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viernes, 3 de abril de 2015

Capítulo 26


Su corazón latía suave, mecido suavemente por las manos de su amor. Cerró los ojos en un sueño despierto, recostada sutil en su hombro. Los pétalos silenciosos caían desde los cerezos, alrededor de ellos. La brisa amable de la tarde, bañada en los perfumes de Los Jardines llegó a ella como un hechizo. Se acercó más a él, intentando sentirlo de maneras nuevas y mientras su miedo se alejaba, sentía que podía unirse más y más a Santiago. En su mente las palabras eran como aves curiosas en las ramas del gran árbol de sus pensamientos; presentes, pero silenciosas. Curiosamente se sentía una dama, cómo nunca lo había sentido antes, con su cabello despeinado, su vestido lleno de tierra de arriba hasta abajo, sudorosas las pieles. Sentía que ya nada mancharía su esencia, porque brillaba con su propia luz. Él acarició su mejilla apartando un pequeño pétalo que se había atrevido a besar ese rostro que por deseo y amor le pertenecía; ella se dejó tocar el alma, se dejó alcanzar por primera vez en esa caricia. Se sintió liviana, cómo si estuviese llegando a la vida por primera vez, sin cargas, sin penas, sin miedos, se sintió amada. Él sentía el calor de ella sobre la mitad de su pecho, el cálido y acompasado aliento de ella rozando su cuello. La miró, observó sus ojos cerrados. La envolvió con mayor deseo de protegerla, la acercó suavemente hacia él y a diferencia de ella, su mente estaba llena de pensamientos inquietos, como aves que vuelan en las primeras horas del día, dándole la bienvenida al Sol y a su luz dorada, trayendo la buenanueva de un nuevo día. Ella dejó deslizar su brazo hasta que su pequeña mano quedó sobre el pecho de él, sobre su corazón, sobre sus latidos. La sostuvo, cómo la vez que la conoció, la sostuvo como una paloma blanca en su mano, y miró compasivo, una vez más, las heridas que se había hecho horas antes. Frágil, como un pétalo de cerezo, hermosa y suave. La volvió a dejar sobre su pecho y la cubrió con la suya, como si la mano de ella fuera toda ella, como si pudiera amarla y protegerla dos veces. Adelaida suspiró tan leve, tan delicada, tan profunda, que no había duda que la felicidad era lo que buscaba salir de su alma a través de su ser, hacia Santiago. Él apartó un mechón de fuego del cabello de ella, que había caído silencioso sobre los labios de su musa. Esos labios, pequeños, que dibujaban la forma de un beso, o el deseo de uno; llenos de rubor, cálidos; tan cerca, unidos a él por todo el intenso deseo que cabía entre el breve espacio que los separaba de los suyos. Un beso, una caricia con los labios, una pregunta sustituyéndolo. ¿La beso? No sabía a quién le preguntaba, su corazón le decía que sí, su alma le decía que sí. ¿La beso? Si tan solo lo pidiera, si tan solo mostrara la mínima evidencia del mismo deseo. ¿La beso? Si ya antes de besarla con los labios, mil veces ya la he besado con mis ojos. Mil veces besada, sobre sus pecas, sobre sus labios, sobre su alma. Besada infinitamente en la distancia. Besada sobre un minuto silencioso mientras ella sonríe, mientras el amor crece sin hacer ruido, como un retoño de cerezo. Ella, abrió lentamente sus ojos y lo miró, en lo más hondo de sus pupilas, lo miró tan amorosa, tan suya, como si hubiera escuchado su pregunta silenciosa. Él acarició su rostro y mirándola a los labios...  se acercó... 

Mas ella puso suavemente sus delicados dedos sobre los labios de él deteniéndolo y se le volvió a abrazar del cuello, fuertemente. 

Santiago pudo sentir el corazón de ella latir tan velozmente. Se le aniñó en los brazos, la sintió sumamente frágil, la sintió nerviosa. Aunque quería ser amada, no sabía como serlo, nunca la habían amado. Y aunque su miedo se iba de ella como el hielo del invierno se va poco a poco con la llegada de la primavera, aun llevaba el recuerdo del último beso que tocó sus labios, del que la destruyó estando confiada, entregándose por completo. Si Santiago lo hubiera sabido, le hubiera dicho que aquello nunca había sido un beso. Que un beso no es lo que sucede cuando dos labios se encuentran, un beso es lo que vive después de que esos labios se separan. Un beso siempre se da con el alma, sino es así, es simplemente el tropiezo de dos labios, encontrándose vacíos. Un beso une invisiblemente a dos amantes, un beso que muere al instante, no es un beso. Es solo una chispa de un fuego más grande que no consiguió encenderse. No importa Adelaida, pensó él,  yo estaré aquí pacientemente hasta que estés lista de unirte a mi alma, no temas, no tiembles como una pequeña liebre acurrucada en mis brazos, estás a salvo. Hay tantas formas de amarte y un beso es solo una de ellas, te amaré de todas las maneras posibles, Adelaida, hasta que desees mis besos. Te amaré de todos los modos posibles, hasta que me pidas un beso. Te amaré de todas las formas posibles hasta que me ruegues un beso, y entonces, ¡Oh preciosa, te besaré de tal manera que sabrás por primera vez lo que es ser besada! Y más que ser besada, serás amada en un beso. Y así me besarás y seré amado en tus labios, en su suavidad, en su dulce calor de sol diminuto. Y nos besaremos, y serán dos besos tocándose con labios, serán dos labios tocándose con besos. No temas, que acepto mientras tanto, el beso de tu mirada, el beso que me da tu voz, el beso del sonido de tu risa. No temas Adelaida, el Amor es paciente, porque el tiempo le pertenece. Por eso sé que te amo, porque te espero cada hora, cada día, cada momento indefinido. Porque puedo seguirte esperando hasta que estés lista para recibir todo el inmenso amor que llevo dentro y tú, pelirroja hermosa, has desatado en mi como una hoguera hecha con nuevas leñas. Llenando de tibio descanso de paz la morada de mi alma y de mi corazón. No temas, no tiembles, que estás en mis brazos y ahí solo puedes ser amada. Solo eso.

De los ojos de ella, una lágrima se escurrió, pero no era una lágrima llena de tristezas. Era un cristal lleno de gratitud, una respuesta de su alma por sentirse protegida cerca a él. Se lamentó de no estar lista para ser besada, se lamentó de no estar segura de cómo besarlo. ¿Cómo se pone tanto amor en un beso? No, realmente es al contrario, un beso tiene que ponerse en el amor. Pero ella sentía que aun le faltaba amarse un poco más a sí misma. Así podría entregarse sin los traspiés que daba su alma de vez en vez, llenando su andar de divergencias. Perdóname Santiago, pensó, no eres tú, soy yo que no sé como ser besada, soy yo que solo he sabido ser lastimada y no quiero que saborees eso en mis labios. Quiero que recibas lo mismo que estás dispuesto a darme, quiero besarte con ese mismo deseo que brilla en tus ojos... ¡Y sí amor, sí quiero besarte! Pero quiero besarte con labios amantes, quiero besarte desde adentro de mi, porque quiero besarte hasta dentro de ti. Perdóname Santiago, por detenerte en lo indetenible, te juro que tu beso que quedó en mis dedos lo llevaré a mis labios. Ese beso no se desperdiciará, lo recibiré por partes, lo llevaré a mi antojo donde vaya, y así aprenderé a besarte, porque sé que con el mismo amor que hubiese quedado tu beso en mis labios, así quedó en mis dedos. ¿Sientes como tiemblo? ¿Ves como evito verte? Son cosas del amor de una mujer, que mostrándote una cosa quiero lo contrario. Porque el dolor me enseñó a ser así. No te pongas triste Santiago, solo que aun no, todavía no. Esta fruta no está madura aun, aunque sueña con su propio dulzor, aunque sueña endulzar la vida de aquel que sepa saborear de mi, lo mejor de mi ser, amándome hasta la última gota de lo que soy. Estoy en tus brazos ¿lo ves? ¿Acaso nuestros cuerpos no están en un largo beso, juntos, desde largo rato? Estoy en tus brazos Santiago, eso debe decirte más de lo que digo. ¿Si no quisiera tus besos estaría así en tus brazos, tan a tu merced? Pero se que aquí estoy segura, sobre tu pecho, abrazada a ti como si fueras mi isla, dentro del mar turbulento de mi vida. Gracias por hacerme sentir protegida. Gracias por mirarme como lo haces, haciéndome sentir que mi belleza es real. Haciéndome sentir una mujer deseada, más allá de mis formas y molduras. ¿Me perdonas? Date cuenta de lo arrepentida que estoy de no dejarte avanzar. Pero estoy en tus brazos... Santiago, estoy en tus brazos... sigue amándome cómo lo haces y yo querré más... mucho más de ti.... Santiago... 

- Abrázame - le rogó como un susurro, él la envolvió aun más con sus brazos. 

- Discúlpame - le dijo él por intentar besarla. 

- No digas nada Santiago - le imploró ella suavemente cerca de su cuello -, solo abrázame.

Se volvieron a quedar en silencio, es que estaban en el lugar donde las palabras sobran, donde lo que se quiere decir no tiene pronunciación. Donde callar vale más que decir mil discursos. Santiago comenzó a acariciar el cabello de su musa y ella, poco a poco se fue relajando, tanto que comenzó a quedarse dormida, sintiéndose segura y agotada por el arduo trabajo con la pala. Suspiró llena de paz y el mundo se quedó en silencio para ella, se quedó ligeramente dormida en brazos de Santiago. El terminó de soltar los moños del cabello de ella, y acomodó la hermosa melena roja de Adelaida sobre el hombro de la pecosa. Le pareció una diosa dormida, se sintió extrañamente poderoso, inamovible, al sentir que era el guardián de los sueños de tan hermosa dama. Pasó por su mente el fugaz pensamiento de la ausencia de ella, su mente le hizo el mal juego de imaginar como sería de pronto no tenerla en Bardolín. La miró respirar hondamente, la sintió tan de él, tan dentro de su regazo que le pareció imposible la idea de no verla más en algún día cercano. Alejó ese pensamiento de sí mismo lo que más pudo. Nada, absolutamente nada en el mundo podría en ese momento quitársela de los brazos, ni el más grande pensamiento, ni la más férrea tormenta, nada. La sostenía con su amor y eso era un lazo que solo el podía romper. 






La brisa sopló sobre ellos amablemente, después del largo viaje en el tren, querían llegar lo más rápido posible. El automóvil se desplazaba con premura en dirección a Los Jardines de Bardolín. Habían querido llegar el mismo día de su cumpleaños pero él estaba demasiado impaciente de ver a su niña. No era que ella no quería verla, por el contrario, se moría por ver a Adelaida, pero aun llevaba por dentro el trago amargo, la decepción que sentía por el mal comportamiento de su hija. ¿Cómo habría influido su tía abuela Raquel en Adelaida? No había duda de que la había enderezado, de que la había convertido en una respetable dama de altura, de sociedad, digna de una vida decente. Tenía ansiedad de ver a su hija, de ver a la dama en que tenía que haber sido convertida durante todos esos meses. Aunque... en el fondo, Betania guardaba un deseo muy oculto. La verdadera razón por la que la había llevado a ese pueblo, lejos de todo. Recordaba la magia de Los Jardines, recordaba lo amable de ese lugar, tanto que nunca olvidó uno solo de los días que vivió y disfrutó en Bardolín. Pero ese deseo lo llevaba muy en el fondo de ella, casi que se lo ocultaba a sí misma. Había comenzado a oscurecer y ya en el horizonte se podían divisar el primer guiño de las estrellas y en la lontananza a un lado de la carretera unas lejanas luces. Era Los Jardines de Bardolín. Mientras más se acercaban, Betania comenzó a sentirse confundida. La casa más alta del pueblo era la mansión y tenía entendido que ya no estaba habitada, según cartas de la tía abuela. Mas en la distancia podía ver que la planta alta estaba iluminada, las lámparas de algunas habitaciones estaban encendidas. El corazón le latió ansioso y temeroso. Ha de ser efecto de la distancia, se decía a sí misma, las luces me deben estar jugando una mala pasada. Sin embargo, mientras se acortaba la distancia no quedaba duda de que la Mansión Bardolín, estaba ocupada. 

- Ya estamos llegando - dijo Gregorio deseoso de poder ver a Adelaida. Escucharlo decir eso la puso aun más nerviosa. ¿Estaría en Bardolín, Mateo? Dios quisiera que no... ¿o que sí? Su corazón se sacudió confuso en dos direcciones. 

- Sí - asintió ella y volvió a mirar en la distancia hacia Bardolín. 

- Va a ser una sorpresa para Luisa Adelaida. 

- De seguro se alegrará de vernos. Querrá volver pronto a casa. Si es así nos regresamos lo más pronto posible.

- Pensé que querías compartir varios días con tu tía - Gregorio la miró extrañado.

- Sí, pero piensa, Adelaida estará desesperada por volver a casa también. Todos estos meses aquí que debe extrañar su casa, su habitación y la vida de la ciudad - Betania parecía un poco ansiosa mientras hablaba.

Él solo la miró en silencio. Era posible lo que le decía su esposa. Lo importante para él es que ya estaban llegando a Bardolín y pronto vería a su hija adorada. Y lo mejor es que pronto se la llevarían de vuelta a su hogar. No importaba si era un par de días o de semanas que estuviesen ahí. Él había ido por Adelaida, y sin ella no se regresaría a la ciudad. 


El automóvil terminó de llegar y el chofer se detuvo en la entrada del arco. Dos jóvenes cargaron con el equipaje de los dos esposos y comenzaron  a caminar detrás de ellos. Gregorio miraba todo con curiosidad, como aquel para el que el paisaje es nuevo. Mas ella, ella no dejaba de atisbar en la distancia hacia la mansión. No estaba lejos de la entrada, no estaba distante de donde estaban y tenían que pasar por frente. No había otra ruta por esa entrada. Al llegar frente a la mansión, Gregorio se maravilló de la bella arquitectura de dicha gran casa. Ella deparó que la puerta estaba abierta y adentro iluminado, pero tragó hondo cuando miró dentro de su campo de visión aquella ventana en lo alto, aquella ventana que se mantenía viva en sus más ocultos recuerdos. Estaba iluminada y parecía haber alguien en ella. Los esposos caminaron vereda arriba dejando atrás a la Mansión Bardolín, mientras que Betania evadía las preguntas de Gregorio sobre aquella propiedad. Sin embargo, no pudo evitarlo, ni con todas las fuerzas de su ser, voltear hacia atrás, hacia aquella ventana en lo alto, justo cuando pasaba caminando por el lugar donde estuvo parada de muchacha llorando, mirando a su amor el último día que lo vio antes de que se lo llevaran lejos de ella. El corazón se le agitó en el pecho tan duro que casi se desmaya. Había un hombre en la ventana, solo pudo ver su silueta por la luz que salía de la habitación y la noche ya había reinado afuera. Aquel hombre pareció reconocerla, se enderezó, se irguió y ella quiso salir corriendo. No podía ser, era la silueta de Mateo, no tenía duda. Comenzó a ponerse muy nerviosa. Lo mejor era llegar donde la tía Raquel, y esperar al día siguiente para partir a la ciudad lo antes posible. No sabía como iba a reaccionar si se encontraba con Mateo de frente y menos si iba acompañado de Gregorio.

Mañana antes del anochecer, ya debemos estar de vuelta con Adelaida a la ciudad, se aseguró a sí misma en sus pensamientos. No podían estar un día más ahí. 

 En la Mansión Bardolín, en la habitación del piso superior con vista a la vereda principal estaba Mateo, asomado en su ventana tratando de volver en sí mismo.

- Betania - dijo en la soledad de su habitación como si hablara con alguien, caminando de un lado a otro -, juro por Dios que esa era Betania.

Regresó a la ventana y la vio andar a lo lejos. No podía haber dudas, era ella. Era su porte, era su rostro, aunque la joven noche podía estarle jugando una broma con sus luces y sombras caprichosas, dibujando un parecido en otra persona solo para jugar con su alma. Pero la ansiedad lo venció y silbó, como hace años no lo hacía, aquellas tres notas con que la llamaba en la distancia. Vio como aquella mujer se detuvo, pero no volteó, se detuvo abruptamente como si le hubiera dolido algo. ¡Dios Santo! ¡Es ella! pensó con el alma en un espiral. 

- ¿Betania te sucede algo? - se le acercó Gregorio un poco preocupado por la expresión de su esposa la que se había puesto pálida y la que se había detenido con una extraña expresión en la mirada. En el primer momento él no relacionó el lejano silbido con la reacción de ella. Lo atribuyó al largo viaje. Solo es cansancio. La tomó del brazo y la ayudó a avanzar. 


En el corazón de Betania se abría una encrucijada. Mateo la había reconocido y le había silbado como en el pasado. Como se llamaban en secreto. Una parte de ella quería correr hacia la ciudad junto a Adelaida y Gregorio, y la otra directo hacia Mateo. Sin embargo sabía que la mejor opción era la primera, buscar a Adelaida y salir lo antes posible de Bardolín. 

Al día siguiente estarían de vuelta en la cuidad. 

   







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