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sábado, 19 de marzo de 2016

Capítulo 34

- ¿Sabes de quién me estaba acordando? - dijo ella después de un largo silencio. El Sr. Emilio Villafranca levantó la mirada del libro que tenía en frente y la miró cavilando un poco. Se mantuvo en silencio unos segundos, pero al ver que su esposa ni siquiera alzó la mirada de la taza de café en la que parecía estar absorta, regresó su mirada a su lectura. 

- Recordaba a la come cerezas - continuó por fin ella, sin apartar la mirada de su taza. Villafranca levantó de nuevo la mirada y la observó con curiosidad un momento. ¿A que vendría que de pronto ella la recordara? Su mente giró con prisa y se detuvo en un recuerdo. Un recuerdo de abril, hubiera dicho él. Un recuerdo que le vino en mente por estar en los primeros días de ese mes.  Arqueando las cejas se incorporó en su silla dejando el libro sobre la mesa de jardín que tenía en frente. 

- Rosalía - le dijo por fin con su voz ronca -, la come cerezas cumple años mañana.  

- Sí - dijo ella bajamente, sin levantar la mirada de la taza. Se veía pensativa y nostálgica -. Tan buena muchacha. Es tan difícil creer lo que pasó esa noche. 

- Jmmm - bufó incomodo Emilio. A él también se le hacía difícil creerlo. ¿Pero en que momento pudo haber pasado aquello? ¿La come cerezas ebria? Nunca alcanzó ver a Adelaida llevarse una sola copa de licor a los labios. Por más que lo pensaba la recordaba era como a las demás señoritas, bebiendo del dulce cóctel que se había dispuesto para ellas esa noche. Lo único que se sabía era lo que decía su propio hijo y el par de amigotes con quien solía pasársela, perdiendo el tiempo. El que menos en gracia le traía era Oscar, el hijo de León Bardolín. Uno tan arrogante cómo el otro. Durante días después de esa noche, él mismo investigó, y no encontró a nadie que la hubiese visto ebria, sin embargo, aún así media ciudad creía que si lo había estado. Si el hijo del tan respetado Villafranca lo decía, no podía ser una falsedad. Pero él lo dudaba. Las únicas voces que lo aseguraban con certeza, eran la de Joshep y la  de sus dos amigos. Nunca tuvo la oportunidad de preguntárselo a Adelaida. El vendedor de frutas del mercado principal no la había visto más. El maestro de música y su amigo Carlos Borgoñez, quien le enseñaba piano a la pelirroja tampoco supo más de ella. Luego se enteró que se habían mudado al otro lado de la ciudad, pues la familia Castelán por el presunto comportamiento de su hija había caído en la desgracia social.

- ¿Qué será de ella? - al fin levantó la mirada hacia el rostro endurecido de su esposo, que parecía traspasarla con la mirada como si ella no estuviese ahí. 

- Espero que este bien - volvió a tomar el libro sobre la mesa y se recostó de nuevo en la silla sin abrirlo. 

- Recuerdo el día en que comenzaste a llamarla come cerezas - dijo ella risueña, el también sonrió -. Ese día teníamos cerezas aquí en casa y cuando las vio era como si hubiera visto un tesoro...

- Sí. Comió tantas que hasta se sintió mal después - Villafranca meneó la cabeza y abrió el libro y puso sus ojos en las líneas sin verlas. 

- Casi las acabó todas y cada vez que se comía una pedía perdón.

- No podía parar - sonrió él -. Qué lástima. Tan buena muchacha. Nos alegraba la casa cuando venía de visita - dijo luego de unos segundos, antes de buscar concentrarse de nuevo en la lectura que había interrumpido. 

- Sí, una pena. Aun me cuesta creerlo. Pero no creo que Joshep mienta sobre un asunto como ese. Tomando en cuenta que esa niña se desapareció de todas partes. Nunca se defendió, nunca dio la cara. Su silencio otorga demasiado. 

- Algún día sabré la verdad de lo que pasó - gruñó Villafranca con la mirada metida en el libro. 

- ¿Dudas de lo que dice Joshep? A mi me cuesta creer lo de esa muchacha, pero más todavía me cuesta creer que Joshep mienta al respecto. 

- Le doy el beneficio de la duda a todo, Rosalía. De las personas que estuvieron esa noche ante el supuesto comportamiento de Adelaida, de la única persona que no hemos escuchado la versión de lo sucedido es de ella. 

- Pero Emilio, si ella misma no la ha querido dar es por algo. 

- Sin duda que es por algo. 

- Le dará tanta vergüenza...

- O miedo - dijo él interrumpiendo. 

- ¿Miedo? ¿Qué quieres decir? ¿Que mi hijo la amenazó? - se puso ella a la defensiva. 

- No he dicho eso. Solo intento buscarle lógica al asunto - dijo Villafranca  comenzando a desear cambiar de tema. 

- Para mi es lógico que su silencio es lo que termina dándole la razón a nuestro hijo. 

- Nuestro hijo no estaba solo esa noche ¿recuerdas? A mi ver, no con las mejores compañías. En especial el hijo de León Bardolín. 

- Siento que estás queriendo inculpar a Joshep de algo que no puedo aceptar. ¿Pretendes decir que ellos le hicieron algo a Adelaida? ¿Qué por eso ella tiene miedo?  

- No digo que Joshep... pero no sé... No quiero que el hecho de que seamos los padres llegue a cegarnos de algo que no queramos creer. ¿Has visto lo extraño que está tu hijo desde entonces? Y lo que hace es un misterio para nosotros. Ahora dice que tiene planeado viajar a yo no sé donde con León Bardolín. 

- No es para menos que esté actuando extraño desde entonces - atacó la madre de Joshep -. ¿Olvidas que se iba a casar con ella? ¿No puedes pensar que nuestro hijo pueda estar sufriendo en silencio?

- Sufriendo con la hija de los Cautiño. 

- Estará intentando rehacer su vida. Y respecto al viaje me dijo que era algo relacionado con negocios. ¿A caso no vives diciendo que se la pasa perdiendo el tiempo con sus amigos? ¿No te alegra que esté pensando en relacionarse y hacer negocios? Los Bardolín son muy conocidos por sus grandes negocios - Rosalía estaba ofuscada por la posición de su marido. 

- ¿Negocios? Don Guillermo era el genio en ese sentido. Sus hijos no heredaron tal virtud. Poco sabes mujer de como están las cosas. Esa familia va camino al desastre económico. ¿Negocios? Habrá que ver que es lo que Joshep llama negocios junto a León Bardolín - se dispuso a ponerse de pie e irse adentro de la casa -. Viaje de negocios... viaje de negocios... yo voy a ir a ese viaje de negocios a ver que se traen entre manos. 

- Espero que lo apoyes, cuando descubras que solo quiere tener aspiraciones. 

- Si voy Rosalía es porque me interesa nuestro hijo y me preocupa que esté tomando un mal camino, que termine haciéndole daño a alguien, a él mismo más que a nadie, pero tampoco le voy a tolerar, ni menos aceptar que haga algo que no sea noble. Me tienen bien molesto todos sus misterios.

- Ya estamos discutiendo otra vez por Joshep... pero es mi culpa... por estar nombrando a la muchachita esa, que parecieras querer más que a tu propio hijo - dijo furiosa y adolorida con los ojos llorosos. 

- ¿Por qué no intentas comprender que lo que evito es ponerme una venda en los ojos? - se terminó de poner de pie decidido a alejarse hacia el interior de la casa -. Me importa nuestro hijo, tanto que no quiero cegarme. Porque si es cierto, es nuestro hijo, pero también conocimos a "la muchachita esa" como le acabas de decir y estoy seguro que en el fondo no lo puedes creer del todo. Algo no encaja. 

- Yo le creo a mi hijo - para Rosalía no había más nada que decir, aunque en el fondo de sí, tras de su enojo y orgullo, le daba la razón a su esposo. Él la miró unos segundos en silencio, respirando profundo, mientras ella miraba a lo lejos dejando claro con su actitud que la discusión para ella había llegado hasta ahí. La conocía bien, no le quedaba más que resignarse e irse de una vez a su habitación. Dentro de él, tanto como ella, existía miedo de que su hijo hubiera hecho algo indigno, y la única que le podía decir la verdad era Adelaida. Tenía que encontrarla y conversar con ella. Al llegar a la puerta se giró a mirar a Rosalía que estaba mirando aun entristecida hacia la nada, inmóvil. La miró unos segundos más y entró al final. Él entendía a su esposa, él quería lo mejor para su hijo también, pero sin embargo no quería evadirse de la realidad y después lamentarse cuando fuese demasiado tarde. Entró y cerró la puerta detrás de sí, silenciosamente.




Gaspar escuchó que alguien tocaba a su puerta, caminó hasta la entrada y la abrió para encontrarse con una mujer que le resultó conocida. Ella le sonrió en silencio y vio como por detrás de su hombro se asomaba una muy sonriente Adelaida con los ojos llenos de chispas de luz. Volvió a mirar el rostro a aquella mujer, y cómo era típico de sus expresiones, arqueó las cejas hasta arriba lleno de emoción al reconocerla.

- Betania - casi no le salió la voz. Le extendió los brazos y ella se le metió en el pecho cariñosamente. Tanto tiempo había pasado, pero el afecto conque la recibía hacía que el paso de los años fuese algo inexistente. Cómo si nunca se hubiera ido de Bardolín. A ella se le humedecieron los ojos de la alegría y se miraron en silencio unos segundos con tanto amor. En un silencio que decía más que mil saludos y mil bienvenidas.

- ¿Cómo has estado? - le dijo ella al fin.

- Cómo ves aun aquí en Los Jardines de Bardolín... - dijo el gran Gaspar escurriéndose una lágrima detrás de su sonrisa bonachona.

- ¿Dónde está Margot? - le interrumpió ella mirando hacia dentro de la casa - Me enteré que se casaron.

- Pues sí, cosas de la vida. Cómo que nuestro destino era estar juntos siempre - le respondió él aun lleno de emoción. Se giró hacia Adelaida y le extendió los brazos, la que en silencio con una sonrisa de un extremo al otro extremo de su cara pecosa, miraba la escena que tenía en frente. Ella lo abrazó y le estampó el sonoro beso en la mejilla, que ya era una costumbre darle.

- Hola Don Gaspar, le traje a mi mamá que quería verlos.

- Es una gran sorpresa - le dijo, luego mirando a Betanía continuó: Tú mamá es una gran amiga. Betanía, tu hija es una preciosura. Debes estar demasiado orgullosa de ella, aquí en Bardolín la adoramos.

Adelaida se ruborizó mientras su mamá la miraba con admiración. Que tan poco conocía a su propia hija, de la que todos le decían cosas tan buenas. Sí, en ese momento se sentía enormemente orgullosa de su pelirroja, como nunca en la vida. Gaspar dando un pequeño salto, se separó de ellas y salió de prisa hacia dentro de la casa, sin decir palabra. Betanía y Adelaida se miraron curiosas. De pronto apareció llevando a Margot con los ojos cubiertos con sus robustas manos, hasta la sala de estar.

- Pero... ¡Gaspar que sucede! - iba ella sonreída imaginando que tipo de broma ahora se le habría ocurrido a su esposo - Estoy ocupada, que se nos queman los panques.

El corazón de Betania se aceleró. No lo podía creer, tenía en frente a Margot, a su querida Margot. La vez que había traído a Adelaida por breve momento se preguntó que sería de ella, si aun viviría en el amable pueblo, lleno de veredas, pero tenía el alma en el suelo aún por lo que que había sucedido en la ciudad con su hija. Así como llegó, se alejó porque sentía mucho dolor, dolor contra ella misma y contra Adelaida. Vio a aquella mujer robusta, que muy risueña intentaba quitarse las manos de Gaspar de los ojos, hasta que por fin él las apartó. Margot miró a la mujer que tenía en frente, y se quedó petrificada, la reconoció en el acto, ni deparó que Adelaida estaba al lado. De igual manera que Gaspar ella le extendió los brazos y las dos se acercaron una a la otra para darse un amoroso abrazo. Comenzaron a llorar como chiquillas.

- Mi amiguita - le temblaba la voz a Margot -. La azabache.

- Ya ni tanto - le dijo ella aludiendo a que tenía muchas canas y su cabello no era tan negro como antes. Margot la miraba y la volvía a abrazar, no se lo podía creer. Pensó que nunca volvería a verla, después de lo de Mateo y la familia de este.

- ¡Niña! - Margot se volteó hacía la pecosa y la abrazó como a un peluche como siempre lo hacía - Disculpa que no... te había... es que tanto tiempo que... Ah tú mamá y yo eramos grandes amigas, siempre juntas. ¿Te acuerdas que te lo había comentado alguna vez?

- Sí recuerdo.

- Siempre los cuatro juntos - dijo Betania. Adelaida hizo un gesto de confusión. ¿Cuatro? ¿Quién era el cuarto?

- ¿Lo has visto? - le murmuró de cerca Margot a su vieja amiga - Está aquí en...

- Sí - asintió Betania.

- Dios - dijo Margot con los ojos abiertos a lo grande.

- Tenemos tantas cosas de que conversar... Mar, Mar... Adelaida me dijo que tienen una hija preciosa. Quiero conocerla.

- ¡Oh mi hija! Sí, no es porque sea mi hija pero es una princesa - sus mejillas rollizas se le pusieron coloradas.

- ¿Puedo ir por ella? - le preguntó Adelaida emocionada.

- Sí mi niña, vaya y búsquela. Ya sabes donde está metida.

Adelaida tocó la puerta de la habitación de Lili la que reconociendo la manera de tocar, se levantó pronto de su cama a abrirle contenta. Abrió la puerta de improvisto para encontrarse con una Adelaida con el rostro iluminado con una gran sonrisa, la que la tomó de una mano llevándola junto a ella.

- Ven quiero que conozcas a mi mamá.

- ¿Tú mamá? - la muchacha de ojos marrones se llenó de timidez antes de quedar  frente a Betania.

- Mamá, ella es Lilibeth, mi amiga y hermana - dijo muy honrada la pecosa.

- ¡Oh pero que linda esta niña! - la mamá de Adelaida se acercó a Lili, la que estaba ruborizada y casi inmóvil -. ¡Es idéntica a ti Margot, cuando estabas muchacha! ¡Es tu retrato!

- Mi hija es más bella que su mamá - dijo halagada la dulce Margot.

- Hola mucho gusto, soy Betania la mamá de Adelaida - le extendió la mano a Lili. La muchacha tímida, en el primer segundo no se movió.

- Vamos Galleta, dale la mano - la aupó con cariño el gran Gaspar.

- ¿Galleta? - Betania hizo un gesto de curiosidad.

- Es por cariño mamá - le explicó la pecosa -. Le dicen Galleta por cariño.

- ¡Oh!... Bueno... mucho gusto Galleta.

Al fin la muchacha de cabellos como cortinas le extendió la mano y se saludaron con mucha cortesía.

- Mucho gusto - Lili dejó oír su armónica voz.

- Pero que bella es.

- Mamá, es la más bella de todo Bardolín - dijo la pecosa abrazando por la cintura a su amiga. Galleta se ruborizó a un más sin saber donde mirar.

- Es algo tímida - dijo Gaspar - pero es el ángel de la casa.

- ¿Tímida? Con estos padres tan extrovertidos ¿tímida? - Betania no dejaba de sorprenderse del parecido físico que tenía Lilibeth con la Margot de tiempos antaños-. Esta muchacha tan parecida a ti ¿tímida?

- Cosas de Dios - dijo Margot -. Pero para nosotros es perfecta.

- Galleta es nuestra vida - dijo el gran Gaspar.

- Por qué le dicen Galleta - Betania no estaba tan extrañada por aquello. Bardolín era un lugar así, donde cada cosa podía tener su propia esencia, su propia manera de llamarse sin que eso llegara a ser realmente un apodo. Ella seguía siendo "la azabache" para Margot.

- Gaspar y yo seguimos con la tradición de papá y hacemos pasteles y galletas, y bueno... la primera palabra de la niña fue esa: "Galleta". Y comenzamos a decirle así hasta que nos acostumbramos.

- Ah pero yo quiero probar de esos pasteles - dijo Betania emocionada. La pecosa veía a su mamá con asombro, nunca la había visto tan desenvuelta, tan auténtica como en ese momento. Amó verla así -. Y realmente Galleta, suena tan bonito, y va con ella. Se ve tan dulce.

- Ven Betania, vamos a la cocina para invitarte a que pruebes nuestros postres - dijo el gran Gaspar.

- Vamos Adelaida - dijo su mamá emocionada.

- No no no, déjalas que ellas tienen que hablar cosas de muchachas y nosotras cosas de viejas - se interpuso Margot llevándose a Betania por un brazo -. Ven por aquí... ¡Qué emoción! ¡La azabache en casa!

- Mañana cumple mi hija - dijo la mamá de la pecosa mientras se dejaba guiar.

- ¡Mañana! No nos había dicho nada. Pues le haremos un gran pastel.

Los viejos amigos se alejaron y dejaron a las dos muchachas solas.

-Te quiero mostrar algo - Lili caminó hacía su habitación y Adelaida la siguió. La pelirroja se sentó en la cama mientras esperaba que su amiga le trajera aquello que parecía tener guardado como un tesoro. La muchacha de ojos marrones se sentó al lado de ella con una pequeña caja de madera pulida en las manos. Tenía una pequeña cobertura de vidrió. Sin duda era un pequeño muestrario. Se lo extendió en silencio. Adelaida lo tomó con delicadeza y al ver su interior se maravilló.

- Lili... que hermosa es... - dijo al ver la mariposa que estaba detrás del pequeño vidrio.

- Es una Monarca. Es para ti. Tu regalo de cumpleaños.

- ¡Oh!... ¡Gracias, es muy hermosa!

- Pelirroja como tú.

- Qué linda eres... pero Lili... ¿por qué no me la das mañana? Sabes que mi tía Raquel va hacer una reunión en su casa por mi cumpleaños... ¿es que no vas a ir?

- Seguro va ir mucha gente y sabes que no me siento cómoda...

- Por favor Lili, no vayas a faltar. Fabián va estar.

- Yo sé... pero... no me voy a sentir cómoda.

- No te lo voy a aceptar sino vas - la pecosa le puso de nuevo en las manos el pequeño muestrario. Los grandes ojos marrones de Lili la miraron abiertos y redondos como dos platos. Titubeó, se sintió mal al ver a Adelaida molesta.

- Adelaida... yo...

- La única forma que la reciba es mañana en casa de tía Raquel. Es mi cumpleaños Lili. ¿Entiendes lo importante que es para mi tenerte conmigo mañana? Sin ti no será igual.

- Yo... esta bién... iré - dijo en baja voz no muy convencida con la idea.

- ¡Gracias mi hermanita! - la pecosa le dio un gran abrazo. Se puso de pie y le extendió la mano -. Vamos donde tu mamá y mi mamá.

Lili guardó el muestrario con tristeza y se acercó a la pelirroja. Adelaida notó su melancolía.

- Lili, es una mariposa preciosa. De verdad que es un regalo precioso, pero lo más importante para mi es que estés presente. Mañana quiero que me la des allá.

La muchacha de lacios cabellos asintió y salieron juntas de la habitación.



En horas de la tarde, en las afueras de Bardolín, por la entrada del arco, caminaban dos jóvenes. Él iba con rostro muy serio mientras ella trataba de parecer interesante. Era poco lo que a él le podía importar lo que ella estuviera diciendo, en su mente solo daba vueltas una idea, una morbosa idea que se le había metido en la cabeza desde hace tiempo atrás. Y como él lo veía, podía tener la gran oportunidad  de llevarla a cabo en aquel lugar. Lo único que le interesaba de la pueblerina que tenía al lado era toda la información que pudiera sacarle sobre Adelaida.

- En el pueblo piensan que tu familia nos van a dejar sin hogar - dijo Rebeca mirándolo de soslayo.

- Es que este lugar es nuestro. ¿En verdad crees eso? Nunca los hemos sacado de aquí ¿crees que en verdad hemos venido a sacarlos de aquí? - mintió tan adrede como le fue posible hacerlo.

- Yo de esa situación sé poco. Yo... a mi no me parece... - le dijo ella intentando coquetearle.

- Pues no creas en esos chismes de ancianos - dijo él, secamente sin mirarla.

- No creo en chismes de viejos - respondió ella algo molesta, por el comentario.

- De quien deberían preocuparse es de otras personas que están aquí en el pueblo.

- ¿Te refieres a la pretenciosa sobrina de Doña Raquel y de los familiares de ella que están ahí?

Oscar se detuvo y la miró en silencio, quemándola con la mirada. Luego comenzó a andar al lado de ella, con una expresión aun más dura en el rostro.

- Sí. De ellos es de quien deben tener cuidado - bufó.

- La pelirroja engreída me debe una - dijo Rebeca como si la tuviera en frente y la pudiera torturar desde sus pensamientos.

- ¿Ya se conocen?

- Por desgracia. Se cree mejor que yo - la muchacha lo miró. Él pensó que cualquiera era mejor que ella. Incluso la sangre de cabaretera, como solía recordarla siempre.

- También tengo una deuda pendiente con ella - vino a él un recuerdo que le retorció el estómago de la irá que le producía.

- La conoces también - Rebeca lo miró de arriba a abajo. Él no le respondió, se quedó en aquel recuerdo. En ese momento entraron por la entrada del arco y comenzaron a andar por la vereda principal. A unos cuantos metros estaba la Masión Bardolín.

- Y... ¿por qué deberíamos temer de Doña Raquel y sus familiares? - ella rompió el duro silencio que había quedado entre los dos. En ese momento, cerca a ellos pasó Gaspar acompañado de Lilibeth, que llevaban un encargo a una de las casas cercanas al lugar que llamaban La Vereda Ciega. Oscar puso los ojos sobre la tímida muchacha que no alzaba la mirada de la cesta que llevaba en brazos.

- Esa... ¿Quién es? - preguntó deteniéndose bajo la sombra de uno de los cerezos de un jardín al notar la belleza de Lilibeth. Ella miró a Galleta con nauseas.

- ¿Galleta? Una retrasada mental a la que tu amiguita, la colorada, vive protegiendo.

- Amiga de Adelaida ¿no? - dijo para sí mismo mientras con un pañuelo se quitaba el sudor del rostro.

- Sí, pero Galleta es una retrasada - Rebeca sintió celos de ver la manera en que Oscar miraba a Lili.

- ¿Galleta?

- Un sobrenombre que le tienen en su casa.

- ¿Quien es el señor? ¿Su padre?

- ¿Don Gaspar? Sí... es el pastelero del pueblo... ¿quieres un pastel? - terminó diciendo ella con ironía.

- Puede ser - dijo él mirando a Lilibeth -. Quizá me provoque una galleta.

Gaspar y Lilibeth salieron de la vista de los dos jóvenes sin percatarse de ellos. Oscar se volteó hacia Rebeca y habilidoso como una sierpes la tomó por el rostro con firmeza y la besó.

- ¿Quieres saldar tu deuda con la "colorada"? - le dijo cerca a ella. Rebeca confundida por el repentino beso, con el corazón latiéndole con fuerzas, se sintió temblorosa. Y asintió, pensó que haría cualquier cosa por ganarse el corazón de Oscar. Él podría llevársela de ese pueblo y convertirla en una "dama de la cuidad".

- Quiero darle lo que se merece - dijo ella llenándose de soberbia.

- Haz lo que yo te pida y tendrás ese gusto - le dijo él sin soltarle aun del rostro.


 Se quedaron largo rato conversando bajo aquel cerezo. Él comenzaría a tejer su tela de araña en las veredas de Bardolín. Cada vez el tiempo iba a favor de ellos, de recuperar lo que sentían era su derecho. Más sin embargo, él  quería algo más, algo con lo que se había encaprichado tiempo atrás. Gaspar y Lilibeth pasaron de regreso, él iba adelante conversando con una señora, muy animosamente y no volvió a deparar en los jóvenes. Pero la muchacha de ojos marrones si giró su rostro hacia ellos. Primero miró la mirada incómoda de Oscar y luego miró a Rebeca a su lado; nerviosa apartó el rostro hacia la cesta vacía que llevaba en manos. Apuró un poco el paso para ir cerca de su papá y al alzar la mirada hacia a él miro pasar frente a ella una mariposa azul. Cómo se creía en Bardolín, las mariposas azules eran ángeles y cada vez que se veía una se pedía un deseo. Cuando la pequeña azulada pasó frente a su rostro, Lilibeth le rogó.


La mariposa azul apuró su vaivén entre el cálido vendaval de la tarde y se elevó en su vuelo hacia algún lugar desconocido, llevándose consigo, la plegaria de Galleta.

- Protégeme.






Próximamente el Capítulo 35