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sábado, 13 de septiembre de 2014

Capítulo 16

Un vendaval taciturno recorrió Bardolín cómo lo hacía casi todas las tardes de Marzo, llevándose consigo el secreto de mil pasos que habían quedado entre las piedras de las amables veredas de aquel lugar. Los colibrís iban de flor en flor buscando el dulce licor de las flores y los azulejos entre las trinitarias cantaban himnos con sus gargantas de flautín. Y él, intentaba no creer en el amor; no esta vez, pensaba, no esta vez. Sin embargo, sin poder evitarlo sus ojos lo traicionaban y miraban hacia la distancia, hacia dentro de aquella casa, para buscar a su propio corazón que se le había ido del pecho cómo un azulejo más a revolotear alrededor de Adelaida. 

- Hermosa - murmuró, regresando sus ojos a la cerradura. Se habló a sí mismo indefenso, aunque en el siguiente segundo, se daba un escarmiento -. ¡Iluso Santiago, eres un iluso! ¡No anides esperanzas inútiles en tu corazón! ¡No la mires!

Pero el muchacho volvía mirar a aquella dama de cabellos hermosos, aquella frágil dama que parecía una flor con pétalos de fuego enmarcando su rostro. Sentada en el silencio de la lejanía, mirando su mano herida, cómo si de un pequeño libro de poemas se tratara. 

- Pero es que es tan preciosa - parecía insistir su otro yo, cómo si lo quisiera convencer. Su alma lo traicionaba también haciéndole revivir el suave contacto de la mano de la pecosa con la suya, ese encuentro silencioso que duró tan poco, quedándose para siempre en él. Adelaida levantó la mirada y antes que aquellos ojos volvieran hacer del joven un trozo de arcilla, apartó su mirada hacia la caja de herramientas buscando nada, fingiendo. Revolvió las herramientas y sin más, volvió a "concentrarse" en el sistema mecánico que limpiaba, sin tomar nada de su caja de madera. Suspiró, se sintió dividido en dos, una parte de él quería mirar a su musa hasta el vicio; la otra, quería endurecerse y pretender que aquella muchacha tan irresistiblemente bella para sus ojos, no pasaba de ser más que cualquier otra, que para él mirarla era cómo mirar una flor silvestre y así poder seguir su camino sin mayores cavilaciones. Flores silvestres hay en todas las esquinas de Bardolín, no digamos en los mismos Jardines, pensó. Mas, el no podía engañarse aunque pusiera afán en ello, bien sabía que no había una sola flor como Adelaida en Bardolín, ni nunca había visto otra ni similar, ni tan bella, ni tan cerca.  

- ¡Santiago! - escuchó que Doña Raquel lo llamaba. Miró nuevamente hacia adentro y pudo ver a la dama de damas con un vaso de jugo en las manos -. ¿Te apetece? 

Él asintió inocentemente, incorporándose, esperando como de costumbre que la doña se acercara a traerle algún pequeño refrigerio. Pero por el contrario miró cómo Raquel se volteó hacia Adelaida para pedirle a su sobrina que fuese ella la que le trajera el vaso. Volvió a suspirar resignado. 

Raquel acercó el vaso a las manos de Adelaida y la muchacha primero miró el vaso haciéndose la poco entendida y luego miró a su tía abuela a los ojos.

- Hazme el favor, hija, de llevarle esto a Santiago -. La joven pecosa se le aceleró de nuevo el corazón sin poder evitarlo, se movió nerviosa en la silla y metió el entrecejo pensando en una escapatoria. 

- Tía tengo la mano herida -. dijo mostrando su dedo vendado. 

- Luisa Adelaida por favor - Raquel le reprochó - ¿buscamos una silla de ruedas? 

La muchacha se le quedó viendo fijamente unos segundos a su inamovible tía que esperaba por ella. Vencida, puso los ojos en blanco y los cerró, luego extendió la mano para que Raquel le diera el vaso. Sin decir palabra se puso de pie, como si unos hilos invisibles la movían  en contra de sus deseos, cómo si fuera una marioneta hermosa que no le quedaba otra libertad que ir en la dirección que la mandaban. No apartaba la mirada del jugo que danzaba en cada uno de sus gráciles pasos. La verdad era que no estaba concentrada en el vaivén de la bebida dentro de aquel cristal, toda su atención estaba puesta en su campo de visión en dirección al joven de ojos nobles. Sentía sus pasos torpes, se sentía como un pato caminando y no sabía porque de pronto le importaba tanto el cómo se vería andando, si ella sabía muy bien pisar como una dama, con una delicadeza y feminidad que ni cien rosales completos podían competir con lo hermosa de su presencia al andar. 

Santiago, por su parte, apretó el último tornillo en su lugar dejando caer el destornillador dentro de su caja de herramientas. Se escurrió el sudor de la frente y jugó unos segundos con la manilla de la cerradura comprobando que había quedado como nueva. Alzó la mirada al escuchar los tacones de la pecosa acercarse a él y al verla quiso aparentar indiferencia, fingió no verla. Y cerró la puerta. Adelaida se detuvo en seco, atónita, sin creerse que Santiago le había cerrado la puerta en la cara, no creía que él no se hubiese percatado que ella se acercaba. No era forma de tratar a una dama. Raquel desde lejos meneó la cabeza, pensando que el muchacho ya no tenía remedio alguno. La pecosa se giró hacia su tía abuela y la miró con el rostro tenso con el jugo en una mano. Santiago abrió de nuevo la puerta encontrándola de espaldas hacia él. Pero siguió fingiendo que revisaba el correcto funcionamiento de la cerradura, moviendo la manilla y mirándola con detenimiento. Sentía cómo un calor le corría el cuerpo, al ver que Adelaida se mantenía de espaldas, pero no podía demostrar que se daba cuenta de aquello, debía seguir aparentando que estaba en su inspección final ajeno a la muchacha. La pecosa furiosa volvió a girarse sin mucho entusiasmo hacia Santiago ¿Cómo se atreve? Era lo único que le pasaba por la mente. ¿Cómo se atreve, a mi, a Luisa Adelaida Castelán Buendia, cerrarme la puerta en la cara? Sin embargo, Santiago volvió a cerrar la puerta, pero esta vez Adelaida dio los dos pasos que le faltaban para quedar justo en el arco que dibujaba la puerta al abrir y se quedó inmóvil, en silente espera. Del lado de afuera, el muchacho comenzó a sentir remordimiento por comportarse de forma tan inmadura con la hermosa pelirroja. Pensó que Adelaida habría entendido bien el mensaje que quiso enviarle con su actitud desentendida, que no se preocupara por él, que era un hombre indiferente a los encantos de ella, que no se tendría que preocupar de ese pueblerino y que podía contar con él cómo un simple amigo más. Se dispuso abrir la puerta y fingir que se había dado cuenta por fin que ella estaba cerca para traerle el jugo, le hablaría sobre lo bien que había quedado la cerradura, tomaría el jugo como un caballero, le daría las gracias y en la menor oportunidad saldría de casa de Doña Raquel cómo un petardo en dirección a su propia casa, ha enfrentarse con sus verdaderas emociones. Sonrió antes de abrir la puerta y empujó decido de ella hasta quedar de frente ante la mirada de puñal de Adelaida, que sin el más mínimo atisbo de vergüenza, cómo si hubiera sido activada por un dispositivo conectado a ella desde la misma puerta al abrirse, le lanzó todo el contenido del vaso sin desperdicio de una sola gota en el centro de la cara. Con su característica delicadeza, se acercó a la puerta y la cerró de nuevo, dejando del lado de afuera a un empapado Santiago tratando de entender que era lo que le había acabado de suceder. Se giró en silencio y caminando sin ninguna prisa, cómo si hubiera encontrado paz en su alma, se fue hacia su habitación y cerró suavemente la puerta detrás de ella.   

Raquel no podía detener las carcajadas que la invadieron. Esa niña tiene sangre Lamuza en las venas, pensaba, solo a Santiago, solo a él se le ocurre cerrarle en la cara una puerta a Adelaida. Se puso de pie rumbo hacia la entrada, y pensó que gracias a su sobrina y sus constantes ocurrencias, había vuelto a reírse de la vida cómo hace tanto tiempo no lo hacía. Agarró una pequeña toalla para auxiliar al pobre muchacho, para que se secara el rostro. Al abrir la puerta, Santiago dio literalmente un brinco como si hubiera esperado que Adelaida viniera ahora con agua caliente, pero al ver a Doña Raquel, se le quedó viendo con los ojos tan redondos cómo dos grandes platos soperos. Los ojos los tenía rojos y le ardían, el jugo le había entrado harto entre los párpados, al estrellarse en el centro de su cara todo el contenido del vaso que traía la pecosa. Seguía preguntándose que era lo que había sucedido, que le había hecho él a Adelaida para que le arrojara la naranjada encima.

- Toma - Raquel le extendió la toalla -. Sólo a ti se te ocurre cerrarle a Adelaida una puerta en la cara. ¡Y dos veces!

- Pero... pero... yo no le cerré la puerta a ella... - el muchacho goteaba por todas partes.

- Hijo, sí la viste venir ¿de donde sacas tú cerrar la puerta? Más si te trae algo.

- Yo no la vi venir - mintió, mientras se estrujaba los ojos con la toalla.

- ¡Sí me vio venir! - se escuchó la voz molesta de Adelaida desde la ventana. Cuando Santiago volteó hacia ella, la pecosa cerró la cortina de un tirón bufando como un toro.

- Santiago, tan caballeroso que te comportaste con ella allá adentro y de pronto... es que cuando vi que cerraste la puerta y mi sobrina se detuvo, supe que ibas a tener problemas - le dijo Raquel cariñosamente.

- ¿Por qué está tan molesta? - Santiago miraba hacia la cortina cerrada sintiéndose mal. Tampoco su idea era que Adelaida pensara mal de él -. ¿No entiendo porque tenía que lanzarme el jugo encima?

- No sé. Las mujeres a veces actuamos así. Quizá cuando esperamos demasiado de algo.

- ¿Esperar demasiado de algo? - el joven se frotó con fuerza la camisa con la pequeña toalla, sin dejar de mirar de vez en cuando hacia la ventana - Me hace sentir mal Doña Raquel. ¿Me quiere decir que ella esperó demasiado de mi?

- Tal vez - la dama de damas lo miró con cierta sanción en la mirada -. Quizá esperaba seguir encontrando en ti al caballero que sostuvo su mano allá adentro.

Santiago se roburizó. Doña Raquel parecía no perder detalle de nada, sin embargo se le hacía difícil creer que Adelaida esperara de él una verdadera atención, que la hermosa muchacha de delicada piel, suave como una seda, pintada con hermosas pecas por todo el rostro, incluso sobre esa frágil mano la cual sostuvo con tanta diligencia, esperara de él, un pueblerino, la disposición y atención que ella podría esperar de un joven más respetable, de un verdadero caballero de la ciudad. Volvió a pensar que sería mejor así, que ella estaba demasiado lejos de su alcance, que ni en sueños era posible que ella pudiese acercarse a su vida. Se encerró en sus pensamientos, cómo era típico de él y comenzó a recoger sus herramientas que habían rodado por el jardín al tropezar con los pies su caja de madera al recibir el impacto del jugo en el rostro. Raquel sintió pena por él, por ese joven que no sabía como enfrentarse al mundo como otros, al que parecía que no le salían bien las cosas con las personas, refugiándose más y más en sus herramientas y en su silencio. Incluso no pudo dejar de pensar como era Adelaida cuando llegó, una fierecilla difícil de llevar y que sin duda, mucho de esa Adelaida aún seguía ahí, dentro de su sobrina, a la defensiva. Su intuición le decía que Adelaida y Santiago podían llegar a ser grandes amigos, pero tal vez primero tuviesen que aprender a comprenderse el uno al otro. Fabián era muy distinto a su hermano en ese sentido, era una persona con un don para socializar con cualquiera, incluso hasta por diplomacia era capaz de sonreír. Santiago no. Santiago era demasiado honesto con sus emociones y su mayor problema era no saber expresarlas, actuaba en consecuencia esperando que el mundo lo comprendiera, para solo quedar menos incomprendido y más solitario aun.

- No te sientas mal - la anciana lo miró con cariño -. A Adelaida ya se le pasará. Te pido disculpas en su nombre, ella tampoco a tenido días fáciles. Tal vez solo está predispuesta un poco. No es tu culpa.

Adelaida se sentaba en la cama luchando por no sentir remordimiento por lo que acababa de hacer, y al minuto siguiente caminaba hasta la ventana y por el filo de las cortinas se asomaba y lo miraba. El corazón le latía con fuerza con solo verlo, pero volvía a murmurar molesta y se volvía a lanzar sentada contra la cama a repetirse lo bestia que era Santiago. Lo poco delicado que era. ¿Delicado? La pobre terminaba quedando invadida de nuevo por aquella sensación de seguridad tan grande que le hizo sentir Santiago cuando le sostuvo la mano y le curaba la herida.

- Ideas mías - se intentó convencer que se lo había creído ella misma, que el muchacho nunca la sostuvo con verdadera bondad, que solo habían sido impresiones suyas. Se puso de pie de nuevo y se asomó para mirarlo una vez más, sin saber que era lo que intentaba buscar con tanta insistencia en él, en ese rostro amable, en esa mirada suave y noble que la ponía tan nerviosa e indefensa. Y por más que lo evitó, no pudo dejar de sentir pena por Santiago, al verlo con aquella expresión tan triste recogiendo sus herramientas y guardándolas en el más absoluto silencio. El corazón le latió distinto, sintió enormes ganas de salir a disculparse, pero su orgullo le hacía frente al mismo tiempo.

- ¡Me cerró la puerta en la cara! - se recordaba, pero su corazón seguía hostigándola. De nuevo se sentó en la cama, pero ya no sé dejó caer, se sentó con suavidad mirando hacia su puerta, cómo si su alma y su cuerpo quisieran salir de la habitación, cómo si lo único que le pudiera dar consuelo a todas esas emociones que la estaban comenzando a invadir, era estar solo al lado de Santiago, con solo acercarse. Cuando se dio cuenta estaba de pie detrás de la puerta sostenida de la manilla. El corazón se le agitó aun más, intentaba empujar la manilla hacia abajo pero los nervios no la dejaban.

- ¿Por qué? - apoyó su frente en la puerta, tratando de buscar en su alma la razón que la jalaba hacia Santiago y que al mismo tiempo la jalaba en sentido contrario. Trajo la imagen de Joshep a su memoria y lo miró, a su amado Joshep y las emociones que vinieron con ello la paralizaron. Se sintió triste, opaca, culpable, indigna. Soltó la puerta y dio dos pasos hacia atrás. Se sintió mal, sintió que no merecía estar sintiendo esas emociones tan fuertes por Santiago cuando ella le había fallado a Joshep de la manera que lo había hecho. Pero su corazón se sacudió inquieto, porque sin poder evitarlo volvía a ella la manera en que el muchacho de las herramientas la sostuvo unos minutos de la mano pero cómo si la sostuviera directamente del alma. Joshep nunca la hizo sentir así. Nunca. Y por más que pusiera a batallar en su mente el gran recuerdo que tenía de Joshep contra Santiago, esa sensación la terminaba dominando. Nunca me sostuvo así, meditaba, Joshep jamás tomó mi mano de esa manera. Y sintió en su cuerpo entero un estremecimiento, unas ganas extrañas de llorar la llenaron toda, era como una ansiedad que palpitaba en ella como una nueva llama y abrió la puerta...

Caminó con prisa hacia el jardín, sus tacones sonaron llenando la casa completamente, sus pasos eran largos, apurados, ansiosos. Algo la llevaba de la mano, un ángel invisible la guiaba, su corazón tenía una algarabía dentro de ella, parecía que tenía un terremoto en el pecho. Cruzó hacia el jardín llena de emociones y se detuvo en seco... Santiago se había ido...

- Hija - su tía abuela la llamó con cariño sentada desde su sillón vinotinto desde la sala. Adelaida dio un salto al escucharla, pero no se volteó, se quedó recostada a un lado del marco de la puerta, evitando que sus lágrimas se le salieran. Ahora sí se sentía totalmente confundida y perdida. Raquel se acercó hasta su lado y notó que su sobrina tenía los ojos llorosos y su corazón tan lleno de sabiduría le aclaró en un segundo todo lo que le pasaba a la pecosa. La envolvió con un brazo y la hizo que la mirara. La muchacha al encontrarse con los comprensivos y amorosos ojos de su tía abuela no pudo más con tantas emociones y se le metió en el pecho y se soltó a llorar como una chiquilla.

- Cómo que ha llegado aparatosamente - musitó Raquel. La muchacha pecosa no le entendió, solo siguió sollozando sobre su pecho. Pero su tía abuela se refería al amor, que no decidió llegar cómo una suave brisa, sino cómo un derrumbe, o cómo una puerta cerrada en la cara o cómo un jugo lanzado en el rostro. Pero estaba segura que había decido llegar. Así era el amor en Bardolín. Caprichoso... pero amor al fin.



Santiago cruzó la última vereda rumbo a su casa, pero prefirió cruzar hacia los Jardines a buscar su lugar favorito, donde se refugiaba del mundo. Caminó hasta su árbol preferido y se recostó en él sentado bajo el cobijo de su sombra. Vio como se acercaba Galleta que venía de los pozos y traía con ella alguna de sus banderillas de madera de advertencia. La joven de ojos marrones lo miró y contentándose se encaminó hacia él. Santiago no se alegró tanto de verla, quería estar a solas un rato con sus pensamientos y emociones, pero Galleta siempre era una buena compañía. Él la quería mucho, como la hermanita que no tenía.

- Hola Santi - le saludó ella con cariño.

- Hola Galleta - le saludó sin mirarla. Mas la muchacha se quedó de pie observándolo un par de segundos.

- ¿Te pasó algo? - la joven de cabellos como cortinas buscó sentarse al lado de su amigo.

- Nada importante.

- Estás mojado... hueles a naranja - Galleta se sonrió.

- Larga historia.

- Estás raro hoy, Santi.

- No me hagas caso - la miró y le sonrió a duras penas.

- Vamos, puedes contar conmigo. Tú sabes que es así. Si necesitas hablar yo te escucho cómo siempre.

- No es nada importante... - Santiago se quedó en silencio un par de segundos, pero la verdad que tenía muchas ganas de poder expresar lo que sentía.

- Bueno, sí no quieres hablar te lo respeto - dijo ella.

- Galleta... - habló de pronto y se quedó en silencio como si no iba luego a decir nada, pero prosiguió: ¿Crees en el amor?

- ¿Estás enamorado de nuevo? - la muchacha lo miró con sus ojos marrones abiertos a lo grande.

- ¿Por qué lo dices así como si yo viviera enamorándome de todo el mundo? - se movió incomodo.

- ¿Pero sí estás enamorado? Es que tú mismo me dijiste que no te volverías a enamorar jamás en la vida, después de lo de Lucia.

- ¿Es que tengo que estar enamorado para hablar sobre el amor?

- Tu sí - Galleta se sonrió.

- ¿Por qué lo dices?

- Porque tú no hablas de esas cosas.

- Jmmm - Santiago bufó.

- ¿Puedo saber quién es?

- No estoy enamorado Galleta.

- ¡Vamos Santi!

- Contigo no se puede hablar - Santiago trató de sortear la pregunta.

- Te conozco.

- ¿Por qué no solo respondes mi pregunta? ¿Por qué me respondes con otras preguntas?

- Porque yo sé que quieres hablarme de esa persona, que no me quieres decir quién es.

- ¿Y si te digo que es solo un amor imposible?

- Para ti y para mi, todos los amores son imposibles Santi - Galleta le habló con un dejo de tristeza.

- Para ti no creo.

- Claro que sí. Yo también tengo un amor imposible - la muchacha abrió amplio los ojos cómo si eso le diera más veracidad a sus palabras.

- Tu amor no es imposible - Santiago le aseguró.

- ¿Qué sabes tú de mi amor imposible? - Galleta cruzó los brazos molesta.

- Por favor Lilibeth, yo sé que te gusta Fabián - la muchacha se puso colorada, tanto como una cereza.

- No me llames por mi nombre que no me gusta - Galleta trató de desviar la conversación.

- Y no es tan imposible como crees.

- No me vuelvas a llamar Lilibeth - murmuró la muchacha aun intentando escaparse de aquel tema sobre Fabián, aunque le daba curiosidad entender por qué Santiago le decía eso.

- El mio sí que es imposible, el más imposible de todos.

- Pero entonces sí estás enamorado - Galleta se recostó en el árbol, al lado de él. Santiago guardó silencio unos segundos pensando.

- Creo que mejor lo dejamos así, Galleta. Hablemos de otra cosa.

- Sí lo estás. Está bien... - la joven se ruborizó, inclinó la cabeza y sus cabellos cubrieron su rostro como siempre - te lo confieso, me gusta tu hermano... lo amo... Por eso puedo notar que estás enamorado. ¿Quieres saber si creo en el amor? Sí. Una personas como yo... sí, yo quiero creer en el amor. Que Dios no se olvidó de mí, que también puedo ser abrazada y querida, comprendida y valorada. Quiero creer en ese tipo de amor que no tiene imposibles, que sea poderoso, que nada lo venza. Que antes las dificultades siempre consiga una manera de transformarse, cómo mis mariposas. Un amor que crezca siempre. Que siempre pueda convertirse en algo mejor.

- "Un amor que no tiene imposibles" - musitó Santiago.

- ¿Quién es? - ella le preguntó con cariño. Santiago suspiró y se puso de pie.

- Una locura Galleta. A mi que se me ocurren tonterías. Pero no es importante, de todas formas no tiene caso ni mencionarlo - caminó y dio unos pasos lejos de la blanca muchacha y se concentró en mirar el atardecer, cómo el Sol iba perdiendo altura acercándose al ocaso, y cómo los aromas de los Jardines llegaban a él como una terapia produciéndole alivio a su alma. Galleta no quiso molestarlo más y se distrajo mirando algunos tallados en madera que había hecho Santiago y que estaban tirados cerca de la base del árbol. Había un oso, una serpiente, una especie de búho y le llamó la atención uno que estaba a medio trabajar y tenía un perfil de una mujer, era un perfil hermosamente tallado, y le parecía conocido. No estaba segura, pero le recordaba a alguien, ella no se sentía muy lista para eso de encontrar parecidos, pero le pareció una pieza hermosa y que cuando Santiago la terminara sería una obra de arte. Entonces la giró y la observó por la parte trasera.

- ¡Oh! - Galleta exclamó en baja voz, la boca se le quedó abierta. Miró a su amigo con ternura, lo miró mientras estaba absorto con el paisaje del atardecer. ¡Con razón sentía que su amor era tan imposible! Volvió a colocar con cuidado el perfil de la dama de madera de donde lo había tomado y se puso de pie, se paró al lado de Santiago y lo miró un segundo, luego recostó su cabeza como siempre sobre el hombro de su amigo mirando juntos el ocaso.

- ¿Sabes Santi? Una vez Adelaida me dijo que cuando se quiere algo con demasiadas fuerzas en la vida, todo es posible - Santiago se ruborizó. No sabía porque de pronto Galleta le nombraba nada más y nada menos que a Adelaida, pero sus palabras llenaron su corazón. Él le sonrió en silencio temiendo que no descubrieran sus emociones.

- Quizá solo necesites quererla con más fuerzas - le dijo Galleta alejándose tomando rumbo a su casa. Él la miró mientras se alejaba en silencio.

Luego, al quedar solo en los Jardines, lloró.

- ¿Por qué tuve que cerrar la puerta?

Se acercó a su caja de herramientas, recogió a sus animales de madera que había dejado tirados cuando Toñoño lo pasó buscando temprano y recogió también el perfil que estaba tallando, le encantaba como le estaba quedando. Lo miró por la parte de atrás y leyó el nombre que había tallado:

- Adelaida.

Volvió a mirar el perfil de la pequeña dama de madera, la acarició con un dedo, la guardó en su caja de herramientas y se alejó de los Jardines con el corazón lleno de preguntas y con unas ganas locas de querer con mucha fuerza, hasta el nivel que los imposibles pudiesen hacerse posibles.



                                                                                                 

                                                                                                                       Lee el capítulo 17