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sábado, 24 de enero de 2015

Capítulo 20


Él la quiso con todo su corazón. Amo de ella hasta lo que no debía amar. Un buen amante ha de ser así, creía. Ella alimentó su esperanza, para dejarlo morir hambriento de amor. No porque ella lo tramara a drede, no porque ella quisiera lastimarlo. Él la hacía sentir segura, protegida, querida y su alma llena de miedos se refugiaba en tan cálidas atenciones. Sin embargo, mientras esa alma lastimada se iba curando, menos necesitaba de él... así sucede con todas las medicinas. En aquel entonces llegó Mayo con sus cerezos llenos de frutos. Los pretendientes iban de arriba para abajo y de abajo para arriba, llevando serenatas con la esperanza de recibir las anheladas tres cerezas. Cada noche algún enamorado probaba su suerte a pie de ventana de alguna musa. El amor siempre había sido muy victorioso en Bardolín, perdía algunas batallas, pero luego ganaba otras. Aquella noche sería su turno, aquella noche tendría que ganar el amor a su favor, por primera vez. Miró el ramo de rosas carmesí suspirando hondamente, era la hora. Su inseparable amigo lo acompañó con su guitarra más que preparada, y aunque llegaron a la ventana de ella casi punta en pie, medio pueblo estaba atento desde los otros jardines y otras ventanas para ser testigos de la serenata más esperada de aquel año. 

Sonaron las cuerdas tañidas con dulce armonía avisando que el amor estaba afuera clamando ser atendido. Ella se despertó y se sentó en silencio en la cama escuchando la música de aquella guitarra nocturna y su corazón latió lleno de emoción. Ella sabía que vendría, se lo había dejado entre ver la tarde anterior. Tomó de un pequeño plato de porcelana que descansaba sobre su mesa de noche, tres rojas cerezas que había preparado antes de acostarse para recibir a su amado, se puso de pie ansiosa y avanzó rauda hacia la ventana que abrió de par en par en un apasionado impulso... 

Santiago la miró asomarse y su corazón latió con fuerzas, había llegado el momento. Toñoño haciendo encanto de su habilidad en la guitarra y voz, comenzó a cantar:

- Le pedí permiso a Dios
  para esta noche mía
  dártela toda a ti
  Lucía.

 Del amor sus fueros cantos
 de mi alma, poesía
 y mi vida toda entera
 Lucía.

El suave mirar de tus ojos
tu voz de suave armonía
llenan todos mis sueños
son el sol de mis días.

¿Quién podrá amarte como yo?
¿Quién la vida misma te daría? 
Soy tu amante y tu mi amor
 Lucía.

Ella miró al joven de las herramientas a los ojos, el que se acercó hasta los barrotes de la ventana con manos trémulas ofreciéndole las rosas. Lucía las miró, puso sus ojos sobre ellas como quién observa algo que no le pertenece, como un tesoro ajeno. Después de un par de largos segundos las tomó en sus manos sin apartar la mirada de ellas. El corazón de Santiago estaba inmóvil, esperando en su esperanza, valiente en su temor. Ella lentamente levantó su diestra cerrada y con la misma lentitud la abrió. Habían tres cerezas en ella, las mantuvo cerca de su pecho sin levantar la mirada hacia el rostro de él. El corazón del joven se llenó de alborozo. ¡Tres cerezas! ¡Tiene tres cerezas! grito dentro de sus pensamientos. Pero ella, sin prisa, sin mirarlo, con su otra mano sostuvo una de las pequeñas rojizas frutas, y levantándola la hizo a un lado. Luego le extendió la mano...

Dos cerezas...

- No era a mi a quien esperabas... - murmuró él. Ella, por fin lo miró a los ojos nuevamente y volvió a ofrecerle las cerezas en un triste silencio. Lucía comenzaba a llorar apenada y entristecida. Santiago puso su mano sobre las cuerdas de la guitarra de Toñoño acallando la música... se dio la vuelta y comenzó a alejarse sin decir palabra alguna, sin tomar las dos cerezas, sin mostrar en su rostro la verdadera tormenta que llevaba por dentro.  Por la vereda entró Asdrúbal. Se encontraron de frente. Se miraron en silencio y se entendieron sin palabras. Uno iba derrotado, el otro ya había ganado antes de llegar. Esa noche nadie supo a donde había ido Santiago. Lo buscaron por todo Bardolín pero no dieron con él. Los fatalistas decían que se había lanzado a "La boca del diablo", pero el pozo seguía con su cubierta de madera sin haber sido movida por años; otros decían que se había ido del pueblo. 

Volvió al presente, estando de espaldas sobre la hierba, en el mismo lugar donde pasó la noche, oculto de todos, hacía ya año y medio atrás. Lucía no logró ser feliz con Asdrúbal como ella imaginó. Habían llegado a comprometerse e irse de Bardolín, lejos de la vida del amable pueblo. Y a pesar de la distancia llegaron a sus odios las tristes historias de desamor que le tocó vivir a ella. Pero él lo sabía en el fondo, si en ese momento recordaba a su anterior amada no era porque la extrañara de alguna manera, sino que se trataba de la propia suerte de él mismo. De como por mucho que él diera su corazón sin reservas recibía una y otra vez dos cerezas, tanto que ya casi odiaba al número dos... y a las cerezas. Se incorporó y sentado miró hacia el horizonte, donde el sol rojizo bostezaba plácidamente dándole su trono a la noche.

- Adelaida... - murmuró. Le gustaba nombrarla, como si eso la fuese hacer aparecer ante él como en un hechizo. Sin embargo su corazón se llenaba de temor.

- ¡No la ames Santiago! - se regañaba a sí mismo -. ¡Ella no te amará! Y no es de aquí, ella se irá, de todas formas todas se han ido de una manera u otra. Adelaida es...

Se le hizo un nudo en la garganta. Hacía tanto tiempo que no levantaba sus ojos hacía nadie, hacía tanto tiempo que su corazón no le latía así, hacía tanto tiempo que su soledad era su más querida compañera. Y desde el primer momento que la vio, se estrelló literalmente en todos los sentidos que puede tropezar un hombre ante la belleza de una hermosa dama. Aún tenía tan vívida imagen de la primera vez que la vio en la ventana de la casa de Doña Raquel, aquella mañana. Con su melena roja sostenida por el suave vaivén del viento, su piel blanca como de un ser hecho de Luna, sus ojos cerrados, como quien espera el más dulce beso. Después había caído aparatosamente frente a ella. Tal vez eso había sido una señal, de que si llegaba a amarla, el golpe contra el suelo sería seguro. Mas no pudo evitar que lo alcanzara otro recuerdo, su mano en la suya; esa mano frágil y delicada como una paloma blanca. Volvió a él, el perfume de ella, su aroma; la mirada de aquellos pequeños ojos inocentes.

- ¡No la ames Santiago! - volvió a insistirse mientras la recordaba aquella noche con su corona de cayenas. Hermosa como un ángel. Realmente le parecía que la hermosura era ella misma y todo lo demás solo podía comparársele, pero nunca ser tan hermoso como ella. Recordó como le sonrió tímida, con ojos melancólicos, y de como él se quedó como una estatua, inmóvil. Sintió el deseo de envolverla en sus brazos al mismo tiempo que la sentía inalcanzable, inabarcable. ¡Ya basta de estar amando a lo imposible!, se amonestó mentalmente. Se volvió a recostar de espaldas en la hierba, se cubrió los ojos con uno de sus brazos para impedir que sus lágrimas se le escaparan, se dijo a sí mismo que jamás llegaría amarla, que lo evitaría con todas sus fuerzas, que se alejaría, que la evadiría, que no volvería a caminar por la vereda principal hasta que Adelaida se fuese ido de Bardolín. Se repitió, como siempre lo hacía, que el amor no era algo para lo que él había nacido, la vida era solo un camino que a él le tocaba recorrer solitario.

- No la ames Santiago - se dijo una vez más... aunque ya era tarde para decirlo.


La pecosa miraba en su mano la llave llena de arabescos y bonitos detalles, la que le había entregado la tía abuela hacía unos minutos atrás. Caminó hasta la parte trasera de la casa, hacia la escalera techada la que estaba cerrada por una alta puerta de madera y hierro forjado. Introdujo la llave y la hizo girar con ayuda de sus dos pequeñas manos ante la resistencia que le ofreció la vieja cerradura. La puerta abrió pesadamente y chilló al ser sacada de su largo descanso, mientras la pelirroja la abría venciendo su peso. Miró hacía arriba, los ventanales llenos de vitrales llenaban de muchos colores aquellos peldaños color caoba, el último rayo de sol le hacía el gran favor de alumbrar sobre aquellos decorados, filtrando su luz como un proyector multicolor. Subió paso a paso sosteniendo la gran falda de su vestido, subió llenándose de temor, como si entraba a una casa embrujada, temiendo ver apariciones, al llegar arriba a la habitación donde la tía abuela le había dicho estaba la biblioteca de Guillermo. Cuando por fin llegó al último escalón su corazón palpitó emocionado, era un lugar hermoso, lleno de estanterías con todo tamaño de libros y en el centro hacía la pared trasera un gran vitral que tenía un ángel de casi tres metros de alto por donde entraba el cobrizo sol de aquella tarde, mezclándose con los colores de aquel ser alado.

- Oh... - apenas pudo exhalar la muchacha de cabellos de fuego. Se quedó de pie frente a aquel ángel durante unos minutos, como si en verdad estuviera frente a ella un ser sagrado, llenando su corazón. Cuando el sol mermó en el ocaso, encendió las lámparas del lugar. Y comenzó a caminar hacia los libros mirándolos admirada. Si quisiera comenzar a leerlos ¿por cual comenzaría? pensaba. Deseaba comenzar de algo sencillo hacía algo más profundo, pero entre tantos libros se sentía extraviada. Pudo ver que entre algunos estantes existían cuadros hermosos, de diferentes estilos. Había uno que le había llamado la atención, era una hermosa mujer, de largos cabellos, desnuda de pie sobre una concha marina, a su izquierda dos seres que parecían flotar, mientras uno de ellos soplaba sobre el rostro de la preciosa mujer. A su derecha, a la orilla había otra mujer con un vestido lleno de detalles primaverales que parecía ir con prisa a cubrirla con un manto. Adelaida no lo sabía, pero aquel cuadro fantástico a sus ojos, era una réplica de un Botticelli. Apartó su atención de aquella pintura y caminó entre las estanterías más cercanas y se encontró con el libro de Alicia en el País de las Maravillas. Lo había leído en compañía de Lili y le había gustado mucho. Bardolín era un sitio así, con cada personaje único y particular. Aunque aun le faltaba conocer muchas personas de tan agraciado pueblo, entrar en sus veredas siempre le dio la sensación de haber entrado aun mundo paralelo al real. Lo sostuvo en sus manos con cariño, y quiso ojearlo, mas en ese momento escuchó pasos por la escalera y miró hacía ella esperando ver aparecer a la dama de damas. En efecto su tía abuela apareció con un pequeño plato con algo de fruta y un vaso de agua. La miró y le sonrió.

- Hermoso lugar ¿cierto? - dijo Raquel mirando la biblioteca en todos sus rincones como algo que amara.

- Sí tía. Estoy sin palabras ¡Y tantos libros! - la pecosa le brillaron los ojos -. No sabría por donde empezar.

- Por aquí hay poesía - le observó la tía abuela, caminando en dirección hacía una mesa llena de libros ocre.

- ¿Poesía? - Adelaida torció la boca. Era muy poco lo que le gustaba leer poesía. En realidad a ella le encantaba en el pasado, pero a Joshep la poesía no le parecía algo serio y por complacerlo perdió su amor por ese tipo de lecturas... incluso de escrituras. Solía escribir sus pensamientos soñando ser algún día una poetisa. Pero ya no lo soñaba, las palabras y el amor suelen ser dos mentirosos, llegó a creer por mucho tiempo. Y si se juntan pueden romper al más fuerte corazón, se aseguraba.

- Sí. ¿No te gusta? - se detuvo Raquel algo extrañada viéndola con curiosidad.

- Mmmm prefiero leer otro tipo de lecturas - dijo la muchacha mirando en otra dirección.

- ¿Cómo qué? ¿Que es ese libro que tienes en las manos? - observó la dama de damas.

- Alicia en el País de las ... - comenzaba a decir contenta cuando la tía abuela la interrumpió:

- ¿Te gusta ese cuento y no te gusta la poesía?

- Esto es fantasía, no es igual... - Adelaida hizo un gesto meditativo -. Aunque pensándolo bien la poesía también tiene mucho de fantasía. Sobre todo cuando los poetas hablan sobre amor.

- Mi niña, la fantasía y la poesía están basadas en la naturaleza de las cosas, pero según como las interpreta el autor.

- La fantasía no habla de la realidad tía. Por eso es fantasía. La poesía tampoco, casi que se escribe igual que hipocresía -  dijo la pecosa abrazando el libro contra su pecho.

- ¡Oh por Dios muchacha! ¿Que cosas dices? - dijo la tía abuela dejando el plato y el vaso sobre una de las mesas del lugar -. ¿Cuantos sombrereros locos uno no se consigue en la vida?  ¿Cuantas Alicias no se tropieza uno en el camino? Todo es cuestión de como lo quieras entender.

- Eso es lo que me molesta de la poesía, un montón de palabras que suenan bonitas una detrás de otra, pero unos entienden una cosa y otros otra. Eso es un discurso inútil - cuando Adelaida terminó de decir esas palabras, se percató que no eran suyas, las había escuchado una y otra vez de Joshep.

- El secreto de la poesía Adelaida, no es lo que dicen las palabras, sino lo que hacen el esfuerzo de decir. Y dependiendo de que tanto estés dispuesta a entender, comprenderás mejor al poeta.

- Es cómo la filosofía - bufó la pecosa, otro tipo de lecturas que de verdad no le gustaba leer.

- Amor, la poesía es una manera de filosofar. Pero en sí misma no es filosofía. Es tratar de expresar, es tratar de poner en palabras lo que no tiene apariencia en lo tangible. El amor no se puede poner en palabras, pero incluso así los poetas tratan de expresarlo usando el artilugio de las palabras.

- Y solo terminan diciendo puras mentiras - la pelirroja hermosa metió el ceño.

- No es lo que dicen, es lo que hacen el esfuerzo de decir - le sonrió la dama de damas -. Ya lo entenderás.

 - Creo que nunca lo entenderé.

Raquel le miró un segundo en silencio, luego se sentó a la mesa y antes de comenzar a disfrutar de las frutas recitó sin mirar a Adelaida:

- "Cuidaría el paso de tus botas trenzadas
    y con una cinta blanca ataría para ti la Luna llena
    y besaría tus ojos y soñaría en tus pecas
    serías mi reina coronada con cayenas"      

La pecosa se le pusieron las orejas coloradas. Miró fijamente a su tía abuela, se sintió paralizada. Aquella nota atada a la misteriosa rosa que encontró en su ventana, la atesoraba sin saber por qué. Quería sospechar que era de Santiago, pero al no saber de quien era realmente, ¿como podían gustarle tanto esas palabras? No era por lo que decían, es lo que hacían el esfuerzo de decir, acababa de explicarle la tía abuela. Se quedó en silencio abrazada al libro de Alicia, sentía que caía por el hoyo del conejo.   

- Vives leyendo esa pequeña nota - le dijo con suspicacia la dama de damas.

- No se la dí a leer para que la use en mi contra - le soltó la pecosa después de un áspero silencio.

- Luisa Adelaida - Raquel rió ampliamente llena de gracia -, no la uso en tu contra, solo quiero que veas que si te gusta la poesía. O lo que te intenta decir desde esa pequeña nota. ¿Que será? Mmmm ¿Que será? o más interesante aun ¿de quién será?

- No se burle de mi tía. Cuando sea de Toñoño se la meto por un ojo.

- ¿Y si es de Santiago? - le preguntó sin verla mientras llevaba hasta su boca un trozo de fruta fresca.

- Eh... si es de... bueno tía... ¡No sé por qué viene esto al caso! Estamos hablando de poesía y de fantasía - la bella pelirroja pareció ofuscarse de pronto.

- De eso hablo - le respondió jugando con ella, fingiendo una expresión inocente - De una nota con una poesía que te tiene la cabecita llena de fantasías. Adelaida en su país de las maravillas.

La pecosa caminó en silencio hasta la mesa y se dejó caer sentada en la silla al lado de su tía. La miró derrotada. Su rostro parecía el de un Pierrot. Raquel se conmovió al ver tan melancólica expresión y le sonrió:

- Mi bella hija, ya dejarás de estar batallando contra el mundo. Sanarás tu alma y podrás ver que no hay nada de malo en hacer el esfuerzo de decir lo que está en tu corazón y que no se puede poner en palabras. Llegará el día que perderás el miedo a decir que sientes amor dentro de ti para darlo y de que eres digna de recibirlo también.

- Tía tengo tanto miedo de volver amar - dijo con los ojos humedecidos la pecosa entristecida.

- No Adelaida, no tienes miedo de amar, tienes miedo de ser lastimada de nuevo. Tu corazón está deseoso de amar. Ama, Adelaida, el miedo pertenece al pasado y al futuro. El Amor, mi muñeca, es el reino del presente. Ama mi niña. Ámate y ama.


Extendió su mano hacía su tía abuela para sentirse a salvo, para sentir que no se hundiría en su frágil suelo emocional, en su quebradiza seguridad. Deseó poder confiar de verdad en aquel que cuidaría el paso de sus botas trenzadas, deseó querer creer que había alguien capaz de atar la luna llena para ella, deseó que besarán sus ojos, que soñarán en sus pecas, ser la reina del corazón de aquel que la considerara digna de todas esas cosas. Sin embargo una parte de su alma estaba entendiendo, que para que esto pasara tenía que volver a amar a la persona que más odiaba en el fondo de su ser, a la persona que le había hecho daño a diario, a la persona a la que debía volver...


ella misma. 



                                                                                                               
                                                                                                             Lee aquí el Cápitulo 21