y dignos de las manos de una dama, y la introdujo en el sobre como un bebé dentro de una desafortunada cuna. Se puso de pie y caminó hasta la cocina donde Raquel estaba afanada en preparar la cena. Las damas cenan temprano, por lo menos eso parecía no haber olvidado la tía abuela, pensó Adelaida.

- Disculpe, donde está el buzón de correo, que necesito enviar esta carta.

- Oh... aquí no usamos buzón de correo. Todos llevamos personalmente las cartas a la casa del cartero - Raquel le respondió detrás de una linda sonrisa.

- Eh... ¿cómo?... ¿Ir hasta la casa del cartero? En mi cuidad hay un buzón cerca de casa y el cartero es el que viene  por ellas - dijo la muchacha indignada.

- No te mortifiques mi pequeña  muñeca - a Adelaida le crujieron los dientes cuando Raquel se refirió a ella como "muñeca" - Mañana viene el cartero en persona a traerme la correspondencia y puedes aprovechar de entregarle, personalmente tu carta. Ya querrás ir a llevarlas tú, ya verás. Ven siéntate.

Adelaida se quedó de pie un segundo pensando. Miró una mesa hermosamente servida, con frutas frescas todas muy hábilmente cortadas, rebanadas de pan, mermelada, queso y café negro, junto a una jarra de leche tibia. No se hizo la muy difícil, porque tenía mucho apetito ¡y todos aquellos colores! La mesa parecía una fiesta. Regresó a su habitación disimulando que no se notaran sus largas zancadas, las damas caminan sobre seda, y su andar siempre debe ser armonioso y decente. Guardó en un bolsillo de su maleta el sobre y dando media vuelta regresó a aquella mesa que le parecía mejor compañía que la tía Raquel. Se percató de un detalle en que no había deparado hasta que se sentó en su silla. La mesa de tía Raquel era circular. Nunca se había sentado ante una mesa como esa. No sabía de que lado de la mesa estaba, si del lado importante o del lado de que se le da a los simples comensales. Se concentró en el plato que tenía en frente, aromático, dulce, frutas de todos colores picados en cuadritos muy simétricos. Sostuvo su tenedor y con delicadeza le dio una estocada profunda a un trozo de jugoso melón, la alzó hasta sus labios y abrió su boca, como lo ha de hacer una dama. Sin embargo, aquel tentador trozo de fruta era más grande de lo que esperaba. No estaba picado de la forma correcta para que lo degustara una dama como lo era ella. Alzó la vista para hacerle el reproche a su anfitriona, y no pudo sacar de su boca las palabras del mismo modo que no pudo hacer entrar el trozo de melón. Tía Raquel, con una mesura, una delicadeza embelesadora, comía el melón con sus manos, con sus delgados y delicados ancianos dedos. Pero se veía tan estilizada, como aquella ilustración de Cleopatra comiendo uvas, que tanto le gustaba que había visto en un libro de la biblioteca de papá. Pero no era solo la manera en que comía aquellas frutas, se dio cuenta que era la imagen completa la que la tenía atrapada, sorprendida, admirada. Raquel se había recogido el cabello al cenit de su cabeza, dejando mechones sueltos, penachos libres, y sostenía su abundante cabellera plateada con cayenas. No, no, no, se regañó mentalmente, una dama debe peinar sus cabellos con pulcritud. Una mujer que deja mechones sueltos, es una mujer de ideas sueltas, siempre le decía Betania mientras le corregía el peinado. Ideas sueltas y algunos remaches también, no dudó en pensar Adelaida. Aunque le parecía irónico, la tía Raquel se veía tan señorial, tan imponente, tan hermosa. Tan dama, como ninguna otra.

Raquel la miró y Adelaida hundió su mirada en lo más hondo de las frutas, tratando de que no se le notara que estaba admirada de aquella anciana que odiaba más que a sus pecas.

- Adelaida, no has probado bocado -le observó risueña la tía abuela - Suelta ese tenedor y usa las manos, estamos en confianza, no en una fiesta de sociedad.

La joven no estaba de acuerdo con aquello, sabía bien que una dama es de sociedad esté donde esté. Aun así, quiso verse tan estilizada como la tía Raquel. No, como "la tía loca" no, mejor como Cleopatra. Sí, era mejor. Como aquella ilustración que amaba. Fingiendo una seguridad que estaba demasiado lejos de existir, dejó con delicadeza el tenedor a un lado y tomó un trozo de melón en sus aniñadas manos. Abrió la boca para morder, del mismo modo que había visto a la tía abuela hacerlo, pero el melón se le escurrió por un lado y se lo estrelló en la comisura de la boca. Sintió como una gota fría le comenzaba a recorrer la barbilla, soltó el trozo de fruta en el plato y tomando su servilleta rápidamente detuvo su avance. Mientras limpiaba sus dedos, no se atrevía a levantar la mirada, ante una silenciosa Raquel que parecía una diosa comiendo manjares, a la vez que ella se sentía como el señor de la pescadería de su ciudad cuando tomaba los calamares entre los dedos para meterlos en el papel encerado, envolverlos y vendérselos a su mamá.

- Extraña mesa tiene usted, tía Raquel - trató de huir de aquella situación mientras tomaba de nuevo su tenedor. No podía evitar que sus ojos la traicionaran y miraran aquel peinado tan espontaneo pero tan atractivo de la tía Raquel. Se obligaba con fuerzas internas a mirarla a los ojos, pero los suyos no estaban siendo muy obedientes como deberían ser los ojos de una dama.

- ¿Que tiene de extraña? - preguntó con gran curiosidad la anciana.

- Una mesa redonda. Parece que estuviéramos sentadas alrededor de un volante.

Raquel sonrió. Siguió con su mirada el borde de la mesa, amaba esa mesa. ¿que mesa podría ser más noble que una mesa redonda?

- Me encanta esta mesa Adelaida, cada quién puede sentarse donde debe estar.

- Yo no veo la diferencia. Es igual por todos lados. No importa si me siento a la derecha, o a la izquierda, pues la mesa no tiene ni izquierda ni derecha. Y el señor de la casa y la señora de la casa no pueden sentarse en las cabeceras donde les corresponde estar - dijo la muchacha tratando de introducir un trozo de sandía en su renuente boca a abrirse más allá de la norma.

- En esta mesa, quien hace la diferencia no son las cabeceras, son las personas.

Adelaida sintió de pronto su boca llena con el trozo de sandía, que había estado buscando la manera de morder con decencia. Es que aquella respuesta la había dejado con la boca abierta. Era obvio, en esa mesa redonda quien era la cabecera de la mesa era la tía Raquel, no importaba donde se sentarán, ella estaba donde debía estar. La tía abuela siempre estaría a la cabecera, mientras ella se estrellaba sin gracia todas aquellas frutas contra el propio límite de su mente. Contra una boca que se abría demasiado para decir tonterías y se abría poco para comer un simple trozo de melón. Mientras aquella sandía se desangraba bajo el suave peso de su paladar, ella miró a la tía abuela Raquel con otros ojos. Miró sus cayenas en aquel bonito peinado, que hacían lucir un cuello que había sido largo y hermoso, en alguna juventud que no parecía tan lejana si se le miraba bien. Talante. Miró la gracia con que sostenía en sus manos las frutas, el pan, ¡la taza de café! Lo estilizada. Talento. Ni una reina, ni otra dama. Solo la tía Raquel.

Adelaida sonrió para sí misma. Que curioso era odiar y admirar al mismo tiempo a la tía abuela. Lo pensó muy bien y estuvo segura con su silenciosa decisión...

Había una carta que reescribir.


                                                                                                          Lee Aquí el Capítulo 4
                                                       
                           


viernes, 23 de mayo de 2014

Capítulo 2

Ebook primera parte Aquí

Estaba de pie en medio de la sala. Su espalda estaba muy recta y sus manos suavemente cruzadas una sobre la otra a la altura del cinturón de su vestido. Su barbilla un poco levantada y su rostro con  expresión solemne. Pobre Adelaida, pero por dentro, sentía que si no se concentraba las rodillas le temblarían tan duro que sonarían al chocar unas con otras. Tía Raquel caminaba dándole la vuelta, como mirando una pintura tridimensional, sus pasos parecían como si quisiera a tantos tiempos danzar, a tantos otros andar. Se detuvo frente a ella con una cara tan curiosa, pensó Adelaida. Pero las caras curiosas son caras llenas de curiosidad, eso lo sabía Raquel, que también le gustó la curiosa cara de Adelaida como si se mirara a sí misma en una especie de espejo mágico, al estar una frente a la otra. Adelaida se dio cuenta que era lo que Raquel miraba con detalle y no pudo evitar sentir sus orejas encenderse. Deben parecer dos ruedas de tomate a lado y lado de mi cara, se decía a sí misma. Pero las damas tienen derecho a sonrojarse, aunque solo fuesen sus orejas.

- Hermosas pecas - dijo al fin Raquel, mirando con detalle las mejillas de la muchacha y todo su rostro. Adelaida no pudo evitar sentir como sus labios se apretaban unos contra otros. Las damas no pueden decir lo primero que se les antoja, deben ser comedidas, y su medida en ese momento fue apresar su inquieta lengua entre sus dientes como un prisionero en su boca. Odio mis pecas, no hay nada en el mundo que odie más que mis pecas... pensó con desafuero. Esas eran sus palabras prisioneras.  

- ¿Por qué no te pones cómoda? Quítate ese sombrero y suelta tu cabello - las palabras de Raquel sonaban dulces. Sin embargo había leído en un libro que una damisela en algún lugar lejano había sido envenenada con miel, Adelaida se lo recordó a sí misma . No le daba confianza aquella señora, sus ademanes eran los correctos, como los de una dama, pero su comportamiento, su vestido, sin calzado, el cabello suelto, la hacían parecer a una niña recién levantada a la que le habían caído 70 años de improvisto. 

- Muchas gracias tía, pero estoy cómoda como estoy - respondió Adelaida amablemente inclinando la cabeza un poquito. 

- Cómoda estoy yo mi amor - Raquel señaló sus pies desnudos. Adelaida los miró y tan pronto como los vio levantó la cara llena de vergüenza. Sentía como si hubiera visto desnuda por completo a Raquel. Los pies de una mujer, son el reflejo de como se quiere a sí misma, siempre le recordaba su madre Betania. Y tía Raquel los tenía sobre el piso, directos sobre el suelo. Una dama nunca debe estar al nivel del suelo. Una dama debe ser elevada de la mugre de los caminos del mundo. Una dama sino ama y cuida sus pies, es porque no ama y se cuida a sí misma. Una dama debe... sus ojos se abrieron tan ampliamente como se lo permitió el asombro... Raquel caminó sobre el césped del pequeño jardín en el centro de la casa en rumbo hacía un pequeño arbusto de cayenas. 

- ¡Una dama debe siempre cubrirse los pies! - fueron las fugitivas palabras que huyeron de su boca. Apretó nuevamente los labios, pero no fue lo suficientemente veloz, hasta la última palabra se escurrió como la bala de un cañón. Hubiese preferido eructar. 

Raquel se detuvo. El tiempo se detuvo. El corazón de Adelaida no. Sintió el estúpido y repentino deseo de descalzarse sus finas botas trenzadas y correr a pararse al lado de la tía abuela, para no ser azotada en algún sótano siniestro escondido detrás del más recóndito rincón de aquella casa. 

La tía giró sobre sí misma sin prisa, miró sus pies con cierto desdén y con una expresión menos dulce  miró a la petrificada Adelaida. Ahora la "momia de pie" parecía ella. Raquel levantó un poco los brazos como lo haría un exhibicionista, se miró a sí misma  detallándose un poco y clavó una mirada severa en los negros temerosos ojos de su sobrina. 

- Heme aquí, sin cubrirme los pies, sobre estas modestas hierbas. ¿Podrías decirme si soy una dama o no lo soy?    

- Yo... mi... mi mamá siempre... - balbuceó la pobre joven. Pero Raquel no le dio espacio para responder. 

- Todo lo que te haya podido decir tu madre, se lo dije yo primero. ¿Podrías decirme si soy una dama o no lo soy? - Raquel pareció alargarse de nuevo, hacia arriba, como una torre de acero, y no importaba que tan bonitos colores la vistieran, parecían ser todos negros. Su rostro era de nuevo el de aquella siniestra figura que la recibió en la vereda principal del pueblo.

Adelaida le miraba sus pies, le miraba su rostro, miraba su rostro, miraba sus pies. No sabía que responder. Su respuesta era NO, pero era la dama de damas, era la tía abuela Raquel, la de los talantes y talentos, que ni reinas ni damas jamás tendrían. Pero estaba ahí, frente a ella, como salida de un manicomio, parada descalza sobre su jardín, mirándola con ojos de bisturí. 

- Sí... - apenas pudo responder. 

- Sí que cosa. 

- Sí es una dama - Adelaida anudó sus manos una con la otra fuertemente casi que le dolieron las uñas mordiéndole la piel. 

- Lo que hace a una dama ser dama, no es estar descalza, es no decir mentiras. 

Ahora lo menos colorado de Adelaida eran sus orejas. Nada podía competir con su rostro. Se sentía tan avergonzada. Una dama debía ser siempre honesta y tía Raquel la había pillado. Aún así no daría su brazo a torcer. Mantendría su palabra, sería firme. Soy quien soy, pensó para sí misma, y se infló de valor.

- He dicho la verdad - respondió Adelaida levantado de nuevo su barbilla. 

- Sí... y mírame a mi, yo tengo las zapatillas puestas - Raquel alzó uno de sus pies, tanto que Adelaida pudo ver como tenía hebras del césped adheridas a la piel desnuda de sus dedos y talón. Tal irónicas palabras molestaron aún más a Adelaida. 

Raquel caminó hasta una pequeña mesa cercana y tomó de ella una muñeca. A Adelaida  le molestó que pareciese una versión de ella misma, pero más rechoncha y regordeta. Rogó que la tía Raquel no deparara en aquella similitud. Y no lo hizo para el alivio efímero de Adelaida. La tía abuela le hizo notar que la muñeca estaba descalza también y deteniéndose de nuevo sobre el césped le preguntó a la muchacha. 

- ¿Qué es esto? 

- Una muñeca - respondió sintiéndose otra vez acuchillada por los ojos de Raquel. 

La mujer anciana se inclinó y dejó de pie junta a ella sobre el césped a la muñeca. 

- ¿Y ahora qué es? 

Adelaida sintió como su entrecejo se le frunció como si un hilo invisible arruchara su frente, fuera de su control. 

- Sigue siendo una muñeca... - apenas alcanzó a responder. 

- ¡¿Entonces si yo soy una dama y me paro descalza sobre el césped por qué dejo de serlo?!

- Porque una dama es una mujer real. Porque una dama debe ser elevada de la mugre de los caminos del mundo. Una dama sino ama y cuida sus pies, es porque no ama y se cuida a si misma. ¡Porque usted y yo somos personas! 

- Bueno... - Raquel se acercó hasta Adelaida con la muñeca en brazos, se le acercó al rostro y le dijo - Desde hoy seremos muñecas. 

- Eso no tiene sentido - cuestionó la joven desde su confusión. 

- Por lo que he aprendido de la vida, para las damas casi nada tiene sentido. De hecho, una muñeca y una dama se parecen en muchas cosas. Por ejemplo, tú y esta muñeca puede que tengan cosas en común - Adelaida sintió como sus mejillas se le inflaron de aire, como si un grito hubiera preferido morir dentro de su boca. No me parezco a esa rechoncha muñeca pelirroja, llena de pecas, se dijo repetidas veces en sus pensamientos. Lo que menos desearía que tía Raquel ahora encontrara parecidos físicos entre aquel muñeco y su fina figura de la que estaba orgullosa. 

- Verás Adelaida, esta muñeca igualmente que tú, no puede decir mentiras. Una dama es honesta. Resulta que la muñeca también. Ya veremos cual de las dos se convierte en toda una dama, y quien en toda una mujer. Veremos quién es más real que quién. 

Mientras Adelaida desempacaba su maleta, en la habitación donde dormiría, no dejaba de meditar toda aquella tontería de muñecas y damas. Para Adelaida no había discusión, una dama sabe que es una dama y punto. Y una muñeca es una muñeca y punto. Tía Raquel no era una dama y ella no era una muñeca. Le pareció que era mejor seguir sufriendo de mal de amor que vivir con una anciana demente. Se sentó frente al pulido espejo de la peinadora y comenzó a soltar su peinado con delicadeza. Miró sus pecas un momento, sus odiadas "hermosas pecas". Y por primera vez sintió solidaridad con ellas, por primera vez sintió que podía odiar otra cosa como nada en el mundo...

A las muñecas y a la tía Raquel. 




                                                                                                                     Lee Aquí el Capítulo 3









jueves, 22 de mayo de 2014

Capítulo 1

Ebook primera parte Aquí




Los Jardines de Bardolín


La Muñeca Adelaida
Primera Parte






                                                                                                           Autor: Pierre M Daboín M






Capítulo 1



Adelaida era una dama. Así la educó su madre. Ella sabía como debía comportase ante la sociedad, como debía pronunciar las palabras y entonarlas con finura, como tomar una taza de café con delicadeza, y sentarse tan erguida que su cuello pareciese el de un cisne. Adelaida nunca gritaba, una dama jamás lo hacía. Siempre llevaba su pañuelo perfumado, con que limpiaba todo aquello que iba a sostener. Una dama tenía que ser pulcra y Adelaida también. Le gustaban los niños, pero sobre todo si parecían maniquíes inmóviles, peinados y bien vestidos. Sin embargo también le gustaban los niños tremendos, los que se trepaban a los árboles llenándose las manos de mugre. Le parecían monos bonitos. "Monitos para ver de lejos" como una curiosidad para comentar con sus amigas, las otras damas. Porque las damas solo se reúnen con damas y Adelaida con damas se reunía. No le gustaba mucho la poesía, pero a las damas les gusta, así que a ella... también. Se forzaba a leerlas mientras viajaba en el tren en primera clase, o fingía leerlas, para lucir interesante, porque una dama siempre debe lucir interesante, sobre todo si hay un respetable caballero admirándola a lo lejos. No le gustaba la filosofía, pero intentaba leerla, "las damas inteligentes saben filosofar". Así le decía su madre. "Adelaida, una dama tiene que saber filosofar, pues no es lo mismo una joya bañada en oro, que oro convertido en una joya". Adelaida miraba su dije hecho todo en oro y se encogía de hombros. Seguro que los orfebres han de ser muy profundos e inteligentes, pensaba. En resumen, de Adelaida no se podía pedir más que fuese toda una dama, ni mucho menos. "Soy quien soy" siempre decía. La hacía sentir muy lista, muy sagaz, muy ella.

Es justo aclarar que Adelaida aparte de ser toda una dama, era también joven. Tenía 23 años y era muy hermosa. Su piel era blanca, resplandeciente al sol y sus extremidades parecían sostenerla del mundo con una delicadeza de ángeles. Sus manos eran finas y frágiles, pequeñas y suaves. Su cabello cobrizo era abundante, ondulado, brillante, largo hasta la mitad de su espalda y su cuello parecía una torre de marfil construida por hadas. Su risa y su sonrisa, la primera cautivadora, la segunda un hechizo. Su voz era suave, agradable al oído como el murmullo de un arroyo. Y su mirada era inocente, como si mirara a cada rato un mundo recién descubierto. Que tan lejos de la verdad no era, pues mundo le faltaba. Sus ojos eran negros como dos azabaches, que en contraste de su piel blanca y su cabellera rojiza, le aportaban una belleza exótica difícil de ignorar. Ojos escrutadores, pero controlados, pues una dama solo tiene ojos para lo respetable. Con la excepción de los "monitos".

La verdad es que Adelaida estaba muy triste. Le habían roto el corazón. Había creído en esas tonterías de las poesías sobre el amor y se enamoró de un joven de familia respetable. "Respetable solo la familia, pues el heredero no heredó el respeto" Dijo la vez que rompió en dos la foto de aquel amor, tan poco considerado con las atenciones que merece una dama. En realidad no la rompió en dos, la rompió en cuatro, en seis, en ocho, la rompió en tantos trozos que cansaba contarlos. Lloraba en silencio, una dama jamás alza la voz y jamás hace escenas, así que Adelaida lloraba en murmullos, y en público lloraba en suspiros. Aunque una vez sola en su cuarto, hundió su rostro en la almohada y gritó y gritó y gritó tan fuerte como el corazón se lo pedía, pero eso era un secreto.

Viajaba en el tren. Miraba por la ventana el amplio paisaje y no hacía caso de su madre, que tenía largo rato hablándole sobre su juventud, sobre sus desencantos amorosos y como los sobrellevó, claro, como solo puede hacerlo una dama. En cada recuerdo una lección, en cada pausa, un consejo de como debía actuar ante un desamor. Y Adelaida mirando por la ventana, en la lejanía, un pensamiento tan lejano, como lo más lejos que podía ver: Su amor alejándose. ¿O se alejaba ella? Iba en camino de visitar a una tía abuela que no conocía, en un pequeño poblado llamado Bartolín, Barsolín, Bardolín, le daba igual. Estaría ahí unas semanas hasta que se repusiera de sus desdichas. Su madre, tanto como su padre, querían que ya olvidara a aquel mal amor, aunque era una pena. Un joven de tan respetable familia.

Cuando por fin llegaron a la estación las esperaba un vehículo, que las llevó directo hasta el poblado donde vivía la tía abuela Raquel. Sí existía una dama de damas, esa era Raquel. El conductor se detuvo en la entrada del pueblito. Era un amplio arco de madera cubierto muy hermosamente por una especie de enredadera silvestre.

- Los Jardines de Bardolín - Leyó Adelaida en voz baja mientras inclinaba la cabeza siguiendo las palabras.

La Sra. Betania, su amada madre, la tomó por el brazo con cariño y la hizo andar. Le dio indicaciones al chofer que la esperara, con un gesto delicado con la mano, luego le pidió al jovenzuelo que les acompañaba que cargara con el equipaje y mirando de nuevo a Adelaida le sonrío.

- Te encantará la tía Raquel. Es toda una dama. Ni una reina tiene su talante. Ni otra dama tiene su talento.
 Adelaida dibujo una triste sonrisa en su rostro como sustituto a cualquier otro comentario y caminó en silencio. Bardolín era un pueblo curioso. Le parecía estar caminando por las veredas de un pueblo de un cuento infantil, donde todas aquellas casitas bien adosadas, de pinturas pasteles, con flores en las ventanas, de piedras redondeadas construyendo todos los caminos de entrada a las moradas y a los trayectos de las veredas, parecían de fantasía. Adelaida pensó que no le sorprendería si  de pronto viera asomarse por las ventanas a personajes rollizos como los enanos de los cuentos. Con sus caras regordetas y sonrojadas y sus sonrisas excesivamente alegres, fumando pipas y comiendo hongos silvestres. Sin embargo a lo lejos pudo ver una mujer que las miraba inamovible.

- ¡Tía Raquel!- Betania alzó su pañuelo al aire, a la vez que aumentaba la voz lo tanto que le correspondía hacerlo a una dama. Tenía que dar el mejor ejemplo a Adelaida y mucho más hacer sentir orgullosa a la tía Raquel.

Aquella mujer no movió ni un dedo. Parecía una momia de pie, pensó Adelaida para muy adentro suyo. Tía Raquel era una mujer larga, gris, vestida de negro de arriba hasta abajo, pero impecable. Erguida y erecta como una lanza vertical. Su rostro era frío, aunque pareciera esconder rasgos graciosos. Aun así Adelaida sintió temor de la tía abuela. Cuando por fin estuvieron cerca, el nerviosismo de Betania era evidente. Era de notar que la admiraba casi como a un ídolo.

- Tía Raquel, esta es mi niña Adelaida - Sostuvo a la desprevenida muchacha por los hombros y la acercó a aquella lóbrega mujer. Adelaida sintió como todo su cuerpo se contraía poniéndose tenso al estar bajo la mirada de la "momía de pie".

- Mucho gusto tía Raquel, es un placer conocerla - dijo muy educadamente aunque no estaba muy convencida de lo que acababa de decir.

Raquel la miró a los ojos un momento, le hizo un gesto con la mano para que la acompañara. Miró a Betanía y le dijo:

- Cuando regreses te devolveré a una mujer.

- Oh tía, yo estoy muy segura que sí - dijo Betania sonreída, aunque en el fondo se sintió ofendida. Ella había puesto todo su mejor empeño para que Adelaida fuese toda una dama ejemplar. Esperaba ilusamente un cumplido que nunca llegó. Ni siquiera el clásico "tu hija es muy hermosa" Se quedó de pie mirando como Raquel tomaba suavemente a Adelaida del brazo y la invitaba a seguirla. El jovenzuelo con algo de dificultad avanzó detrás de ellas llevando las maletas sudando a cada paso. Comenzó a caminar hacia el vehículo molesta, sentía como sus tacones sonaban evidentes en las piedras de la vereda. Sacudía las manos en un gesto no común en ella. Se percató de ello y se detuvo en seco... ¿por qué se comportaba así? De pronto levantó la mirada y miró a lo alto de una casa, hacia una ventana que estaba cerrada. La miró unos segundos, como si pudiera ver más allá de sus límites. Y se descubrió a sí misma la verdadera razón por la que había traído a Adelaida donde la tía Raquel. No era por la tía, era por aquel lugar, era por Los Jardines. Con un poco de inseguridad se soltó el peinado y sacudió su cabello canoso. Cerró los ojos un momento, respiró profundo y caminó decidida dispuesta a regresar a casa.

Adelaida no decía nada. Raquel no decía nada, parecía que ni respiraba y Adelaida no podía respirar. Estaba nerviosa, si su madre era estricta, no quería sospechar que tan severa sería aquella lánguida tía. Al llegar frente a su casa, Raquel se detuvo, abrió la puerta del jardín y le dio paso a Adelaida para que entrara. Le dio indicaciones al jovencito donde dejar el equipaje y le dio un par de monedas. Para sorpresa de la muchacha, la casa de su tía era una casa tan bonita como las demás. Sino que más bonita aun. De colores suaves pero alegres. De flores cándidas en cada rincón, en cada ventana, en donde mirara. Entraron a la casa, la cual no era oscura y gris, con muebles antiguos como los de la abuela Laura. Lejos de eso, era una casa muy campestre, como todo aquel lugar. Era una casa jovial, contenta, y tía Raquel parecía su fantasma. Adelaida escuchó las zapatillas de tía Raquel caer suavemente en algún lugar. Cuando volteó a mirar, se encontró con que Raquel estaba ¡descalza! y se desataba el peinado, se comenzaba a sacar el vestido negro, dejando al descubierto otro de colores claros, que llevaba debajo de aquello que parecía su mortaja. Cuando se deshizo de todas aquellas ropas, ante ella quedó de pie una mujer totalmente distinta a la que la recibió. Con un vestido de colores claros pasteles, la cabellera suelta y libre, como un río de plata sobre sus hombros, descalza. Cuando Raquel vio la expresión tan graciosa de pánico que tenía su sobrina en el rostro, le sonrió. Raquel era hermosa, su sonrisa parecía una luz. Caminó hacía la joven estupefacta. "Ahora sí" murmuró y cuando estuvo cerca de ella la sostuvo de las manos con mucha ternura, la miro a los ojos y le dijo:

- Bienvenida a Los Jardines de Bardolín, mi pequeña dama.

                                                                                                           

 Lee Aquí el Capítulo 2           










martes, 20 de mayo de 2014

Inicio





Adelaida en su cabecita 
tiene todo tipo de normas para ser una
distinguida dama y ninguna sola para ser feliz. 
Pero todo corazón
frágil construye fuertes murallas,
sobre todo si ha sido lastimado.
Por eso ella es pretenciosa, ingenua y soberbia.
Sin embargo, en Los Jardines de Bardolín
la esperan grandes secretos
que despertarán su alma y le mostrarán
como el amor puede ser encontrado
junto a los cerezos. 











Nota del autor: Esta es una versión Free de Los Jardines de Bardolín con capítulos por entrega.
La versión extendida será impresa y vendida por tiendas Online en un futuro próximo.
Gracias por entrar a Los Jardines de Bardolín.