Adelaida miraba a su tía abuela, sentada mirando por la ventana, pensativa y vigilante al mismo tiempo. Se sostenía la punta de uno de los mechones de sus plateados cabellos y con ellos se acariciaba el cuello, lentamente cómo si eso la relajara. El sol del medio día brillaba intensamente afuera, y el contraluz sobre la silueta de Raquel desprendía un halo suave que a Adelaida le inspiraba la idea de estar mirando la imagen de un sueño. ¿Cómo sería la vida de su tía cuando estaba sola? ¿Cómo se sentiría en esa casa, demasiado grande para una sola persona? ¿Alguien la vendría a visitar alguna vez? ¿Tendría alguna amiga en Bardolín? Todas estas y más cosas pasaron por la mente de la pecosa. Todavía sabía tan poco de esa anciana que cada día quería más, que cada día se le hacía tan necesaria para sentirse segura. Raquel salió de su letargo al sentir la intensa mirada de Adelada sobre su perfil. Giró su rostro para mirarla con ojos cuestionadores.
- ¿Qué piensa tía? - se adelantó la muchacha a preguntarle al tener la atención de Raquel sobre ella.
- Jmm - suspiró y volvió a mirar a través de la ventana -. Espero que pase Santiago y nos ayude a abrir la puerta.
- ¿Santiago? - Adelaida se dejó caer de espalda sobre la cama donde estaba sentada -. Será un fantasma. En todos lados escucho un cuento diferente de Santiago y nunca le he visto.
- No has visto a mucha gente de Bardolín aún - la dama de damas se sonrió aun mirando a la vereda.
- Sí, pero nunca las he oído mencionar. En cambio sobre Santiago escucho por todos lados. Claro, de Fabían también, pero por lo menos de él tengo la certeza que existe y he podido verlo varias veces y hablar con él... Así que Fabián no es un fantasma - Adelaida levantó un brazo en alto mirando cómo la luz que venía de afuera bordeaba sus dedos, delineando el borde de su mano. A Raquel le dio gracia aquel comentario y sonrió silenciosa.
- Ahora de seguro lo conocerás. Es el que nos puede sacar de aquí sin mucha dificultad - le respondió a su sobrina.
- ¿Por qué lo dice?
- Es muy hábil con las manos. Todo lo repara, se le da fácil estar armando y desarmando cosas. Ya habrás escuchado eso de él - Raquel miró a Adelaida que se miraba las manos levantadas en alto mientras estaba de espalda sobre la cama.
- Algo así. Donde Lili reparó no sé que del horno de la Sra. Margot. La otra vez Lili se consiguió con el Sr. Ugenio y este le pidió que si veía a Santiago que le dijera por favor que fuera por su casa, que la llave de una tubería le estaba dando problemas y que sé yo... Cosas así por el estilo es lo que escucho de él todo el tiempo - dijo la joven llena de intriga dejando caer sus brazos a lado y lado de su cuerpo.
- Sí, es muy servicial. Muy presto a ayudar a los demás - Raquel escuchó cómo en la vereda alguien se detenía frente a la entrada de su jardín y volteó rápidamente a ver si era Santiago. Adelaida se dio cuenta que la tía había visto a alguien afuera y no supo por qué ella misma se puso tan nerviosa. ¿Sería Santiago? Se incorporó en la orilla de su cama y su cabello se soltó cayendo sobre su hombro derecho cómo una cascada de fuego. Mientras tanto Raquel miraba afuera a un chico que miraba con cara de alarma y asombro la puerta cerrada de su casa. Parecía que no lo creía, que le era imposible pensar que esa puerta podría estar cerrada alguna vez.
- ¡Muchacho! - la anciana agitó su mano llamando la atención de aquel chico que estaba aun encaramado en su bicicleta.
- ¡Doña Raquel! - el muchacho cuando la vio abrió los ojos cómo dos grandes faros y señaló la puerta principal asombrado cómo si Raquel no supiera de ello - ¡Su puerta está cerrada!
- Sí, nos hemos quedado atrapadas en casa mi sobrina y yo - la dama de damas sin voltear, con una mano aupó a Adelaida a que se acercara a la ventana. La muchacha se puso de pie y su corazón latió con mucha fuerza, caminó sin prisa y se acomodó detrás de su tía abuela y miró a aquel joven que le pareció un chancho. Cuando el muchacho la vio parecieron que sus redondas fosas nasales se le hubieran dilatado, se paró aun más erguido de lo que estaba y metió mucho más su panza y sacó el pecho pareciendo un palomo.
- Adelaida conoce a un amiguito de Bardolín - dijo con amabilidad Raquel. Adelaida inclinó la cabeza haciendo una pequeña reverencia. No le salió palabra. Si ese era el hermano de Fabián, todo se lo había llevado Fabían al nacer, observó para sí misma en sus pensamientos. El joven cerdito se llevó un puño a la boca carraspeó e infló aun más el pecho.
- Mucho gusto señorita Adelaida - los ojos del muchacho se le pusieron redondos y brillantes. ¡Qué cierto era lo que le habían contado de la sobrina de Doña Raquel! ¡Hermosa, realmente hermosa!
Adelaida se sintió decepcionada, tanto esperar para encontrarse con que Santiago era uno de los tres cochinitos de los cuentos. Se acercó al hombro de su tía y le murmuró:
- Tía parece un chanchito, cómo el de los cuentos. Santiago es feo - Raquel no pudo evitar que en su rostro se dibujara una sonrisa que intentaba estallarle en la boca como una carcajada.
- No es Santiago - se volteó a ella hablándole cerca al rostro. Adelaida arqueó las cejas por lo alto. ¿No es Santiago? ¿Es decir que aun no sé quien es? pensó ¿es que podría aun ser peor?
- ¿No es Santiago tía? Yo creía que era él - le dijo por lo bajo.
- No. No lo es. Él es uno de los mejores amigos de Santiago - dijo Raquel señalando hacia el muchacho sin apuntarle. El joven metió el entrecejo. ¿De que hablan? Sentía que hablaban de él. ¿Que estaría diciendo la bonita señorita sobre él, que a cada momento lo miraba con sus ojitos negros desde la ventana detrás de Doña Raquel? pensaba. Intentaba sacar el pecho cada vez que Adelaida lo miraba. La dama de damas se volteó de nuevo hacia el joven que parecía un cerdito con ropa:
- Toñoño, necesito un favor.
Adelaida escupió la risa y se escondió con prisa detrás de su tía abuela metiendo su cara en la espalda de la anciana. A Raquel aquello se le hacía difícil de contener y su mirada era una gran carcajada atada difícilmente con cadenas.
- ¿Toñoño? - Adeliada murmuró con los ojos llenos de lágrimas aguantando la risa - Nació sin suerte tía - Raquel dejó mostrar su amplia y hermosa sonrisa sin dejar de enfrentar el ceño metido hasta la nariz del joven que ya se le estaba haciendo obvio, que por alguna razón las dos damas se reían de él.
- Mande usted señora - balbuceó Toñoño inflando una vez más el pecho.
- Necesito que por favor me ayudes, para poder abrir la puerta que se ha atorado.
El joven sin perder segundos, se recogió las mangas de la camisa y entró en el jardín con la indudable intención de lanzarse contra la puerta y echarla abajo. Levantó los brazos en sentido contrario a la puerta agarrando impulso, mirando a la puerta cómo si fuera su enemiga.
- ¡Hey, hey! ¿Toñoño que vas a hacer? - le frenó en seco la dama de damas al ver lo dispuesto que iba el joven a estrellarse contra su puerta. El muchacho la miró con ojos confusos aun con los brazos en posición -. Necesito es que se abra la puerta, no que caiga al piso. Hazme el favor y tráeme a Santiago.
- Pero... Doña Raquel... yo... eh... yo puedo abrir la puerta, quizá solo está atorada - dijo Toñoño queriendo ser el héroe de Adelaida, al verla asomarse por detrás del hombro de la anciana, curiosa de lo que pretendía hacer él -. No hay necesidad de que venga Santiago.
- Si echas la puerta al piso igual tendrá que venir a colocarme la puerta en su sitio - lo miró Raquel con autoridad. Eso le puso los pelos de punta a Toñoño que respetaba de gran manera, cómo todos en Bardolín, a Doña Raquel -. Así que hazme el gran favor de traerme a Santiago. ¿Sabes donde está?
- Sí señora. En los jardines. Ya se lo traigo - el muchacho regresó a su bicicleta cómo si fuera un chiquillo regañado, sintiéndose frustrado por no haber podido lucirse ante la hermosa muchacha que estaba encerrada en aquella casa cómo una damisela en apuros dentro de un castillo. Se fue con las ganas de ser su caballero andante.
- ¿No te digo yo hija? Toñoño pretendía estrellarse contra la puerta. Esa es una puerta reforzada. Lo que más hubiera logrado es hacerse un morro en la frente si tenía suerte - Raquel caminó de regreso a la silla meneando la cabeza y se sentó sonriéndose por el asunto.
- Tía, pensaba que era Santiago - Adelaida se sentó en la cama acompañando a su tía en el actuar - Al ver a ese muchacho... tía es que parece las ilustraciones de los cerditos de los cuentos, con su camisa blanca y sus pantalones con tirantes. Y ese rostro tan rosado. Creí que era en verdad el hermano de Fabián.
- Adelaida no seas cruel - dijo Raquel riendo sin reservas - Santiago no tiene la picardía de su hermano, pero creo que no le hace falta para hacerse querer. Fabián tiene un don para comunicarse y meterse a las personas en un bolsillo. Santiago hay que sacarle las palabras de la boca con una pala, pero lo que no hace uno con palabras lo hace el otro con acciones. Santiago lo repara todo.
- Santiago no existe - dijo Adelaida muy seria. Raquel estalló en risa, y ella no pudo evitar contagiarse de la carcajada de su tía abuela y rieron juntas.
- Toñoño es otro canto - Raquel se secó las lágrimas que se le salían entre las pestañas - Es un buen chico, pero tiene un tronco por cabeza. Es un poco tosco para todo.
- Tía ¿Toñoño? Que gracioso suena. ¿No es un nombre típico de Bardolín o nada así, no? - Adelaida miró a su tía esperando que no le diera la razón.
- Es un apodo. Él se llama Antonio, pero de niño cuando le preguntabas cómo se llamaba decía "Toñoño" en vez de Antonio. Y Toñoño se quedó hasta el sol de hoy. A él no le molesta, el mismo se lo puso - rieron de nuevo al unisono -, creció escuchando que todo el mundo lo llamaba así. Ni el mismo dice que se llama Antonio, se presenta cómo Toñoño.
- Algún atributo tendrá - Adelaida trató de buscarle el lado bueno al muchacho, pues comenzó a sentirse un poco mal con ella misma por burlarse tanto de él.
- ¡Ah...! Es todo lo bruto que tu quieras imaginar, pero toca la guitarra precioso - Raquel pareció entusiasmarse.
- ¿En serio? - Adelaida trató de imaginárselo con una guitarra en las manos y le dio más risa aun, al verlo cómo un cerdito músico. Se pellizco ella misma una mejilla para tratar de no reírse de nuevo de los juegos de su imaginación. Pero aun así su boca se le fue de largo a largo de un extremo a otro de la cara.
- ¡Precioso toca! Es al que buscan siempre los muchachos para dar las serenatas. Y ahí a donde tú lo ves a enamorado a más de una con su guitarrita, para arriba y para abajo.
- Me alegro por él - dijo Adelaida con honestidad.
- Mientras que Santiago... no ha tenido suerte el muchacho - Raquel meneó la cabeza cómo parecía hacerlo siempre al hablar de él -. Es buen muchacho, muy buen corazón, y apuesto, quizá no cómo Fabián pero simpático sí es. No sabemos por qué nunca ha recibido las tres cerezas.
- ¿Y que pasa tía si recibe menos cerezas? - preguntó Adelaida sintiendo algo de compasión por el muchacho fantasma.
- Sí le dan dos, le están diciendo que lo quieren cómo a un hermano, y si le dan una sola que lo quieren cómo a un amigo - Raquel miró hacia la vereda cómo si pudiera verlo allá afuera mientras hablaba -. Y Santiago siempre recibe dos cerezas. Se puede decir que sigue invicto.
- Entonces que reciba una sola ya sería un avance - meditó la muchacha pecosa.
- ¿A qué te refieres? - Raquel la miró sin entender.
- Bueno, si le dan una cereza le están diciendo que lo quieren cómo amigo y de ahí a que se interesen en él, puede suceder. La amistad a veces es paso a enamorarse ¿Pero que le digan que lo quieren cómo un hermano? No hay nada que hacer.
- Sí. Puede que tengas razón. Sin embargo Santiago se gana que todas lo quieran cómo a un hermano. Nadie ha recibido tantos pares de cerezas cómo él.
- O a las muchachas les da pena rechazarlo - Adelaida se quedó en silencio un segundo pensado, luego mirando seriamente a su tía le preguntó:
- ¿Tía y si una mujer no quiere ni cómo amigo, ni cómo hermano al que le trae la serenata que hace?
- Cualquier persona de la casa sale y le entrega al pretendiente un pequeño vaso lleno con cualquier licor que se tenga en casa - Raquel la miró con curiosidad mientras le respondía -. Pero hasta ahora eso muy pocas veces a pasado en Bardolín.
- ¿Y si no tienen licor?
- No comiences de nuevo Adelaida - advirtió Raquel meneando la cabeza volviendo mirar hacia la vereda sonreída.
- En serio tía - la pecosa también sonrió.
- Un vaso con agua basta, pero eso es muy cruel. El vaso de licor es alusivo a la pena que sentirá el enamorado al sentirse rechazado y la pretendida o la familia de ella ofrece la primera copa. Dar un vaso de agua sería demasiado cruel - su tía abuela volvió a mirarla. Adelaida la miraba cómo si no podía tomarse todo eso en serio. Le parecían muy raras las costumbres de Bardolín.
- Pero tía no es mejor decirlo todo de frente...
- Adelaida - la dama de damas, suspiró resignada.
- Es mejor ser frontal con el problema - dijo Adelaida haciendo un gesto cómo si señalara a un objeto que tuviese cerca de ella.
- ¿Cómo Toñoño contra la puerta? - Raquel la miró en silencio unos segundos, mientras Adelaida se encogía de hombros -. Fíjate bien, déjame explicarte mejor... ¿Te diste cuenta cómo te veía Toñoño?
- Jmmm - Adelaida negó con la cabeza, pero metiendo el ceño delatando que mentía.
- Casi que no te quitaba los ojos de encima cuando te asomabas a la ventana. ¿Cierto? - le siguió fastidiando su tía con aquello.
- Él la miraba era a usted - respondió la pecosa mientras sus orejas se le comenzaban a ruborizar.
- ¿Qué va a ver ese muchacho en esta vieja teniendo tanta belleza que ver en ti? - respondió Raquel después de una bien disfrutada risa .- El hecho es que le gustaste, y prepárate, que Toñoño no perderá tiempo para que en época de cerezas te venga a traer una serenata y más que en estos momentos está sin novia.
Adelaida puso cara de tragedia, cómo si imaginara una imagen tenebrosa. Raquel rió una vez más.
- Bueno tía sino tiene barriles de licor vamos al mercado y los compramos - dijo Adelaida dejándose caer de lado sobre la cama.
- ¿Ves? ¿Te das cuenta de tu respuesta? - le acusó con cariño la dama de damas.
- ¿Qué quiere decir?
- ¿Dónde quedó todo eso de ser frontal? Mejor el vasito de licor ¿verdad? Que de seguro lo terminaré saliendo a entregar yo a los pobres desdichados que vendrán a cantarte al pie de ventana.
Adelaida se sonrió al verse atrapada. Se volvió a incorporar en la cama sin saber que responderle a Raquel que le sonreía triunfante.
- Nadie vendrá tía - la muchacha pecosa sonreía segura que así sería. No conocía a nadie lo suficiente cómo para que le vinieran a traer serenatas. Sin saber ella que eso era lo que menos le importaba a los bardolideños cuando iban detrás del corazón de una damisela. Raquel miró hacía afuera de su casa y vio cómo llegaron unos tres muchachos más en bicicletas, todos con cara de curiosos. No vio ni a Toñoño ni a Santiago entre ellos.
- Bueno hija. Prepárese, que se está haciendo muy famosa su belleza aquí en Bardolín.
- ¿Cómo está Doña Raquel? Toñoño nos dijo que estaba atrapada en su casa - dijo uno de los muchachos - Iba en busca de Santiago. ¿Podemos ayudarla en algo?
- Gracias hijo, esperaré a Santiago ya que lo mandé a buscar - la anciana le agradeció con sinceridad al muchacho mientras pillaba que todos estaban intentando de mirar por encima de ella hacia adentro hacia la habitación.
- ¿Quienes son tía? - preguntó la muchacha pecosa desde la cama.
- Futuros vasitos de licor - dijo para sí misma la dama de damas. Miró a su sobrina y le sonrió -. Hija, creo que compraremos el barril de vino.
A Adelaida le dio mala espina lo que le acababa de decir su tía abuela, se puso de pie y caminó hasta la ventana. Los tres jóvenes clavaron sus ojos sobre ella, llenos de admiración y curiosidad en parte por ese color tan vivo y extraño de su cabello, como era el de ella para ellos. Sin embargo todos pusieron cara de lelos al verla.
- Ay no tía - murmuró sonando desencantada con su repentina fama. Pero en ese momento, detrás de las trinitarias vio cómo alguien pasaba caminando muy plácidamente, los muchachos voltearon a a verlo y lo hicieron de arriba a abajo cómo si miraran a un ser caído de otro planeta. Era Mateo que les devolvió la mirada de igual forma. Lleno de curiosidad del por qué esos jóvenes estarían mirando todos hacia la casa de la dama de damas, volteó y se percató de que la puerta estaba cerrada. Se detuvo en seco y pareció sorprendido, y quizá hasta preocupado. Eso a Raquel no la dejó indiferente. Al sentirse abordado por una penetrante mirada desde el jardín volteó hacia la ventana de la habitación de Adelaida y las encontró a las dos mirándolo. Raquel con ojos analíticos y Adelaida con ojos llenos de desconfianza.
- Raquel... tú puerta está cerrada - Mateo señaló con su bastón hacia la puerta, cómo era de su costumbre. Al verla sintió un poco de alivio dentro de sí.
- Eres un genio Mateo. Te has dado cuenta - le respondió la dama de damas. Adelaida que se había puesto de muy buen humor prefirió quitarse de la ventana pues no pudo evitar que en su rostro se le dibujara una sonrisa burlona. Los muchachos también sonrieron.
- Mmmm déjame seguir usando mi genialidad... - Mateo no pareció afectarse por la risa de todos, ni por la mirada aparentemente dura de Raquel - tienes cara de estar... ¡atrapada!
- La verdad no. Solo estoy evitando que vuelvan a entrar indeseables a mi casa - Raquel no se dejó afectar por la actitud un poco sarcástica del hombre del bastón.
- Sí... - Mateo volteó, miró a todos los muchachos y regresando su mirada a Raquel le respondió: - Ya me doy cuenta.
Los tres jovenzuelos se movieron incómodos en sus bicicletas. ¿Quién era este y que se creía para tratarlos así y burlarse de Doña Raquel? Pensaron entre unos y otros.
- Yo puedo ayudar - Mateo caminó hasta la entrada del jardín mostrando su evidente intención de pasar.
- Ni te molestes en volverlo a decir - le dijo Raquel sin perder segundo. Él se detuvo y la miró desesperanzado, dejando caer los hombros.
- ¡Vamos Raquel! Yo puedo abrir esa puerta.
- Cómo todo buen ladrón - le espetó Raquel, al mismo tiempo que no estaba muy de acuerdo con lo que acababa de decir sobre él. A pesar de todo, Mateo había sido diferente. Un Bardolín, en fin de cuentas, pero diferente con ella.
- Oh... lo único que hubiera robado de esta casa era Betania - ni el mismo Mateo supo por qué había respondido de esa manera. Tal vez era por Adelaida, que sabía ahora que era la hija de su antigua enamorada. Quizá por la misma Raquel, sabiendo que entre poco, después de tantos años no la vería más, cuando la familia Bardolín se hiciera con todas la tierras aledañas y la sacaran de una vez por todas de ese lugar apartándolo del único nexo vivo que le quedaba, con su pasado feliz en ese pueblo.
- ¿Mamá? - Adelaida preguntó a su tía abuela, casi pegando un brinco - ¿Se refiere a mamá?
- Pero ya ves que no lo hice - respondió el hombre del bastón y tratando de salir del embrollo que se había metido el mismo, regresó su atención a la puerta -. Por eso no deberías preocuparte. Yo puedo ayudarte a abrir esa puerta.
- Nadie ha dicho que esté atorada - le respondió Raquel con una frialdad que la sentía hasta cierto punto fingida. Entre los dos había una especie de relación de odio y respeto que no terminaba de comprender. Igual le sucedía a él.
- Esta bien - dijo Mateo apoyando su bastón en el piso. Pudo darse cuenta cómo Adelaida intentaba asomarse con muchísimo cuidado por el borde de la ventana tratando de mirarlo y cómo era típico de su sobrada autoconfianza, se quitó el sombrero y le sonrió amistosamente .- ¡Señorita preciosa! ¿Cómo se encuentra?
Adelaida se volvió a esconder acto reflejo. Aquel hombre le generaba ahora curiosidad.
- Oh - Mateo lamentó que la muchacha se le escondiera, pero no perdió su actitud zalamera - Bueno... Raquel, por lo menos lo intenté. No se puede decir que Mateo Bardolín no ofreció su ayuda.
- Tampoco se puede decir que Raquel Lamuza la necesitara - le respondió la dama de damas. Sin embargo los muchachos se intrigaron todos. ¿Mateo Bardolín? ¡Un Bardolín estaba en el pueblo! Eso por lo regular no eran buenas noticias. Sí en un principio lo miraban con descontento, ahora lo hacían con verdadero desagrado. Mateo se sembró en las sienes de nuevo su sombrero, hizo una pequeña reverencia a Raquel y siguió su paso sin prisa vereda arriba, disfrutando su paseo por el pueblo.
- Doña Raquel. ¿Qué hace un Bardolín en el pueblo? - preguntó uno de los muchachos preocupado.
- Espero que perdiendo su tiempo, hijo - dijo Raquel sintiéndose tranquila mientras su amistoso enemigo se alejaba. Volteó a ver a la silenciosa Adelaida que la miraba, pero al mismo tiempo la traspasaba con la mirada. Parecía más bien estar en una profunda reflexión incómoda. La dama de damas miró a los tres jóvenes y se despidió de ellos, luego dedicó una mirada a su sobrina un par de segundos en silencio.
- Hija, ven te voy a contar algo - la tomó de la mano y se sentó junto a ella en la cama -. A Mateo lo conozco desde que era un niño. El llegó a jugar con Jazmín.
- ¿Con Jazmín? - la muchacha pecosa pareció salir de sus cavilaciones de un salto.
- Sí. Lo conozco de toda la vida. Cuando tu mamá se quedó aquí una temporada conmigo, ellos se conocieron y se enamoraron. Tu mamá le dio las tres cerezas. Eran dos jovencitos llenos de ilusiones, se inventaron un mundo que no existía para ellos dos.
- ¿Las tres cerezas? - preguntó Adelaida sintiéndose molesta, pensando en su buen papá, cómo si ese recuerdo fuese una traición para con él.
- Sí. Mateo le trajo la serenata y ella le entregó las tres cerezas - la expresión de Raquel se llenó de pena -. Pero cuando la familia de él se enteró no lo pudieron tolerar. No aceptaban que un Bardolín se enamorara de alguien que fuese de nuestra familia.
- ¿Por qué tía? ¿Por qué esa gente nos odia tanto?
- Me odian solo a mí, mi niña - Raquel dijo esas palabras dentro de una sonrisa para suavizar el contenido de las mismas, sin embargo se equivocaba. Había alguien que la odiaba a ambas.
- Pero ¿Por qué tía? - Adelaida sentía que era demasiada injusta la vida con su tía abuela. No había bastado que su esposo se fuera sin jamás regresar, que Jazmín la perdiera en los pozos, que estuviera sola tantos años, para que también hubiese una familia que la odiara.
- Porque sin querer les quité algo que era de ellos. Algo que nunca supieron valorar - la dama de damas miró hacia afuera, su rostro pareció llenarse de gratitud, cómo si no se arrepintiera que la odiaran. Tenía su conciencia en paz.
- ¿Qué le quitó tía? ¿Ese documento del que hablaba con el Sr. Gerónimo?
- No, eso vino después - Raquel sostuvo una de las pequeñas manos de su sobrina -. Lo que les robé fue el amor de Gran Papá.
- ¿Gran Papá? - Adelaida no hacía más que hundirse en un laberinto de dudas- ¿Quién es Gran Papá?
- El verdadero dueño de todo este hermoso pueblo, de los jardines de las tierras donde están los pozos y un poco más allá, de ambos lados de Bardolín - Raquel sonrió al recordar a ese anciano querido, que fue tan especial y tan caballero con ella.
- ¿Es un Bardolín también?
- Era... hace muchos años ya que murió. Era un anciano adorable.
- Y tía... no se moleste... ¿pero tuvo un romance con él? - Adelaida preguntó ruborizada por los atrevido de su pregunta.
- ¿De Gran Papá? - la dama de damas rió nuevamente llena de jocosidad - No, Luisa Adelaida, lo quise cómo a un padre y él me quiso cómo a una hija.
- Pero ¿por eso la iban a odiar tanto los Bardolín? ¿Solo porque se ganó el cariño de ese señor?
- Es un poco más complejo que eso - recordó Raquel. La anciana levantó la mirada una vez más hacia la ventana y se quedó en silencio unos segundos -. Santiago a tardado un poco.
- Será un milagro si lo veo aparecer - dijo Adelaida, entendiendo muy bien que su tía abuela no quería seguir hondeando sobre aquello. Recordó que le había pedido que no tirara de ella, que fuera con calma y ella poco a poco le abriría su corazón. Se puso de pie y se dispuso ir hasta la cocina en busca de algo para beber -. Tía voy a buscar algo para tomar ¿le apetece que le traiga para usted también?
- ¡Oh sí, hija, muy amable! Por favor - Raquel pareció encantada por el gesto de su sobrina.
Adelaida se encaminó hacia la cocina, al pasar al lado de la mesa redonda donde estaba sentada Jazmín, le tomó de una de las manos y se la movió en un gesto juguetón.
- Hola pecosita - le susurró. La muñeca siguió indiferente sonriéndose de nada. Se descorazonó un poco al ver que no quedaba jugo preparado en la jarra del desayuno pero observó que su tía aun tenía un par de naranjas y se aventuró a preparar una naranjada, aunque nunca lo había intentado -. Manos a la obra Jazmín, a ver cómo esto nos queda.
Raquel se había acercado pero Adelaida no lo notó. La anciana la miró con ternura. Se conmovió al ver cómo la muchacha había comenzado a tomar en cuenta a la muñeca, a darle valor, a tomarle cariño. Notó a su vez que era obvio que su sobrina nunca en la vida había preparado un jugo ni para ella misma, pero ahí estaba, batallando con las dos naranjas, mirándolas, estudiando la manera de picarlas a la mitad. La escuchó cómo murmuraba sola, diciéndose a sí misma cómo era que "había visto a tía Raquel hacerlo el otro día". La dejó a solas. No quiso molestarla y se regresó a esperar a Santiago en la habitación de Adelaida, sentada frente a la ventana. Se dijo que se bebería lo que le trajera la muchacha, quedara cómo le quedara.
- La intención es lo que cuenta - dijo en voz baja mientras entraba a la habitación. Se sentó en la silla mirando hacia afuera, hacia la vereda que había quedado de nuevo desierta. La puerta cerrada, pensó, después de tantos años la puerta está cerrada. De pronto le pareció mentira y para sorpresa de ella misma, no halló sentirse perturbada cómo horas antes. No estaba sola y eso era lo importante. Ya habría tiempo de mantenerla abierta de nuevo, cuando Adelaida regresara a la ciudad. Pero así cómo lo pensó, así de rápido espantó el pensamiento antes que la lastimara. Después se dedicaría a extrañarla, pero mientras la tuviera con ella, la disfrutaría al máximo.
- Doña Raquel ya llegué - la dama de damas dio un respingo saliendo de su ensoñación. Santiago estaba frente a ella, pero del otro lado de la verja mirándola sosteniendo en sus manos una caja de madera, llena notoriamente de herramientas.
- Muchacho - se puso la mano sobre el pecho -. Casi me matas de un susto, no te vi llegar.
- Toñoño me ha dicho que su puerta no abre, que se ha quedado encerrada - Santiago hablaba con sumo respeto a Raquel, sin dejar de tener la mirada esquiva dejando en evidencia su timidez.
- Sí hijo - le sonrió la dama de damas, sabía que la forma que ese muchacho había conseguido para poder socializar, era a través de sus habilidades reparando cosas. Para él componer cosas dañadas, era lo mismo que para Galleta coleccionar mariposas -. Has llegado a salvarnos. La puerta es toda tuya.
- Con permiso - dijo Santiago mirando a la puerta cambiando su actitud de timidez a una de más seguridad. Entró en el jardín, sabiendo que no era un reto para él, que en un par de minutos ya habría abierto aquella cerradura testaruda que había convertido a la casa siempre abierta de Doña Raquel en una prisión. Al llegar hasta la puerta salió del campo de visión de Raquel, ella solo pudo escuchar lo que hacía. Escuchó cómo sonó la caja de herramientas suavemente contra el suelo, cómo estuvo en silencio unos segundos de seguro analizando la cerradura y luego el choque de unas herramientas con otras, mientras buscaba la más adecuada para iniciar el trabajo. Se sentó más tranquila en la silla, suspirando profundamente. Eso no sería problema para Santiago. Al sentirse relajada al tener al muchacho resolviendo el inconveniente de la puerta se dispuso a contarle a su sobrina que el "fantasma" ya había llegado, y a decirle que se acercara para presentárselo.
- Ya vengo Santiago - le aviso tratando de atinar a verlo, pero no insistió sabiendo que no era posible de donde estaba. Salió rumbo a la cocina y de lejos vio a Adelaida sentada en una silla con una terrible expresión de dolor, y dentro de un puño cerrado con fuerza sostenido el indice de la otra mano.
- ¡Ay Adelaida, hija que pasó! - sonó la voz de Raquel con potencia por la angustia que le produjo pensar que su sobrina se había destajado un dedo. Su voz se coló por la puerta y Santiago la escuchó alarmado. Algo había pasado. ¡A Adelaida, a ese ángel hermoso le había pasado algo! Se concentró en la cerradura, cómo si no existiera nada más vital en el mundo que hacerla ceder. Podía sentir la voz de Raquel alarmada aun, sin poder entender lo que decía. Eso hizo que su corazón latiera con mucha fuerza y la frente le comenzó a transpirar. Vas a abrirte, pensaba atravesando con la mirada a la cerradura, vas a girar.
¡Cluck!
La cerradura giró sin mucho problema cómo si Santiago hubiera logrado intimidarla y abrió la puerta empujando de la manilla con rapidez. El sol volvió a iluminar gran parte de la casa, entró cómo si hubiera extrañado alumbrar el recinto de la dama de damas. Aquel resplandor hizo que Adelaida levantara sus ojos llorosos apartando su atención de sus manos, con las que Raquel batallaba para separar y poder ver la herida que se había hecho en una de ellas. Miró la silueta de aquel joven, parecía de la misma estatura de Fabián, algo más delgado pero de porte atlético, por lo menos su silueta no era la de un cerdo con ropa. Pero no le veía su rostro, en la penumbra en la que estaba no podía ver el rostro del misterioso Santiago. De igual manera sus lágrimas no la ayudaban y soltándose el dedo herido intentó enjugarse los ojos. Raquel aprovechó de mirar la herida de Adelaida llena de urgencia, pero cuando vio lo que era una no muy grande línea sangrante, volvió a respirar sonriendo.
- Que dramática eres hija mía - la pecosa bajó la mirada a ver a los ojos a su tía abuela -. Me mata a mi primero un infarto que a ti esa herida. Creí que te habías abierto el dedo de largo a largo.
Adelaida volvió a levantar la mirada hacia la puerta... y estaba desierta. Santiago se había ido. Se descorazonó más de lo que ya estaba por fracasar en su intento de hacer un simple jugo con dos naranjas. Se descorazonó por no poder haber visto el rostro de Santiago, y no supo por qué sintió vergüenza al pensar que desde la puerta él la haya visto llorando cómo a una tonta. Pero escuchó de pronto un ruido en la sala, algo hizo ruido y luego se quedó en silencio. Su corazón se aceleró, se disparó a latir con fuerza. Vio cómo alguien salía de la sala en dirección donde ellas estaban, se puso nerviosa sin poder evitarlo, su cuerpo se tensó y las manos le comenzaron a transpirar. Raquel se puso de pie y caminó hacia la cocina a buscar en un estante un frasco de alcohol y vendaje, que siempre tenía a la mano y Adelaida se sintió desprotegida, no había nadie entre Santiago y ella. ¿Por qué? pensaba ¿Por qué estoy tan nerviosa?
¡Y por fin lo vio!
Santiago tenía un rostro noble, su mirada era serena, protectora, amable. Pero sus ojos... no sabía cómo evadirlos, esos ojos... la forma en que la miraba a ella, cómo si se le metiera por las pupilas y la leyera por dentro... Se quedó inmóvil, en verdad parecía que había visto un fantasma aparecer, tenía la punta de los dedos heladas, aunque sentía, cómo era de esperarse, las orejas hirviendo de los sanguíneas que se le habían puesto.
Santiago por su parte, estaba peor que Adelaida. ¡Qué hermosa! pensaba. Al tenerla tan cerca, al llegar a él el suave perfume de ella, se sentió atado por esa muchacha que lo miraba a través de sus lágrimas. Al mirarla tan frágil cómo una flor, sintió el deseo de envolverla, de protegerla, de que en esos hermosos ojos oscuros ya no hubiera ni el más mínimo rastro de dolor. Pero todo ese heroísmo se le quedó por dentro, cómo era de costumbre. No dijo nada, aunque su cara hablaba por él. Se detuvo. Temía acercarse un paso más, no fuese Adelaida a escuchar cómo le sonaba el corazón en el pecho, cómo un loco con un timbal.
Qué no se acerque más, que es capaz que escuche cómo suena mi corazón, tan ruidosamente, casualmente pensó Adelaida.
Y así sin palabras se conocieron, aunque sus corazones se saludaron en voz alta.
- ¡Muchacho! - la anciana agitó su mano llamando la atención de aquel chico que estaba aun encaramado en su bicicleta.
- ¡Doña Raquel! - el muchacho cuando la vio abrió los ojos cómo dos grandes faros y señaló la puerta principal asombrado cómo si Raquel no supiera de ello - ¡Su puerta está cerrada!
- Sí, nos hemos quedado atrapadas en casa mi sobrina y yo - la dama de damas sin voltear, con una mano aupó a Adelaida a que se acercara a la ventana. La muchacha se puso de pie y su corazón latió con mucha fuerza, caminó sin prisa y se acomodó detrás de su tía abuela y miró a aquel joven que le pareció un chancho. Cuando el muchacho la vio parecieron que sus redondas fosas nasales se le hubieran dilatado, se paró aun más erguido de lo que estaba y metió mucho más su panza y sacó el pecho pareciendo un palomo.
- Adelaida conoce a un amiguito de Bardolín - dijo con amabilidad Raquel. Adelaida inclinó la cabeza haciendo una pequeña reverencia. No le salió palabra. Si ese era el hermano de Fabián, todo se lo había llevado Fabían al nacer, observó para sí misma en sus pensamientos. El joven cerdito se llevó un puño a la boca carraspeó e infló aun más el pecho.
- Mucho gusto señorita Adelaida - los ojos del muchacho se le pusieron redondos y brillantes. ¡Qué cierto era lo que le habían contado de la sobrina de Doña Raquel! ¡Hermosa, realmente hermosa!
Adelaida se sintió decepcionada, tanto esperar para encontrarse con que Santiago era uno de los tres cochinitos de los cuentos. Se acercó al hombro de su tía y le murmuró:
- Tía parece un chanchito, cómo el de los cuentos. Santiago es feo - Raquel no pudo evitar que en su rostro se dibujara una sonrisa que intentaba estallarle en la boca como una carcajada.
- No es Santiago - se volteó a ella hablándole cerca al rostro. Adelaida arqueó las cejas por lo alto. ¿No es Santiago? ¿Es decir que aun no sé quien es? pensó ¿es que podría aun ser peor?
- ¿No es Santiago tía? Yo creía que era él - le dijo por lo bajo.
- No. No lo es. Él es uno de los mejores amigos de Santiago - dijo Raquel señalando hacia el muchacho sin apuntarle. El joven metió el entrecejo. ¿De que hablan? Sentía que hablaban de él. ¿Que estaría diciendo la bonita señorita sobre él, que a cada momento lo miraba con sus ojitos negros desde la ventana detrás de Doña Raquel? pensaba. Intentaba sacar el pecho cada vez que Adelaida lo miraba. La dama de damas se volteó de nuevo hacia el joven que parecía un cerdito con ropa:
- Toñoño, necesito un favor.
Adelaida escupió la risa y se escondió con prisa detrás de su tía abuela metiendo su cara en la espalda de la anciana. A Raquel aquello se le hacía difícil de contener y su mirada era una gran carcajada atada difícilmente con cadenas.
- ¿Toñoño? - Adeliada murmuró con los ojos llenos de lágrimas aguantando la risa - Nació sin suerte tía - Raquel dejó mostrar su amplia y hermosa sonrisa sin dejar de enfrentar el ceño metido hasta la nariz del joven que ya se le estaba haciendo obvio, que por alguna razón las dos damas se reían de él.
- Mande usted señora - balbuceó Toñoño inflando una vez más el pecho.
- Necesito que por favor me ayudes, para poder abrir la puerta que se ha atorado.
El joven sin perder segundos, se recogió las mangas de la camisa y entró en el jardín con la indudable intención de lanzarse contra la puerta y echarla abajo. Levantó los brazos en sentido contrario a la puerta agarrando impulso, mirando a la puerta cómo si fuera su enemiga.
- ¡Hey, hey! ¿Toñoño que vas a hacer? - le frenó en seco la dama de damas al ver lo dispuesto que iba el joven a estrellarse contra su puerta. El muchacho la miró con ojos confusos aun con los brazos en posición -. Necesito es que se abra la puerta, no que caiga al piso. Hazme el favor y tráeme a Santiago.
- Pero... Doña Raquel... yo... eh... yo puedo abrir la puerta, quizá solo está atorada - dijo Toñoño queriendo ser el héroe de Adelaida, al verla asomarse por detrás del hombro de la anciana, curiosa de lo que pretendía hacer él -. No hay necesidad de que venga Santiago.
- Si echas la puerta al piso igual tendrá que venir a colocarme la puerta en su sitio - lo miró Raquel con autoridad. Eso le puso los pelos de punta a Toñoño que respetaba de gran manera, cómo todos en Bardolín, a Doña Raquel -. Así que hazme el gran favor de traerme a Santiago. ¿Sabes donde está?
- Sí señora. En los jardines. Ya se lo traigo - el muchacho regresó a su bicicleta cómo si fuera un chiquillo regañado, sintiéndose frustrado por no haber podido lucirse ante la hermosa muchacha que estaba encerrada en aquella casa cómo una damisela en apuros dentro de un castillo. Se fue con las ganas de ser su caballero andante.
- ¿No te digo yo hija? Toñoño pretendía estrellarse contra la puerta. Esa es una puerta reforzada. Lo que más hubiera logrado es hacerse un morro en la frente si tenía suerte - Raquel caminó de regreso a la silla meneando la cabeza y se sentó sonriéndose por el asunto.
- Tía, pensaba que era Santiago - Adelaida se sentó en la cama acompañando a su tía en el actuar - Al ver a ese muchacho... tía es que parece las ilustraciones de los cerditos de los cuentos, con su camisa blanca y sus pantalones con tirantes. Y ese rostro tan rosado. Creí que era en verdad el hermano de Fabián.
- Adelaida no seas cruel - dijo Raquel riendo sin reservas - Santiago no tiene la picardía de su hermano, pero creo que no le hace falta para hacerse querer. Fabián tiene un don para comunicarse y meterse a las personas en un bolsillo. Santiago hay que sacarle las palabras de la boca con una pala, pero lo que no hace uno con palabras lo hace el otro con acciones. Santiago lo repara todo.
- Santiago no existe - dijo Adelaida muy seria. Raquel estalló en risa, y ella no pudo evitar contagiarse de la carcajada de su tía abuela y rieron juntas.
- Toñoño es otro canto - Raquel se secó las lágrimas que se le salían entre las pestañas - Es un buen chico, pero tiene un tronco por cabeza. Es un poco tosco para todo.
- Tía ¿Toñoño? Que gracioso suena. ¿No es un nombre típico de Bardolín o nada así, no? - Adelaida miró a su tía esperando que no le diera la razón.
- Es un apodo. Él se llama Antonio, pero de niño cuando le preguntabas cómo se llamaba decía "Toñoño" en vez de Antonio. Y Toñoño se quedó hasta el sol de hoy. A él no le molesta, el mismo se lo puso - rieron de nuevo al unisono -, creció escuchando que todo el mundo lo llamaba así. Ni el mismo dice que se llama Antonio, se presenta cómo Toñoño.
- Algún atributo tendrá - Adelaida trató de buscarle el lado bueno al muchacho, pues comenzó a sentirse un poco mal con ella misma por burlarse tanto de él.
- ¡Ah...! Es todo lo bruto que tu quieras imaginar, pero toca la guitarra precioso - Raquel pareció entusiasmarse.
- ¿En serio? - Adelaida trató de imaginárselo con una guitarra en las manos y le dio más risa aun, al verlo cómo un cerdito músico. Se pellizco ella misma una mejilla para tratar de no reírse de nuevo de los juegos de su imaginación. Pero aun así su boca se le fue de largo a largo de un extremo a otro de la cara.
- ¡Precioso toca! Es al que buscan siempre los muchachos para dar las serenatas. Y ahí a donde tú lo ves a enamorado a más de una con su guitarrita, para arriba y para abajo.
- Me alegro por él - dijo Adelaida con honestidad.
- Mientras que Santiago... no ha tenido suerte el muchacho - Raquel meneó la cabeza cómo parecía hacerlo siempre al hablar de él -. Es buen muchacho, muy buen corazón, y apuesto, quizá no cómo Fabián pero simpático sí es. No sabemos por qué nunca ha recibido las tres cerezas.
- ¿Y que pasa tía si recibe menos cerezas? - preguntó Adelaida sintiendo algo de compasión por el muchacho fantasma.
- Sí le dan dos, le están diciendo que lo quieren cómo a un hermano, y si le dan una sola que lo quieren cómo a un amigo - Raquel miró hacia la vereda cómo si pudiera verlo allá afuera mientras hablaba -. Y Santiago siempre recibe dos cerezas. Se puede decir que sigue invicto.
- Entonces que reciba una sola ya sería un avance - meditó la muchacha pecosa.
- ¿A qué te refieres? - Raquel la miró sin entender.
- Bueno, si le dan una cereza le están diciendo que lo quieren cómo amigo y de ahí a que se interesen en él, puede suceder. La amistad a veces es paso a enamorarse ¿Pero que le digan que lo quieren cómo un hermano? No hay nada que hacer.
- Sí. Puede que tengas razón. Sin embargo Santiago se gana que todas lo quieran cómo a un hermano. Nadie ha recibido tantos pares de cerezas cómo él.
- O a las muchachas les da pena rechazarlo - Adelaida se quedó en silencio un segundo pensado, luego mirando seriamente a su tía le preguntó:
- ¿Tía y si una mujer no quiere ni cómo amigo, ni cómo hermano al que le trae la serenata que hace?
- Cualquier persona de la casa sale y le entrega al pretendiente un pequeño vaso lleno con cualquier licor que se tenga en casa - Raquel la miró con curiosidad mientras le respondía -. Pero hasta ahora eso muy pocas veces a pasado en Bardolín.
- ¿Y si no tienen licor?
- No comiences de nuevo Adelaida - advirtió Raquel meneando la cabeza volviendo mirar hacia la vereda sonreída.
- En serio tía - la pecosa también sonrió.
- Un vaso con agua basta, pero eso es muy cruel. El vaso de licor es alusivo a la pena que sentirá el enamorado al sentirse rechazado y la pretendida o la familia de ella ofrece la primera copa. Dar un vaso de agua sería demasiado cruel - su tía abuela volvió a mirarla. Adelaida la miraba cómo si no podía tomarse todo eso en serio. Le parecían muy raras las costumbres de Bardolín.
- Pero tía no es mejor decirlo todo de frente...
- Adelaida - la dama de damas, suspiró resignada.
- Es mejor ser frontal con el problema - dijo Adelaida haciendo un gesto cómo si señalara a un objeto que tuviese cerca de ella.
- ¿Cómo Toñoño contra la puerta? - Raquel la miró en silencio unos segundos, mientras Adelaida se encogía de hombros -. Fíjate bien, déjame explicarte mejor... ¿Te diste cuenta cómo te veía Toñoño?
- Jmmm - Adelaida negó con la cabeza, pero metiendo el ceño delatando que mentía.
- Casi que no te quitaba los ojos de encima cuando te asomabas a la ventana. ¿Cierto? - le siguió fastidiando su tía con aquello.
- Él la miraba era a usted - respondió la pecosa mientras sus orejas se le comenzaban a ruborizar.
- ¿Qué va a ver ese muchacho en esta vieja teniendo tanta belleza que ver en ti? - respondió Raquel después de una bien disfrutada risa .- El hecho es que le gustaste, y prepárate, que Toñoño no perderá tiempo para que en época de cerezas te venga a traer una serenata y más que en estos momentos está sin novia.
Adelaida puso cara de tragedia, cómo si imaginara una imagen tenebrosa. Raquel rió una vez más.
- Bueno tía sino tiene barriles de licor vamos al mercado y los compramos - dijo Adelaida dejándose caer de lado sobre la cama.
- ¿Ves? ¿Te das cuenta de tu respuesta? - le acusó con cariño la dama de damas.
- ¿Qué quiere decir?
- ¿Dónde quedó todo eso de ser frontal? Mejor el vasito de licor ¿verdad? Que de seguro lo terminaré saliendo a entregar yo a los pobres desdichados que vendrán a cantarte al pie de ventana.
Adelaida se sonrió al verse atrapada. Se volvió a incorporar en la cama sin saber que responderle a Raquel que le sonreía triunfante.
- Nadie vendrá tía - la muchacha pecosa sonreía segura que así sería. No conocía a nadie lo suficiente cómo para que le vinieran a traer serenatas. Sin saber ella que eso era lo que menos le importaba a los bardolideños cuando iban detrás del corazón de una damisela. Raquel miró hacía afuera de su casa y vio cómo llegaron unos tres muchachos más en bicicletas, todos con cara de curiosos. No vio ni a Toñoño ni a Santiago entre ellos.
- Bueno hija. Prepárese, que se está haciendo muy famosa su belleza aquí en Bardolín.
- ¿Cómo está Doña Raquel? Toñoño nos dijo que estaba atrapada en su casa - dijo uno de los muchachos - Iba en busca de Santiago. ¿Podemos ayudarla en algo?
- Gracias hijo, esperaré a Santiago ya que lo mandé a buscar - la anciana le agradeció con sinceridad al muchacho mientras pillaba que todos estaban intentando de mirar por encima de ella hacia adentro hacia la habitación.
- ¿Quienes son tía? - preguntó la muchacha pecosa desde la cama.
- Futuros vasitos de licor - dijo para sí misma la dama de damas. Miró a su sobrina y le sonrió -. Hija, creo que compraremos el barril de vino.
A Adelaida le dio mala espina lo que le acababa de decir su tía abuela, se puso de pie y caminó hasta la ventana. Los tres jóvenes clavaron sus ojos sobre ella, llenos de admiración y curiosidad en parte por ese color tan vivo y extraño de su cabello, como era el de ella para ellos. Sin embargo todos pusieron cara de lelos al verla.
- Ay no tía - murmuró sonando desencantada con su repentina fama. Pero en ese momento, detrás de las trinitarias vio cómo alguien pasaba caminando muy plácidamente, los muchachos voltearon a a verlo y lo hicieron de arriba a abajo cómo si miraran a un ser caído de otro planeta. Era Mateo que les devolvió la mirada de igual forma. Lleno de curiosidad del por qué esos jóvenes estarían mirando todos hacia la casa de la dama de damas, volteó y se percató de que la puerta estaba cerrada. Se detuvo en seco y pareció sorprendido, y quizá hasta preocupado. Eso a Raquel no la dejó indiferente. Al sentirse abordado por una penetrante mirada desde el jardín volteó hacia la ventana de la habitación de Adelaida y las encontró a las dos mirándolo. Raquel con ojos analíticos y Adelaida con ojos llenos de desconfianza.
- Raquel... tú puerta está cerrada - Mateo señaló con su bastón hacia la puerta, cómo era de su costumbre. Al verla sintió un poco de alivio dentro de sí.
- Eres un genio Mateo. Te has dado cuenta - le respondió la dama de damas. Adelaida que se había puesto de muy buen humor prefirió quitarse de la ventana pues no pudo evitar que en su rostro se le dibujara una sonrisa burlona. Los muchachos también sonrieron.
- Mmmm déjame seguir usando mi genialidad... - Mateo no pareció afectarse por la risa de todos, ni por la mirada aparentemente dura de Raquel - tienes cara de estar... ¡atrapada!
- La verdad no. Solo estoy evitando que vuelvan a entrar indeseables a mi casa - Raquel no se dejó afectar por la actitud un poco sarcástica del hombre del bastón.
- Sí... - Mateo volteó, miró a todos los muchachos y regresando su mirada a Raquel le respondió: - Ya me doy cuenta.
Los tres jovenzuelos se movieron incómodos en sus bicicletas. ¿Quién era este y que se creía para tratarlos así y burlarse de Doña Raquel? Pensaron entre unos y otros.
- Yo puedo ayudar - Mateo caminó hasta la entrada del jardín mostrando su evidente intención de pasar.
- Ni te molestes en volverlo a decir - le dijo Raquel sin perder segundo. Él se detuvo y la miró desesperanzado, dejando caer los hombros.
- ¡Vamos Raquel! Yo puedo abrir esa puerta.
- Cómo todo buen ladrón - le espetó Raquel, al mismo tiempo que no estaba muy de acuerdo con lo que acababa de decir sobre él. A pesar de todo, Mateo había sido diferente. Un Bardolín, en fin de cuentas, pero diferente con ella.
- Oh... lo único que hubiera robado de esta casa era Betania - ni el mismo Mateo supo por qué había respondido de esa manera. Tal vez era por Adelaida, que sabía ahora que era la hija de su antigua enamorada. Quizá por la misma Raquel, sabiendo que entre poco, después de tantos años no la vería más, cuando la familia Bardolín se hiciera con todas la tierras aledañas y la sacaran de una vez por todas de ese lugar apartándolo del único nexo vivo que le quedaba, con su pasado feliz en ese pueblo.
- ¿Mamá? - Adelaida preguntó a su tía abuela, casi pegando un brinco - ¿Se refiere a mamá?
- Pero ya ves que no lo hice - respondió el hombre del bastón y tratando de salir del embrollo que se había metido el mismo, regresó su atención a la puerta -. Por eso no deberías preocuparte. Yo puedo ayudarte a abrir esa puerta.
- Nadie ha dicho que esté atorada - le respondió Raquel con una frialdad que la sentía hasta cierto punto fingida. Entre los dos había una especie de relación de odio y respeto que no terminaba de comprender. Igual le sucedía a él.
- Esta bien - dijo Mateo apoyando su bastón en el piso. Pudo darse cuenta cómo Adelaida intentaba asomarse con muchísimo cuidado por el borde de la ventana tratando de mirarlo y cómo era típico de su sobrada autoconfianza, se quitó el sombrero y le sonrió amistosamente .- ¡Señorita preciosa! ¿Cómo se encuentra?
Adelaida se volvió a esconder acto reflejo. Aquel hombre le generaba ahora curiosidad.
- Oh - Mateo lamentó que la muchacha se le escondiera, pero no perdió su actitud zalamera - Bueno... Raquel, por lo menos lo intenté. No se puede decir que Mateo Bardolín no ofreció su ayuda.
- Tampoco se puede decir que Raquel Lamuza la necesitara - le respondió la dama de damas. Sin embargo los muchachos se intrigaron todos. ¿Mateo Bardolín? ¡Un Bardolín estaba en el pueblo! Eso por lo regular no eran buenas noticias. Sí en un principio lo miraban con descontento, ahora lo hacían con verdadero desagrado. Mateo se sembró en las sienes de nuevo su sombrero, hizo una pequeña reverencia a Raquel y siguió su paso sin prisa vereda arriba, disfrutando su paseo por el pueblo.
- Doña Raquel. ¿Qué hace un Bardolín en el pueblo? - preguntó uno de los muchachos preocupado.
- Espero que perdiendo su tiempo, hijo - dijo Raquel sintiéndose tranquila mientras su amistoso enemigo se alejaba. Volteó a ver a la silenciosa Adelaida que la miraba, pero al mismo tiempo la traspasaba con la mirada. Parecía más bien estar en una profunda reflexión incómoda. La dama de damas miró a los tres jóvenes y se despidió de ellos, luego dedicó una mirada a su sobrina un par de segundos en silencio.
- Hija, ven te voy a contar algo - la tomó de la mano y se sentó junto a ella en la cama -. A Mateo lo conozco desde que era un niño. El llegó a jugar con Jazmín.
- ¿Con Jazmín? - la muchacha pecosa pareció salir de sus cavilaciones de un salto.
- Sí. Lo conozco de toda la vida. Cuando tu mamá se quedó aquí una temporada conmigo, ellos se conocieron y se enamoraron. Tu mamá le dio las tres cerezas. Eran dos jovencitos llenos de ilusiones, se inventaron un mundo que no existía para ellos dos.
- ¿Las tres cerezas? - preguntó Adelaida sintiéndose molesta, pensando en su buen papá, cómo si ese recuerdo fuese una traición para con él.
- Sí. Mateo le trajo la serenata y ella le entregó las tres cerezas - la expresión de Raquel se llenó de pena -. Pero cuando la familia de él se enteró no lo pudieron tolerar. No aceptaban que un Bardolín se enamorara de alguien que fuese de nuestra familia.
- ¿Por qué tía? ¿Por qué esa gente nos odia tanto?
- Me odian solo a mí, mi niña - Raquel dijo esas palabras dentro de una sonrisa para suavizar el contenido de las mismas, sin embargo se equivocaba. Había alguien que la odiaba a ambas.
- Pero ¿Por qué tía? - Adelaida sentía que era demasiada injusta la vida con su tía abuela. No había bastado que su esposo se fuera sin jamás regresar, que Jazmín la perdiera en los pozos, que estuviera sola tantos años, para que también hubiese una familia que la odiara.
- Porque sin querer les quité algo que era de ellos. Algo que nunca supieron valorar - la dama de damas miró hacia afuera, su rostro pareció llenarse de gratitud, cómo si no se arrepintiera que la odiaran. Tenía su conciencia en paz.
- ¿Qué le quitó tía? ¿Ese documento del que hablaba con el Sr. Gerónimo?
- No, eso vino después - Raquel sostuvo una de las pequeñas manos de su sobrina -. Lo que les robé fue el amor de Gran Papá.
- ¿Gran Papá? - Adelaida no hacía más que hundirse en un laberinto de dudas- ¿Quién es Gran Papá?
- El verdadero dueño de todo este hermoso pueblo, de los jardines de las tierras donde están los pozos y un poco más allá, de ambos lados de Bardolín - Raquel sonrió al recordar a ese anciano querido, que fue tan especial y tan caballero con ella.
- ¿Es un Bardolín también?
- Era... hace muchos años ya que murió. Era un anciano adorable.
- Y tía... no se moleste... ¿pero tuvo un romance con él? - Adelaida preguntó ruborizada por los atrevido de su pregunta.
- ¿De Gran Papá? - la dama de damas rió nuevamente llena de jocosidad - No, Luisa Adelaida, lo quise cómo a un padre y él me quiso cómo a una hija.
- Pero ¿por eso la iban a odiar tanto los Bardolín? ¿Solo porque se ganó el cariño de ese señor?
- Es un poco más complejo que eso - recordó Raquel. La anciana levantó la mirada una vez más hacia la ventana y se quedó en silencio unos segundos -. Santiago a tardado un poco.
- Será un milagro si lo veo aparecer - dijo Adelaida, entendiendo muy bien que su tía abuela no quería seguir hondeando sobre aquello. Recordó que le había pedido que no tirara de ella, que fuera con calma y ella poco a poco le abriría su corazón. Se puso de pie y se dispuso ir hasta la cocina en busca de algo para beber -. Tía voy a buscar algo para tomar ¿le apetece que le traiga para usted también?
- ¡Oh sí, hija, muy amable! Por favor - Raquel pareció encantada por el gesto de su sobrina.
Adelaida se encaminó hacia la cocina, al pasar al lado de la mesa redonda donde estaba sentada Jazmín, le tomó de una de las manos y se la movió en un gesto juguetón.
- Hola pecosita - le susurró. La muñeca siguió indiferente sonriéndose de nada. Se descorazonó un poco al ver que no quedaba jugo preparado en la jarra del desayuno pero observó que su tía aun tenía un par de naranjas y se aventuró a preparar una naranjada, aunque nunca lo había intentado -. Manos a la obra Jazmín, a ver cómo esto nos queda.
Raquel se había acercado pero Adelaida no lo notó. La anciana la miró con ternura. Se conmovió al ver cómo la muchacha había comenzado a tomar en cuenta a la muñeca, a darle valor, a tomarle cariño. Notó a su vez que era obvio que su sobrina nunca en la vida había preparado un jugo ni para ella misma, pero ahí estaba, batallando con las dos naranjas, mirándolas, estudiando la manera de picarlas a la mitad. La escuchó cómo murmuraba sola, diciéndose a sí misma cómo era que "había visto a tía Raquel hacerlo el otro día". La dejó a solas. No quiso molestarla y se regresó a esperar a Santiago en la habitación de Adelaida, sentada frente a la ventana. Se dijo que se bebería lo que le trajera la muchacha, quedara cómo le quedara.
- La intención es lo que cuenta - dijo en voz baja mientras entraba a la habitación. Se sentó en la silla mirando hacia afuera, hacia la vereda que había quedado de nuevo desierta. La puerta cerrada, pensó, después de tantos años la puerta está cerrada. De pronto le pareció mentira y para sorpresa de ella misma, no halló sentirse perturbada cómo horas antes. No estaba sola y eso era lo importante. Ya habría tiempo de mantenerla abierta de nuevo, cuando Adelaida regresara a la ciudad. Pero así cómo lo pensó, así de rápido espantó el pensamiento antes que la lastimara. Después se dedicaría a extrañarla, pero mientras la tuviera con ella, la disfrutaría al máximo.
- Doña Raquel ya llegué - la dama de damas dio un respingo saliendo de su ensoñación. Santiago estaba frente a ella, pero del otro lado de la verja mirándola sosteniendo en sus manos una caja de madera, llena notoriamente de herramientas.
- Muchacho - se puso la mano sobre el pecho -. Casi me matas de un susto, no te vi llegar.
- Toñoño me ha dicho que su puerta no abre, que se ha quedado encerrada - Santiago hablaba con sumo respeto a Raquel, sin dejar de tener la mirada esquiva dejando en evidencia su timidez.
- Sí hijo - le sonrió la dama de damas, sabía que la forma que ese muchacho había conseguido para poder socializar, era a través de sus habilidades reparando cosas. Para él componer cosas dañadas, era lo mismo que para Galleta coleccionar mariposas -. Has llegado a salvarnos. La puerta es toda tuya.
- Con permiso - dijo Santiago mirando a la puerta cambiando su actitud de timidez a una de más seguridad. Entró en el jardín, sabiendo que no era un reto para él, que en un par de minutos ya habría abierto aquella cerradura testaruda que había convertido a la casa siempre abierta de Doña Raquel en una prisión. Al llegar hasta la puerta salió del campo de visión de Raquel, ella solo pudo escuchar lo que hacía. Escuchó cómo sonó la caja de herramientas suavemente contra el suelo, cómo estuvo en silencio unos segundos de seguro analizando la cerradura y luego el choque de unas herramientas con otras, mientras buscaba la más adecuada para iniciar el trabajo. Se sentó más tranquila en la silla, suspirando profundamente. Eso no sería problema para Santiago. Al sentirse relajada al tener al muchacho resolviendo el inconveniente de la puerta se dispuso a contarle a su sobrina que el "fantasma" ya había llegado, y a decirle que se acercara para presentárselo.
- Ya vengo Santiago - le aviso tratando de atinar a verlo, pero no insistió sabiendo que no era posible de donde estaba. Salió rumbo a la cocina y de lejos vio a Adelaida sentada en una silla con una terrible expresión de dolor, y dentro de un puño cerrado con fuerza sostenido el indice de la otra mano.
- ¡Ay Adelaida, hija que pasó! - sonó la voz de Raquel con potencia por la angustia que le produjo pensar que su sobrina se había destajado un dedo. Su voz se coló por la puerta y Santiago la escuchó alarmado. Algo había pasado. ¡A Adelaida, a ese ángel hermoso le había pasado algo! Se concentró en la cerradura, cómo si no existiera nada más vital en el mundo que hacerla ceder. Podía sentir la voz de Raquel alarmada aun, sin poder entender lo que decía. Eso hizo que su corazón latiera con mucha fuerza y la frente le comenzó a transpirar. Vas a abrirte, pensaba atravesando con la mirada a la cerradura, vas a girar.
¡Cluck!
La cerradura giró sin mucho problema cómo si Santiago hubiera logrado intimidarla y abrió la puerta empujando de la manilla con rapidez. El sol volvió a iluminar gran parte de la casa, entró cómo si hubiera extrañado alumbrar el recinto de la dama de damas. Aquel resplandor hizo que Adelaida levantara sus ojos llorosos apartando su atención de sus manos, con las que Raquel batallaba para separar y poder ver la herida que se había hecho en una de ellas. Miró la silueta de aquel joven, parecía de la misma estatura de Fabián, algo más delgado pero de porte atlético, por lo menos su silueta no era la de un cerdo con ropa. Pero no le veía su rostro, en la penumbra en la que estaba no podía ver el rostro del misterioso Santiago. De igual manera sus lágrimas no la ayudaban y soltándose el dedo herido intentó enjugarse los ojos. Raquel aprovechó de mirar la herida de Adelaida llena de urgencia, pero cuando vio lo que era una no muy grande línea sangrante, volvió a respirar sonriendo.
- Que dramática eres hija mía - la pecosa bajó la mirada a ver a los ojos a su tía abuela -. Me mata a mi primero un infarto que a ti esa herida. Creí que te habías abierto el dedo de largo a largo.
Adelaida volvió a levantar la mirada hacia la puerta... y estaba desierta. Santiago se había ido. Se descorazonó más de lo que ya estaba por fracasar en su intento de hacer un simple jugo con dos naranjas. Se descorazonó por no poder haber visto el rostro de Santiago, y no supo por qué sintió vergüenza al pensar que desde la puerta él la haya visto llorando cómo a una tonta. Pero escuchó de pronto un ruido en la sala, algo hizo ruido y luego se quedó en silencio. Su corazón se aceleró, se disparó a latir con fuerza. Vio cómo alguien salía de la sala en dirección donde ellas estaban, se puso nerviosa sin poder evitarlo, su cuerpo se tensó y las manos le comenzaron a transpirar. Raquel se puso de pie y caminó hacia la cocina a buscar en un estante un frasco de alcohol y vendaje, que siempre tenía a la mano y Adelaida se sintió desprotegida, no había nadie entre Santiago y ella. ¿Por qué? pensaba ¿Por qué estoy tan nerviosa?
¡Y por fin lo vio!
Santiago tenía un rostro noble, su mirada era serena, protectora, amable. Pero sus ojos... no sabía cómo evadirlos, esos ojos... la forma en que la miraba a ella, cómo si se le metiera por las pupilas y la leyera por dentro... Se quedó inmóvil, en verdad parecía que había visto un fantasma aparecer, tenía la punta de los dedos heladas, aunque sentía, cómo era de esperarse, las orejas hirviendo de los sanguíneas que se le habían puesto.
Santiago por su parte, estaba peor que Adelaida. ¡Qué hermosa! pensaba. Al tenerla tan cerca, al llegar a él el suave perfume de ella, se sentió atado por esa muchacha que lo miraba a través de sus lágrimas. Al mirarla tan frágil cómo una flor, sintió el deseo de envolverla, de protegerla, de que en esos hermosos ojos oscuros ya no hubiera ni el más mínimo rastro de dolor. Pero todo ese heroísmo se le quedó por dentro, cómo era de costumbre. No dijo nada, aunque su cara hablaba por él. Se detuvo. Temía acercarse un paso más, no fuese Adelaida a escuchar cómo le sonaba el corazón en el pecho, cómo un loco con un timbal.
Qué no se acerque más, que es capaz que escuche cómo suena mi corazón, tan ruidosamente, casualmente pensó Adelaida.
Y así sin palabras se conocieron, aunque sus corazones se saludaron en voz alta.
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