Ebook primera parte Aquí
Llegó a Bardolín a mediados de la mañana, atendiendo la carta con "carácter de urgencia" que Raquel le había enviado. Traía noticias no muy alentadoras. El tiempo se terminaba y era cuestión de semanas para que todo se perdiera para siempre, no solo para la respetada anciana que la esperaba, sino para cada uno de los habitantes de Bardolín. Se estaba cumpliendo el plazo y aun no se había encontrado aquel escurridizo papel, capricho que había tenido, ya hace muchos años atrás, el Gran Papá. La familia que reclamaba el derecho de todas las tierras donde existían los jardines, el pueblo, los pozos y más allá, preparaba todas sus acciones para desalojar a las gentes amables de Bardolín. No eran buenas las noticias que traía, por como estaban las cosas, pronto aquel lugar podía desaparecer sin dejar rastro. Caminaba por la vereda rumbo a casa de Doña Raquel Lamuza, a quién por años le había ofrecido sus servicios como hombre de leyes. A pesar de su entrada edad, sobre los 80 años en pocos meses, seguía estando lúcido en su ejercicio y estaría dispuesto de ayudar al tan magnífico pueblo de Bardolín, hasta con el último aliento de su vida. Al llegar frente a la casa de Raquel tocó la campanilla del jardín y a través de la puerta siempre abierta de la dama de damas, apareció una hermosa cara llena de pecas, no tanto como de curiosidad.
Llegó a Bardolín a mediados de la mañana, atendiendo la carta con "carácter de urgencia" que Raquel le había enviado. Traía noticias no muy alentadoras. El tiempo se terminaba y era cuestión de semanas para que todo se perdiera para siempre, no solo para la respetada anciana que la esperaba, sino para cada uno de los habitantes de Bardolín. Se estaba cumpliendo el plazo y aun no se había encontrado aquel escurridizo papel, capricho que había tenido, ya hace muchos años atrás, el Gran Papá. La familia que reclamaba el derecho de todas las tierras donde existían los jardines, el pueblo, los pozos y más allá, preparaba todas sus acciones para desalojar a las gentes amables de Bardolín. No eran buenas las noticias que traía, por como estaban las cosas, pronto aquel lugar podía desaparecer sin dejar rastro. Caminaba por la vereda rumbo a casa de Doña Raquel Lamuza, a quién por años le había ofrecido sus servicios como hombre de leyes. A pesar de su entrada edad, sobre los 80 años en pocos meses, seguía estando lúcido en su ejercicio y estaría dispuesto de ayudar al tan magnífico pueblo de Bardolín, hasta con el último aliento de su vida. Al llegar frente a la casa de Raquel tocó la campanilla del jardín y a través de la puerta siempre abierta de la dama de damas, apareció una hermosa cara llena de pecas, no tanto como de curiosidad.
- Buenos días señorita - saludo sonriente el anciano quitándose el sombrero. Miró a las casas de los lados para estar seguro que no se había equivocado de lugar. Sin duda era la casa de Doña Lamuza, por otro lado el rostro de la muchacha le pareció curiosamente conocido.
- Buenos días - le respondió Adelaida con mucha cortesía -. ¿Que desea?
- ¿Sería tan amable de decirme si la estimada Doña de la casa se encuentra?
- Sí. ¿Quién la busca? - preguntó la muchacha.
- Soy Gerónimo Valdez. Su abogado.
- ¿Su abogado? - la joven levantó las cejas. ¿Qué sucederá que está aquí el abogado de la tía abuela? pensó.
- Pase adelante por favor. Voy a ir a llamársela - Adelaida apuró el paso. Entró hasta la cocina donde estaba afanada Raquel preparando lo que parecía un agasajo.
- Tía la busca un señor que dice que es su abogado.
- ¡Oh! Llegó más temprano de lo que esperaba - dijo tras una sonrisa apenada. Todo aquello que preparaba era para recibir a su amigo. Limpió sus manos y se encamino donde el señor Valdez.
- ¡Cómo estás mi estimada! - saludó el anciano al verla desde lejos, extendiéndole sus brazos con su apariencia de abuelito. Raquel le mostró su hermosa sonrisa. Siempre es grato volver a ver a grandes amigos, los que se quedan para toda la vida aunque estén lejos en la distancia y en el tiempo. Cuando lo tuvo al alcance le correspondió con un abrazo desbordante de aprecio.
- ¡Mi querido Gerónimo! - Raquel le estampó un beso en la mejilla que roburizó al anciano, de lo sonoro que fue. Adelaida miraba la escena en la expectativa -. Siéntate, por favor. ¿Cómo estuvo el viaje hasta Bardolín?
- Bueno, tú sabes - se sonrió con gracia -, cuando uno se pone viejo se duerme en cualquier lugar. El viaje en el tren, fue más el tiempo dormido que despierto. Así que se me hizo rápido.
- Te estaba preparando algo... Ven pasa que debes venir con apetito - le ofreció Raquel amistosamente.
- Jamás me perdería de la sazón de Raquel "la musa de Bardolín" - sin más esperar acompañó a su anfitriona hasta la mesa redonda de la casa. ¿"Raquel la musa de Bardolín"? Qué pícaro el viejito, pensó Adelaida.
- Adelaida te presento a un gran amigo y una persona muy importante para esta casa - Raquel le invitó a acercarse con un gesto de la mano. Ella caminó hasta estar cerca de aquel hombre de rostro cariñoso y le extendió la mano con delicadeza. Como todo un caballero, Gerónimo se la tomó e inclinó su cabeza en un gesto de amabilidad.
- Es mi sobrina Luisa Adelaida. La hija de Betania - le explicó la dama de damas a su amigo mientras comenzaba a servir la mesa.
- ¿La hija de Betania? Oh... - el anciano miró a la muchacha con sorpresa, luego su rostro dibujó un gesto de admiración y aprecio sincero - Hermosa como Jazmín.
Raquel se quedó inmóvil un segundo. Y como si en el fondo deseara encontrar frente a ella a alguien anhelado, levantó su mirada suavemente hasta el rostro de Adelaida. La miró... más allá que eso, la observó. Era cierto, tenía facciones de Jazmín, incluso la forma de estarse, erguida de píe, como una dama de ajedrez. Su cabello pelirrojo de grandes ondas y brillantes, su rostro cubierto de pecas. Hasta la manera tan graciosa y reducida de fruncir el ceño, como en ese momento lo hacía Adelaida bajo "la rara mirada de tía Raquel". ¿Se había estado cegando ella misma a no ver tal similitud? Jazmín parecía asomarse a través de Adelaida y mirarla una vez más.
- ¿Quién es Jazmin? - preguntó la inocentemente desubicada muchacha de mejillas pecosas.
Gerónimo comenzó a buscar con la mirada por los alrededores y de pronto su rostro se le iluminó. Levantó su mano temblorosa y señaló sobre un gabinete.
- ¡Ahí está! - dijo como si descubriera a un niño que jugara al escondite con él. La expresión del rostro de Adelaida fue una cosa para no poderse describir. Era una expresión sin expresiones, o muchas expresiones sin saber que expresar, todo al mismo tiempo. Sobre aquel mueble estaba la muñeca de tía Raquel, justo donde señalaba la mano de aquel señor. La pequeña niña de porcelana con su expresión eterna de "me importa un rábano lo que pienses" estaba de pie, descalza, con su vestido blanco impecable. Parecía un querubín sin alas y sin vida.
¡¿Ahí donde?! ¿Ese señor está diciendo que Jazmín es esa muñeca y que yo soy "hermosa" como esa cosa rechoncha? pensó Adelaida, que se sentía como un bloque de hielo derritiéndose ante un sol de vergüenza. Se sentía tan descompuesta, su boca se abrió para decir algo, pero no podía quitar los ojos de "Jazmín". La volvió a cerrar. Hasta que por fin miró al sonriente Gerónimo tratando de que su mirada no lo picara en dos trozos.
- Eres hermosa como una muñeca - agregó para más aquel visitante -. Cómo Jazmín.
- Sí, cómo Jazmín - repitió Raquel cómo un murmullo para sí misma.
- Yo... señor... - Adelaida se sostuvo la punta de la lengua con los dientes y cerró los labios dominando a la bestia salvaje que se retorcía por hablar. Tragando hondo, tratando de sonreír y parecer amable lo miró, aunque su expresión era tan falsa como la de la muñeca - Yo... no sé que decir.
- Yo se lo he dicho Gerónimo, que aquí en esta casa todas somos muñecas - dijo Raquel divertida por la cara de Adelaida. El señor Valdez sonrió.
- Tía... - Adelaida pareció hacerle un ruego con sus ojos negros como carbones minerales.
- Ven Adelaida, siéntate con nosotros a comer - le pidió Raquel guiñándole un ojo.
Ella ya había desayunado hace un par de horas, pero la tía abuela siempre la hacía comer con la mirada. Aquellas mesas siempre tan apetitósamente servidas que nunca podía negarse. Al estar los tres en la mesa, se quedaron en silencio mientras probaban los primeros bocados. El hombre de leyes, pareció regresar a la realidad, a la razón por la que estaba de visita en Bardolín.
- Raquel, debo decirte que Mateo va a venir hasta acá - miró solidario a su vieja amiga.
- ¿Qué viene hacer Mateo a Bardolín? - A Raquel le cambió la expresión. Adelaida sintió el cambio de ambiente, como si hubiese entrado un fantasma malhumorado en aquella casa.
- Quiere persuadir a la señora de Bardolín, supongo - respondió Gerónimo con la mirada perdida en dirección a su plato.
- La señora de Bardolín no se va a dejar persuadir por un mequetrefe como Mateo - la tía Raquel comenzaba a convertirse de acero una vez más. Adelaida trataba de atajar algo para poder entender.
- Lo sé. Solo que ya casi se han cumplido los cuarenta y cuatro años y no ha aparecido el documento. Solo quedan semanas - Gerónimo miró con pena a la dama de damas que tenía una expresión muy dura en el rostro.
- Pero aun quedan esas semanas, Gerónimo.
- Yo estoy contigo y con los demás habitantes. Lo sabes. Pero si en todos estos años no ha aparecido ese documento, sería un milagro que lo hiciera en el poco tiempo que queda.
¿De que hablan? ¿Quién es la señora de Bardolín? ¿Qué cosa no aparece? ¿Se acaba el tiempo para qué? Le preguntaré a Lili quién es la señora de Bardolín, pensaba Adelaida mientras fingía no tener la más mínima curiosidad de todo aquel tema.
- Investigué tanto como pude. No hay una sola evidencia para saber donde Guillermo lo dejó. Lo único que nos queda es la carta en la que escribió aquella pista - le informó el anciano.
- Por temor que otra persona leyera la carta, dejó ese acertijo... ¡Dios mio Guillermo! - Raquel metió sus sienes entre sus manos, apoyada de codos sobre la mesa.
- Debes ir pensado en buscar un lugar para ti... - el anciano se interrumpió al ver la mirada que le dio Raquel que parecía empujarlo hacia atrás como una corriente de aire poderosa.
- Este es mi hogar. ¡Toda mi vida está aquí! ¡La vida de todos los que vivimos en Bardolín pertenece aquí! ¡Me sacarán acostada en una caja pero por mi propia voluntad no será! ¡Este pueblo soy yo, y yo soy este pueblo! ¡Tenía 27 años cuando llegué a este lugar! ¡Ahora tengo 70 años! ¡Para ser más honestos tengo 77 años! ¡De aquí me voy de una sola manera! ¡MUERTA! - la voz de Raquel llenó el lugar como si toda la casa hablara a través de ella. Adelaida se sintió tan pequeña ante la potencia de aquella mujer, de su tía abuela que le quedaba bien decir que tenía 70 años, porque los 77 que acababa de confesar que realmente tenía no eran cónsonos con la tez y la fortaleza interna que mostraba la tía Raquel. Ni reinas, ni otras damas, pensó. También comenzó a darse cuenta que su tía abuela estaba en riesgo de perder su casa.
- Tía ¿tiene problemas con su casa? - preguntó la inocente Adelaida.
- No te preocupes por estas cosas - le respondió tajante Raquel.
- Pero... tía... podría irse a casa de mi abuela Laura...
- ¡Te he dicho que no te mortifiques Adelaida! ¡De aquí no me voy! - le interrumpió su tía endureciendo aún más el tono de su voz.
- Creo que tu sobrina Raquel está diciendo algo que debes contemplar - intercedió Gerónimo a favor de la muchacha pecosa, la que no le gustó que su tía la tratara de esa manera frente al invitado.
- He dicho que no Gerónimo... esa jovencita no tiene idea de lo que yo he...
- ¡Esta jovencita se llama Adelaida! - la muchacha no pudo contenerse más interrumpiendo a la Raquel de acero - ¡No tiene derecho de tratarme así...! ¡Siempre tratándome como una tonta! o ¡Siempre comparándome con una estúpida muñeca!
- ¡No me alces la voz Luisa Adelaida! ¡y ten el máximo respeto con Gerónimo que él acaba de hacerte un cumplido al decir que eres hermosa como una...
- ¡Sí como una muñeca! ¡Cómo esa cosa que tiene como un espíritu en la casa! - Adelaida cubrió con su voz la de Raquel. Primera vez en mucho tiempo que Gerónimo veía suceder eso. Quizá debajo de la mesa era un buen lugar donde irse un rato, pensó - ¡Con el adorno horrendo que tiene por compañera, con la que habla a solas! ¡Estoy harta que me compare con una muñeca! ¡Estoy cansada de que me trate como si yo fuera menos!
- ¡No te vuelvas a atrever a decir algo sobre Jazmín! - la voz de Raquel parecía un sable. Adelaida se sorprendió de aquello. Entonces la muñeca hasta nombre tenía. Era cierto que la muñeca era Jazmín - ¡No te confundas muchacha!
- Está mal de la cabeza tía. No quiere darse cuenta que se está enfermando de la cabeza. Yo tengo que alegrarme porque me compara con un adorno, que pareciera que le tiene más respeto y aprecio que a mi. ¡Por eso está sola, por eso nunca se casó, por eso nunca tuvo hijos, por eso vive anclada a este pueblo lejos del mundo! - Adelaida dio una palmada sólida contra la mesa. Raquel se puso de pie, Gerónimo se petrificó, Adelaida de pronto recordó algunos rezos. Su tía abuela pareció tocar el techo, pareció expandirse por todos lados, como si no había manera de escapar de ella.
- ¡Luisa Adelaida! - era la primera vez que Adelaida sentía sonar su propio nombre como una amenaza - Jamás... ¡Jamás! mientras estés en esta casa, en este pueblo, en mi presencia, ¡jamás! te atrevas de nuevo a poner en tu boca soez e irrespetuosa la dignidad ni de mi esposo, ni de mi hija, ni de este pueblo. Porque te hago saber que si tuve una hija; también tuve un esposo, un maravilloso compañero, todo un caballero como el que jamás has conocido tú, pero un día cruzó esa puerta para nunca más volver. Jamás Luisa Adelaida se te ocurra decir ni un punto, ni una coma, sobre ellos.
- No culpo a su esposo el nunca haber regresado - la rebeldía de Adelaida podía más que ella sacando su lado más insensible. Se puso de pie apartándose de la mesa unos pasos. Raquel miró hacia la puerta como viendo un recuerdo, la última mirada, la última sonrisa, el último beso. Su alma se cayó a pedazos en un segundo, pero por fuera no se percibió en lo más mínimo. Ni el caer de una pestaña. La dama de damas regresó su mirada de acero de choque frontal con la mirada de su desafiante sobrina.
- Yo pido permiso para retirarme Raquel - Gerónimo tomando su sombrero y mostrándole una sonrisa sincera a su amiga, se puso de pie. El sabía que era imposible a ese nivel pedirle a Raquel que se calmara, lograrlo era casi un imposible; sin embargo el problema no era ese, sino que si con una Raquel era un imposible, con dos no tenía sentido ni pensar interceder desde lejos ni con unas varas largas. Lo mejor era dejar que ellas solas terminaran de entenderse o de no hacerlo. Tomó su maletín y se dispuso caminar hasta la casa de un viejo amigo que siempre lo recibía cuando llegaba de visita a Bardolín. Raquel no lo detuvo, a Adelaida le daba igual. Antes de salir por la puerta, se ajustó el sombrero, miró a Raquel como si nada hubiera pasado y con su agradable sonrisa de abuelo se despidió, Raquel le asintió -. Después regreso para que terminemos de conversar con más detalle.
- Que tengas buenos días Adelaida... - se despidió de la muchacha pelirroja.
Gerónimo se detuvo unos segundos esperando la respuesta de la joven, que no se movió, que no le respondió, que estuvo de espalda hacia él, dándole un frío silencio como respuesta. Se sintió apenado, sentía que su presencia y conversación había sido manzana de la discordia. Lamentó el silencio de Adelaida y caminó rumbo a la salida hacia la vereda.
Raquel dio tres pasos largos, que le bastaron por su alta estampa y tan pronto como estuvo cerca de Adelaida la abofeteó tan duro que le soltó medio peinado.
- No te voy a permitir que a tan buen hombre, a estas alturas de su vida una inmadura muchachita como tú le haga semejante desplante ¡nunca más! Moléstate conmigo pero no seas tan inmadura, tan niña, tan vana como para herir los sentimientos de ese buen hombre, que apenas conociéndote sé que te quiere como si fueras de su familia. Muchacha grosera e inmadura - Raquel en cada segundo que pasaba parecía más intraspasable. Adelaida se sobaba la mejilla que del susto no le dolía lo que le dolería después, sus ojos negros estaban amplios, sorprendidos, alertas. Pero la muchacha tenía el gen de la tía abuela despertándose en ella.
- ¿Inmadura? ¿Usted me llama inmadura a mí? ¿Quién es la que no pierde la oportunidad de decir que soy una muñeca, que no soy una persona sino una cosa? ¿En verdad usted se atreve a decirme inmadura sin verse a sí misma? - le reclamó sintiendo como poco a poco le perdía miedo a aquella mujer tan imponente que tenía delante de ella.
- Esa es la diferencia entre tú y yo. En ocasiones tengo la madurez de no mirarme a mi misma todo el tiempo y puedo ponerme en los zapatos de otro. En cambio tú... tú si vives viéndote todo el tiempo a ti misma. Cuando se está en un lugar todo se trata de tí...
- Me está calumniando - la interrumpió Adelaida -, yo no...
- ¿Calumniando?- la interrumpió Raquel - ¿De que se trata esta discusión? ¿de donde surgió, Adelaida, esta conversación? ¿Qué rumbo tomó la conversación que se estaba dando en esta mesa? Dime ¿sobre quién se trata ahora? ¡Sobre ti, Adelaida, por tu necesidad de llamar la atención!
- Esta discusión comenzó cuando usted me trató groseramente.
- Claro, es que así es como tú lo ves. Para ti el único problema que te afecta comienza desde que a ti te dicen tal cosa ¿cierto? Se te pasa por alto lo que pueda estar pasando por dentro de los demás. No haces el intento de ponerte en los zapatos de los otros - le reprochó Raquel a su sobrina.
- Ponerse en sus zapatos no es difícil, siempre están tirados en algún rincón más que en sus pies - al decir eso se percató al bajar la mirada que tía Raquel recibió al abogado con muy bonitas zapatillas puestas. Eso la sacó un poco de concentración. Con mucha velocidad intentó recordar algún momento en que tía Raquel hubiese estado descalza frente a otra persona, solo cuando había venido Fabián y no estaba muy segura realmente si estaba o no descalza, no podía asegurarlo. Le pasó por la mente que la dama de damas quizá solo se descalzaba libremente en su propia casa, a solas, sin que nadie le importara o se enterara.
- No me impresionan tus respuestas inmaduras - respondió Raquel regresando a la mesa a retirar los platos y bandejas que estaban sobre ella.
- La inmadura es usted. Así como exige respeto para su persona yo exijo el mismo respeto para mi. No le volveré a permitir que me quiera tratar como a una niña o como a una muñeca suya, le exijo que me trate como a una dama, que eso es lo que soy. ¡Soy quién soy!
Raquel abandonó la mesa, dejó a medio hacer todo lo que atendía y de nuevo encaró a Adelaida, pero con una actitud más poderosa aún. No era impositiva, ni arrasante, ni menos soberbia. Su actitud era simple y llanamente segura, de que estaba muy clara de todo lo que iba a decirle a su sobrina.
- ¿Quieres ser tratada como la dama que dices que eres? No... Tú quieres ser tratada como un artificio, como algo poco humano. Tú necesitas que se te hable como a una dama, que se te mire como a una dama, que se te trate como a una dama y vives en el mundo que te has inventado en tu cabeza de cómo tienes que actuar ante los demás para simplemente parecer una dama. ¿Pero lo eres? o ¿solo eres una representación de lo que crees que es una dama? Por eso para mi no eres diferente de una muñeca. Una representación de una persona, una copia bonita, que en la forma parece una persona, pero en el contenido está llena de aire en su bonita cabeza, detrás de su bonita cara y el pecho lo tiene lleno de retazos de telas de satén. Pero la verdad es que por mucho que parezca a una persona, por mucho que se vista como una, que se peine como una, que camine como una de poder hacerlo, que hable como una de poder hablar, de que use zapatos como una persona, de que tenga un nombre y un cabello siempre bien peinado, nunca será una persona. Esa muñeca que tanto odias se llama Jazmín y eso no la hace una niña real, la puedo calzar, le puedo poner un vestido tan hermoso como los que te tallas siempre y para el que la observa dirá que es una muñeca muy hermosa, pero para ella misma es indiferente, no le aporta nada, no la hace humana, no la hace real, no la hace una persona, no la hace una dama.
Todas aquellas palabras comenzaron hacer destrozo en la dura coraza de Adelaida. Su tía abuela no podía estarle haciendo la suposición de que ella no era una dama; necesitaba con tantas fuerzas de su alma saber que sí lo era... su corazón lo necesitaba, su alma lo rogaba. Sus ojos comenzaron a nublarse con lágrimas muy rebeldes a salir y sintió como se debilitaba por dentro.
- Tú vives en un mundo de apariencias, de posturas, de modismos, de formas correctas establecidas. Todas esas cosas son externas, disfraces, adornos - continuó la tía Raquel que aun le tenía que decir más a la dama Adelaida -. ¿Crees que con tus bonitas botas trenzadas eres más dama que yo sobre mi dos pies desnudos sobre la grama? ¿Crees que eso es ser dama? ¿Qué tus zapaticos, vestiditos y sombreritos te dan el derecho de juzgarme? No eres más que una muñeca bonita, con la cabeza llena de aire. Crees que todas esas cosas externas son las que te hacen, cuando son las que te destruyen. ¿Si tuviéramos dos muñecas aquí y a la tuya le pones un hermoso vestido, zapatos y sombrero, y la mía yo la dejo con su vestido sencillo blanco, y descalza; ¿piensas que la tuya adquiere más valor que la mía?
- Sí -respondió no muy segura Adelaida con la voz partida -, la mía valdría más que la suya.
- ¿Es decir que tu muñeca se revaloró por el vestido o es el vestido que le agrega un valor aparte del que tiene la muñeca en si misma? ¿Vale más o vale igual?
- Más, tiene que valer más -respondió Adelaida cada vez más desprotegida.
- Jamás vale más. ¿Si desnudamos después de eso a las dos muñecas sigue teniendo tu muñeca el mismo valor que tenía cuando usaba el vestido? ¿El valor lo conserva la muñeca o se lo lleva de vuelta el vestido?- Adelaida no supo que responder, un dolor dentro de ella comenzaba a retornar a su alma como unos meses atrás, como si todas sus defensas se estaban desmoronando.
- No importa cuanto hayan valido los zapatos, el vestido, todo lo que hayas querido ponerle, pero eso no hace más valiosa a la muñeca en sí misma - continuó la dama de damas -. Tus vestidos, tus zapatos, tus sombreros y pañuelos no te hacen más valiosa...
- Tía no siga... comenzó a llorar la desmoronada muchacha de cabello rojo. Mas la tía abuela siguió.
- El día que estés ante un hombre y te denudes ante él quedará menos de ti, pues todo lo que te hacía valer más, se quedó en la ropa, en lo externo, en lo desechable. Entonces el dejará de ver una dama y tú dejarás de sentirte una.
- Tía por favor... - las lágrimas que comenzaron a desbordarse sin control de los ojos de Adelaida comenzaron a conmover a Raquel, podía ver un verdadero dolor. Sabía que su sobrina estaba llevando una cruz muy grande que no quería mostrársela a nadie. Pero tenía que decirle todo aquello, tenía que derribarla, para ayudar a levantar a la nueva Adelaida. No había vuelta atrás.
- Una dama se descubre es en su desnudez, una dama vale por sí misma, no por el como dice las cosas sino por el por qué las dice; no por como se peina sino por como se siente al mirarse al espejo, no por como se viste, sino porque como se desnuda. Una dama se ama así misma. Una dama es la que hace que un vestido valga más al usarlo y que pierda su valor cuando se lo quita, pues toda la belleza radica en ella, en como lo usa, en como se siente, con él o sin él. Esa es la diferencia entre una dama y una muñeca. La muñeca necesita muchas cosas para valer más. Una dama solo necesita amarse a sí misma. Demuéstrame que no eres una muñeca y te trataré con todo el respeto que me exiges.
Adelaida no dejaba de llorar. Había entrado en un shock, sus emociones se habían salido de su control. El pasado regreso como un tren y la golpeó. Las palabras de Raquel habían hecho mermar sus murallas más altas, pero no soportaba tanto dolor reprimido, tanto dolor que había creído haber logrado doblegar. Solo había estado metido en una jaula detrás de su corazón, escondido de ella misma. Sintió como se le fue el aire, dolía demasiado saber que el dolor nunca se había ido. Se puso pálida, sus rodillas se doblaron. Raquel la atajó en el aire, como si de una pluma que cayera se tratara.
- ¡Adelaida! ¡Mi niña! - Raquel de pronto sintió el peso muerto del cuerpo derrotado de su sobrina y se dejó caer suavemente hasta el piso, quedando sentadas las dos, con la cabeza de Adelaida recostada sobre su pecho. La muchacha comenzó a llorar a cantaros, por primera vez en mucho tiempo ella escuchaba el verdadero sonido de su propia tristeza, ya no estaba fingiendo fortalezas. Siempre había aprendido que una dama lloraba con suspiros y murmullos, que no hace escenas.
Pero en ese momento aprendió que una dama tiene derecho a llorar, eso es lo que la hace humana, eso es lo que la aleja de ser una muñeca.
Por eso Raquel lloró con ella.
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