Ebook primera parte Aquí
Gerónino tomó un sorbo de su taza de café y se quedó en silencio mientras reflexionaba. ¿Dónde podría estar? Si acaso era que aún existía dicho documento. Había revisado e investigado cada último rincón, lugar y personas con las que pudo haber tenido contacto Guillermo en aquellos días, hace 44 años hacía atrás. No había nada, ni siquiera algo descabellado que le produjera una corazonada lejana que le indicara un camino que seguir. Al parecer todo estaba perdido para Bardolín... y para Raquel.
Los Jardines de Bardolín
Coronada con Cayenas
Segunda Parte
Capítulo 8
Gerónino tomó un sorbo de su taza de café y se quedó en silencio mientras reflexionaba. ¿Dónde podría estar? Si acaso era que aún existía dicho documento. Había revisado e investigado cada último rincón, lugar y personas con las que pudo haber tenido contacto Guillermo en aquellos días, hace 44 años hacía atrás. No había nada, ni siquiera algo descabellado que le produjera una corazonada lejana que le indicara un camino que seguir. Al parecer todo estaba perdido para Bardolín... y para Raquel.
- Aquí está la carta de Guillermo - Raquel la sostenía en sus manos con mucha delicadeza, como si de un tesoro se tratara -. Por más que la he leído, la única alusión que hace al documento es esta parte que dice:
"¿Recuerdas lo tanto que nos gustan los juegos de palabras? Tengo uno
para ti. Con el encontrarás el "obsequio". Sé que entiendes por qué
te hablo con enigmas, pero aquí no puedo confiar ni en el buzón de
correspondencia. Lamento haber sido tan confiado y no haberte dicho
desde un principio donde lo he dejado. Cuando lo encuentres no esperes
por mi, pon tu puño ahí, yo llegaré y luego haré mi parte. Dijimos que
no lo haríamos aún, pero amigos me han hecho llegar rumores desde
que estoy aquí.
para ti. Con el encontrarás el "obsequio". Sé que entiendes por qué
te hablo con enigmas, pero aquí no puedo confiar ni en el buzón de
correspondencia. Lamento haber sido tan confiado y no haberte dicho
desde un principio donde lo he dejado. Cuando lo encuentres no esperes
por mi, pon tu puño ahí, yo llegaré y luego haré mi parte. Dijimos que
no lo haríamos aún, pero amigos me han hecho llegar rumores desde
que estoy aquí.
Te dejo este acertijo que te guiará al obsequio:
Parezco un acertijo pero no lo soy
aunque si me descifras seré uno para tí,
es un error si miras donde estoy
aunque puedes hallarlo
mirándome a mi.
Yo, estoy hecho de palabras
pero no decir nada es mi fin,
aunque negándolo te voy diciendo donde estoy,
que con palabras me puedes descubrir"
El anciano se mantuvo atento e hizo un esfuerzo mental por tratar de traducir aquel acertijo. Siempre le gustaron los juegos de palabras, estaba acostumbrado a lidiar con ellas en el basto y complejo mundo de las leyes. Mientras tanto Raquel miró más abajo, en secreto, hacia una parte de la carta que solo ella había leído miles, quizá ciento de miles de veces. Miró aquellas palabras con amor y nostalgia:
"Querida Raquel es hora de despedirme, espero verte
pronto. Espero irme de este lugar, de este infierno y
volver a los jardines, bajo los cerezos...
Me despido con estas palabras, un pequeño soneto
que se me ocurrió una noche difícil en este lugar de penas
y que me llevó hasta ti, para consuelo de mi alma:
Mi corazón es de satén
y sabes quién soy
soy tan pequeña que no me ves
pero tan grande para saber donde estoy
Tú llevas cayenas en el pelo
y yo estoy descalza sobre la grama
estos jardines son tuyos enteros
como lo soy yo quién tanto te ama"
Raquel cerró la carta tratando de irse en ella, dentro de aquel antiguo pequeño cofre de madera que hacía de bóveda de aquellas palabras. Giró la pequeña llave y la regresó a su pecho, escondida en una fina cadena de oro que ocultaba, como un hilo de sol, tras los velos de su ropa. Gerónimo dejó la taza de café sobre la mesa y entrelazó las manos como si pudiera así, revisar en un archivo invisible que funcionase infaliblemente con el uso de la concentración. Pero nada, lo más cercano que pudo pensar era que Guillermo se refería a libros. La dama de damas tenía muchos "...con palabras me puedes descubrir" De pronto se le iluminó el rostro. ¡Podía ser eso!
- ¡Raquel! - habló con entusiasmo- ¿Y si se refiere a buscar en los libros? "con palabras me puedes descubrir" Quizá el verdadero acertijo está en algún libro, algún escrito que leyeran en común alguna vez, algo en ese estilo.
- Pasaríamos cuarenta años más buscando entre ellos... Ya se ha buscado ahí antes.
- ¿Pero Raquel...? ¿No te hace sentido? - Gerónimo trataba de trasmitirle sus repentinas esperanzas a su querida amiga - "Parezco un acertijo pero no lo soy" En sí mismo no es un acertijo, te lleva hacia él. Si desciframos este nos lleva a la verdadera pista. Creo que eso es lo que intenta decir.
- ¿Sabes cuantos libros, y cuantas páginas tienen Gerónimo? ¡Cuantas cosas leíamos juntos, escondidos en los jardines, de la vista de todos! - Raquel parecía mirar de soslayo el pasado.
- ¿Algún libro que leían más que otro?
- Bécquer... él me leía mucho a Bécquer - la triste mujer tenía los ojos mirando el ayer, como si estuviera frente a ella.
- ¿Un poeta? - Gerónimo se sentía en cada segundo, más lleno de confianza. Tenía una corazonada por fin.
- Sí... un poeta...
- Busquemos a Bécquer entonces - el anciano se puso de pie como si hubiera pedido prestado al tiempo un poco de juventud. Raquel pareció dudarlo. Regresar a esos recuerdos, a esas líneas, a esos pecados silenciados que la llevaron al amor... aún no podía superarlo... aún después de tanto tiempo... Sin embargo en el fondo de su corazón la idea de Gerónimo iluminaba con cierto sentido en una dirección no explorada por ella.
- Déjame traer el libro, lo tengo en una gaveta de mi habitación - la dama de damas se puso de pie con gran pesadez. Todas sus tristezas giraban sobre ella, susurrándole, tocándola, hiriéndola. Caminó hasta el mueble cerca de su cama y abrió aquella gaveta. Tanto tiempo sin abrirse como un ataúd de memorias. Ahí estaba el libro con su cobertura de cuero oscuro, hojas mordidas por el tiempo y por los insectos. Envejecido como ella, que le parecía más un espejo en lugar de lo que era. Lo sostuvo en silencio, temía abrirlo y leer su propio dolor en esas páginas. Mirar lo que ya no podía mirarse, tocar lo que no podía tocarse, anhelar lo que no podía alcanzarse. Salió sin prisa y al sentarse de nuevo junto a Gerónimo le entregó el libro.
- ¿Este es? Veamos que encontramos aquí - el anciano lo abrió al azar. Su expresión parecía la de un niño abriendo una caja en navidad. Raquel solo miró el libro a distancia ¡Qué fácil ha sido para Gerónimo abrirlo! Yo dejo la vida en ello, pensó para sí misma -. ¿Alguno en especial que siempre leyera?
- Varios... están numerados... me sé los números de memoria... - la lejana mujer parecía estar abobada, taciturna -. La número uno, la número diez, la catorce, veinte y veintitrés... la cuarenta y seis.
Gerónimo miró los números romanos que encabezaban cada poema y buscó el más cercano al número que tenía abierto al azar. El primero que encontró fue el XX. Carraspeó un poco y leyó:
Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.
Raquel cerró los ojos. Era la voz de Guillermo la que la alcanzaba. La volvía acariciar el vendaval cálido de aquel abril, de nuevo el sol de entonces besó su piel con delicadeza y las serenatas de las cigarras regresaron a su memoria. ¡Emociones! Bécquer solo habla de emociones, aquello no la llenaba de ideas sino de sentimientos. En esos poemas no hay direcciones que seguir, solo pueden sentirse sin norte alguno, se dijo en la intimidad de sus pensamientos. El anciano miró a su amiga, esperando alguna respuesta, mas ella no dijo nada. Solo abrió los ojos lentamente y miró hacia el jardín, a través de su puerta siempre abierta.
- ¿No te dice nada? - Gerónimo le preguntó lleno de compasión. Si alguien conocía bien a Raquel, en ese momento en todo Bardolín, ese era él. Ella lo miró y le sonrió con cariño:
- ¿Qué no me dice, mi viejo apreciado? ¿Qué no me dice?
- ¿Qué no me dice, mi viejo apreciado? ¿Qué no me dice?
- Te han de traer tantos recuerdos.
- Los recuerdos nunca se han ido realmente - posó su mano amablemente sobre el brazo de su amigo -. Pero las emociones... esas a veces se duermen... y a veces cualquier sonido antiguo las despiertan... cómo ahora...
- Espero que con "sonido antiguo" no te refieras a mi voz - le sonrió Gerónimo con simpatía. Raquel sonrió junto a él.
- ¡Claro que no! - le sacudió suavemente del brazo que le sostenía -. Pero esos versos... su voz es la que los pronuncian para mí... lea quién lea...
- Yo no quiero molestarte con esto... si quieres lo dejamos así... de todos modos vamos a ciegas...
- No, no... por favor Gerónimo - le sostuvo el brazo con sus dos manos ganando voluntad para ella misma -. ¿Y si tienes razón? No soy solamente yo... es todo el pueblo que necesita esto. Mis emociones no pueden condenarlos a ellos de no intentar probar está posibilidad que tienes en mente.
- Leeré otra entonces - el anciano le advirtió llenó de comprensión. Raquel asintió.
- Trataré de serte útil - musitó la dama de damas y cerró sus ojos de nuevo.
- Poema veintitrés... - el hombre de leyes respiró profundo y prosiguió:
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo,
por un beso,.. ¡yo no sé
qué te diera por un beso!
El primer beso... esa primera caricia que se da con los labios; esa palabra que se pasa de una boca a la otra, ese silencio que lo dice todo... cada una de esas cosas regresaron a Raquel. La primera vez que Guillermo le leyó ese poema, estaban de merienda al lado de los cerezos. Se estaban conociendo todavía, ella no podía creer que aquel hombre, tan buen hombre hubiese puesto sus ojos en ella. Pero ese día, a comienzos de la primavera, bajo las flores que luego serían cerezas, le musitó esos versos, tan cerca a su oído, tan cerca de su alma jamás amada. ¡Yo no sé que te diera por un beso, Guillermo! Lo que me queda de vida, murmuró en su alma deseando que él la escuchara, estuviese donde él estuviese.
- Los cerezos... - susurró, aún con los ojos cerrados - mi mente se va a los cerezos. El correr de la primavera de 1886... todo es tan subjetivo... puede ser todo, puede ser nada...
- Ciertamente es así - asintió Gerónimo sin poder dudarlo -; leeré el siguiente. Quizá alguno te despierte una idea concreta, más clara.
Raquel respiró profundo y entrelazó sus dedos. Aquellas rimas, versos que fueron las excusas, las maneras, las sutilezas con la que Guillermo se quedó en ella como parte de sí misma, eran como una cosa incompleta sin la presencia de él a su lado.
- Catorce - dijo al fin su amigo, después de ojear en el libro -. Dice así:
Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura, orlada en fuego,
que flota y ciega si se mira al sol.
Adondequiera que la vista fijo,
torno a ver sus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada:
unos ojos, los tuyos, nada más.
De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir;
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por tus ojos
pero a donde me arrastran, no lo sé.
No podía evitarlo, no podía evadir sus emociones, no podía evadir las imágenes, no podía desglosarlas, reducirlas, traducirlas. Era arrastrada como una hoja en el viento, no tenía control de lo que sucedía en el secreto de su alma. Imágenes una sobre la otra... aunque... sí había algo en común... algo que no se modificaba de un recuerdo a otro. Ese todo que era el soporte de esos recuerdos... Los cerezos... Abrió lentamente los ojos y mirando a los de Gerónimo, como recién salida de un sueño le sonrió:
- Amigo... los cerezos. Una y otra vez esa es la imagen que me evoca escucharte leer a Bécquer.
- Siempre has buscado dentro de esta casa - el anciano de leyes observó todo el lugar. Estando seguro que ya no había rincón donde revisar - y quizá ese era el secreto, que nunca ha estado aquí. ¿Será posible que lo haya enterrado cerca de los cerezos?
- Parece muy paranoico para ser una idea de él, pero por alguna razón lo escondió tanto que pareciera que en verdad está bajo tierra... - Raquel sacudió la cabeza tratando de centrarse en lo importante y se incorporó en su asiento - Nada se pierde con ir a revisar.
- ¿No te sientes esperanzada? - Preguntó Gerónimo con el rostro llenó de optimismo. Raquel solo le sonrió como respuesta. Para ella era una esperanza lejana. Muy en el fondo aquello le pareció comenzar a tener un sin sentido; adivinar el lugar donde estaba el documento leyendo un acertijo, que no hablaba ni de Bécquer ni de los cerezos y terminar cerca de ellos cavando con una pala.
En ese momento se escuchó el abrir de la puerta de la habitación de Adelaida. Salió como siempre, impecable en un vestido de colores tostados. Era evidente en su rostro que había llorado mucho, parecía como si un fantasma se sentaba sobre sus hombros haciendo sus movimientos lentos y pesados. Aunque siempre se mantenía de pie, erguida como una bailarina de ballet, no podía ocultar su desazón. Al mirar al Sr. Valdez bajó la mirada y se detuvo. Sintió tanta vergüenza de verlo a la cara. Raquel al verla salir se puso de pie y se le acercó.
- Adelaida ¿Cómo te sientes? - la anciana tocó con delicadeza el rostro de la muchacha pecosa, notando que su mejilla ya se había desinflamado de la bofetada que le había dado en la mañana.
- Bien - Adelaida respondió con un hilo de voz y una lejana sonrisa. Volvió a bajar la mirada pensativa y se acercó a Gerónimo sin mirarlo. Era mucha su vergüenza. Una dama nunca... una dama... alejó esos pensamientos por primera vez... Solo quería hacer lo correcto... Gerónimo la veía con preocupación; para sus ojos ancianos y experimentados sabía que esa no era la misma muchacha bravía de la mañana. En frente tenía ahora a una torre derribada, un cuerpo que estaba de pie, con el alma en el suelo.
- Quiero pedirle disculpas... yo fui muy grosera esta mañana. No me comporté ni con la tía, ni con usted. Le ruego una disculpa - las palabras de la joven sonaron suaves y sinceras. Como si se inmolara por dentro. El anciano se puso de pie y caminó hasta ella.
- Mírame... vamos mírame. No bajes la mirada de esos bellos ojos - Gerónimo le habló como un abuelo que le era propio de su apariencia paternal y amable -. ¿Que edad tienes?
- 23 años - le respondió la pecosa, mirándolo con ojos lastimosos.
- ¡23 años! -exclamó el anciano sonriente mirando a Raquel. Luego tomando una de las manos de Adelaida con mucho respeto, le dijo:
- Hija, yo tengo casi ochenta años. ¡Yo he cumplido tu edad tres veces ya! - rió con su simpatía particular - El error que tú has cometido una vez, yo lo he cometido tres. El que tú has cometido tres yo nueve, y el que tú nueve yo veintisiete veces. Yo te disculpo con todo mi corazón. A cambio te quiero pedir disculpas yo...
Adelaida apenas pudo abrir la boca para decirle que él no tenía ningún motivo para sentirse culpable de nada, pero Gerónimo no le dio espacio para que hablara.
- Yo no debí decir lo de la muñeca. Sin conocerte mejor no debí ser tan confianzudo. Tienes todo tu derecho que no te guste que te digan de una forma u otra.
- No fue su culpa - Adelaida volvió a bajar la mirada, pero está vez reflexiva. La tía abuela se paró a su lado y la envolvió con un brazo transmitiéndole calidez.
- Y nadie te está culpando a ti, jovencita - dijo Raquel con cariño -. Yo no debí responderte en el tono que lo hice, lo reconozco. Pero dejemos eso en el pasado. Todos nos sentimos responsables, así que nadie tiene la culpa. ¿Está bien?
- Por mi está bien - dijo Gerónimo, sonriéndole a Adelaida. Ella le devolvió el gesto, pero aun así seguía pesarosa. En sus pensamientos no dejaban una y otra vez de volver sin piedad los recuerdos de aquella noche del pasado. Regresaba a ella la imagen de cuando usaba aquel vestido de colores verdes que tanto amaba, que hacía que su cabello rojizo destacara, robándose las miradas. Se había hecho un peinado con grandes bucles que enmarcaban su pequeña cara, como si de una pintura hermosa se tratara. Fue ese día... que con el corazón en las manos, que con toda su inocencia pisó en el vacío creyendo en el amor... y cayó de tan alto... Nadie... estuvo tan sola... nadie la protegió, nadie la sostuvo... nadie le creyó...
- Tía ¿Puedo ir donde Lili? - preguntó Adelaida buscando la mirada de Raquel.
- Oh, mi niña. ¿Desde cuando me pides permiso para ir a visitar a tu amiga? - la apretó contra su cuerpo - Claro que sí, ve. Creo que es un buen momento para conversar con una amiga.
Adelaida se despidió de ambos y salió silenciosa, rumbo a casa de Galleta. Raquel no apartó sus ojos de ella hasta que se le perdió de vista al salir del jardín. Le intrigaba saber que sucedía dentro de esa cabecita. Recordó que Betania le había escrito una carta donde le pedía que recibiera a Adelaida para que se distrajera y "saliera de su despecho... cosas de jovencitas". ¿Despecho?, pensó, ¡Dolor es lo que veo en la mirada de esa muchacha!
- La abofeteé, Gerónimo - Raquel rompió el silencio tratando de desahogar el remordimiento que tenía por haberla golpeado -. No sé como no la tiré al piso de lo duro que le dí. Es de roble esa niña, pero solo por fuera.
- ¿Tan fuerte fue la discusión?
- La verdad es que no le pude perdonar que te dejara con la palabra en la boca...
- No era necesario que hicieras eso - Gerónimo siempre sonaba compresivo, incluso cuando no estaba de acuerdo con algo.
- Me dejé llevar... - Raquel se quedó en silencio mirando la nada.
- Lo sé, creo que ambas.
- Es de roble Gerónimo, no se quedó callada - sonrió la anciana admirada -. Me enfrentó. Su madre se hubiera orinado encima.
- Entonces la discusión continuó.
- Sí. Tuve que ser dura con ella... pero la hubieras visto... Se deshizo en pedazos, de un momento a otro se desmoronó, su soberbia se esfumó y ante cada palabra que le decía, parecía sentir más dolor. Es de roble, pero solo por fuera. Traspasas su protección y puedes destruirla con una mirada... y yo le dije cosas tan duras...
- ¿Y que le decías? - preguntó Gerónimo, reconociendo dentro de sí que era cierto. En algo era distinta la joven que conoció en la mañana con la que acababa de salir rumbo a la vereda.
- Desde que llegó la he comparado con una muñeca. Ella hace alardes de ser una dama, se escuda siempre con ese argumento y lastima a los demás con su actitud a veces prepotente. Y yo solo he usado lo de la muñeca como una especie de metáfora, para hacerle ver que las apariencias no son nada, sino no hay nada real por dentro.
- Por eso está predispuesta con que le digan que se perece a una muñeca - reflexionó el anciano.
- Estoy entendiendo que no es por vanidad; tiene una necesidad de ser tratada con mucha atención, con excesivo respeto.
- Sí, está a la defensiva - Gerónimo miró hacia la puerta como si Adelaida aun estuviera ahí -, sin embargo hace un momento parecía lo contrario.
- No sé por qué sufre tanto - Raquel se envolvió a ella misma entre sus brazos -. Sí solo me abriera su corazón y me dijera que le pasa.
- ¿Y tú Raquel? - el hombre de leyes la miró inescrutándola.
- Yo... ¿yo qué? - Raquel titubeó y trató de hacerse la desentendida.
- ¿Tú le has abierto tu corazón y le has hablado de ti?
Raquel suspiró. Podría engañar a cualquiera pero no a Gerónimo. Él la conocía y sabía que ella también llevaba sus cruces a cuesta, y en gran silencio. Cruces que no sabía nadie en Bardolín, ni fuera de él, con la gran excepción de Laura, su hermana, la abuela de Adelaida. Quizá su viejo amigo tenía razón, le debía abrir su corazón a Adelaida; contarle su historia, de por qué se quedó sola y atada en aquel pueblito encantador lejos de todo. Por qué le hablaba a solas a una muñeca, por qué le gustaba caminar descalza sobre el césped del jardín interno de su casa, por qué se peinaba con cayenas. Se preguntó a sí misma por qué le costaba hablar tanto de esas cosas... y se descubrió a sí misma, en el fondo de su ser, temerosa... Una parte de su corazón se terminó de abrir por completo hacia Adelaida: las dos eran iguales, las dos se parecían demasiado... o por lo menos en una cosa eran idénticas. Eran duras por fuera porque por dentro eran de cristal. Supuso que Adelaida callaba su dolor, del mismo modo que ella callaba los suyos y recordó, hace tantos años, que ella fue más dura que su sobrina... si alguien necesitaba ser respetada era ella: Raquel Lamuza.
- Piénsalo con calma - le sonrió Gerónimo tomando su sombrero, dispuesto a partir -. Y respecto a los cerezos, tú me dices el día y arreglamos todo.
El anciano le puso la mejilla a su amiga y ella lo besó con mucha gratitud. ¿Qué hubiera hecho yo sin este viejo que en vez de abogado tuvo que haber sido un ángel? pensó mientras lo veía salir por la puerta hundiéndose el sobrero en la cabeza y comenzando a silbar imitando a un pájaro.
De pronto la casa le pareció incómoda. Se había acostumbrado demasiado rápido a tener la casa llena, en especial se había acostumbrado a Adelaida. Tal vez ella le había regresado un poco de intensidad a su vida. Pero la verdad era otra, la verdad era esa similitud entre Jazmín y Adelaida. Esa segunda oportunidad, que no era una oportunidad sino más bien un regalo. El silencio de la casa la aturdió un poco y comenzó a cantar aquel soneto que le regaló Guillermo, al que ella alguna vez le había compuesto una melodía sencilla:
- Mi corazón es de satén... y sabes quién soy... soy tan pequeña que no me ves... y tan grande para saber donde estoy... Tú llevas cayenas en el pelo... yo estoy descalza sobre la grama... Estos jardines son tuyos enteros... como lo soy yo, quien tanto te ama...
Miró sobre el asiento el libro y lo tomó desprevenida, como un acto reflejo lo abrió... y sus ojos se posaron sobre unas líneas... y la voz de Guillermo sonó de nuevo en su corazón llenándola toda:
Si se turba medroso en la alta noche
tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
respiro yo
En los Jardines de Bardolín, en una casa ubicada en la vereda principal, como había sucedido incontables de veces, durante más de cuarenta años; una mujer, una dama, lloraba a solas abrazada a un viejo libro de Gustavo Adolfo Bécquer.
- Los cerezos... - susurró, aún con los ojos cerrados - mi mente se va a los cerezos. El correr de la primavera de 1886... todo es tan subjetivo... puede ser todo, puede ser nada...
- Ciertamente es así - asintió Gerónimo sin poder dudarlo -; leeré el siguiente. Quizá alguno te despierte una idea concreta, más clara.
Raquel respiró profundo y entrelazó sus dedos. Aquellas rimas, versos que fueron las excusas, las maneras, las sutilezas con la que Guillermo se quedó en ella como parte de sí misma, eran como una cosa incompleta sin la presencia de él a su lado.
- Catorce - dijo al fin su amigo, después de ojear en el libro -. Dice así:
Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó,
como la mancha oscura, orlada en fuego,
que flota y ciega si se mira al sol.
Adondequiera que la vista fijo,
torno a ver sus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada:
unos ojos, los tuyos, nada más.
De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir;
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por tus ojos
pero a donde me arrastran, no lo sé.
No podía evitarlo, no podía evadir sus emociones, no podía evadir las imágenes, no podía desglosarlas, reducirlas, traducirlas. Era arrastrada como una hoja en el viento, no tenía control de lo que sucedía en el secreto de su alma. Imágenes una sobre la otra... aunque... sí había algo en común... algo que no se modificaba de un recuerdo a otro. Ese todo que era el soporte de esos recuerdos... Los cerezos... Abrió lentamente los ojos y mirando a los de Gerónimo, como recién salida de un sueño le sonrió:
- Amigo... los cerezos. Una y otra vez esa es la imagen que me evoca escucharte leer a Bécquer.
- Siempre has buscado dentro de esta casa - el anciano de leyes observó todo el lugar. Estando seguro que ya no había rincón donde revisar - y quizá ese era el secreto, que nunca ha estado aquí. ¿Será posible que lo haya enterrado cerca de los cerezos?
- Parece muy paranoico para ser una idea de él, pero por alguna razón lo escondió tanto que pareciera que en verdad está bajo tierra... - Raquel sacudió la cabeza tratando de centrarse en lo importante y se incorporó en su asiento - Nada se pierde con ir a revisar.
- ¿No te sientes esperanzada? - Preguntó Gerónimo con el rostro llenó de optimismo. Raquel solo le sonrió como respuesta. Para ella era una esperanza lejana. Muy en el fondo aquello le pareció comenzar a tener un sin sentido; adivinar el lugar donde estaba el documento leyendo un acertijo, que no hablaba ni de Bécquer ni de los cerezos y terminar cerca de ellos cavando con una pala.
En ese momento se escuchó el abrir de la puerta de la habitación de Adelaida. Salió como siempre, impecable en un vestido de colores tostados. Era evidente en su rostro que había llorado mucho, parecía como si un fantasma se sentaba sobre sus hombros haciendo sus movimientos lentos y pesados. Aunque siempre se mantenía de pie, erguida como una bailarina de ballet, no podía ocultar su desazón. Al mirar al Sr. Valdez bajó la mirada y se detuvo. Sintió tanta vergüenza de verlo a la cara. Raquel al verla salir se puso de pie y se le acercó.
- Adelaida ¿Cómo te sientes? - la anciana tocó con delicadeza el rostro de la muchacha pecosa, notando que su mejilla ya se había desinflamado de la bofetada que le había dado en la mañana.
- Bien - Adelaida respondió con un hilo de voz y una lejana sonrisa. Volvió a bajar la mirada pensativa y se acercó a Gerónimo sin mirarlo. Era mucha su vergüenza. Una dama nunca... una dama... alejó esos pensamientos por primera vez... Solo quería hacer lo correcto... Gerónimo la veía con preocupación; para sus ojos ancianos y experimentados sabía que esa no era la misma muchacha bravía de la mañana. En frente tenía ahora a una torre derribada, un cuerpo que estaba de pie, con el alma en el suelo.
- Quiero pedirle disculpas... yo fui muy grosera esta mañana. No me comporté ni con la tía, ni con usted. Le ruego una disculpa - las palabras de la joven sonaron suaves y sinceras. Como si se inmolara por dentro. El anciano se puso de pie y caminó hasta ella.
- Mírame... vamos mírame. No bajes la mirada de esos bellos ojos - Gerónimo le habló como un abuelo que le era propio de su apariencia paternal y amable -. ¿Que edad tienes?
- 23 años - le respondió la pecosa, mirándolo con ojos lastimosos.
- ¡23 años! -exclamó el anciano sonriente mirando a Raquel. Luego tomando una de las manos de Adelaida con mucho respeto, le dijo:
- Hija, yo tengo casi ochenta años. ¡Yo he cumplido tu edad tres veces ya! - rió con su simpatía particular - El error que tú has cometido una vez, yo lo he cometido tres. El que tú has cometido tres yo nueve, y el que tú nueve yo veintisiete veces. Yo te disculpo con todo mi corazón. A cambio te quiero pedir disculpas yo...
Adelaida apenas pudo abrir la boca para decirle que él no tenía ningún motivo para sentirse culpable de nada, pero Gerónimo no le dio espacio para que hablara.
- Yo no debí decir lo de la muñeca. Sin conocerte mejor no debí ser tan confianzudo. Tienes todo tu derecho que no te guste que te digan de una forma u otra.
- No fue su culpa - Adelaida volvió a bajar la mirada, pero está vez reflexiva. La tía abuela se paró a su lado y la envolvió con un brazo transmitiéndole calidez.
- Y nadie te está culpando a ti, jovencita - dijo Raquel con cariño -. Yo no debí responderte en el tono que lo hice, lo reconozco. Pero dejemos eso en el pasado. Todos nos sentimos responsables, así que nadie tiene la culpa. ¿Está bien?
- Por mi está bien - dijo Gerónimo, sonriéndole a Adelaida. Ella le devolvió el gesto, pero aun así seguía pesarosa. En sus pensamientos no dejaban una y otra vez de volver sin piedad los recuerdos de aquella noche del pasado. Regresaba a ella la imagen de cuando usaba aquel vestido de colores verdes que tanto amaba, que hacía que su cabello rojizo destacara, robándose las miradas. Se había hecho un peinado con grandes bucles que enmarcaban su pequeña cara, como si de una pintura hermosa se tratara. Fue ese día... que con el corazón en las manos, que con toda su inocencia pisó en el vacío creyendo en el amor... y cayó de tan alto... Nadie... estuvo tan sola... nadie la protegió, nadie la sostuvo... nadie le creyó...
- Tía ¿Puedo ir donde Lili? - preguntó Adelaida buscando la mirada de Raquel.
- Oh, mi niña. ¿Desde cuando me pides permiso para ir a visitar a tu amiga? - la apretó contra su cuerpo - Claro que sí, ve. Creo que es un buen momento para conversar con una amiga.
Adelaida se despidió de ambos y salió silenciosa, rumbo a casa de Galleta. Raquel no apartó sus ojos de ella hasta que se le perdió de vista al salir del jardín. Le intrigaba saber que sucedía dentro de esa cabecita. Recordó que Betania le había escrito una carta donde le pedía que recibiera a Adelaida para que se distrajera y "saliera de su despecho... cosas de jovencitas". ¿Despecho?, pensó, ¡Dolor es lo que veo en la mirada de esa muchacha!
- La abofeteé, Gerónimo - Raquel rompió el silencio tratando de desahogar el remordimiento que tenía por haberla golpeado -. No sé como no la tiré al piso de lo duro que le dí. Es de roble esa niña, pero solo por fuera.
- ¿Tan fuerte fue la discusión?
- La verdad es que no le pude perdonar que te dejara con la palabra en la boca...
- No era necesario que hicieras eso - Gerónimo siempre sonaba compresivo, incluso cuando no estaba de acuerdo con algo.
- Me dejé llevar... - Raquel se quedó en silencio mirando la nada.
- Lo sé, creo que ambas.
- Es de roble Gerónimo, no se quedó callada - sonrió la anciana admirada -. Me enfrentó. Su madre se hubiera orinado encima.
- Entonces la discusión continuó.
- Sí. Tuve que ser dura con ella... pero la hubieras visto... Se deshizo en pedazos, de un momento a otro se desmoronó, su soberbia se esfumó y ante cada palabra que le decía, parecía sentir más dolor. Es de roble, pero solo por fuera. Traspasas su protección y puedes destruirla con una mirada... y yo le dije cosas tan duras...
- ¿Y que le decías? - preguntó Gerónimo, reconociendo dentro de sí que era cierto. En algo era distinta la joven que conoció en la mañana con la que acababa de salir rumbo a la vereda.
- Desde que llegó la he comparado con una muñeca. Ella hace alardes de ser una dama, se escuda siempre con ese argumento y lastima a los demás con su actitud a veces prepotente. Y yo solo he usado lo de la muñeca como una especie de metáfora, para hacerle ver que las apariencias no son nada, sino no hay nada real por dentro.
- Por eso está predispuesta con que le digan que se perece a una muñeca - reflexionó el anciano.
- Estoy entendiendo que no es por vanidad; tiene una necesidad de ser tratada con mucha atención, con excesivo respeto.
- Sí, está a la defensiva - Gerónimo miró hacia la puerta como si Adelaida aun estuviera ahí -, sin embargo hace un momento parecía lo contrario.
- No sé por qué sufre tanto - Raquel se envolvió a ella misma entre sus brazos -. Sí solo me abriera su corazón y me dijera que le pasa.
- ¿Y tú Raquel? - el hombre de leyes la miró inescrutándola.
- Yo... ¿yo qué? - Raquel titubeó y trató de hacerse la desentendida.
- ¿Tú le has abierto tu corazón y le has hablado de ti?
Raquel suspiró. Podría engañar a cualquiera pero no a Gerónimo. Él la conocía y sabía que ella también llevaba sus cruces a cuesta, y en gran silencio. Cruces que no sabía nadie en Bardolín, ni fuera de él, con la gran excepción de Laura, su hermana, la abuela de Adelaida. Quizá su viejo amigo tenía razón, le debía abrir su corazón a Adelaida; contarle su historia, de por qué se quedó sola y atada en aquel pueblito encantador lejos de todo. Por qué le hablaba a solas a una muñeca, por qué le gustaba caminar descalza sobre el césped del jardín interno de su casa, por qué se peinaba con cayenas. Se preguntó a sí misma por qué le costaba hablar tanto de esas cosas... y se descubrió a sí misma, en el fondo de su ser, temerosa... Una parte de su corazón se terminó de abrir por completo hacia Adelaida: las dos eran iguales, las dos se parecían demasiado... o por lo menos en una cosa eran idénticas. Eran duras por fuera porque por dentro eran de cristal. Supuso que Adelaida callaba su dolor, del mismo modo que ella callaba los suyos y recordó, hace tantos años, que ella fue más dura que su sobrina... si alguien necesitaba ser respetada era ella: Raquel Lamuza.
- Piénsalo con calma - le sonrió Gerónimo tomando su sombrero, dispuesto a partir -. Y respecto a los cerezos, tú me dices el día y arreglamos todo.
El anciano le puso la mejilla a su amiga y ella lo besó con mucha gratitud. ¿Qué hubiera hecho yo sin este viejo que en vez de abogado tuvo que haber sido un ángel? pensó mientras lo veía salir por la puerta hundiéndose el sobrero en la cabeza y comenzando a silbar imitando a un pájaro.
De pronto la casa le pareció incómoda. Se había acostumbrado demasiado rápido a tener la casa llena, en especial se había acostumbrado a Adelaida. Tal vez ella le había regresado un poco de intensidad a su vida. Pero la verdad era otra, la verdad era esa similitud entre Jazmín y Adelaida. Esa segunda oportunidad, que no era una oportunidad sino más bien un regalo. El silencio de la casa la aturdió un poco y comenzó a cantar aquel soneto que le regaló Guillermo, al que ella alguna vez le había compuesto una melodía sencilla:
- Mi corazón es de satén... y sabes quién soy... soy tan pequeña que no me ves... y tan grande para saber donde estoy... Tú llevas cayenas en el pelo... yo estoy descalza sobre la grama... Estos jardines son tuyos enteros... como lo soy yo, quien tanto te ama...
Miró sobre el asiento el libro y lo tomó desprevenida, como un acto reflejo lo abrió... y sus ojos se posaron sobre unas líneas... y la voz de Guillermo sonó de nuevo en su corazón llenándola toda:
Si se turba medroso en la alta noche
tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
respiro yo
En los Jardines de Bardolín, en una casa ubicada en la vereda principal, como había sucedido incontables de veces, durante más de cuarenta años; una mujer, una dama, lloraba a solas abrazada a un viejo libro de Gustavo Adolfo Bécquer.
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