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martes, 28 de octubre de 2014

Capítulo 18

Un grupo concurrido de bardolideños se reunieron en la redoma de la fuente, para luego partir todos juntos hasta casa de Doña Raquel. La Luna llena se alzaba en el cielo iluminando la noche, haciéndole el trabajo fácil a las farolas de las veredas. Todos conversaban sobre la repentina llegada de una gran parte de la familia Bardolín al pueblo. Sabían de las constantes amenazas de León Bardolín y de las recurrentes visitas de su pariente, el señor Mateo, los que eran muy conocidos por los más adultos del lugar. Los más ancianos y allegados de Raquel, sabían que era vital que apareciera el documento que al ser firmado por la mano apropiada, los salvaría a todos de quedarse sin hogar. Sin embargo, por más que lo buscaron por años junto a la dama de damas, nunca apareció. La mayoría pensó que los Bardolín olvidarían ese documento y que los dejarían en paz, concentrados en sus otras grandes propiedades. Pero lo que no sabían era que dicha familia pasaba por una fuerte crisis financiera por los malos usos de las riquezas dejadas por Gran Papá. La propiedad más valiosa de la que podían disponer eran Los Jardines de Bardolín en el supuesto que en verdad hubiese petróleo dentro de sus extensiones lo que era un misterio.

- ¿Qué crees que vaya a pasar? Mi abuelo le dijo a mi mamá que era muy posible que nos tuviéramos que ir del pueblo - preguntó Toñoño a Santiago que venían caminando entre el grupo de personas.

- No sé. Nosotros no tenemos donde ir. Mi papá dice que de aquí no se va - le respondió sin levantar la mirada de las piedras de la vereda.

- Pero... ¿Sí vienen a sacarnos que vamos a hacer? - el muchacho perecía ponerse muy preocupado.

- No sé Toñoño. Mi papá dice que hay un documento, que al parecer está escondido en casa de Doña Raquel o en algún lugar del pueblo que puede servirnos para evitar que nos saquen que aquí, pero hay que encontrarlo primero.

- ¿Un documento escondido? ¿Y quién lo escondió?

- Creo que un mismo Bardolín.

- ¿Pero en casa de Doña Raquel?

- O en algún lugar del pueblo.

- Jmmm... - bufó el muchacho confundido - ¿y por qué lo escondió?

- No lo sé Toñoño.

- ¡Pero hay que encontrarlo! - el joven de mejillas coloradas se detuvo sosteniéndolo de un brazo -. ¿Le preguntamos a Doña Raquel donde podemos buscar? ¡Tenemos que hacer algo!

- Lo han buscado por todas partes, dice mi papá, por años y nadie dio con él.

- Buscamos de nuevo - Toñoño parecía de verdad preocupado y dispuesto a mirar bajo cada piedra de Bardolín. Santiago lo observó en silencio. Su amigo tenía razón, algo había que hacer. Le asintió apoyando la idea de su amigo.

- ¿Cuando lleguemos donde Doña Raquel hablamos con ella aparte?

- Sí - asintió Toñoño más tranquilo sonriéndole. Después de retomar su camino para alcanzar al grupo de vecinos que los habían dejado rezagados, luego de unos minutos en silencio, el joven que le había parecido un cerdito a la pecosa, le dio con el codo al joven fantasma:

- ¿Viste temprano a la sobrina de Doña Raquel? - abrió los ojos a lo grande - ¡Es muy bonita!

Santiago se encendió en unos celos poco típicos de él, pero intentó lucir indiferente.

- Jmmm - apenas asintió.

- ¡Es una muñeca! ¿Verdad? - Toñoño se veía muy entusiasmado al hablar de Adelaida.

- No deparé en ella - refunfuñó Santiago.

- ¿Cómo que...? Tú... ¿No la viste? - su amigo pareció sorprendido -. Se habrá metido en alguna habitación, mientras yo estuve ahí nunca se quitó de la ventana.

- Yo fui a trabajar Toñoño - respondió seco a la pequeña provocación del joven chancho.

- ¿Pero en serio no la viste? ¿No es de tu tipo? Para mi es perfecta. Solo basta mirarla unos segundos para ver lo linda que es.

El joven de rostro noble estuvo de acuerdo en silencio. Solo verla unos segundos... y todo cambió. Todo.

- Bueno, cuando lleguemos de seguro la volveré a ver - continuó Toñoño con sus ilusiones.

- Es una dama de la ciudad, soñador - le observó Santiago.

- Sí, pero también tiene un corazón.

- Tú te enamoras de cualquier cosa que tenga un corazón. Así sea un ganso del estanque.

- ¡Ey!... ¿Qué te pasa? Y la señorita Adelaida no es un ganso. Es una dama muy bonita y refinada.

- Te quedas corto.

- ¿Cómo que me quedo corto? ¡Ja! Es que yo sabía que sí la habías mirado. ¿Corto eh? ¿Cómo la describirías tú? ¡A ver poeta! - Toñoño lo retó arisco.

Santiago le dio con el codo suavemente a su amigo para que lo dejara en paz, pero Toñoño insistió:

- A ver. ¿Cómo la ves tú?

- Déjame en paz.

- Vamos, ¿no que soy un corto?

El joven de las herramientas se detuvo un momento mirando en silencio al joven chancho. La verdad sí quería hablar de Adelaida, era de lo único que quería hablar, para él era como tenerla cerca aunque de forma etérica. Para él nombrarla era como sostenerla de la mano de nuevo, era como protegerla, como acunarla, como si pudiera hacerla aparecer frente a sí. Poniendo su mano sobre el hombro de su amigo se sinceró con él:

- ¿Alguna vez has imaginado como debe ser un ángel y al mirarlo de cerca descubrir que es más hermoso fuera de toda imaginación? ¿Alguna vez has podido sostener la poesía misma en tus manos, aunque sea solo un minuto? ¿Alguna vez has mirado en el borde de unos hermosos ojos, para descubrir que te has caído dentro de ellos sin remedio? ¡Bonitas y refinadas son palabras para sus botas trenzadas! ¡Ella es una canción! ¡Un poema andante! ¡Su cabello Dios lo hizo de fuego y dejó estrellas por todo su rostro! ¡La palabra "bonita" no la describe a ella, pero ella describe todo lo hermoso que alguna vez he podido ver en toda mi vida! ¡Y todo lo refinado ante su presencia luce opaco, mustio, porque no hay nada tan impecable, tan reluciente como Adelaida! ¿Sabes lo que se siente tocar la suave piel de su mano, mientras te toca la suave mirada de sus ojos?

- Eh... ¿to... tomaste su mano? - tartamudeó Toñoño lleno de sorpresa y recelo.

- Nunca había tomado una joya en mi vida hasta ese momento - Santiago le sonrió al joven de mejillas coloradas, el que se había quedado mudo. Pensaba que en verdad se había quedado corto después de escuchar a su amigo. De por sí, decir que se había quedado corto, era quedarse corto dos veces.

- Menos mal que no deparaste en ella. ¿Te imaginas Santiago si hubieras deparado en ella? - los dos sonrieron con gracia. Sin embargo Santiago seguía melancólico.

- Ella es de otro mundo, amigo mio - el muchacho de las herramientas inició de nuevo su andar y Toñoño le hizo la par.

- En eso tienes razón - el joven chancho miró las piedras de la vereda bajo la sombra de los que iban delante de ellos. Pero luego miró de nuevo a Santiago -. Pero nunca se sabe. Vamos a buscar un documento que nadie a encontrado y debemos tener fe de encontrarlo. ¿Me entiendes?

- Creo que no.

-  Buscar es la única forma de hallar... Que no se pierde nada con intentar... Bueno, aunque intentar no es garantía de encontrar.

- Galleta me dijo unas palabras temprano - Santiago pareció consolarse un poco al recordarlo -. Me contó que Adelaida le dijo que cuando se quiere algo con demasiadas fuerzas, todo es posible.

- Aparte de ser una canción que camina, tener candela en el pelo y la cara estrellada, también es inteligente.

- Cállate tonto - Santiago le dio de nuevo con el codo amistosamente a Toñoño sin poder evitar reírse de lo tosco de su compañero de tertulias. Los dos se rieron.

- El poeta eres tú - se defendió el joven chancho.

- Sí el ver a Adelaida no te hace un poeta, es que o no tienes remedio, o no has visto lo realmente hermosa que ella es - el joven fantasma intentó fastidiar al joven chancho.

- ¡Ja! Ya te enterarás de los versos que escribiré después que la vea esta noche. Estoy loco de volverla a ver.

Volverla a ver, pensó Santiago. No, él no se acercaría a casa de Doña Raquel, se quedaría afuera, distante. De todos modos Adelaida no querría verlo a él... pero... ¡para qué engañarse! ¡Se moría de ganas de verla de nuevo! Sin embargo se sentía mal todavía por el percance de la tarde. Ella era la que no querría ni escucharlo. Se volvió a machacar a sí mismo el hecho de haberle cerrado la puerta a la bella pelirroja cuando ella se acercaba a él. Nunca imaginó que la ofendería tanto. La verdad nunca pensó que la ofendería en lo más mínimo. Sintió vergüenza de sí mismo.

Siguieron caminando en silencio hasta que vieron que todos se detenían en frente de la entrada del jardín de la dama de damas. Santiago no quiso acercarse y se quedó recostado del muro del jardín de una casa, diagonal a la de Doña Raquel; ya tendría tiempo de hablar con ella sobre el documento, si era que realmente existía. Su amigo, por su parte, se incorporó con el resto para escuchar lo que habría que decirse sobre la situación que preocupaba a todos los lugareños, y para cumplir su anhelo de mirar de nuevo a la bonita muchacha de cabellos de fuego.

Raquel retiraba su plato de la mesa justo al terminar su cena, cuando escuchó la campanilla del jardín sonar. Había sentido como había un grupo de personas fuera, en la vereda, pero pensó que pasarían de largo yendo a donde fuera que se dirigieran. Sin embargo el destino de todas esas personas era su propia casa. Adelaida aun no terminaba la fruta que estaba comiendo y lamentó que alguien llegara a interrumpir el momento que estaba pasando con su tía abuela. Habían estado hablando de todo un poco, lo que la ayudaba a estar lejos de esos pensamientos y emociones que la tenían tan desorientada. Miró hacía la puerta y pudo ver unos rostros totalmente nuevos para ella, que la miraban con gran curiosidad desde el otro lado de la verja.

- Tía, hay varias personas allá afuera - le dijo a Raquel mientras le pasaba por un lado en dirección a la puerta.

- Vamos a ver que sucede - dijo para sí misma la anciana. Apenas asomó el rostro por la entrada, todos los presentes se acercaron aun más hacía su jardín. Parecía que la mitad del pueblo estuviese frente a ella. La llenó de tranquilidad ver a Gerónimo tratando de sortear un camino entre la muchedumbre para acercarse hasta su casa. Caminó en dirección hacia la entrada del jardín, atenta a su viejo amigo.

- Buenas noches Doña Raquel - la saludaron varias personas.

- Buenas noches - respondió el saludo la dama de damas a los presentes.

- Buenas noches Raquel - se le acercó Eugenio, el carpintero -. Disculpa que hemos venido a molestarte esta noche; pero ha crecido por todo el pueblo una gran preocupación.

- Me imagino a que viene tal preocupación. Seguramente ya muchos han visto a un Bardolín paseándose por el lugar - le respondió ella sin parecer ni sorprendida ni preocupada. En el fondo sabía que el tiempo se acababa, pero para muchos no era una novedad que Mateo estuviese dando vueltas por las veredas del pueblo. Parecía más preocupada por ver que llegara hasta su lado Gerónimo que lo que le contaba Eugenio.

- Ese no es el verdadero problema que nos preocupa Raquel - el carpintero inclinó la cabeza buscando atrapar la mirada de ella, de ganar su atención, pero no lo logró. La anciana estaba casi ajena a él. Después de un par de segundos de silencio el hombre, lleno de amabilidad, logró imprimir en su voz una clara sensación de urgencia en lo que a continuación le dijo:

- La familia Bardolín parece que está alojada completa en la Masión de la entrada del arco -  la dama de damas fue sacudida por aquello. ¿La familia estaba completa en el pueblo? Todos aquellos que por años la habían odiado estaban de nuevo cerca. Venían como buitres a esperar que se cumpliera el plazo para lanzarse sobre los restos de Los Jardines de Bardolín, que sin sus gentes amables solo era un gran y triste cadáver.

- ¿Estás seguro de eso?

- Los hemos visto merodear por los alrededores de la Mansión. Hombres y mujeres - afirmó Eugenio. El hombre estrujo nervioso entre sus robustas manos su pequeño gorro -. Los que estamos aquí sabemos de sobremanera que la presencia de un Bardolín en el pueblo siempre ha traído inconvenientes, siempre con sus amenazas de que nos sacarán de aquí, que Los Jardines de Bardolín no nos pertenecen...

- Y el temor que todos tienen es que ahora si hayan llegado a cumplir las amenazas - inquirió Raquel. El carpintero asintió en silencio. Mientras todos a su alrededor opinaban, unos con otros sobre lo que tanto temor les generaba.

- ¿Qué vamos a hacer? - dijo una señora notoriamente angustiada, la que propagó su nerviosismo a los demás.

- ¿Vamos a perderlo todo? - preguntó otro desde atrás.

- Pero... ¿es que nos pueden sacar de nuestras casas? - se escuchó otra voz llena de rebeldía. Raquel comenzó a notar que comenzaba a subir la tensión rápidamente. Gerónimo llegó por fin hasta la entrada del jardín, y ella sin más lo dejó pasar. No lo pudo recibir como hubiera deseado porque no dejaban de preguntarle cosas, todos casi al mismo tiempo.

- ¡De mi casa me sacan muerto! - gritó un joven lleno de soberbia.

- ¡A mi también! -  Raquel respondió en voz alta tratando de llamar la atención de todos. Al apenas escuchar su potente voz, todos prestaron atención a lo que ella les iba a decir.

- A mi no me sacan de esta casa sin antes luchar. Toda mi vida son ustedes y Los Jardines de Bardolín - continuó diciéndoles.

- Pero Doña Raquel ¿cómo van a sacarla a usted de aquí? ¿Acaso no es más la dueña de estas tierras? - preguntó uno de los hombres más jóvenes entre los presentes.

- No soy dueña de Bardolín - pareció un poco desesperanzada de que siguieran insistiendo que ella tuviera alguna potestad sobre la posesión de todo el pueblo -. ¿Tengo que contar de nuevo la historia de por qué solo tengo el derecho de poseer estas tierras por determinado tiempo y no que soy la ama y señora de todas sus extensiones?

- Todo está redactado en un testamento - intervino Gerónimo, tratando de mediar por su amiga -. En la actualidad no pueden hacerles nada. Raquel tiene derecho ha decidir que sucede y que no dentro de este agraciado pueblo, pero el plazo de tiempo que le cede ese derecho se está terminando. Por eso la familia Bardolín está aquí. Sin embargo, algunos de ustedes ya saben que existe un documento...

- ¡Que nunca ha aparecido! - le interrumpió un anciano frente a él. Todos comenzaron a murmurar y hacerse preguntas.

- Ciertamente es así. Pero Raquel y yo hemos decidido comenzar de nuevo su búsqueda...

- ¿Y si no aparece? - cuestionó incrédula una mujer anciana.

- ¿Por qué no se redacta otro y listo? - preguntó una muchacha.

- No es tan fácil cómo eso - respondió Raquel.

- No es tan fácil; en el testamento que permite que estén aquí, también pone como condición que el documento que puede permitir que permanezcan aquí para siempre, sea el que vamos a encontrar pronto - Gerónimo intentó proyectar su positivismo a lo demás. La dama de damas se lo agradeció en silencio desde su alma.

- ¡Y si no aparece! - volvió a machacar la anciana de momentos antes -. Se ha buscado por años, tantos que lo dejamos de buscar Raquel; tantos años que hasta pensamos que la familia Bardolín se había olvidado de nosotros excepto por un par de ellos que siempre venían a amenazarnos. Y ni siquiera los dueños directos, sino los hijos de estos. ¡Nadie va a salir a buscar de nuevo un documento que buscamos por cada rincón de tu casa hasta el mismísimo agotamiento!

- ¡Yo sí! ¡Yo vuelvo a buscar! - alzó su mano apremiante el preocupado Toñoño. La dama de damas lo miró con aprecio -. ¡Santiago y yo vamos a buscarlo de nuevo, todo el tiempo que sea necesario!

- ¡Y yo también Doña Raquel! - Fabián alzó la mano desde un poco más atrás.

- Sí los muchachos tienen ese brío y esa fe ¡Yo también! - se sumó el gran Gaspar.

Los ancianos entre sí movían las cabezas desaprobando aquello. Una perdida de tiempo, decían. Todos los sitios donde se pudo haber buscado, ya se habían revisado. Incluso en cada libro de Doña Raquel, entre página y página, de cada uno de ellos.

- Lo único que faltó fue echar tu casa abajo para buscar debajo de ella - otro anciano se dirigió a Raquel con desesperanza.

- Puede que nunca haya estado en mi casa... sino en otro lugar del pueblo - todos se miraron las caras al escuchar estas palabras de la dama de damas.

- ¿Es decir que hay que buscar en cada casa? - preguntó uno de sus vecinos cercanos.

- No precisamente - la tía abuela de la pecosa miró a su amigo buscando amparo en él. En el fondo ella tampoco tenía muchas esperanza de que encontraran dicho documento, después de tantos intentos fallidos.

- Tengo amplias razones para pensar que el documento no está en casa de nuestra querida Raquel - dijo Gerónimo tratando de ganar la atención hacia él.

- Mientras que no diga que piensa que está en la Masión Bardolín - dijo Eugenio con una apenada sonrisa.

- No, mi estimado. Hay una gran posibilidad de que esté en los Jardines. Cerca de los cerezos.

Aquello inició de nuevo un gran mar de rumores entre unos y otros. ¿En que parte de los Jardines podría estar? ¿Y si estaba en un pozo? Pensar en la posibilidad de que estuviera en ese lugar no los llenaba de esperanzas, por lo menos no a los más ancianos y adultos. Para los jóvenes todo era cuestión de ir a buscarlo, de buscar en cada mínimo espacio de los Jardines y los cerezos hasta dar con el escurridizo documento.

- ¿Pero de donde saca eso? -espetó otro anciano incrédulo.

- Tengo evidencias de que puede que sea así - no se atrevió a decir que todo aquello era una suposición basada en un acertijo -. Evidencias de la mano de la misma persona que lo escondió.

-  ¿Y si no está ahí? - la anciana recelosa de minutos atrás habló una vez más.

- Y si no está ahí ¿Qué va a hacer usted? - se volvió a engrandecer Raquel, se alargó hacía arriba, se endureció como una lanza una vez más. Toda la energía de su coraje vibró en su voz haciéndole recordar a todos quién era ella -. Dígame, ¿qué hará? Yo por mi parte no dejaré que me saquen de mi casa, de mi vida, así de simple. Y así como hasta el último momento me aferraré al sitio que pertenezco, así buscaré la solución a esto hasta el último momento para que usted no pierda su casa, mientras se lamenta de lo que pueda suceder. ¿Y si no está ahí? ¿Pero que pasaría si resulta que sí está y no lo buscamos? Él que crea que ya todo está perdido puede irse del pueblo ahora mismo. ¿Por qué siguen aquí?

- No tenemos donde ir - le respondió una de sus vecinas cercanas.

- Entonces no tienen opción, si quieren que esto termine en paz. ¡Todos tienen que buscar, o apoyar en su defecto a todos los que lo estén buscando! ¿Quedarse asustados llorando es una opción? ¡No!

Mientras tanto Adelaida escuchaba de pie cerca de la puerta. No se había atrevido a salir ni a asomarse. Sentía que solo estorbaría a su tía abuela, pues era tan poco lo que ella sabía de lo que realmente pasaba en torno a ese documento, al pueblo entero y a la familia Bardolín. En el fondo deseó con todas sus fuerzas poder ayudar a su tía abuela de alguna manera. Pensó que de haber tenido el poder de resolver lo que amenazaba a Los Jardines de Bardolín, lugar que ella comenzaba amar, no lo hubiera dudado un solo segundo para solventarlo de inmediato. Recostada donde estaba miró hacia dentro de la casa. Miró la sala de estar, el jardín central un poco más allá, todavía un poco más lejos la amada mesa redonda de su tía abuela. Miró hacia las puertas de las habitaciones principales, la de Raquel y la que estaba ocupando ella. Pensó en el huerto, en los cerezos de su tía, en sus rosales. Pensó en la biblioteca en la que aun no había entrado que estaban al final del patio trasero. Cada rincón de esa casa se le había metido en su corazón y no podía imaginar que llegaría el día que no podría estar más en ella. Que le fuera prohibido caminar de nuevo por sus pasillos. Se llevó una mano al pecho conmovida. Se apartó de la pared y camino hasta el umbral de la puerta quedando a la vista de todos.

Prácticamente la totalidad de los presentes se quedaron mudos ante la aparición de la hermosa pecosa ante ellos. Parecía una diosa de algún bosque con aquel tocado de flores rosa, con ese porte frágil, con esa belleza casi etérica como la de los ángeles. Los más ancianos creyeron estar viendo un fantasma, que casi exclamaron de asombro; la pelirroja jovencita que salió de pronto de la casa de Raquel se parecía demasiado a Jazmín, por un segundo pensaron en una aparición del más allá. La pecosa se intimidó un poco al sentir que todos los presentes la miraban curiosos o asombrados y buscó con premura la mirada de su tía abuela, que se había volteado a mirarla al notar el mutismo repentino de sus vecinos.

- Ven Adelaida - la dama de damas le extendió la mano.

La muchacha hermosa caminó hasta ella saludando con una luminosa sonrisa a Gerónimo que le tomó de la mano con su gran caballerosidad de siempre. Se paró al lado de Raquel y se abrazó a su cintura para darle el apoyo de su cercanía.

- Les presento a mi sobrina Luisa Adelaida - la dama de damas la presentó con orgullo. La pecosa inclinó la cabeza saludando a todos. Cada uno le respondía según podía, saludándola también. Sin embargo en ella, sin poder evitarlo, se despertó el deseo de encontrar entre aquellos la mirada amable de Santiago, y buscó, y miró en cada rostro, entre cada uno de ellos, pero no lo encontró.

Los ancianos la miraban casi con la boca abierta, admirados al tenerla cerca.

- ¿Es la hija de Betania? - le pregunto una anciana a Raquel.

- Sí. Adelaida a venido a pasarse unos días con nosotros.

- ¡Dios mio! - exclamó uno de los ancianos que había hablado antes - Pero esta niña se parece tanto a...

El hombre se detuvo y miró a la dama de damas no queriendo lastimarle con sus palabras, al querer evocar un recuerdo tan doloroso para los fundadores de Los Jardines de Bardolín y en especial para ella.

- Así es Tomás, se parece mucho a mi Jazmín - dijo con mucha paz la tía abuela Raquel, luego mirando al rostro de su sobrina dijo:

- Pero así como mi Jazmín era única, mi Adelaida también.

- Tía - le murmuró la pecosa - yo también la ayudaré a buscar.

- Hija, no tienes que preocuparte por estas cosas - le respondió Raquel con ternura.

- Tía, usted no está sola. Me tiene a mi - estas palabras de Adelaida, casi hicieron que de los ojos agradecidos de la dama de damas se le escaparan unas lágrimas. La anciana le sonrió y le besó en la frente.

Toñoño le hacía señas a Santiago como un desesperado tratando de llamar su atención; le hacía muecas señalando hacia casa de Doña Raquel, pero este estaba distraído sabía Dios en que pensamientos. Sin embargo unas muchachas que estaban cerca de él, trataban de ponerse de punta en pie para intentar ver a la "bonita y refinada" sobrina de la dama de damas. Se hacían preguntas unas a las otras.

- ¿Quién es esa muchacha? - preguntó la que estaba empinada mirando por encima de las cabezas de todos los que estaban en medio.

- Desde aquí se ve muy bonita. ¿Quién será? - dijo otra.

- Es la sobrina de Doña Raquel - respondió una tercera. Santiago al escucharla casi dio un brinco. Adelaida había salido. También intentó ponerse punta en pie, pero no lograba verla, el corazón se le puso inquieto y se llenó de unas ganas demasiado grandes de poder mirarla. Buscaba un lugar, donde desde la distancia pudiera apreciar a la pecosa, pero la gente se movía y la veía en celajes demasiado fugaces. Galleta cerca de ahí, que se encontraba acompañando al gran Gaspar observó en silencio al ansioso Santiago, desde donde ella estaba podía ver claramente a Adelaida, quiso llamarlo pero vio como el muchacho movido por todos sus impulsos internos, se subió en el bajo muro de una de los jardines de las casa cercanas y quedó por encima de todos. Lili miró hacia a su amiga, la que al sentir que alguien la miraba por encima de los demás volteó instintivamente encontrándose con el atónito joven fantasma. La muchacha de grandes ojos marrones, fue una testigo silenciosa del encuentro distante de Adelaida y Santiago.

- Dios mio... - musitó el joven fantasma al ver a la hermosa Adelaida con aquellas flores en el cabello, parecía que ella tuviese luz propia, como si todo lo que estuviese cerca de ella se impregnara de su luz. Ni parpadeaba, estaba alelado, flotando en un silencio extraño, como si el mundo fuese una mentira y la pecosa fuese todo lo existente. Ella lo miró a los ojos, su corazón también estaba inquieto, trataba de leer en la mirada de él si había rastros de rencor por lo de temprano en la tarde, pero otra vez... esa mirada... una vez más su corazón se llenó de aquello, una vez más se movió por dentro, una vez más se sintió envuelta. Pero los dos evitaron saludarse, porque ella pensaba que él estaría molesto por lo del jugo y porque él pensaba que ella estaría molesta por lo de la puerta. Raquel comenzó a caminar hacia dentro de su casa llevándose a Adelaida suavemente sostenida del brazo, apartó los ojos por un momento de Santiago, mientras caminaba hacia el umbral de la entrada de la casa.  Él en ningún momento apartó sus ojos de ella, se la aprendía de memoria, la pintaba en el lienzo de su alma. Pero justo antes de que Adelaida cruzara el último velo de la puerta, en el último segundo volteó a mirarlo, una vez más, y al ver que aun Santiago la miraba con aquellos ojos tan amables, tan amantes, le sonrió tímida, insegura de que él le fuese a responder. Sin embargo Santiago no respondió a su sonrisa, estaba aun sumergido en el trance de su alma. Coronada con cayenas, pensaba, es una reina coronada con cayenas. La pecosa cruzó por completo hacia dentro de la casa quedando fuera de la vista el uno del otro; se entristeció porque el muchacho de rostro noble no correspondió a su sonrisa. Se confundió más. Estaba contenta de haberlo visto por un momento, pero también estaba triste porque sentía que él estaba molesto con ella, aunque sus ojos le dijeran todas las cosas contrarias a la tristeza, aunque sus ojos le decían esas cosas que nunca habían sido pronunciadas para ella.

Todos los presentes ya habían iniciado su partida. No había más solución que colaborar en la búsqueda del documento, incluso hasta para el que la idea ya estaba más que gastada. Se fueron alejando poco a poco conversando unos con otros. Toñoño alcanzó a Santiago y no dejaba de comentarle lo cerca que había visto a Adelaida; que le hizo mil señas para que él se acercara también pero que no lo vio. Sin embargo el joven de las herramientas caminó en silencio, mientras la miraba frente de sí como si la pecosa hubiera quedado grabada en sus pupilas, como se queda el sol en la mirada cuando se le mira directamente. Se alejaron yéndose cada uno a su casa, dejando a Los Jardines de Bardolín en silencio, bajo la custodia de la reluciente luna.





Las avecillas cantaron sus himnos al día naciente. El astro rey, volvía a llenar el mundo con la riqueza de sus brazos de oro, iluminándolo todo. El suave vendaval mañanero meció las cortinas de Adelaida, lo que la luz aprovechó para besar su hermoso rostro lleno de pecas, en cada intento. La hermosa dama, abrió lentamente los ojos, se sentía un poco taciturna. Se sentó en la cama y miró hacia el postigo aun llena de ensoñación, pero un rojo carmesí destelló con la luz del sol en su ventana entra las cortinas que en suave vaivén, de un segundo a otro, dejaban que pudiera ver la vida allá afuera. Se espabiló, se puso de pie y caminó dejando rezagadas a sus pantuflas apartando las cortinas con cuidado. Y ahí estaba.

Una rosa roja como la sangre, una flor de terciopelo atada a uno de los barrotes de la reja. La sostenía una pequeña cinta blanca, era una rosa sin espinas, una flor amable. Atada a su vez, a una de sus fuertes hojas había una pequeña nota, enrollada como un pequeño pergamino. Antes de tomarla miró hacia la vereda, miró en todas las direcciones que pudo y no había más que aves y mariposas en lo suyo de todas las mañanas. El corazón se le llenó de curiosidad tanto como de emoción, la liberó de la cinta blanca y se la acercó al rostro para oler su perfume. ¿De quién sería? ¿Sería de Santiago? No, no podía ser de él. Santiago parecía no querer acercarse más a ella. Se sentó en el borde de la cama y con delicadeza desprendió la pequeña nota y la desplegó con suavidad. Cuatro humildes versos llenaban todo el diminuto pergamino, cuatro versos que sonaron en su corazón llenándolo de misterios y poema:




"Cuidaría el paso de tus botas trenzadas
y con una cinta blanca ataría para ti la luna llena.
Y besaría tus ojos, y soñaría en tus pecas

Serías mi reina coronada con cayenas"






Lee Aquí el capítulo 19            

   








martes, 7 de octubre de 2014

Capítulo 17

Estaba lejana. Su alma se había ido distante, a esos días en que los brazos de Joshep la rodeaban, donde ella se sentía protegida... donde se creía amada. Escuchaba en su memoria su voz, recordaba su mirada. Su corazón seguía en silencio, aunque todas esas imágenes que iban y venían en sus pensamientos le daban la certeza que aun lo amaba. Sin embargo, muy en el fondo, sentía un espacio vacío, un lugar en ella que quedó desolado, donde en un rincón ocultaba aquello que se negaba a reconocer. Prefería mirar hacia la superficie, mirar sus propios errores y culparse una y otra vez por haber perdido ese amor en el que se había construido todo un futuro junto al hijo de los Villafranca. No podía ser posible que ella estuviera viviendo cegada por su propia ilusión, todo ese amor fue real... tenía que ser real... pero... su corazón no decía nada, como si no quisiese opinar al respecto. ¿Dónde se fue ese vibrar vigoroso con solo recordarlo? ¿Dónde se fueron esos latidos potentes que agitaban su pecho con solo verlo venir, incluso en un pensamiento? Pero su alma giró llena de preguntas que no podían ponerse en palabras... su corazón un par de horas antes había latido vigoroso, pero no era eso lo que confundía a Adelaida. Su pecho muchas veces ya había retumbado de esa forma, incluso más fuerte todavía. No era la fortaleza con la que latió su corazón lo que la hizo moverse, fue con lo que se llenó lo que la hizo ser otra. ¿Qué fue lo que sentí? se preguntaba con apremiante deseo de encontrar la respuesta. Se le hacía tan imposible descifrar aquella sensación que le inundó el cuerpo, esa necesidad de decir lo que no tenía idea de decir, esa necesidad de ser recibida, más que de simplemente estar. Con Joshep le bastaba estar cerca de él, pero no le sucedió igual ante el muchacho de las herramientas. Quería ser recibida de nuevo por esa mirada que parecía protegerla mejor que mil brazos. Esos ojos que parecían calcarla, leerla, aprenderla. Esos ojos que la miraban de verdad, que la hacían sentir tan consciente de ella misma. Era cierto que necesitó acercarse a Santiago, que sintió que solo su presencia consolaría su espiral de emociones internas, pero se mentía, ella quería girar en ese carrusel de sentimientos sin consolaciones; no era simplemente estar, no era simplemente acercarse. Era... no sabía como explicarlo... era cómo llegar de una vez para siempre. No, las palabras no servían para nada, no podía poner en palabras todo lo que sentía por dentro. Se recostó sobre la mesa sobre sus brazos cruzados y cerró los ojos. Y ahí estaba el muchacho fantasma mirándola desde adentro de ella.

- Santiago - murmuró. Probando el artilugio de nombrarlo... y le gustó... le gustó llamarlo. 

- Joshep - murmuró. No le gustó como se sintió. No sabía por qué se hundía en una melancolía que la rodeaba como un malvado espíritu. Si creía que lo amaba tanto ¿por qué su alma se sentía rota en su recuerdo y al pensar en Santiago se sentía de una sola pieza, entera de nuevo, sin grietas?

- Me estoy volviendo loca - se le humedecieron los ojos y entre sus párpados cerrados se deslizó una fugitiva lágrima. Una pequeña gota cristalina que rodó por su mejilla sobre sus pecas, acariciando su rostro cómo si quisiera reanimarla. Suspiró profundamente, pero Santiago no se iba de su mente. Eso la alegró, eso evitó que la lágrima le doliera. Por el contrario la llenó de aquello, de lo que no sabía cómo describírselo ni a ella misma. Se incorporó en la silla mirando hacia el jardín central, mirando las floridas cayenas que se mecían suavemente como intentándola seducir y sin saber por qué, tal vez por el torbellino de emociones que llevaba por dentro, aflojó las cintas de sus botas y se desnudó los pies. Los apoyó suavemente sobre el frío suelo y se puso de pie, su corazón latió intensamente. Quiero ser feliz, lo pensó con sencillez, sin imágenes mentales en concreto. Habló su alma. Dio unos pasos inseguros hasta el borde del jardín y miró el césped, luego alzó la mirada hacia las cayenas, lo que sin saber por qué era su repentino destino. Pisó la fresca hierba, le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, pero disfrutó la sensación en la planta de su pie. Dio dos pasos dentro del jardín, cerró los ojos y se quedó inmóvil. Una voz interna muy arraigada en ella comenzó a gritarle lo que una dama no debía hacer y titubeó internamente. Estuvo a punto de regresar corriendo, evitando cometer el mismo error que cometió con Joshep, pero esta vez con ella misma. Una dama debe... una dama debe... pero antes de que aquella voz la venciera, recordó a Jazmín...

- Una dama debe ser feliz - dijo. Pero al contrario de sus palabras comenzó a llorar en silencio. No se sentía feliz, no sabía que era la felicidad. Lo dijo como un descubrimiento lejano a ella. Deseó poder danzar como Jazmín sobre aquel pequeño jardín, caminar hasta las cayenas, tomar las más grandes y colocarlas en su cabello. Verse tan hermosa como lo hacía tía Raquel cuando se peinaba usándolas cómo una corona. Caminó movida sin saber por qué sentimientos y quedó al alcance de las grandes flores rosadas de pistilos oscuros, coronados con pequeños broches dorados. Tomó una cayena con sus suaves manos, la que pareció soltarse con gusto entre sus delicados dedos. No sabía que hacer con ella y su abundante melena pelirroja, no tenía idea cómo sostenerla en un peinado en su cabellera y terminó colocándosela sobre la oreja derecha. Secó las lágrimas de sus ojos, pero estos se volvían a humedecer.

Y de pronto algo se rompió dentro de ella, algo que no necesitaba más. Pareció salir de una ensoñación para descubrirse a sí misma descalza sobre el jardín sintiéndose inocente, deseosa de felicidad, sintiéndose ligera cómo hace mucho no se sentía, como sí hubiera perdido una pesada carga interna. Aun no se sentía feliz, pero algo había cambiado dentro de ella. Estaba con los pies desnudos sobre el césped sintiendo que una parte de ella era libre. No pudo ser de mayor dimensión la gran sorpresa que se llevó Raquel al venir de la parte trasera de la casa hacia la habitación de Adelaida en su búsqueda, para encontrársela en su jardín. En medio, con los pies sobre la hierba, con una gran cayena en el rojizo pelo. Se quedó petrificada de la impresión. Casi que la llama Jazmín al verla, fue como una aparición ante sus ojos. No le salía palabra alguna, era una de las imágenes más hermosas que le daba la vida, que le regalaba Dios. Adelaida tan parecida a su Jazmín, le parecía que tenía a las dos en una sola en ese momento. La pecosa la miró a los ojos y buscó mil respuestas en la mirada conmovida de su tía abuela, buscó mil respuestas, o aunque fuese una sola de todas las que se desataron dentro de su alma, y sintiéndose chiquita, cómo una niña le extendió los brazos, cómo lo hizo con Joshep, una suplica de amparo, pues era demasiado nuevo todo lo que sentía su alma en ese momento. La dama de damas caminó hacía ella con amplios pasos y la abrazó con fuerza, y sintió el corazón de Adelaida cómo un pequeño tamborcito en su pecho sonando desesperado. Sabía que de alguna forma que jamás podría explicar, su sobrina, por sí sola había logrado librarse de un gran yugo. Un gran paso hacia la sanación de su corazón roto. Adelaida no había dejado caer una coraza antigua, la había destruido definitivamente. Pero solo era un paso más en el doloroso camino, pero necesario para que Adelaida dejara salir la verdadera luz que brillaba dentro de ella, atrapada como un sol dentro de una bóveda. En el interior de la pecosa las emociones no terminaban de quedarse quietas y no dejaban de venir a su mente Joshep y Santiago, uno detrás del otro. Del primero recordaba sus duras palabras cuando él le juzgó diciéndole que no era una dama. Pero al ver a Santiago en su mente, deseaba con todo su corazón ser una dama, una de verdad, esa la que pudiera caminar descalza el mundo entero sin que eso manchara en lo más mínimo su dignidad. Una dama que pudiese enfrentar sus errores con virtud y no una que aparentando virtudes ocultase sus errores, incluso a sí misma.

- Tía - Adelaida alzó sus ojos hacia los de Raquel - ¿Yo soy una dama?

- En cada una de las letras de tu nombre, mi amor - la dama de damas le sonrió con ternura -. ¿Te digo el secreto de una verdadera dama? Una dama de verdad, antes de cualquier cosa es mujer. Y una mujer es de lo que está hecho su corazón. No importa que tan buenos modales tengas si tu corazón está vacío. No importa que tan buena seas filosofando en las reuniones de sociedad, si tu corazón no es sabio. No importa que tan bella puedas lucir por fuera, si tu corazón no tiene belleza por dentro. No importa que tan recatada seas, que tan correcta seas, que tan puritana seas, si tu corazón no ama. Y tú tienes un corazón lleno, tú tienes un corazón sabio, tú tienes un corazón lleno de belleza, tú tienes un corazón que ama. Y todas esas son cualidades de una buena mujer, y una buena mujer es el cimiento de una buena dama. Todo lo demás son apariencias, máscaras, disfraces, temores. Por eso, hija mía, eres toda una dama, porque ante eso, en tu corazón, ya eres toda una buena y gran mujer.

- Mi corazón está loco tía - Adelaida sonrió llorosa todavía.

- Eso es bueno. Sólo un corazón loco puede entender al amor - ambas sonrieron.

- Pero primero tendría que entender la locura que hay en mi pecho hoy para poder entender al amor - dijo la pecosa un poco más tranquila. 

- O quizá lo que debes entender que esa locura que sientes en tu pecho es amor.

Adelaida miró a los ojos de Raquel cómo si en ellos pudiera traducir esas palabras, pero no pudo. ¿Esta locura es amor? ¡Qué confuso! pensó. Ella se aseguraba que amaba a Joshep todavía, pero no era él quién le hacía girar por dentro lo inefable. Él era cómo un silencio dentro de ella, cómo un hueco que ella llamaba "amor". Pero Santiago, apenas lo acababa de conocer horas antes y era cómo si él la conociera mejor que nadie, cómo sí pudiera mirarla por dentro y sostener su mano cómo sólo ella lo necesitaría siempre. Su cabeza decía Joshep, pero su corazón decía Santiago. La eterna lucha de la razón y la emoción. Amaba a Joshep, era lo lógico, era su prometido, quién en verdad la conocía hace un par de años atrás. A quién ella le falló y le decepcionó, aunque comenzaba a pensar más en ello de otra manera. En cambio Santiago... aquello era irracional, un extraño, que apenas tenía horas conociendo su rostro, el que le cerró la puerta en la cara y al que ella le vació un vaso de jugo encima... El que le tomó el alma suavemente junto a su mano lastimada... Esa era toda la historia de los dos. ¿Por qué Santiago está en mi corazón y Joshep en mis pensamientos? ¿Amor? No, esto no es amor. Es una simple locura, se dijo en el secreto de su alma.

- No tía. Yo no he sentido esto antes. Y usted sabe que yo aun amo a Joshep. Lo que le quiero decir es que ¿por qué no he sentido esto antes? Amor ya he sentido y no se siente así - esto último lo dijo sin estar muy convencida de sus palabras.

- ¿Por qué no has sentido eso antes? - Raquel le volvió a sonreír -. Es una buena pregunta. Otra pregunta es por qué lo estás sintiendo hoy.

Adelaida se ruborizó. Era verdad. Toda esa locura se movía en torno de Santiago, toda esa algarabía interna llegó con él, en el más suave silencio. Y nada se podía explicar sobre eso, sucedía sin su permiso o... ¿si lo permitía? Disfrutó desde el primer momento de la presencia del muchacho de rostro noble, de la entonación de su voz, de cómo la sostuvo, de cómo la miró. Nunca batalló contra nada de eso. Lo recibió como un presente, y algo dentro de ella lo agradecía. Pero... ¡Qué era! ¡Todo eso que sentía que era! ¿Esta locura interna es amor? pensó. No era posible. Era otra cosa, pero amor no. Su amor estaba en Joshep, lo demás debía ser tan simple cómo se sentía. Una confusión en su alma lastimada. Una simple locura. Quiso quedarse con esa idea, no quiso buscarle más explicaciones, ya se le pasaría todo aquello y sorteando la pregunta de su tía abuela giró el hilo de la conversación en otra dirección:

- Tía... ¿yo podría pedirle un favor? - se volvió a ruborizar -. Es una tontería... pero... ¿me podría hacer el peinado que usted siempre se hace con cayenas?

- ¡Oh claro Luisa Adelaida! - la tía Raquel pareció iluminarse con aquello. Sin mucho pensarlo se acercó a las cayenas y se hizo con seis flores las que puso en manos de la pecosa -. No te muevas de aquí.

La dama de damas tomó una silla la que acercó hasta el centro del jardín y la dejó detrás de su sobrina. La invitó a sentarse y la muchacha sin más, se sentó. Lo primero que hizo fue sacar con cuidado la cayena que llevaba Adelaida sobre la oreja y se la puso en las manos junto a las otras flores. Sostuvo el abundante cabello de la pecosa, como si fuera un tesoro. Fuego, hilos de fuego parecían al darles la luz del Sol que ya iba camino a la noche a descansar de su jornada. Deslizó sus dedos entre ellos cómo lo hacía con el cabello de Jazmín. Sus ojos se humedecieron pero no de tristeza, su alma sentía gratitud. ¡Gracias Dios, por este momento! musitó en sus pensamientos.

- Tía ¿por qué usted le decía a mi mamá que una dama no deja mechones sueltos en su peinado, que una mujer de mechones sueltos es una mujer de ideas sueltas? - preguntó la pecosa mirando las flores que descasaban sobre sus piernas y manos.

- Yo nunca le dije eso. Lo que siempre le dije es que cuando se peinara, para las ocasiones especiales no dejara mechones sueltos, no se le fuesen a caer algunas ideas. Claro hija, todo esto se lo dije como una simple broma. ¿Tu mamá te dijo que una dama no puede llevar mechones sueltos porque sino entonces era una mujer de ideas sueltas? - Raquel meneó la cabeza lado a lado desaprobando aquello.

- Sí.

- Todo tiene su momento Adelaida. Hay momentos de ser impecable, hay momentos de simplemente ser tú misma. Y lo más importante es aprender ser simplemente tú, viéndote siempre impecable. El secreto ya lo sabes. Si tu corazón es impecable, tú lo serás sin tener que preocuparte por ello.

Y así poco a poco fue recogiendo la melena rojiza de Adelaida, acomodándola y sosteniéndola con pequeños ganchos que tomaba de su propio peinado, dejando al descubierto el hermoso cuello de la joven silenciosa. Luego bordeó todo el peinado con las siete cayenas. Dio unos pasos dando la vuelta a la silla y la miró. ¡Tanta belleza junta!

- ¡Qué hermosa eres hija! - la voz de Raquel sonó llena de admiración. Adelaida sonrió dulcemente y un poco indecisa se puso de pie y caminó descalza hasta su habitación a mirarse en el espejo de la peinadora. Se sentó en el taburete y se miró. Se gustó ella misma como nunca, se sintió tan liviana por dentro, sus cabellos tenía encendidos mechones sueltos que caían algunos sobre su rostro, haciéndola ver tan coqueta. Y su corona de cayenas. ¡Amó su corona de cayenas!

- Siempre me he preocupado tanto de cómo me tenía que ver tía. De cómo me veían los demás. De cómo me vería Joshep - volvió a sonar pensativa -. Tan preocupada de lucir perfecta. De que lo de afuera no permitiera ver lo que no me gusta de mi. Siempre uso vestidos de brazos cubiertos evitando mostrar mis pecas que tanto me acomplejan.

- ¿Tus pecas? No sabes lo hermosas que te lucen. Son parte de ti Adelaida. Te hacen única.

- Me hacen sentir diferente, distinta. No me gustan. Y a muchos no le gustan. A Joshep no...

- Joshep es un tarado. Un enamorado de las apariencias, que no tiene la capacidad de mirar más allá.

- Tía... él me quería de verdad... mas yo le fallé - dijo la pecosa sintiendo que algo dentro de ella volvía a ponerla pesarosa.

- Mi niña, pronto llegará el momento en que tengas que hacerle frente a la verdad - Adelaida se volteó hacia su tía.

- ¿A que se refiere tía? La verdad es que yo me porté indecentemente, usted lo sabe.

- Lo que sé es por qué te comportaste así. Y también sé por qué él se comportó como lo hizo contigo.

- Era lo obvio.

- Sí hija, era lo obvio porque no te amaba - dijo al fin Raquel sintiendo soberbia por dentro hacia aquel Villafranca Andueza, de corazón tan vacío.

- Tía, sí me amaba - el corazón de Adelaida se movió doloroso.

- Luisa Adelaida, sé que es muy difícil reconocerlo, sé que evitas mirar de frente esa verdad. Pero Joshep no te amaba.

- No tía, se equivoca - las lágrimas volvieron a nublar la vista de la pecosa -, Joshep me amaba, siempre me lo decía.

- ¿Y si te amaba tanto por qué no pudo sentir tu amor aquella noche, en aquel jardín? ¿Por qué si te amaba, no atesoró lo que le estabas dando? - dentro de su coraje, Raquel intentó sonar lo más maternal posible.

- Yo... tía... ¿lo que le estaba dando? - no sabía que responder -. Yo lo que le dí fue decepciones.

- No Adelaida. Le diste a una dama, le diste lo que había en tu corazón, le diste a una buena mujer.

- No soy esas cosas tía - comenzó a sentirse peor la muchacha de cabellos de fuego.

- Es más fácil culparte a ti misma que reconocer lo más doloroso. ¡El nunca te amó!

- Sí me amó - sus lágrimas comenzaron a correr por su rostro presurosas, lanzándose al vacío.

- Preciosa, respóndeme una pregunta ¿Por qué hiciste lo que hiciste aquella vez?

- ¡Porque lo amaba tía! ¡Porque lo amo con toda mi vida!

- ¿Y lo que hizo él por qué lo hizo?

- Por... él quería demostrar... él... tía el me amaba...

- ¿Tú le hubieras hecho lo mismo?

- No es igual tía, lo sabe.

- Me refiero ¿Lo hubieras puesto a prueba?

- No tía, claro que no. Confiaba en él plenamente, con todo mi amor.

- Ahí tienes la respuesta que no aceptas ver hija mía.

- Tía... ¿nunca me amó? - tembló toda. Se estremeció entera -. ¡Tía sí, sí me amaba!

Raquel se sentó en la cama cerca de ella y tomando sus manos le dijo con todo el dolor de su alma:

- No Luisa Adelaida. Porque él si te puso a prueba. No confiaba en ti. Eso no es amor.

- Tía... - cada vez era mayor el triste caudal que brotaba de los ojos de la pecosa.

- Tú eres inocente de todo lo que pasó esa noche. Tú diste lo mejor de ti. ¿Cómo un hombre amante desprecia eso? ¿Cómo puede despreciar a una dama tan hermosa como tú? ¿Cómo puede un hombre enamorado usar a su enamorada para demostrar que es digna de él? ¿Acaso el amor con solo estar presente, por sí mismo no está diciendo que somos dignos, ya nos hace dignos? ¿Cómo pudo él despreciarte, luego y no antes de quitarte lo que te quitó? ¿Por qué si te amaba te dejó atrás, sola, adolorida, triste, abandonada en la noche, echándote de su casa? ¿Dónde ves el amor en todo eso? ¿Así quieres ser amada cada vez que cometas un error? ¿Y cómo amar puede ser un error? Un error es no agradecerlo. Y no se puede agradecer un amor que no quieres de verdad. Tú lo amabas, esa es la verdad. Él no te amaba, y esa también es la verdad. Con todo mi corazón sé que por amarlo, por darle tantos espacios de tu tiempo, de darle tantas de tus ilusiones, deseas en todo tu corazón que nada de eso haya sido en vano. Para tanto amor que le dabas, tu deseo era que él te amara igual. Lo doloroso es descubrir lo contrario y reconocerlo. Reconocer que nunca te amó. Tal vez te quiso, pero el amor tiene otra medida.

- Tía me siento hueca por dentro - las manos le temblaban -. Al final no estaba equivocada aquella vez que me dijo que yo era como una muñeca vacía.

- Hija, por favor. Ya te pedí que olvidaras esas palabras. No les des más importancia. Tú no estás hueca por dentro - le  cubrió una mejilla con su anciana mano amorosa -. Tú estás llena de luz, tú llegaste a este pueblo a llenarlo de luz. Esta casa es otra desde que llegaste. Galleta es otra desde que llegaste, la que no niega decir que tú eres su hermana. La vereda principal está más transitada que nunca, por muchos ilusionados que pasan solo por ver si tienen la suerte de verte unos segundos. Los que conocieron a Jazmín al verte se admiran, hasta el recuerdo que tienen de ella lo vivificas con tu presencia. Tienes un corazón bondadoso, que sólo está asustado. ¿Cómo conocerte de verdad y no amarte hija mía? Incluso a Santiago le has venido a mover la vida.

Los oscuros ojos de Adelaida se abrieron amplios mirando, leyendo en el fondo de las pupilas de su tía abuela. ¿Se habría dado cuenta de algo? ¿La tía Raquel habría notado que ella estaba revuelta por dentro debido a la mirada tan... ¡imposible de definir! de Santiago? No podía ser. Ella no había pronunciado palabra al respecto y ¿en qué podía ella haber afectado la vida de Santiago?

- ¿Santiago? ¿En qué tía? - preguntó con su corazón volviendo a latir extraño, sin darse cuenta de primeras que el dolor parecía irse como una hoja en el viento.

- Habrá estado toda la tarde pensando en ti.

- Claro tía, le lancé un jugo en toda la cara. Debe estarme odiando - no supo por qué ese pensamiento la puso algo temerosa -. Tía... yo no soy tan buena cómo usted cree. Cuando llegué aquí escribí una carta a mi mamá diciendo cosas muy feas de usted...

- ¿Cosas cómo que estoy demente? - Raquel le interrumpió sonreída. Adelaida asintió avergonzada bajando la mirada -. No te culpo hija que pensaras así. Cuando llegaste estabas atrapada dentro de ti misma. Era difícil llegar a esta tan hermosa Adelaida con la que hablo ahora cada día.

- Pero tía, también lastimé a Lili. Le arrebaté el sombrero de la cabeza y le grité. Y a Santiago... ¡Dios mio que vergüenza tengo! Y hasta al Señor Gerónimo, lo dejé con la palabra en la boca, ni lo miré.

- Luisa Adelaida, por favor, ya tú te disculpaste con él. No mires solo lo malo, estás acostumbrada a ser muy dura contigo misma. Yo sé que Galleta mete las manos en el fuego por ti. Yo meto las manos en el fuego por ti. De seguro Margot y Gaspar, de seguro Fabían. Ya Santiago lo hará también - la miró con cariño y le sonrió. La pecosa se le pusieron las orejas tan rojas y el rostro tan arrebolado que quedaba, sin saberlo, en evidencia ante su tía abuela, la que pensó que el muchacho de las herramientas de alguna forma había alcanzado un sitio en el alma de su sobrina que no había sido tocado antes. ¿Sería que se habían encontrado un deseoso de amar y una deseosa de amor? Sí Adelaida todavía para épocas de cerezas se encontraba en Bardolín, lo sabría. El tiempo diría. Raquel solo le pedía a Dios que la historia de Mateo y Betania no se repitiera.  

- Tía usted es tan buena conmigo.

- Eres luz en mi casa Adelaida. Yo estoy feliz de haberte conocido. Yo estoy feliz de tenerte aquí conmigo.

La joven la miró con gratitud por aquellas palabras. Ella sentía lo mismo. La llenaba de alegría estar cerca de la dama de damas. Que ni reinas ni otras damas. Que ni mil talentos y ni mil talantes. Un ángel, que a la vez era su tía abuela.

- Hoy me veo cómo usted. Descalza por el jardín con mis flores en el cabello - le dijo como un cumplido, cariñosamente.

- Oh. Tú te ves mil veces más hermosa.

Adelaida volvió a girarse hacia el espejo y volvió a mirarse. Se enjugó bien los ojos y se sonrió a sí misma. En verdad amaba cómo se veía, amaba cómo se sentía respecto a ella misma. Soy una dama, pensó para sí misma con la más suave sencillez de su alma. Y esa tan pequeña afirmación, aunque ella no lo sabía era un gran muro que acababa de derribar y con él la culpa. Una dama es de lo que está hecho su corazón, se recordó.



Y su corazón era rebosante amor, aunque ella aún no lo sabía.


                                                                                                                  Lee Aquí el Capítulo 18