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sábado, 19 de marzo de 2016

Capítulo 34

- ¿Sabes de quién me estaba acordando? - dijo ella después de un largo silencio. El Sr. Emilio Villafranca levantó la mirada del libro que tenía en frente y la miró cavilando un poco. Se mantuvo en silencio unos segundos, pero al ver que su esposa ni siquiera alzó la mirada de la taza de café en la que parecía estar absorta, regresó su mirada a su lectura. 

- Recordaba a la come cerezas - continuó por fin ella, sin apartar la mirada de su taza. Villafranca levantó de nuevo la mirada y la observó con curiosidad un momento. ¿A que vendría que de pronto ella la recordara? Su mente giró con prisa y se detuvo en un recuerdo. Un recuerdo de abril, hubiera dicho él. Un recuerdo que le vino en mente por estar en los primeros días de ese mes.  Arqueando las cejas se incorporó en su silla dejando el libro sobre la mesa de jardín que tenía en frente. 

- Rosalía - le dijo por fin con su voz ronca -, la come cerezas cumple años mañana.  

- Sí - dijo ella bajamente, sin levantar la mirada de la taza. Se veía pensativa y nostálgica -. Tan buena muchacha. Es tan difícil creer lo que pasó esa noche. 

- Jmmm - bufó incomodo Emilio. A él también se le hacía difícil creerlo. ¿Pero en que momento pudo haber pasado aquello? ¿La come cerezas ebria? Nunca alcanzó ver a Adelaida llevarse una sola copa de licor a los labios. Por más que lo pensaba la recordaba era como a las demás señoritas, bebiendo del dulce cóctel que se había dispuesto para ellas esa noche. Lo único que se sabía era lo que decía su propio hijo y el par de amigotes con quien solía pasársela, perdiendo el tiempo. El que menos en gracia le traía era Oscar, el hijo de León Bardolín. Uno tan arrogante cómo el otro. Durante días después de esa noche, él mismo investigó, y no encontró a nadie que la hubiese visto ebria, sin embargo, aún así media ciudad creía que si lo había estado. Si el hijo del tan respetado Villafranca lo decía, no podía ser una falsedad. Pero él lo dudaba. Las únicas voces que lo aseguraban con certeza, eran la de Joshep y la  de sus dos amigos. Nunca tuvo la oportunidad de preguntárselo a Adelaida. El vendedor de frutas del mercado principal no la había visto más. El maestro de música y su amigo Carlos Borgoñez, quien le enseñaba piano a la pelirroja tampoco supo más de ella. Luego se enteró que se habían mudado al otro lado de la ciudad, pues la familia Castelán por el presunto comportamiento de su hija había caído en la desgracia social.

- ¿Qué será de ella? - al fin levantó la mirada hacia el rostro endurecido de su esposo, que parecía traspasarla con la mirada como si ella no estuviese ahí. 

- Espero que este bien - volvió a tomar el libro sobre la mesa y se recostó de nuevo en la silla sin abrirlo. 

- Recuerdo el día en que comenzaste a llamarla come cerezas - dijo ella risueña, el también sonrió -. Ese día teníamos cerezas aquí en casa y cuando las vio era como si hubiera visto un tesoro...

- Sí. Comió tantas que hasta se sintió mal después - Villafranca meneó la cabeza y abrió el libro y puso sus ojos en las líneas sin verlas. 

- Casi las acabó todas y cada vez que se comía una pedía perdón.

- No podía parar - sonrió él -. Qué lástima. Tan buena muchacha. Nos alegraba la casa cuando venía de visita - dijo luego de unos segundos, antes de buscar concentrarse de nuevo en la lectura que había interrumpido. 

- Sí, una pena. Aun me cuesta creerlo. Pero no creo que Joshep mienta sobre un asunto como ese. Tomando en cuenta que esa niña se desapareció de todas partes. Nunca se defendió, nunca dio la cara. Su silencio otorga demasiado. 

- Algún día sabré la verdad de lo que pasó - gruñó Villafranca con la mirada metida en el libro. 

- ¿Dudas de lo que dice Joshep? A mi me cuesta creer lo de esa muchacha, pero más todavía me cuesta creer que Joshep mienta al respecto. 

- Le doy el beneficio de la duda a todo, Rosalía. De las personas que estuvieron esa noche ante el supuesto comportamiento de Adelaida, de la única persona que no hemos escuchado la versión de lo sucedido es de ella. 

- Pero Emilio, si ella misma no la ha querido dar es por algo. 

- Sin duda que es por algo. 

- Le dará tanta vergüenza...

- O miedo - dijo él interrumpiendo. 

- ¿Miedo? ¿Qué quieres decir? ¿Que mi hijo la amenazó? - se puso ella a la defensiva. 

- No he dicho eso. Solo intento buscarle lógica al asunto - dijo Villafranca  comenzando a desear cambiar de tema. 

- Para mi es lógico que su silencio es lo que termina dándole la razón a nuestro hijo. 

- Nuestro hijo no estaba solo esa noche ¿recuerdas? A mi ver, no con las mejores compañías. En especial el hijo de León Bardolín. 

- Siento que estás queriendo inculpar a Joshep de algo que no puedo aceptar. ¿Pretendes decir que ellos le hicieron algo a Adelaida? ¿Qué por eso ella tiene miedo?  

- No digo que Joshep... pero no sé... No quiero que el hecho de que seamos los padres llegue a cegarnos de algo que no queramos creer. ¿Has visto lo extraño que está tu hijo desde entonces? Y lo que hace es un misterio para nosotros. Ahora dice que tiene planeado viajar a yo no sé donde con León Bardolín. 

- No es para menos que esté actuando extraño desde entonces - atacó la madre de Joshep -. ¿Olvidas que se iba a casar con ella? ¿No puedes pensar que nuestro hijo pueda estar sufriendo en silencio?

- Sufriendo con la hija de los Cautiño. 

- Estará intentando rehacer su vida. Y respecto al viaje me dijo que era algo relacionado con negocios. ¿A caso no vives diciendo que se la pasa perdiendo el tiempo con sus amigos? ¿No te alegra que esté pensando en relacionarse y hacer negocios? Los Bardolín son muy conocidos por sus grandes negocios - Rosalía estaba ofuscada por la posición de su marido. 

- ¿Negocios? Don Guillermo era el genio en ese sentido. Sus hijos no heredaron tal virtud. Poco sabes mujer de como están las cosas. Esa familia va camino al desastre económico. ¿Negocios? Habrá que ver que es lo que Joshep llama negocios junto a León Bardolín - se dispuso a ponerse de pie e irse adentro de la casa -. Viaje de negocios... viaje de negocios... yo voy a ir a ese viaje de negocios a ver que se traen entre manos. 

- Espero que lo apoyes, cuando descubras que solo quiere tener aspiraciones. 

- Si voy Rosalía es porque me interesa nuestro hijo y me preocupa que esté tomando un mal camino, que termine haciéndole daño a alguien, a él mismo más que a nadie, pero tampoco le voy a tolerar, ni menos aceptar que haga algo que no sea noble. Me tienen bien molesto todos sus misterios.

- Ya estamos discutiendo otra vez por Joshep... pero es mi culpa... por estar nombrando a la muchachita esa, que parecieras querer más que a tu propio hijo - dijo furiosa y adolorida con los ojos llorosos. 

- ¿Por qué no intentas comprender que lo que evito es ponerme una venda en los ojos? - se terminó de poner de pie decidido a alejarse hacia el interior de la casa -. Me importa nuestro hijo, tanto que no quiero cegarme. Porque si es cierto, es nuestro hijo, pero también conocimos a "la muchachita esa" como le acabas de decir y estoy seguro que en el fondo no lo puedes creer del todo. Algo no encaja. 

- Yo le creo a mi hijo - para Rosalía no había más nada que decir, aunque en el fondo de sí, tras de su enojo y orgullo, le daba la razón a su esposo. Él la miró unos segundos en silencio, respirando profundo, mientras ella miraba a lo lejos dejando claro con su actitud que la discusión para ella había llegado hasta ahí. La conocía bien, no le quedaba más que resignarse e irse de una vez a su habitación. Dentro de él, tanto como ella, existía miedo de que su hijo hubiera hecho algo indigno, y la única que le podía decir la verdad era Adelaida. Tenía que encontrarla y conversar con ella. Al llegar a la puerta se giró a mirar a Rosalía que estaba mirando aun entristecida hacia la nada, inmóvil. La miró unos segundos más y entró al final. Él entendía a su esposa, él quería lo mejor para su hijo también, pero sin embargo no quería evadirse de la realidad y después lamentarse cuando fuese demasiado tarde. Entró y cerró la puerta detrás de sí, silenciosamente.




Gaspar escuchó que alguien tocaba a su puerta, caminó hasta la entrada y la abrió para encontrarse con una mujer que le resultó conocida. Ella le sonrió en silencio y vio como por detrás de su hombro se asomaba una muy sonriente Adelaida con los ojos llenos de chispas de luz. Volvió a mirar el rostro a aquella mujer, y cómo era típico de sus expresiones, arqueó las cejas hasta arriba lleno de emoción al reconocerla.

- Betania - casi no le salió la voz. Le extendió los brazos y ella se le metió en el pecho cariñosamente. Tanto tiempo había pasado, pero el afecto conque la recibía hacía que el paso de los años fuese algo inexistente. Cómo si nunca se hubiera ido de Bardolín. A ella se le humedecieron los ojos de la alegría y se miraron en silencio unos segundos con tanto amor. En un silencio que decía más que mil saludos y mil bienvenidas.

- ¿Cómo has estado? - le dijo ella al fin.

- Cómo ves aun aquí en Los Jardines de Bardolín... - dijo el gran Gaspar escurriéndose una lágrima detrás de su sonrisa bonachona.

- ¿Dónde está Margot? - le interrumpió ella mirando hacia dentro de la casa - Me enteré que se casaron.

- Pues sí, cosas de la vida. Cómo que nuestro destino era estar juntos siempre - le respondió él aun lleno de emoción. Se giró hacia Adelaida y le extendió los brazos, la que en silencio con una sonrisa de un extremo al otro extremo de su cara pecosa, miraba la escena que tenía en frente. Ella lo abrazó y le estampó el sonoro beso en la mejilla, que ya era una costumbre darle.

- Hola Don Gaspar, le traje a mi mamá que quería verlos.

- Es una gran sorpresa - le dijo, luego mirando a Betanía continuó: Tú mamá es una gran amiga. Betanía, tu hija es una preciosura. Debes estar demasiado orgullosa de ella, aquí en Bardolín la adoramos.

Adelaida se ruborizó mientras su mamá la miraba con admiración. Que tan poco conocía a su propia hija, de la que todos le decían cosas tan buenas. Sí, en ese momento se sentía enormemente orgullosa de su pelirroja, como nunca en la vida. Gaspar dando un pequeño salto, se separó de ellas y salió de prisa hacia dentro de la casa, sin decir palabra. Betanía y Adelaida se miraron curiosas. De pronto apareció llevando a Margot con los ojos cubiertos con sus robustas manos, hasta la sala de estar.

- Pero... ¡Gaspar que sucede! - iba ella sonreída imaginando que tipo de broma ahora se le habría ocurrido a su esposo - Estoy ocupada, que se nos queman los panques.

El corazón de Betania se aceleró. No lo podía creer, tenía en frente a Margot, a su querida Margot. La vez que había traído a Adelaida por breve momento se preguntó que sería de ella, si aun viviría en el amable pueblo, lleno de veredas, pero tenía el alma en el suelo aún por lo que que había sucedido en la ciudad con su hija. Así como llegó, se alejó porque sentía mucho dolor, dolor contra ella misma y contra Adelaida. Vio a aquella mujer robusta, que muy risueña intentaba quitarse las manos de Gaspar de los ojos, hasta que por fin él las apartó. Margot miró a la mujer que tenía en frente, y se quedó petrificada, la reconoció en el acto, ni deparó que Adelaida estaba al lado. De igual manera que Gaspar ella le extendió los brazos y las dos se acercaron una a la otra para darse un amoroso abrazo. Comenzaron a llorar como chiquillas.

- Mi amiguita - le temblaba la voz a Margot -. La azabache.

- Ya ni tanto - le dijo ella aludiendo a que tenía muchas canas y su cabello no era tan negro como antes. Margot la miraba y la volvía a abrazar, no se lo podía creer. Pensó que nunca volvería a verla, después de lo de Mateo y la familia de este.

- ¡Niña! - Margot se volteó hacía la pecosa y la abrazó como a un peluche como siempre lo hacía - Disculpa que no... te había... es que tanto tiempo que... Ah tú mamá y yo eramos grandes amigas, siempre juntas. ¿Te acuerdas que te lo había comentado alguna vez?

- Sí recuerdo.

- Siempre los cuatro juntos - dijo Betania. Adelaida hizo un gesto de confusión. ¿Cuatro? ¿Quién era el cuarto?

- ¿Lo has visto? - le murmuró de cerca Margot a su vieja amiga - Está aquí en...

- Sí - asintió Betania.

- Dios - dijo Margot con los ojos abiertos a lo grande.

- Tenemos tantas cosas de que conversar... Mar, Mar... Adelaida me dijo que tienen una hija preciosa. Quiero conocerla.

- ¡Oh mi hija! Sí, no es porque sea mi hija pero es una princesa - sus mejillas rollizas se le pusieron coloradas.

- ¿Puedo ir por ella? - le preguntó Adelaida emocionada.

- Sí mi niña, vaya y búsquela. Ya sabes donde está metida.

Adelaida tocó la puerta de la habitación de Lili la que reconociendo la manera de tocar, se levantó pronto de su cama a abrirle contenta. Abrió la puerta de improvisto para encontrarse con una Adelaida con el rostro iluminado con una gran sonrisa, la que la tomó de una mano llevándola junto a ella.

- Ven quiero que conozcas a mi mamá.

- ¿Tú mamá? - la muchacha de ojos marrones se llenó de timidez antes de quedar  frente a Betania.

- Mamá, ella es Lilibeth, mi amiga y hermana - dijo muy honrada la pecosa.

- ¡Oh pero que linda esta niña! - la mamá de Adelaida se acercó a Lili, la que estaba ruborizada y casi inmóvil -. ¡Es idéntica a ti Margot, cuando estabas muchacha! ¡Es tu retrato!

- Mi hija es más bella que su mamá - dijo halagada la dulce Margot.

- Hola mucho gusto, soy Betania la mamá de Adelaida - le extendió la mano a Lili. La muchacha tímida, en el primer segundo no se movió.

- Vamos Galleta, dale la mano - la aupó con cariño el gran Gaspar.

- ¿Galleta? - Betania hizo un gesto de curiosidad.

- Es por cariño mamá - le explicó la pecosa -. Le dicen Galleta por cariño.

- ¡Oh!... Bueno... mucho gusto Galleta.

Al fin la muchacha de cabellos como cortinas le extendió la mano y se saludaron con mucha cortesía.

- Mucho gusto - Lili dejó oír su armónica voz.

- Pero que bella es.

- Mamá, es la más bella de todo Bardolín - dijo la pecosa abrazando por la cintura a su amiga. Galleta se ruborizó a un más sin saber donde mirar.

- Es algo tímida - dijo Gaspar - pero es el ángel de la casa.

- ¿Tímida? Con estos padres tan extrovertidos ¿tímida? - Betania no dejaba de sorprenderse del parecido físico que tenía Lilibeth con la Margot de tiempos antaños-. Esta muchacha tan parecida a ti ¿tímida?

- Cosas de Dios - dijo Margot -. Pero para nosotros es perfecta.

- Galleta es nuestra vida - dijo el gran Gaspar.

- Por qué le dicen Galleta - Betania no estaba tan extrañada por aquello. Bardolín era un lugar así, donde cada cosa podía tener su propia esencia, su propia manera de llamarse sin que eso llegara a ser realmente un apodo. Ella seguía siendo "la azabache" para Margot.

- Gaspar y yo seguimos con la tradición de papá y hacemos pasteles y galletas, y bueno... la primera palabra de la niña fue esa: "Galleta". Y comenzamos a decirle así hasta que nos acostumbramos.

- Ah pero yo quiero probar de esos pasteles - dijo Betania emocionada. La pecosa veía a su mamá con asombro, nunca la había visto tan desenvuelta, tan auténtica como en ese momento. Amó verla así -. Y realmente Galleta, suena tan bonito, y va con ella. Se ve tan dulce.

- Ven Betania, vamos a la cocina para invitarte a que pruebes nuestros postres - dijo el gran Gaspar.

- Vamos Adelaida - dijo su mamá emocionada.

- No no no, déjalas que ellas tienen que hablar cosas de muchachas y nosotras cosas de viejas - se interpuso Margot llevándose a Betania por un brazo -. Ven por aquí... ¡Qué emoción! ¡La azabache en casa!

- Mañana cumple mi hija - dijo la mamá de la pecosa mientras se dejaba guiar.

- ¡Mañana! No nos había dicho nada. Pues le haremos un gran pastel.

Los viejos amigos se alejaron y dejaron a las dos muchachas solas.

-Te quiero mostrar algo - Lili caminó hacía su habitación y Adelaida la siguió. La pelirroja se sentó en la cama mientras esperaba que su amiga le trajera aquello que parecía tener guardado como un tesoro. La muchacha de ojos marrones se sentó al lado de ella con una pequeña caja de madera pulida en las manos. Tenía una pequeña cobertura de vidrió. Sin duda era un pequeño muestrario. Se lo extendió en silencio. Adelaida lo tomó con delicadeza y al ver su interior se maravilló.

- Lili... que hermosa es... - dijo al ver la mariposa que estaba detrás del pequeño vidrio.

- Es una Monarca. Es para ti. Tu regalo de cumpleaños.

- ¡Oh!... ¡Gracias, es muy hermosa!

- Pelirroja como tú.

- Qué linda eres... pero Lili... ¿por qué no me la das mañana? Sabes que mi tía Raquel va hacer una reunión en su casa por mi cumpleaños... ¿es que no vas a ir?

- Seguro va ir mucha gente y sabes que no me siento cómoda...

- Por favor Lili, no vayas a faltar. Fabián va estar.

- Yo sé... pero... no me voy a sentir cómoda.

- No te lo voy a aceptar sino vas - la pecosa le puso de nuevo en las manos el pequeño muestrario. Los grandes ojos marrones de Lili la miraron abiertos y redondos como dos platos. Titubeó, se sintió mal al ver a Adelaida molesta.

- Adelaida... yo...

- La única forma que la reciba es mañana en casa de tía Raquel. Es mi cumpleaños Lili. ¿Entiendes lo importante que es para mi tenerte conmigo mañana? Sin ti no será igual.

- Yo... esta bién... iré - dijo en baja voz no muy convencida con la idea.

- ¡Gracias mi hermanita! - la pecosa le dio un gran abrazo. Se puso de pie y le extendió la mano -. Vamos donde tu mamá y mi mamá.

Lili guardó el muestrario con tristeza y se acercó a la pelirroja. Adelaida notó su melancolía.

- Lili, es una mariposa preciosa. De verdad que es un regalo precioso, pero lo más importante para mi es que estés presente. Mañana quiero que me la des allá.

La muchacha de lacios cabellos asintió y salieron juntas de la habitación.



En horas de la tarde, en las afueras de Bardolín, por la entrada del arco, caminaban dos jóvenes. Él iba con rostro muy serio mientras ella trataba de parecer interesante. Era poco lo que a él le podía importar lo que ella estuviera diciendo, en su mente solo daba vueltas una idea, una morbosa idea que se le había metido en la cabeza desde hace tiempo atrás. Y como él lo veía, podía tener la gran oportunidad  de llevarla a cabo en aquel lugar. Lo único que le interesaba de la pueblerina que tenía al lado era toda la información que pudiera sacarle sobre Adelaida.

- En el pueblo piensan que tu familia nos van a dejar sin hogar - dijo Rebeca mirándolo de soslayo.

- Es que este lugar es nuestro. ¿En verdad crees eso? Nunca los hemos sacado de aquí ¿crees que en verdad hemos venido a sacarlos de aquí? - mintió tan adrede como le fue posible hacerlo.

- Yo de esa situación sé poco. Yo... a mi no me parece... - le dijo ella intentando coquetearle.

- Pues no creas en esos chismes de ancianos - dijo él, secamente sin mirarla.

- No creo en chismes de viejos - respondió ella algo molesta, por el comentario.

- De quien deberían preocuparse es de otras personas que están aquí en el pueblo.

- ¿Te refieres a la pretenciosa sobrina de Doña Raquel y de los familiares de ella que están ahí?

Oscar se detuvo y la miró en silencio, quemándola con la mirada. Luego comenzó a andar al lado de ella, con una expresión aun más dura en el rostro.

- Sí. De ellos es de quien deben tener cuidado - bufó.

- La pelirroja engreída me debe una - dijo Rebeca como si la tuviera en frente y la pudiera torturar desde sus pensamientos.

- ¿Ya se conocen?

- Por desgracia. Se cree mejor que yo - la muchacha lo miró. Él pensó que cualquiera era mejor que ella. Incluso la sangre de cabaretera, como solía recordarla siempre.

- También tengo una deuda pendiente con ella - vino a él un recuerdo que le retorció el estómago de la irá que le producía.

- La conoces también - Rebeca lo miró de arriba a abajo. Él no le respondió, se quedó en aquel recuerdo. En ese momento entraron por la entrada del arco y comenzaron a andar por la vereda principal. A unos cuantos metros estaba la Masión Bardolín.

- Y... ¿por qué deberíamos temer de Doña Raquel y sus familiares? - ella rompió el duro silencio que había quedado entre los dos. En ese momento, cerca a ellos pasó Gaspar acompañado de Lilibeth, que llevaban un encargo a una de las casas cercanas al lugar que llamaban La Vereda Ciega. Oscar puso los ojos sobre la tímida muchacha que no alzaba la mirada de la cesta que llevaba en brazos.

- Esa... ¿Quién es? - preguntó deteniéndose bajo la sombra de uno de los cerezos de un jardín al notar la belleza de Lilibeth. Ella miró a Galleta con nauseas.

- ¿Galleta? Una retrasada mental a la que tu amiguita, la colorada, vive protegiendo.

- Amiga de Adelaida ¿no? - dijo para sí mismo mientras con un pañuelo se quitaba el sudor del rostro.

- Sí, pero Galleta es una retrasada - Rebeca sintió celos de ver la manera en que Oscar miraba a Lili.

- ¿Galleta?

- Un sobrenombre que le tienen en su casa.

- ¿Quien es el señor? ¿Su padre?

- ¿Don Gaspar? Sí... es el pastelero del pueblo... ¿quieres un pastel? - terminó diciendo ella con ironía.

- Puede ser - dijo él mirando a Lilibeth -. Quizá me provoque una galleta.

Gaspar y Lilibeth salieron de la vista de los dos jóvenes sin percatarse de ellos. Oscar se volteó hacia Rebeca y habilidoso como una sierpes la tomó por el rostro con firmeza y la besó.

- ¿Quieres saldar tu deuda con la "colorada"? - le dijo cerca a ella. Rebeca confundida por el repentino beso, con el corazón latiéndole con fuerzas, se sintió temblorosa. Y asintió, pensó que haría cualquier cosa por ganarse el corazón de Oscar. Él podría llevársela de ese pueblo y convertirla en una "dama de la cuidad".

- Quiero darle lo que se merece - dijo ella llenándose de soberbia.

- Haz lo que yo te pida y tendrás ese gusto - le dijo él sin soltarle aun del rostro.


 Se quedaron largo rato conversando bajo aquel cerezo. Él comenzaría a tejer su tela de araña en las veredas de Bardolín. Cada vez el tiempo iba a favor de ellos, de recuperar lo que sentían era su derecho. Más sin embargo, él  quería algo más, algo con lo que se había encaprichado tiempo atrás. Gaspar y Lilibeth pasaron de regreso, él iba adelante conversando con una señora, muy animosamente y no volvió a deparar en los jóvenes. Pero la muchacha de ojos marrones si giró su rostro hacia ellos. Primero miró la mirada incómoda de Oscar y luego miró a Rebeca a su lado; nerviosa apartó el rostro hacia la cesta vacía que llevaba en manos. Apuró un poco el paso para ir cerca de su papá y al alzar la mirada hacia a él miro pasar frente a ella una mariposa azul. Cómo se creía en Bardolín, las mariposas azules eran ángeles y cada vez que se veía una se pedía un deseo. Cuando la pequeña azulada pasó frente a su rostro, Lilibeth le rogó.


La mariposa azul apuró su vaivén entre el cálido vendaval de la tarde y se elevó en su vuelo hacia algún lugar desconocido, llevándose consigo, la plegaria de Galleta.

- Protégeme.






Próximamente el Capítulo 35




miércoles, 25 de noviembre de 2015

Capítulo 33



Dos Cerezas para Santiago
Cuarta Parte







Capítulo 33


En Los Jardines de Bardolín, las noches frías de invierno comenzaban a ser cada vez más cálidas con la llegada del mes de Abril. Las estrellas silenciosas titilaban a lo lejos y los rumores nocturnos se escuchaban en las durmientes veredas. La pecosa se frotó los brazos mientras caminaba hacia la ventana y la cerraba, trotó de regreso a su cama y se metió entre los edredones. Se acurrucó junto a su almohada y sacó debajo de ella, su amado maltrecho libro. Lo abrió en la página de su última lectura y recostándose de lado, comenzó a leer muy concentrada. 



DESPERTAD


Sé, soñadora, que vivís tras un sueño. Que lo añoráis ver realizado. Ese sueño que habéis construido con ideas e imágenes dadas por otros, por la vida, por tu pasado. Sueñas que tu futuro sea opuesto a tu ayer, sueñas poder tener la fortuna y la dicha que nunca os dieron. Sueñas ser más de lo que ahora sois, ese es tu más alto sueño. Pero os digo, que perdéis el tiempo soñando en lo que ya es. Los sueños no son para alcanzarlos. ¡Haz de vivir la vida como si fuera un sueño! En un sueño todo es posible e irreal. Más tú, hermosa, quien leéis, vivís soñando imposibles realistas. Todo aquello que existe, pero que no creéis posible a tu alcance.

Mientras lo soñáis, lo alejáis. Despertad y vivid cómo si estuvierais soñando. En vez de dormir, y soñar cómo si estuvieseis viviendo. No tengáis sueños; tú, hermosa, sois vuestros sueños. En la crisálida, la oruga duerme, pero la mariposa está despierta. Vivid así. Dejad atrás a la durmiente, y salid al mundo extendiendo vuestras alas. Yo soñé que por llamarme distinta mi vida sería distinta, mas viví persiguiendo un sueño que nunca podría alcanzar por soñado, por intangible, por diáfano, por idealizado. Por eso, el sueño de la flor es florecer mientras florece. No puede evitar realizarse. No puede suceder otra cosa, porque ella es su sueño. La rosa no puede soñar ser ave, pues se perderá de la felicidad de estar florecida

Mira quien sois, pues solo esa que sois es la que se transforma. No aquella que fuisteis o creéis que sois. O aquella que creéis necesitar llegar a ser para ser aprobada y amada y feliz. Pero ya lo sabéis, tú eres la felicidad. ¿Por qué entonces soñáis alcanzarla? Solo se tu sueño, se feliz. Eso es vivir. Ámate, ahí el secreto de todo sueño realizado. El sueño amado es el sueño en acción. ¿Soñáis cantar? No lo soñéis. ¡Qué en vuestra calle y las vecinas, se escuche vuestro canto! Que te conozcan por cantora, no por soñadora.

Pero os digo, que si habéis de soñar, soñad vuestros sueños. No soñéis los sueños de otros. No perdáis la vida soñando lo que no os pertenece. Sin embargo, hermosa, tú que leéis, despertad de vuestro propio sueño lo antes posible. Yo sé lo que es amar un sueño compartido, sé lo que es hacer de vuestro amado el mismo sueño en sí, mas os te digo la verdad, no podéis compartir vuestro sueño si no lo vivís entre dos. El sueño de la golondrina es volar en el viento, y no dudéis que el sueño del viento es sostener a la golondrina. De otra forma no fuera posible; si el Universo no está en armonía solo podéis soñar y no vivir vuestro sueño. Entonces decidle al Universo que estáis en armonía con vuestro sueño y ¡vividlo! y verías que todo fluye a tu favor.

Os repito, hermosa, os repito mil veces, vivid como si estuvierais en vuestro sueño, así sabréis que los que vivan contigo vuestro sueño, están despiertos junto a ti en el camino de la vida y no se quedarán atrás, esperando el futuro. El futuro es un sueño que nunca llega, pues lo único que existe es el ahora para vivir, y el ahora es el único lugar donde se puede estar despierto. Así que, abrid los hermosos ojos y vivid la vida con Amor hacia ti misma. No veréis sueño realizado más maravilloso que este, pues esta realización os hará realidad todos vuestros más amados sueños. Ámate, ahí el secreto de todo sueño realizado. Eres la fuente de tu felicidad.



Adelaida posó el pequeño libro a su lado y lo cerró. Lo miró en silencio. Vivir mis sueños en vez de soñarlos, pensó, es algo contradictorio. Entonces no habría que soñar nunca. ¿Cuál sería mi mayor sueño en este preciso momento para vivirlo? Se giró mirando al techo y respiró profundo cerrando los ojos. Suspiró hondamente una vez más y se dejó llevar.

- Quedarme así - susurró. Se sentía en plena paz, al quedarse inmóvil sintió como si hubiera podido levantar el vuelo de su alma. Se sintió ligera, no quería pensar, solo sentir eso que vibraba dentro de ella. Paz, hace tanto tiempo que no se sentía de esa manera. En un entonces había sido su sueño hallar sosiego para su corazón y ahora lo había conseguido. ¿Pero por soñarlo o por vivirlo? La paz es inútil si se sueña y no se posee. No hay más remedio que vivirla, que ganarla, que hacerla florecer. Quién espera la paz, nunca estará en paz. ¿Todo será tan simple como la felicidad? pensó, ¿no buscar sino más bien ser? Sin embargo parecían existir cosas que se escapaban de ser vividas en el ahora, las que justificaban la necesidad de soñar, tal vez para no perder la fe. Cómo el hecho de encontrar el documento y salvar Los Jardines de Bardolín y el hogar de tía Raquel y el de todos los demás en tan amado lugar. El hecho de no alejarse de Santiago, que existiese una manera de que el destino no los separara sin antes intentarlo, sin antes saber hasta donde podría llegar esa llama que había en el corazón de ambos danzando. ¿No valía la pena soñar por eso? 

- Despierta tontilla - se dijo así misma cubriéndose la cara con las manos -. Quizá lo que quiere decir el libro es que es mejor ver de frente la cara de la realidad. Poner pie en tierra y dejar de andar con la cabecita en las nubes. 

Volvió a mirar el amarillento libro y trató de imaginar a la autora de aquellas líneas. ¿Habría logrado vivir en verdad como en su más amado sueño? O solo era aquel libro toda una sarta de sueños más, que jugaban a parecer palabras sabias. Se giró al otro lado de la cama dándole la espalda al libro. Despertar, dejar de soñar y vivir el sueño. Suspiró. Miró a la ventana, entre las cortinas, observó el diáfano halo de luz que entraba sigilosamente hasta la habitación y se desvanecía antes de llegar al suelo. Imaginó que los sueños serían como ese halo de luz, algo diáfano e intangible que se extingue en la distancia. Pero si acercamos esa luz a las cosas que amamos las detallamos, las miramos como son y las podemos sostener. Entonces la luz ya no es necesaria. Despertar sería cómo iluminar el mundo con los sueños para descubrir que lo amado está ahí, al alcance de la mano, tras la oscuridad de nuestros propios miedos, detrás de nuestras propias dudas. Despertar es usar tus sueños cómo una linterna para hallarlos en la realidad. El sueño en sí mismo no es aquello que se ama, aquello que se espera; el sueño es aquello que alumbra sobre lo que ya es, sobre lo que ya se posee, sobre lo que ya existe, sobre lo que ha sido dado y solo espera ser tomado. 

- No hay nada que buscar - se dijo a sí misma. La Felicidad igual se persigue como un sueño, hasta el punto de ser un sueño demasiado perseguido. Pero al detener la búsqueda, al descubrir que la felicidad es el mismo ser manifestándose pleno, es cómo despertar de un sueño, del engaño de creer que nos quitaron la felicidad, o que hemos perdido el derecho de poseerla. Somos la felicidad, no soñadores persiguiéndola en la nada. Infeliz aquel que no puede hallar en sí mismo un espacio de festejo dentro de su propia alma. Aunque consiga la felicidad fuera de sí, no podrá gozarla dentro de ella misma. Cuantas veces soñó tener de Joshep todo su amor, cuantas veces despierta dejó de mirar el paisaje por estar sumergida en un sueño consentido por sus anhelos. Lo recordaba bien, en el fondo de su alma algo le gritaba que eso aun debía llegar, que estaba a pasos de distancia adelante de ella. Que el amor de Joshep era algo que debía conquistar. Aunque a veces se aseguraba que lo tenía conquistado ¿No era un sueño eso? Sí, el amor de Joshep era diáfano como un halo de luz. Y hoy usaba esa luz para mirar en la realidad el hallazgo del Amor soñado. Sin embargo, Santiago estaba ahí. A la mano, tangible, metido en su corazón antes de que ella misma pudiera tenerse a sí misma un mínimo afecto. Era por esa mirada. La mirada de ese muchacho tímido, que la hacía llenarse de rubor. Esa mirada que no tenía que soñarla, porque ya estaba ahí. Para ella, más cerca que cualquier sueño.

- Nunca te amé Joshep - sintió como si de pronto dentro de ella todo se revelaba. Descubrió que él era su propia excusa para sentirse digna de Amor. Si Joshep, aquel en que ella fijó su interés, lograba amarla ella podría creer que era digna de Amor. Joshep era la búsqueda de su felicidad, por eso nunca la encontró. Lo usó sin darse cuenta, como él la usaba a ella. Porque ninguno de los dos sentía verdadero Amor propio. Cada uno iba detrás de un sueño, perseguía una luz que se extinguía en la distancia y que nunca llegaría a iluminar nada en la realidad del otro. Simplemente porque un sueño es eso. Un halo de luz. Y por mucho que se tuvieran el uno frente al otro, eran algo diáfano. Nunca se darían cuenta de lo que eran capaces de dar, porque se sentían vacíos, y creyendo que al recibir iban a tener para devolver, nunca recibieron. Porque ambos carecían de Amor para dar. Adelaida se sentó en la cama pensativa. Recordó la noche del chalet y reconoció su ingenuidad, su inocencia. Era cierto, ella no tenía culpa. Mas sin embargo, sabía que tenía responsabilidad, por creer de manera equivocada, por buscar el Amor fuera de ella, lejos de ella. Por no entender que la aceptación de Joshep significaría sencillamente eso, aceptación. Pero el Amor no es aceptación, el Amor era eso que le estaba sucediendo en ese preciso momento. El Amor era comprensión. El Amor era  sencillamente el Amor manifestado hacia el propio ser. Sintió compasión por Joshep, por su alma perdida, por su alma temerosa como la tenía ella antes de llegar a Bardolín. Ahora sí tenía Amor para darle a Joshep, y se lo daría de la única forma que podía dárselo. Perdonándolo, aunque el nunca lo supiera. Dejándolo ir para siempre de su alma. Sin rencor. El pasado ya no importaba. El pasado es un sueño de algo que ya se vivió. Otra luz diáfana. Ahora frente a ella estaba la vida, su propia vida, nueva en cada segundo, llena de oportunidades. Y tenía a Santiago. El pasado y el futuro, dos sueños que se apoderan del presente. No buscaría ni esperaría más sus sueños. No viviría de nuevo perdida en el tiempo. Despertaría en el ahora. Era el momento de vivir.
Se puso de pie y caminó descalza hasta frente del espejo. Se miró unos segundos en silencio, se admiró a sí misma por primera vez en mucho tiempo. Por un momento se sintió extraña, cómo si mirara a una desconocida, cómo si era la primera vez en toda su vida que se observaba de esa manera, que se detallaba realmente como era, que buscaba encontrar en el fondo de sus pupilas su propia alma. Recorrió lentamente la línea de sus ojos, sus pestañas rojizas, miró en sus párpados las diminutas pecas que en ellos estaban dibujadas. Sus odiadas pecas, una a una las observó, y descubrió que ya no las odiaba tanto. Supo que sin ellas su belleza sería otra, mas ella entendía que no podía ser otra, era la que era. Sonrió mirando su rostro lleno de esas estrellas cálidas, sobre su piel de porcelana, enmarcado en su cabellera pelirroja, como dos cascadas de fuego cayendo a lado y lado de sus mejillas. Se supo hermosa, sin pretensiones, sin vanidad, se reconoció en el espejo. Su corazón se sentía libre, se sentía vacío de cargas innecesarias, todo el dolor que en su pecho antes había vivido había hecho grandes espacios que ahora llenaría de Amor y de Felicidad. Pensó en Santiago, y sintió en su cuerpo un escalofrío que la recorrió, un calor abrazador que contrastó con el frío que se colaba por entre las cortinas y las ventanas cerradas. Un calor que llegó de la nada, o desde adentro de ella misma. Una certeza que la tomaba de la mano, certeza de un mañana jamás imaginado, un regalo de la vida, del destino. La justicia que hace el Amor, en el alma de quién despierta del letargo de la ilusión, de su largo sueño lleno de lejanas esperanzas. Sintiéndose así, todo era posible. Dentro de ella de pronto solo había espacio para la certeza. Se miró a los ojos una vez más y se sonrió a sí misma como lo hace una amiga inamovible, como lo hace una hermana, cómo solo se mira al ser amado. Sonrió y su corazón se regocijó. Sin poder evitarlo, sus lágrimas se vertieron abundantes sobres sus mejillas, lágrimas felices. Así cómo había leído en uno de los tantos pasajes del maltrecho libro, la esencia de sus lágrimas comenzaba a cambiar. Llorar dejaría de ser una expresión del dolor a ser una expresión del Amor. Reía y lloraba, lloraba y reía.
Tenía ganas de abrazar al mundo entero, de dejar que el Amor que sentía lo llenara todo. Nada, sentía que nada podría quitarle toda esa dicha recién descubierta. Podría tropezar de nuevo, ya no tenía miedo de caer, de equivocarse una vez más si fuese a suceder. Se pondría de pie, porque sabía quién era, porque sabía su verdadero valor, porque había despertado de todos los sueños, para vivir la vida como si fuera el más amado de todos los sueños. La única forma de vivir, es siendo libre. Ir en la dirección elegida, por felicidad, por Amor... porque sí. 





Fabián, Toñoño y Santiago caminaban algo distantes de ellos. Habían convenido en seguirlos esa noche para intentar saber que era lo que hacían en Los Jardines con tanta frecuencia. Eran cinco muchachos contemporáneos con ellos, caminaban con prisa y miraban de vez en cuando hacía las casas vigilando de que alguien no los estuviese observando. Cruzaron por la puerta de hierro hacia Los Jardines y se perdieron en la penumbra de la noche. Santiago tomó del brazo a Fabián que avanzó decidido a entrar detrás de ellos.

- No... creo que es peligroso ir - le advirtió.

- Santiago, no vamos a retroceder justo ahora - le reprochó su hermano, mientras lo miraba con el entrecejo fruncido -. Esos Bardolín se traman algo y debemos saber que es.

- Lo sé... pero... estamos en desventaja si entramos después que ellos. Están amparados por la oscuridad. No sabemos si están justo después de la entrada a Los Jardines. Si venimos mañana antes que ellos y los esperamos nosotros allá adentro seremos nosotros los que estaremos en posición de ventaja.

- Tiene razón - Toñoño apoyó a su amigo -. Sería mejor que viniéramos mañana antes que ellos.
- ¡Y si no vienen! Deberíamos averiguar de una santa vez que es lo que hacen ahí - se quejó Fabián.

- Por favor piénsalo con calma - dijo Toñoño -, si no vienen venimos la siguiente noche temprano, hasta que vengan.  

- El tiempo está pasando y ellos están aquí porque quieren quedarse con nuestro hogar. Algo traman. Yo no puedo esperar más - Fabián miró hacía la entrada de Los Jardines aun decidido a entrar.

- Podemos ir por la parte de atrás - dijo Santiago tratando de convencer a su hermano a que desistiera de seguir a los extraños, en aquella oscuridad. 

- Tenemos que treparnos por el techo de la casa - le observó Fabián.

- Usamos la escalera del Sr. Márquez - dijo Toñoño -. Siempre la deja en el jardín.

- Si nos pilla nos soltará a los perros rabiosos que tiene - le respondió Santiago.

- No se dará cuenta, siempre la uso para recoger las frutillas que quedan sobre el techo de mi casa - se confesó Toñoño sonriendo.

- Pero la vuelta que tenemos que dar es mucho más larga y es muy oscuro por el borde de las casas - Fabián comenzó a contemplar la idea de Santiago.

- Pero es más seguro que llegar de frente por Los Jardines - dijo el muchacho de las herramientas.

- Esta bién - Fabián lo pensó mejor -, iremos por la parte de atrás. Toñoño trae la escalera.

- Espérenme frente su casa - dijo el joven de mejillas coloradas.

Toñoño caminó con rapidez y cruzando por una de las veredas desapareció de la vista de los hermanos. Comenzaron a caminar en silencio cuando escucharon unas voces que venían por la entrada de Los Jardines. Corrieron hacia las escaleras que bajaban hacia su casa, se acostaron en ellas ocultándose del ángulo de visión de los dos jóvenes que salieron hacia la vereda. 

- Cálmate primo, ya sabes cómo es él - dijo uno de los muchachos. 

- ¡Es un idiota! ¿Quién se cree que es? - respondió el otro muy molesto. 

- Félix, sabes que mi tío Mateo retó a mi tío León.

- Mi papá no lo retó. Tió León fue el que lo amenazó.

- Oscar dice que fue tu papá el que...

- Oscar no es más que un mentiroso. Su papá y él son unos mentirosos.

- Pero... no me tomes a mal primo, pero pareciera que mi tío Mateo no estuviera muy dispuesto a que toda esta gente que está en nuestras tierras se marche de aquí.

- Mi papá es un sentimental. Presume siempre de astuto, pero en el fondo es muy bondadoso. Estará encariñado con algunas personas de aquí. En fin de cuentas él es el único que se ha mantenido en  constante contacto con este pueblo.

- Félix, estas personas no deben estar aquí. Esto nos pertenece y si debajo de este suelo hay petróleo la familia podrá salir de la terrible crisis que estamos viviendo.

- Mi abuelo Vicencio llenó de hoyos todo el borde de Los Jardines buscando petróleo, y solo encontró tierra.

- Oscar dice que con las nuevas técnicas que existen de extracción se puede lograr lo que no consiguió el tío abuelo.

- ¡Qué va a saber ese imberbe sobre eso!

- Dice que mi tío León y los Villafranca se están preparando para conseguir las maquinarias y a los obreros capacitados para explorar nuevamente...

- ¿Los Villafranca? Solo está conversando con el hijo de los Villafranca. Otro idiota más como Oscar.

- Joshep Villafranca es el hijo del alcalde. Félix, no creo que sea ningún idiota.

- Sí que lo es.

- Es de una de las familias más prestigiosas de la ciudad. Está comprometido con la hija de los Cuatiño.

- Otra pobre ilusa, como la hija de los Castelán.

Santiago se estremeció. Sería coincidencia. En la ciudad seguramente habrían otras familias con el apellido de Adelaida. Tendrían que haber más hijas de otros Castelán. Ahora era él que sentía el brío de ponerse de pie y acercarse e interpelar a aquellos Bardolín para exigirles que les hablara sobre el tal Villafranca.

- ¿La muchacha del chalet? Media ciudad sabe que tipo de muchacha es.

- Lo que se sabe es lo que dijeron Joshep, Oscar y Martín. Eso es lo único que se sabe, pero te voy a decir algo, "la muchacha del chalet"  como le llamas yo la conocí y te puedo decir que me pareció toda una dama. No llegamos a ser amigos, no se dieron las circunstancias, pero las pocas veces que pude tener la oportunidad de conversar con ella, era una muchacha sencilla, con principios y valores admirables. Yo no me creo del todo esa historia del chalet.

- Martín lo afirma. Da fe de lo que dice Oscar es cierto, dice que estuvo ahí.

- Martín es otro idiota. ¿Cómo puedes creer todo lo que dicen?

- Una vez yo estaba con él y nos encontramos a la pelirroja, cuando ella lo vio se puso nerviosa y se alejó con prisa de donde estábamos. Y eso seguro porque ella sabe que Martín fue testigo del tipo de mujer que es.

Santiago y Fabián se miraron a los ojos. ¿La pelirroja? ¿La hija de los Castelán? No podía haber duda. Debían estar refiriéndose a Adelaida. El muchacho de las herramientas mostró la intención de ponerse de pie pero está vez fue Fabián que lo sostuvo del brazo. Le negó con la cabeza, ordenándole que se quedara quieto.
 
- Realmente no me interesa la vida de esa muchacha. Ni de la hija de los Cautiño. No me interesa las ínfulas de Oscar ni las pleitesías de Martín para con él. Este lugar nos pertenece a todos por igual... claro, si es que el documento de Gran Papá no aparece.

- Si no aparece, tío León dice tener un as bajo la manga.

- Ah sí, la supuesta tía.

- ¿La supuesta? Asdrúbal y yo escuchamos una conversación entre mi papá y tío León y...

- Sí, sí, tu hermano y tú  se creen todo lo que escuchan. Seguro tío Pablo fue más astuto que ustedes y no se creyó esa historia de...

- Papá viajó a...

- No me interesa, Andrés. En realidad no me interesa lo que diga uno, lo que haga el otro. Esta familia está en la decadencia. Yo quiero es que se termine esto de una vez, saber que va a suceder con este lugar y regresarme a la ciudad. Lo que si quiero que tengas claro es que no dejaré que Oscar se crea superior que los demás. Tú deberías hacer lo mismo, no dejar que se burle de ti a cada rato como lo hace. Su papá no es el dueño de este lugar ni de su destino.

- En eso tienes razón - Andrés bajó la mirada molesto hacia el suelo cómo si pudiera ver proyectados sus pensamientos sobre las piedras de la vereda -. No es dueño de Los Jardines de Bardolín, estamos todos aquí porque esto nos pertenece a todos en la familia. En eso si te acompaño. 

 De pronto de la entrada de Los Jardines salieron los otros tres muchachos y se detuvieron frente a Félix y Andrés.  Miraron al hijo de Mateo con burla. El más alto de ellos lo miró de arriba a abajo con desprecio.

- Un Bardolín de verdad lucharía por lo que es suyo. Lucharía por estas tierras. Pero tu papá no es un Bardolín de verdad - le dijo.

- Ustedes tampoco son mejores que mi papá. Son unos simples buitres que esperan que pasen los días que es lo único que tienen a favor, porque esto no les pertenece todavía. Y me gustaría verte la cara, Oscar, si nunca llega a pertenecernos.

- Pase lo que pase, nos pertenecerá. A nosotros, no a ti ni a tu papá. Le pertenecerá a los Bardolín de verdad.

- Que así sea - le dijo Félix, mientras comenzaba a caminar para alejarse del lugar. Andrés le hizo la par. Los otros tres se fueron detrás de ellos a cierta distancia, murmurando unos con otros.
Cuando ya se habían ido Fabián y Santiago se incorporaron y se quedaron sentados en los escalones de piedra. Estuvieron un rato en silencio. Santiago no hacía más que pensar en Adelaida y en el tal Villafranca. Podría ser solo casualidad, coincidencia. En la ciudad había mucha gente, podría haber otra pelirroja que llevara el apellido Castelán. Fabián por su parte, pensaba más en el evidente conflicto interno en que se encontraba la familia Bardolín, y sobre el "as bajo la manga" que habían comentado. Al día siguiente lo hablaría con su papá, tendrían que estar preparados para cualquier cosa.

- ¿Crees que se referían a Adelaida? - rompió el silencio Santiago.

- No sé. Realmente no lo creo - respondió Fabián no muy convencido de sus propias palabras.

- "La muchacha del chalet"... ¿Qué habrán querido decir con eso? ¿Crees que Adelaida haya sido la prometida de la hija del Alcalde de la ciudad?

- Ella es muy elegante, muy educada y refinada. Si lo puedo creer. Pero tal vez solo es una coincidencia Santiago, no te mortifiques. Por otro lado no creo que Adelaida  pueda comprometerse con gente como esa, gente sin corazón.

Santiago se quedó en silencio, hundido en sus pensamientos. Revuelto en sus emociones. De pronto por una de las veredas cercanas apareció Toñoño con una larga escalera, venía sigiloso. Fabián que se había puesto de pie lo vio acercarse. Santiago le pidió que no le comentara lo que habían dicho sobre la hija de los Castelán y el hijo de los Villafranca.

- Ya no están en Los Jardines, ya se fueron - le dijo Fabián a Toñoño saliéndole al paso.

- ¡Qué! - el muchacho con la escalera, todo sudoroso casi se desmayó.

- Sí. Santiago y yo los escuchamos discutir aquí en la entrada a Los Jardines. Nosotros estábamos escondido, tirados sobre los escalones de piedra.

- ¿Los escucharon discutir?  ¿Sobre qué?

- Al parecer la familia Bardolín está dividida. Se pelean por el pueblo, unos con otros.

- ¿Entre ellos mismos se pelean por Los Jardines?

- Sí, pero también traman algo. Tienen un plan por si no logran sacarnos de aquí.

- ¿Cual plan?

- Aun no sabemos. No lo dijeron claro.

Toñoño se quedó pensando unos segundos, miró la escalera que sostenía en los cansados brazos y bufó.

- Entonces ya no necesitamos esto - dijo resignado a  regresar cargando la escalera. Fabián le asintió.
Comenzaron a caminar los tres sosteniendo la escalera, para regresarla a su lugar. Fabían ponía al tanto a Toñoño, sobre la discusión que habían escuchado  de los Bardolín. No le comentó sobre lo que habían dicho, pareciendo aludir a Adelaida, como le había pedido su hermano.

Santiago, silencioso, sosteniendo la parte de atrás de la escalera  iba pensando en su amada pecosa. ¿Sería ella la prometida de Joshep Villafranca, el hijo del alcalde? Si era así ¿sobre él era que ella se refería cuando decía que nunca la habían tratado con amor? Sintió como el coraje se le encendía en el pecho. Si esa era la verdad, estaría muy de acuerdo con aquel Bardolín. Joshep Villfranca era un idiota. Sin embargo, por alguna razón, cuando recordaba aquello sobre "la muchacha del chalet", en el fondo de su corazón sentía un extraño dolor.


Sólo sabía que su alma le pedía poder abrazar a Adelaida con todo su Amor.