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sábado, 8 de noviembre de 2014

Capítulo 19



Los Jardines de Bardolín


El Nacimiento de Venus
Tercera Parte










Capítulo 19





Susana Cautiño, era para él de una belleza simple. Una flor común. No era su belleza lo que había ganado su interés desde un principio. Incluso antes de conocerla en persona y de haberla visto jamás, había decidido poner su atención sobre la respetable señorita. Sostenía en su mano un pequeño estuche recubierto de terciopelo rojo carmesí el que contenía un valioso objeto; un detalle que había comprado, en realidad, para otra muchacha hace casi un año atrás. Una parte de él se alegró de no haberlo entregado a aquella distante mujer, pues ahora tenía un excelente detalle para darle a Susana y halagarla para ganar aun más su simpatía. La muchacha de rizos castaños y grandes ojos azules, no dejaba de gastar palabras, de hacer alarde de su superioridad sobre otras damas, que antes él hubiese conocido. Y en verdad que lo lograba, una dama en todo sentido, aristocrática, como él. Pensó que sonarían en mejor grado para sus hijos los apellidos Villafranca Cautiño, que Villafranca Castelán. Pero no se engañaba, para él seguía siendo desmedidamente hermosa en presencia la muchacha de cabello de fuego... Luisa Adelaida... Jamás había tenido compañera más hermosa y pensaba que jamás la volvería a tener. Sin embargo eso no importaba, Adelaida no era una dama a su altura, y Susana sí. Se forzó a verla bella, se forzó a encontrar en el rostro de la elocuente señorita que tenía enfrente un poco de encanto. Si no se lo encontraba se lo inventaría para sí mismo. Por lo demás estaba satisfecho. Susana no andaba hablando o haciéndose preguntas estúpidas sobre lo que podían estar diciendo los pájaros en sus trinos y era obvio que no se quedaría muda detrás de él en las reuniones sociales, como lo solía hacer Adelaida pareciendo más una sombra que su futura esposa. ¿Qué le vi yo a Adelaida? se preguntaba en secreto mientras escuchaba al casi indetenible monólogo de la señorita Cautiño.

- ... por eso es un encanto para mí esa travesía. ¿Has ido alguna vez? Deberías. Mi familia y yo siempre vamos para estas épocas, podría invitarte si te place - Susana entornó sus ojos celestes haciendo uno de los pocos silencios que hacía al hablar. 

- Me encantaría - Joshep se emocionó ante repentina invitación. Eso era una buena señal. Aprovechando la amplía sonrisa de Susana, abrió el pequeño estuche y miró dentro su contenido -. Señorita Cautiño...

- Por favor ¿cuántas veces te voy a pedir que me llames Susana y punto? - le interrumpió la muchacha con los ojos curiosos sobre el estuche que sostenía él.

- Susana... Quería... Tengo un presente para ti, como agradecimiento de haber aceptado tan amablemente varias de mis invitaciones y en especial, esta de venir a mi casa y honrar mi hogar con tu belleza y tu inteligencia - sacó lentamente la joya que pendía de una cadena de oro. Era un rubí. Nunca estuvieron tan azules las pupilas de Susana Cautiño como en ese momento, y no era porque jamás hubiese visto rubíes, zafiros o esmeraldas, sino que era primera vez que un caballero le regalaba uno a ella. Eso lo hacía diferente de cualquier otro. La inocencia está por todas partes. 

La dama se dio la vuelta para que Joshep abrochara la cadena a su cuello, lo que hizo con gallardía. La joven por primera vez en mucho rato estaba en silencio, aunque igual sus ojos parecían de no dejar de decir cosas. Joshep miró la pequeña piedra roja, como una gota de sangre, en contraste sobre la piel blanquísima de Susana. No pudo evitar recordar que había elegido un rubí porque haría juego con la pelirroja melena de Adelaida. Ese dije lo había comprado para ella, se lo daría aquella noche después que la pecosa le demostrara a todos que sí era una dama... pero eso no sucedió así. Se volvió a amargar por dentro y juró que ese pequeño rubí estaba dignamente colocado sobre el pecho de la señorita Cautiño, cómo no lo estaría sobre el de Adelaida.

- Oh... Por detrás en la chapa de oro tiene tallada una "A" - dijo curiosa la muchacha de ojos de cielo sosteniendo sobre la palma de su frágil mano la ruborizada joya. Joshep salió de sus cavilaciones dando un mínimo respingo. Cierto, lo había olvidado, esa "A" la había mandado a poner él ahí -. ¿Será una "A" de "Amor"? - preguntó Susana con suspicacia. Joshep solo la miró a los ojos y sonrió un poco distante en sus recuerdos. 

No, no era una "A" de "Amor". 

- ¿Te gusta? - él le ofreció el brazo para que ella lo tomara y así seguir caminando por el jardín.  

- ¡Me encanta! - dijo Susana cubriendo el dije con sus finos dedos a la par que lo miraba a los ojos, con los suyos llenos de emoción. 

- Me contenta que te haya gustado. 

- ¡Ah es que los Villafranca no dejan de hacer muestra de sus buenos gustos y de sus grandes detalles! - le respondió la muchacha mientras caminaban por el amplio jardín, mirando todo a su alrededor, mientras traspasaban una pequeña verja llena de enredaderas llenas de sumisas flores. Joshep sonrió halagado. Ella siguió hablando: 

- Por ejemplo, mira estos jardines, llenos de rosales fantásticos y de césped tan verde y tan bien cuidado. Tienen un paraíso particular - en ese momento pasaron cerca del chalet y su caminería de piedras. Susana lo miró unos segundos en silencio, eso lo incomodó un poco.

- Bueno ya conoces esta parte del jardín déjame llevarte del lado de las fuentes para que las veas, en ellos hay peces dorados que te encantarán de seguro - Joshep trató de alegarla del lugar, pero la muchacha de ojos azules no era tan dócil como lo era Adelaida, era más independiente, más decidida. Un poco fuera de su control. Se dio cuenta de eso, a Adelaida la podía llevar más a su antojo. 

- ¿Fue ahí verdad? - Susana se clavó de pie sobre la caminería sin dejar de mirar hacia dentro del chalet como si pudiera ver una proyección sobre el lugar -. ¿El chalet donde la que era tu prometida se te insinuó? Dicen que se emborrachó tanto ese día que te trajo aquí para insinuarse y que tú, como todo un caballero la rechazaste. La despreciaste. No se podía esperar menos de un caballero como tú. 

Joshep no respondió nada. No habían pasado de esa manera las cosas, pero tampoco las desmintió. Era lo que todos creían que había pasado. Por eso a Adelaida la llamaban "La muchacha del Chalet" para murmurar de ella, para descalificarla. Le cambió la expresión, no pudo evitar que el ceño se le hundiera entre las cejas, tanto que cuando Susana volteó a mirarlo se preocupó un poco.

- ¡Oh disculpa! Yo hablo demasiado. Deben ser recuerdos muy duros para ti. Yo recuerdo como andabas con ella por todas partes. La querías mucho. Pero ¿Sabes? Me alegro de que te hayas librado de esa muchachita. No era una mujer digna de un Villafranca Andueza - Esas últimas palabras lo llenaron otra vez de justificaciones. Era cierto, pensó, Adelaida no estaba a su altura. Se escudó en ese comentario y volvió ofrecer el brazo a la muchacha.

- Lo sé - dijo al fin Joshep -. Pero lo importante que hoy tengo mejor compañía. Estoy honrado con tu visita.

- La honrada soy yo por la invitación y por las atenciones - dijo ella tomando por fin el brazo y dejando que el joven la guiara de nuevo -. En la vida uno se lleva muchos desengaños con las personas Joshep, se nos acercan muchas personas por interés. Sobre todo a personas como a ti y como a mi. Personas de nuestro estatus. Disculpa que te haya hecho recordar esos momentos, pero gracias a Dios que no te casaste con la ligera que era esa muchacha. Seguramente fingió ser otra persona por interés. O intentó lo que nunca podía lograr ser para estar junto a nada más y nada menos que el heredero de los Villafranca.  Pero como digo yo "La mentira siempre reclama su propia verdad".

- Siempre tan inteligente - intentó halagarla y buscar la manera de alejarla de aquellos temas, pero era una Cautiño. 

- ¿Cómo era que se llamaba? ¿Alida? - ella movida por un extraño instinto puso su mano sobre el rubí que pendía sobre su pecho.

- Luisa, su nombre es Luisa - Joshep respondió con prontitud al notar el gesto de Susana. ¿Cómo no se había recordado de la bendita "A" tallada al dorso de la placa de oro que sostenía al rubí? 

- ¿Luisa? - la dama de ojos celestes hizo un gesto de confusión -. Estaba casi segura que era algo así como Alida. 

- Luisa... su nombre es Luisa... - Joshep un poco molesto por el tema le mostró con algo de desagrado que ya no quería seguir hablando de ese pasado en particular -. Susana, no me tomes a mal, pero me gustaría que dejemos de hablar de ella. No es grato para mi. Estoy disfrutando de tu compañía y no quiero que nada lo perturbe. 

- ¡Jmm! No me tomes a mal tú, pero creo Joshep, que la sigues queriendo - le soltó sin más la señorita Cautiño. Él no pudo evitar darse cuenta como el andar de ella que iba acompasado con el suyo cambió, la sintió rígida. Le abrumó la idea de que Susana se comenzara a molestar con él. A desconfiar de él. En definitiva, Susana Cautiño era una mujer que pisaba adelante, que no se le quedaría rezagada; que si se descuidaba, el rezagado sería él .

- No, no Susana - se detuvo y la sostuvo de las dos manos. Ella lo miraba silenciosa, inamovible. Se dio cuenta que prefería escucharla hablar sin freno, que tenerla de frente en silencio con esa actitud cortante como un sable; no sabía que podía estar pasando por esa cabeza de donde brotaban tantas palabras juntas -. Si ella fuera importante para mi jamás te hubiera invitado con tanta insistencia a que conocieras mi casa y a mis padres.

- Ese es un comentario muy comprometedor - respondió ella sin aun pestañear.

- Lo sé - Joshep le sonrió. Ella cedió ante esa sonrisa y luego de un par de segundos terminó correspondiéndola con la suya.

- Señor Villafranca ¿Se está declarando? - le espetó ella dominante, pero coqueta. 

- ¿Mis acciones no hablan por sí solas?

- Las acciones de un hombre no siempre dicen lo que su corazón siente. Aunque al final, son sus acciones las que nos dicen lo que su corazón NO siente. 

- Entonces Señorita Cautiño, esté muy atenta de mis acciones de ahora en adelante - le dijo con una sonrisa sugerente.

- Dicen que "acciones son amores", pero sin amor no hay verdaderas acciones. 

- Pero ¿acaso el amor no se construye? 

- Buena jugada, caballero. Pero esa construcción tiene que darse por un acuerdo - Susana no se lo ponía fácil.

- Entonces, ¿quiere decir, señorita, que el amor se construye entre dos? Mis acciones están a la orden. ¿Qué responderá la señorita Cautiño?

- Qué me llames Susana - le dijo llena de picardía, mientras caminaba dejándolo atrás. ¿Qué significaba eso? Las mujeres y sus recovecos, pensó. Siempre jugando a las adivinanzas.



Por unos de los grandes portales lleno de vitrales de la magnífica casa de los Villafranca apareció el padre de Joshep. Caminaba distraído leyendo una carta, muy atento a cada línea. En la misma mano sostenía otro sobre sellado. Se encontró de frente con Susana y se detuvo sorprendido y la miró con extrañeza. No sabía que tenían visita en casa.

- Buenas tardes señorita - le dijo con cortesía dejando oír su voz ronca y potente. 


- Buenas tardes Sr. Villafranca - contestó igualmente cortés la jovencita extendiéndole la mano, la que él tomó con delicadeza. 

- Papá conoce a Susana Cautiño - se acercó Joshep apresurándose a presentarla. 

- ¡La hija de los Cautiño! - dijo mostrando algo de asombro - Bienvenida. 

- Muchas gracias, en verdad he sido muy bien recibida - dijo ella mirando con el rabillo del ojo a Joshep, sonreída. Los ojos del Sr. Villafranca con prontitud se posaron sobre el dije que lucía sobre la blanquísima piel de la muchacha y por dentro no dejó de sentir descontento. Él sabía para quien había sido comprada desde un principio aquella joya, fue con su dinero, como siempre, que Joshep la adquirió. Por mucho que dijeron sobre Adelaida todas aquellas cosas, por mucho que escuchó una y otra vez la versión de su propio hijo, le costaba creer lo que se decía de la "come cerezas", una de las formas en que la llamaba con cariño. Niña tan encantadora, tan pura... no, no era posible. Le costaba aceptarlo. 

- Bonito rubí - le comentó a la joven la que se infló halagada, luego miró a su hijo antes que la chica pudiera decir nada y le extendió el sobre sellado con cierta aspereza -. Toma. León te ha escrito. 

- Gracias papá - el muchacho tomó el sobre sabiendo bien que su padre estaría molesto por algo. Pero no atinaba a saber que era. Vio como su progenitor le hizo una amable reverencia con la cabeza a Susana y se dio la vuelta yéndose, con ese andar meditativo que le conocía muy bien. Pero al final se encogió de hombros y se dispuso a abrir la carta.

- ¿Me disculpas un segundo? Esto es muy importante - dijo a la señorita dando unos pasos lejos de ella. 

- Claro Joshep. Te espero aquí - le respondió Susana mientras volvía a detallar el rubí con esa "A de amor" tallada en su dorso. 

Joshep desnudó la pálida hoja y leyó rápidamente cada párrafo. En términos generales León Bardolín le decía que ya faltaría algo de diez semanas para que las tierras que les pertenecían, las que llamaban Los Jardines de Bardolín, estarían de vueltas bajo el control de la familia, en especial el de él. Podrían hacer grandes negocios ahí y así Joshep conseguir su propio respeto. Ser un Villafranca importante, el más importante de todos. Pero en su lectura a saltos, entreleyó una frase... "... la sangre de cabaretera está aquí". Sus ojos como saetas regresaron sobre esa línea. "Tu ex, la sangre de cabaretera está aquí. ¿pequeño es el mundo no? La volverás a tener de frente y volverás a ponerla en el lugar que se merece. A ella y a su vieja tía abuela Raquel Lamuza". El corazón le ardió. Adelaida estaba en aquel lugar en donde tenía que ir en beneficio de sus propias ambiciones. ¿A que se refería de poner de nuevo a Adelaida en su lugar? De Raquel Lamuza había escuchado cosas, someros detalles que le había dado alguna vez el Sr. León y su hijo Óscar,  y uno de sus más grandes amigos. Uno de sus testigos aquella noche, al que detuvo del brazo. Tal sería la cara que habría puesto que Susana se le acercó preocupada.

- Joshep, te has puesto pálido. ¿Te han llegado malas noticias? - se acercó a él tocando su mejilla con sus delgados y femeninos dedos. 

- Sí... ¡No!... realmente no es algo tan urgente, solo que no me lo esperaba - dijo mientras enterraba dentro del sobre aquella carta. Fingió una sonrisa y se llevó consigo a la joven preocupada, a conocer el resto del jardín intentando distraerla... y distraerse él. 

  

 Lejos de ahí, en Bardolín, Adelaida y Raquel estaban en el huerto. Una al lado de la otra. La pecosa aprendía como sacar unas zanahorias de la tierra, tenía los ojos atentos y curiosos a todo lo que hacía su tía abuela. Ella lo había intentado antes y había dejado media zanahoria dentro bajo suelo por lo que la dama de damas le explicaba con cariño como se debía hacer.

- Piensa que una zanahoria es como una experiencia de tu vida, la que quieres sacar de raíz -. dijo Raquel. A Adelaida se le ocurrió una experiencia en particular -. Si tiras muy duro de ella, solo sacarás una parte y quedará el resto pudriéndose dentro. Por eso es mejor ser paciente. Retirar poco a poco la tierra del rededor, sobre todo cuando ha crecido mucho hacia dentro. Entonces cuando hayas desnudado lo suficiente sus raíces, saldrá sin mucho esfuerzo y podrás hacerte con ella una ensalada. Sacarle total provecho. 

- Tía ¿pero eso no significaría que me quedará un hueco en el alma? - le preguntó sonreída con cariño.

- Oh, claro que no. Míralo de esta manera. Cuando sacas tierra de los lados, estás sencillamente cambiando. Estás soltando lo que tienes aferrado dentro de ti. Cuando ese espacio quede vacío podrás llenarlo de otras plantas. Tal vez un árbol de cerezas - le guiñó un ojo - Y siempre volverás a usar la misma tierra, tu alma como dirías tú. 

- Hay una zanahoria muy grande que quiero sacar y en su lugar sembrar un millón de cerezos - respondió la preciosa pelirroja, con sonrisa taciturna.

- Lo harás amor. Ya lo estás haciendo. Poco a poco, cuando llegue el momento de jalar de ese recuerdo y sacarlo de raíz, lo sabrás - sonrieron juntas. 

- Tía, ¿quién la enseñó a ser tan sabía? - dijo Adelaida mientras comenzaba a retirar con calma la tierra que rodeaba a una robusta planta de zanahoria. 

- La vida hija, quién sino. Gente hermosa que se puso en mi camino. Cómo Guillermo, como Gerónimo, cómo Jazmín, como tú. 

- Ay tía, como yo. Lo único que le he dado yo son dolores de cabeza. 

- Esa es la vida hija. Y tú no me has dado dolores de cabeza. Tú no conociste a la dama Raquel Lamuza de antaño. Tú eres un angelito comparada con lo fiera que era yo. Indoblegable, inamovible, inmisericorde. 

- Lo dice para hacerme sentir bien. 

- Amor no me gané el título de la Señora de Bardolín vendiendo pompones.

- ¿Usted es la Señora de Bardolín? 

- Quién sino más que Raquel Lamuza de Bardolín.

- Oh... - Adelaida se quedó impresionada. El Sr. Gerónimo nunca quiso decir "Raquel la musa de Bardolín" las veces que se lo escuchó decir. ¡Estaba llamando a su tía abuela por su nombre de casada completo! Siempre había creído que el tío Guillermo había llegado a consolarla de la partida del que creía que era su legítimo esposo, aquel que se fue y nunca volvió. ¡Pero eran la misma persona! Guillermo Bardolín. Con razón en el pueblo la creían dueña y señora de todo el lugar. Ella era una Bardolín, por lo menos políticamente hablando. Terminó sonriéndose -. Tía, yo creí que cuando el Sr. Gerónimo la llamaba así, le estaba diciendo que usted era como una musa para Bardolín. "La musa de Bardolín"

- A Gerónimo le encantan los juegos de palabras. Él lo dice más en el sentido que lo has entendido siempre tú, en vez de querer llamarme por mi nombre completo.

- Yo creí que su esposo era otra persona de la que no quería hablar. Y que el tío Guillermo había llegado a curarla de su soledad. 

- ¿Y por qué le llamas tío Guillermo? - le preguntó risueña la dama de damas. 

- Porque la quería a usted, y por eso lo quiero a él. Porque sé que él fue muy bueno con usted. No sé por qué he tenido esa idea tan arraigada de que él había llegado a consolarla de un mal amor.

- Mi niña, porque eso es lo que deseas para ti - le respondió Raquel mirándola con mucho cariño. Adelaida la miró con sus ojos amplios como puertas abiertas hacia su alma -. Sí, Luisa Adelaida. Esa es la verdad. Deseas tanto que alguien llegue a hacerte sentir digna de amor, que quieres creer que eso puede pasar. Pero mi muñeca llena de pecas, ya eres digna. Nadie tiene que venir a decirte si lo eres o no. Él que venga tendrá que estar a tu altura. 

- No diga eso tía. Eso de estar a mi altura, es muy feo. Joshep dijo que yo no estaba a su altura. 

- Y es cierto lo que dijo. Ninguna persona que no te ame de verdad jamás puede estar a tu altura. Tú no estabas a su altura, estabas demasiado alto para él.

- Ni tan alto tía. Por el contrario me porté con bajeza. 

- Te portaste mal contigo misma. No te amabas, no te sentías digna de él y su apellido, y fuiste capaz de pasar por encima de tu propia integridad para que él te hiciera digna. Lo que no sabía que ya lo eras, y no digna de él. Digna del más honesto grande y puro amor. Digna como lo eres ahora en este preciso momento. Por eso tú seguirás tu camino, encontrarás tu rumbo, serás más hermosa que antes, más sabia, más amante. 

- Ay tía, usted me trata tan bonito, que a veces casi le creo lo que me dice. 

- Bueno, te pediré que no me creas. Quiero que lo compruebes por ti misma. 

- ¿Y cómo haré para comprobarlo?

- Se quien eres Adelaida - Raquel la miró dejando por un segundo la atención sobre el huerto -. Se tu misma. Disfruta de quién eres. Ama quién eres. Recuerda que una dama está hecha de lo que está hecho su corazón. Déjalo que se exprese, déjalo que te guíe tu alma. Muéstrale al mundo la verdadera Adelaida, no la de modismos y normas, sino la que es libre como el vendaval, la que es auténtica como una flor silvestre, la que enloquece por unas cerezas. Se quien eres, mi niña y  todo comenzará a cambiar. 

La pecosa le sonrió silenciosa. Quería creerle de verdad a su tía abuela. Todo aquello sonaba tan bonito, tan verdadero. Ser quién soy, pensó. Recordó su frase predilecta, y le pareció vacía. "Soy quien soy". Era mentira, nunca había logrado ser quien realmente era. Ahora si quería serlo, ahora cuando esa frase ya no le parecía útil, era cuando en verdad quería poder vivir auténticamente el "soy quien soy". Pero primero tenía que descubrir quien era ella, mirarse con ojos distintos, mirarse con amor, sin tanta rudeza, sin tantos juicios. La dama de damas le devolvió la sonrisa y regresó a su afán sobre aquel generoso pequeño arbusto de  zanahorias que tenía enfrente. Adelaida hizo lo mismo. Miró la pequeña melena verde de la pequeña planta y recordó las palabras de su tía abuela. Cómo una experiencia que he de sacar de raíz, pensó. Y miró al rededor de la planta y miró la tierra oscura que la rodeaba. Esta es mi alma, se dijo. Tú eres Joshep, miró la apenas asomada zanahoria al ras del suelo. No quedará un hoyo en mi alma, solo dejaré de aferrar lo que no quiero llevar más por dentro. Para soltarte debo aflojarme yo, dejar de estar tensa a tu alrededor, dejar de sostenerte con tanta fuerza. Debo escarbar en torno de ti Joshep, dejar desnudas tus raíces antes de sacarte por completo de mi ser. Seré paciente y haré contigo una ensalada. Sacaré algo bueno de todo esto. 

De pronto, sin el más mínimo esfuerzo, jaló del tallo sacando no una sino tres zanahorias que crecían juntas. El rostro se le iluminó, las había sacado sin romperlas y poniéndose de pie, dando pequeños saltos festejó como una niña. Raquel la miró llena de alegría. Estaba contenta porque su sobrina había logrado el pequeño triunfo de comenzar a sacar zanahorias sin romperlas. 

En cambio Adelaida festejaba que había comenzado a sacar a Joshep de su ser, sin romperse ella, y sin lastimar a su corazón.

Pronto sembraría cerezos en su alma.